Con un trabajo presentación tan respetable como fue Tres dies amb la família (Tres días con la familia) (2009), Mar Coll no las tenía todas consigo para su siguiente paso tras las cámaras: la presión podía ser alta y las expectativas mucho más. No obstante, a tenor de lo hecho con Tots volem el millor per a ella (Todos queremos lo mejor para ella), la joven directora catalana puede dormir tranquila. No solo porque ha firmado una pieza cinematográfica de exquisita y espléndida construcción, sino porque además ha logrado lo que muchos otros jóvenes directores no consiguen con su segunda obra: fomentar, ahondar, en definitiva, patentar las bases de un estilo propio, colmado de referencias (obviamente, y a cada cual más sugerente), pero de una integridad y honestidad inauditas en otros aventurados cineastas recién llegados, manteniendo de forma completamente rigurosa una fidelidad consigo misma, con las reflexiones que quiere generar con sus imágenes y con la forma en que estas traspasen la pantalla. Si no fuera porque aún resulta precipitado, podríamos comenzar a referirnos a Mar Coll en términos de autora y no tanto de realizadora.
Como en su ópera prima, en Todos queremos lo mejor para ella Coll vuelve a fijar su mirada en el seno de una familia disfuncional dentro de la acomodada burguesía catalana para, a través de la perspectiva de uno de sus miembros, desentrañar ante el espectador la precariedad emocional, la ambivalencia afectiva y, sobre todo, la mascarada despreocupada tras la que todos ellos se esconden. Con mayor sutileza que en la anterior, Mar Coll y su coguionista habitual, Valentina Viso, han rebajado el tono analítico de Tres días con la familia y, en una opción que las honra, han optado por escribir una historia en la que cada personaje posee aire a su alrededor para exponerse, donde ninguno de ellos se halla constringido ni por la acción ni mucho menos por un discurso que brilla por su ausencia. Y este es uno de los grandes aciertos del inteligentísimo guión de la película, que el texto jamás tomará partido por ninguno de los polos expuestos alrededor del personaje central y, gracias a esto, tampoco el espectador se verá obligado a posicionarse ni a favor ni en contra. Lo único que se pretende es el, por otro lado, doloroso ejercicio de observación sobre el comportamiento de una mujer que trata de dilucidar qué lugar ocupa en la pequeña parcela del mundo en la que le ha tocado vivir, mientras intenta superar el duro golpe que significó un (casi) accidente mortal un año antes y cuyas secuelas (físicas, pero también psíquicas y emocionales) aún colean en su universo.
Para ello, Coll pega su cámara a la nuca de su protagonista y, a través de una planificación invisible, que rezuma elegancia y buen gusto en cada encuadre, en cada leve movimiento, nos estampa la experiencia vital de una mujer que se halla completamente fuera de lugar, sobrepasada por la impotencia de no encontrar el punto de rotura a partir del cual todo comenzó a desquebrajarse. En esto, resulta vital el trabajo de su actriz, una Nora Navas en absoluto estado de gracia, sobre la que la directora hace recaer todo el peso de una película que, ciertamente, no sería lo mismo sin ella. Ya en la primera secuencia, con su cojera perfecta y el tartamudeo oportuno, la intérprete nos bosqueja un aplicado y preciso retrato de su personaje, que a lo largo de los siguientes minutos logrará desarrollar y desplegar ante la cámara con absoluta libertad, haciendo fácil lo difícil, logrando que las rarezas de su comportamiento nazcan y se expongan ante nosotros con pasmosa naturalidad, no siendo capaces en ningún momento de advertir de qué mecanismos o de qué métodos surge tal prodigio interpretativo, llegando incluso a brindarnos de manera magistral la exposición escrupulosa, medida y esmerada del desconcierto que embarga a su personaje, no por nada El desconcierto era el título que manejaba la película durante su rodaje. Es tan sublime el grado de perfección alcanzado por la actriz, que incluso hay momentos del filme en el que el cambio de registro ambiental, del drama a la comedia o viceversa (pues la cinta coquetea con ambos por igual), lo marca el propio trabajo de Nora Navas.
Es ella la que, principalmente, nos conduce por la vía emocional a lo largo de una puesta en escena que, a pesar de su acertada concepción formal, jamás se caldea por dentro, dando como resultado una película quizás algo más fría de lo que hubiera sido necesario. Menos mal que el pertinaz y brillante empleo de la música extradiegética logra rebajar notablemente el grado de amargura y tragedia interior que llegan a alcanzar las imágenes por momentos. Por último, pero no menos importante, cabe hablar de la labor del resto del elenco que secundan (y de qué manera) el modélico empeño de la protagonista. Clara Segura exhibe su talento sin complejos, llegando incluso a resultar deseable tras esa apariencia de madre de familia distendida; Àgata Roca pone en evidencia el desperdicio cinematográfico al que se encuentra sometida, dada la agudísima y soterrada vis cómica con la que afronta la práctica totalidad de su participación en la piel de esa neurótica hermana; Pau Durà consigue que el espectador comprenda e, incluso, comparta la posición de su personaje, a través de un cuidado humanismo y no poca ternura, así como también se atreve a exponer el miedo a afrontar cambios que se desmarquen de lo establecido que padece su rol y que degenerará en una incómoda violencia temperamental. Finalmente, Valeria Bertuccelli, desde una práctica y cómoda sencillez, arroja luz al cómputo global del filme, erigiéndose con su desinhibida y cálida creación en el bálsamo equivocadamente utópico de la protagonista. En suma, una colección de virtudes que convierten a Todos queremos lo mejor para ella en uno de los títulos clave del año en el cine español y erige a su creadora en una de las más destacadas figuras creativas del relevo generacional que está viviendo nuestra cinematografía.
Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Película.
- Mejor Dirección: Mar Coll.
- Mejor Guión Original: Mar Coll y Valentina Viso.
- Mejor Actriz: Nora Navas.
- Mejor Actor Secundario: Pau Durà.
- Mejor Actriz Secundaria: Valeria Bertuccelli.
- Mejor Actriz Secundaria: Àgata Roca.
- Mejor Actriz Secundaria: Clara Segura.
- Mejor Música Original: Maik Maier.
- Mejor Dirección de Fotografía: Neus Ollé-Soronellas.
- Mejor Dirección Artística: Xènia Besora.
- Mejor Montaje: Aina Calleja.
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