Karra Elejalde regresa el viernes a los cines.

Repasamos la filmografía del actor cuando regresa a la comedia con "Ocho apellidos vascos".

Palmarés XXIII Premios de la Unión de Actores.

"Caníbal", de Manuel Martín Cuenca, una de las vencedoras con 2 premios.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

La Sección Oficial está compuesta por 15 largometrajes muy esperados para este 2014.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Seis títulos integran la sección paralela, competitiva, Zonazine, el espacio independiente.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Málaga Premiere y Estrenos Especiales completan la oferta de novedades del certamen.

martes, 31 de diciembre de 2013

Nuestras 10(+1) mejores actrices del 2013.


2013 ha sido el año en el que nos dejaron actrices como la copa de un pino, tales como María Asquerino, Amparo Rivelles, Amparo Soler Leal o Anna Lizarán, la estrella por antonomasia de nuestro cine más castizo, Sara Montiel, o una de las más queridas intérpretes de la pequeña pantalla, Mariví Bilbao. Pero también ha sido el año del merecido primer Premio Donostia a una de las nuestras, Carmen Maura, y de la Medalla de Oro entregada por la Academia a modo de justo reconocimiento a toda su labor a Ángela Molina, y del tan ansiado Goya de Honor a la gran Concha Velasco. Y, además, ha sido el año en el que hemos constatado, una vez más, la extraordinaria categoría del cuadro interpretativo femenino de nuestro cine, donde un selecto grupo de actrices han dispuesto de un jugoso lucimiento, con personajes eficazmente construidos, a través de los que han podido sentar cátedra y ofrecer verdaderas lecciones de arte dramático. Terminamos nuestro repaso a lo mejor del 2013 con nuestra selección de las mejores actrices del año:

10. Olimpia Melinte, por Caníbal.


Lejos de toda duda, la rumana Melinte debe figurar entre las más destacadas revelaciones del curso cinematográfico que hoy concluye, gracias a Caníbal, la magnífica película de Manuel Martín Cuenca. La actriz, que en doble papel logra dar forma a un trabajo sensitivo y verdaderamente emotivo, que sin perder ni un ápice de frescura, se alza como una de las grandes actuaciones femeninas del año, modélica y sumamente medida y contenida, recibió excelentes críticas por su trabajo desde que la cinta se proyectase en San Sebastián. Protagonista femenina indiscutible de una de las mejores películas del año, Olimpia Melinte aporta a la inhóspita cinta el calor y la sensibilidad de la que parece estar exenta, erigiéndose en la frágil heroína de un cuento de amor absolutamente terrorífico.

9. Natalia de Molina, por Vivir es fácil con los ojos cerrados.



Pero si de revelaciones hablamos, Natalia de Molina lidera el ránking gracias a Vivir es fácil con los ojos cerrados, sobre todo por el extraordinario encanto y la luz delicada que su presencia aporta a toda la película de David Trueba, donde la intérprete brilla muy especialmente a través de la ejecución candorosa que efectúa de su personaje, sonando en cada una de sus réplicas conmovedoramente auténtica, rezumando una belleza templada y delicada que redunda en el exquisito alcance de la vertiente dramática de su intervención. Es el suyo, uno de los trabajos femeninos más redondos de los vistos también en una pantalla de cine este año, beneficiado además por la excelsa fotogenia de un rostro del que es imposible apartar la mirada. Presente también en el reparto de la desapercibida Temporal, de Catxo, De Molina puede presumir de haber llegado a la industria del cine español para quedarse.

8. Maribel Verdú, por 15 años y un día.


Un año más, la Verdú vuelve a ser una presencia ineludible en el repaso a lo mejor del año. En este 2013, aparte de una breve colaboración en la estupenda Gente en sitios, de Juan Cavestany, la que quizás sea la mayor estrella femenina con que cuenta nuestra industria en este momento, volvió a demostrar que si hay una actriz que todo lo puede en nuestro cine es ella, marcándose en la irregular 15 años y un día, de Gracia Querejeta, una interpretación ajustadísima, de muchos matices, y apechugando además con un arriesgado monólogo en un largo plano secuencia, razón ineludible para efectuar el visionado de la película, donde su participación, por desgracia, nos resulta inmerecidamente corta. He ahí el poder de fascinación de una intérprete que, lejos de menguar con los años, ha ido adquiriendo una incombustible solidez induciéndonos a desear siempre más minutos con ella en la gran pantalla.

7. Roser Camí, por La por (El miedo).


Habitual del teatro y del doblaje, esta catalana se ha hecho un importante hueco en nuestra más honda sensibilidad este 2013 por marcarse uno de los trabajos más redondos vistos en nuestro cine este año en esa dolorosa maravilla que es La por (El miedo), de Jordi Cadena. Un trabajo que duele mirar, como esa madre literalmente anulada que ha asumido, con no poco estoicismo, la presencia en su cuerpo de los moratones, que se resiste a rebelarse y se conforma con seguir viviendo por inercia. En su piel, Camí ejemplifica el absentismo de voluntad propia en su rol, ejecutando con notable delicadeza el ensimismado automatismo de su personaje, dando de sí un trabajo riguroso y templado, que termina por romperse en un convulsivo y desgarrador clímax dramático en uno de los finales más desoladores y poco complacientes que hemos visto este 2013.

6. Petra Martínez, por Todas las mujeres.


Muy corta también es la intervención de esta veterana en Todas las mujeres, de Mariano Barroso, donde, sin embargo, la actriz termina imponiéndose como uno de los aspectos fundamentales que obligan a visionar la película. Exhibiendo una clase y elegancia desbordantes, Martínez se marca un portentoso duelo interpretativo con su oponente en pantalla, un hijo al que su personaje tiene tan calado y, en el fondo, hastiada, que tal confrontación se perfila pronto como una gozosa batalla. Con una eminente mala uva, Petra Martínez nos borra de un plumazo la imagen establecida de mujer candorosa a la que parecía relegada en el cine, acometiendo un personaje femenino árido y complejo, con la maestría acostumbrada.

5. Candela Peña, por Ayer no termina nunca.


El 2013 ha sido el año de la feliz recuperación de ese portento de actriz que siempre fue Candela Peña, primero con su tercer Goya bajo el brazo y después con la magnífica demostración de su talento que manifiesta el visionado de Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet, donde la actriz, literalmente desgarrada y desgarradora, lleva a cabo un agresivo y contundente despliegue de sus armas interpretativas, inconteniblemente subyugada por el inmenso dolor que acarrea su personaje, lo que permite a la actriz un demoledor y sincopado tour de force que juega peligrosamente en su intensidad y arrojo a hacer que el trabajo de la actriz, verdaderamente entregada, caiga en una excesiva afectación en puntuales momentos que, no obstante, no ensombrecen el alcance último de la que podríamos calificar ya como una de las mejores interpretaciones de la intérprete en toda su trayectoria.

4. Susi Sánchez, por 10.000 noches en ninguna parte.

Este ha sido el año, sin duda, de Susi Sánchez. Primero robó planos por doquier en 15 años y un día y luego se marcó una magnífica interpretación en una de las obras imprescindibles del año, La fotógrafa, de Fernando Baños Fidalgo, donde caldea el nivel empático de la cinta, logrando además, con pocas pero decisivas escenas, componer un personaje de lo más potente: una mujer herida que busca venganza en su inefable verdugo, a través de un matizadísimo y ejemplar trabajo de exposición interpretativa, sin artificios, sobrio y contenido y que permanece en todo momento feliz y sentidamente apegado a una radiante naturalidad. Pero cuando creíamos que no podía ir a más, a final de año tuvimos la ocasión de echarle un vistazo al trabajo de Sánchez en la película de Ramón Salazar, única e importante razón de peso para visionar 10.000 noches en ninguna parte, pues tan artificiosa película sirve una arriesgada y purgativa performance por parte de una excepcional y dolorosamente minuciosa Susi Sánchez, como la alcoholizada y decadente madre del protagonista, en un trabajo pormenorizadamente vívido, hiriente, de esos que traspasan la pantalla y se pegan al alma, congelándola. Sin dejar hueco para la compasión fácil, Susi Sánchez dota a su trabajo de una permanente hostilidad, mostrándose insoportablemente arisca en su insondable exhibición de amargura y logrando así dar cuerpo al carácter áspero y dolido de su personaje.

3. Inma Cuesta, por 3 bodas de más.


Sin temor a exagerar, podríamos hablar de este trabajo como uno de los mejores empeños cómicos vistos para la gran pantalla en mucho tiempo y es que la actriz está en 3 bodas de más sencillamente espectacular. Inma Cuesta se entrega con deslumbrante ingenio a su difícil cometido, consciente tal vez de tener entre manos uno de los, precisamente, personajes femeninos más jugosos y ricos que se hayan escrito para una comedia en mucho tiempo. Sería injusto no reconocer que parte de las virtudes que encierra 3 bodas de más tienen su origen en el desternillante trabajo de su actriz, capaz de sortear las limitaciones que su (atractivo) físico podían propinar a la consecución de la verosimilitud de su rol y, a través de una hilarante y atinada manifestación de tics y mohínes, dar con la medida justa del carácter anodino y patoso del personaje. Un enorme triunfo personal el conseguido por la actriz en esta película que, además, abre para ella nuevas vías de actuación y sugestivos futuros registros para el cine español.

2. Aura Garrido, por Stockholm.


Si hay una actriz que merezca poseer el título de intérprete del año esa es Aura Garrido, pues este 2013 ha constatado que lo que intuíamos hace unas temporadas es ya toda una realidad: estamos ante una de las más aventajadas y compactas actrices de su generación, una de las más claras herederas del futuro cine nacional. Este años, además, la intérprete ha demostrado su valía en distintos frentes: dotó de solidez y magia una propuesta tan personal y arriesgada como Los ilusos, de Jonás Trueba; antepuso su profesionalidad a un personaje endeble en Viral, de Lucas Figueroa; y, para rematar, lidió con el arco dramático más complicado de los dos personajes protagonistas de esa maravilla llamada Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen, marcándose al final una actuación gigantesca, de puro perfecta, porque el comportamiento esquivo de su personaje al inicio no es sólo una pose, sino que encierra siempre algo enfermizo y endémico, algo que vertebra toda su actuación y que Garrido logra transmitir a lo largo de todo el metraje, por mucho que también, y al mismo tiempo, nos obsequie un esmerado y detallado transcurrir de emociones y actitudes, hilvanadas con sensatez y armonía.

1. Nora Navas, por Todos queremos lo mejor para ella (ex-aequo).


Hablar de las excelencias interpretativas de esta catalana nunca será gratuito y menos cuando resulta vital su trabajo para entender y disfrutar plenamente de Todos queremos lo mejor para ella, de Mar Coll, donde Nora Navas está en absoluto estado de gracia, haciendo recaer sobre sus hombros todo el peso de una película que, ciertamente, no sería lo mismo sin ella. Ya en la primera secuencia, con su cojera perfecta y el tartamudeo oportuno, la intérprete nos bosqueja un aplicado y preciso retrato de su personaje, que a lo largo de los siguientes minutos logrará desarrollar y desplegar ante la cámara con absoluta libertad, haciendo fácil lo difícil, logrando que las rarezas de su comportamiento nazcan y se expongan ante nosotros con pasmosa naturalidad, no siendo capaces en ningún momento de advertir de qué mecanismos o de qué métodos surge tal prodigio interpretativo, llegando incluso a brindarnos de manera magistral la exposición escrupulosa, medida y esmerada del desconcierto que embarga a su personaje, no por nada El desconcierto era el título que manejaba la película durante su rodaje. Es tan sublime el grado de perfección alcanzado por la actriz, que incluso hay momentos del filme en el que el cambio de registro ambiental, del drama a la comedia o viceversa (pues la cinta coquetea con ambos por igual), lo marca el propio trabajo de Nora Navas.

1. Marián Álvarez, por La herida (ex-aequo).


Algunos hablarán de revelación, pero en su caso hace ya unos años que esta madrileña se nos reveló, cinematográficamente hablando, con lo que lo ofrecido por la intérprete este 2013 no es más que una ansiada y felizmente aprovechada demostración de uno de los talentos menos exprimidos de nuestro actual panorama artístico. Heróico es el adjetivo que mejor define el trabajo llevado a cabo por Marián Álvarez en La herida, de Fernando Franco. Decir que la película es ella puede ser la vía fácil para expresar que sin su salto sin red a las mismas entrañas de su personaje, La herida no supondría el mazazo a la conciencia que concluye siendo. Porque la actriz evoluciona desde la primera secuencia hasta el final completamente enfrascada en la piel de Ana, exponiendo sin estridencias y sin tabúes de ninguna clase, todos los pormenores, todos los entresijos, que construyen la precaria situación psicológica y emocional de su personaje. La generosa planificación de Franco, a través de planos secuencia, le sirven a Álvarez en bandeja la oportunidad de crear y confeccionar sin cortapisas el entramado interno de su rol, lo que nos invita a hablar de un modélico trabajo interpretativo, que debería ser ya objeto de estudio en cualquier escuela de interpretación.

Nuestros 10(+1) mejores actores del 2013.


En el año en el que nos dejaron actores tan grandes e inolvidables como Alfredo Landa, Fernando Guillén o José Sancho, hemos asistido a la confirmación de talentos tan notables que pugnan por convertirse en parte importante de nuestro particular Olimpo de dioses de la pantalla. Y es que, en materia interpretativa, el Cine Español de 2013 nos ha dado importantes razones como para seguir defendiendo la excelente categoría artística de nuestros intérpretes. Nos han hecho llorar, reír, bailar, estremecernos de amor y hasta de miedo, representando desde la gran pantalla a tipos a los que nos pegaríamos como una lapa y viajaríamos tras ellos hasta el fin del mundo o todo lo contrario. 2013 ha sido el año en el que hemos tenido hasta en la sopa la irresistible sonrisa de Quim Gutiérrez, el rey de la cartelera con cuatro películas estrenadas, y en el que hemos vislumbrado la madurez interpretativa de Mario Casas, al que también vimos en tres películas. Pero, sobre ellos, los que más nos han gustado en ActoresSinVergúenza, aquellos que se han colado (o cimentado) en un rincón especial de nuestra cinefilia este 2013 son estos:

10. Carlos Areces, por Los amantes pasajeros.


Le vimos travestido en Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, formando un tronchante tándem con Santiago Segura, pero ni eso pudo hacernos olvidar la genialidad que Pedro Almódovar extrajo de Carlos Areces en Los amantes pasajeros, donde el actor podría ser fácilmente catalogado como "la auténtica reina del baile". El camaleonismo de Carlos 'pestañones' Areces arranca y alcanza grados de estupefacción en el respetable en Los amantes pasajeros, que si suma carcajada tras carcajada es simple y llanamente por el trabajo de Areces, soltando las inenarrables frases escritas por el manchego con esa insulsez tan característica suya y que aporta el nivel justo de mala uva a un personaje estereotipado, sí, pero ciertamente irresistible. Cada leve gesto, cada mirada, cada aparición suya son una invitación descarada a la risotada. Si hay un motivo por el que recomendar el visionado de Los amantes pasajeros, ése es el trabajo de Carlos Areces.

9. Miquel Fernández, por La gran familia española.


Aunque con larga y fecunda trayectoria teatral, en materia cinematográfica se puede hablar de Miquel Fernández como la más sugestiva y esperanzadora revelación acaecida para la gran pantalla este 2013, refrendada además por una manifiesta versatilidad que ha demostrado, con creces, formando parte del trío protagonista del desapercibido thriller Alpha, de Joan Cutrina, y, sobre todo, liderando sin querer el elenco de La gran familia española, de Daniel Sánchez Arévalo, donde fácilmente se alza como lo mejor de la película gracias a un matizado, preciso y pormenorizado retrato de su personaje, de sus neuras y sus traumas, acertando hasta el más mínimo gesto en su exposición de las mismas. Parece claro que con Fernández ha nacido un actor de auténtico carácter para el cine español, de esos que, como los más grandes, son capaces de saltar de un registro a otro sin mostrar por el camino signos de desgaste. Esperemos no equivocarnos, pero podría ser que en un futuro no lejano hablemos de él en los mismos términos en los que a día de hoy hablamos de Luis Tosar o Eduard Fernández.

8. Fernando Valverde, por 15 años y un día.


Después de ocho largos años sin aparecer en una gran pantalla, Gracia Querejeta nos devolvió a este grande y encima en un papel bastante jugoso en 15 años y un día. Y, tal y como preveíamos, el intérprete no defraudó las expectativas, marcándose para la ocasión un trabajo que roza la perfección en cada uno de sus planos: estoico, admirable, cargado de humanidad y rebosando empatía en cada frase, logrando que la calidez de la que está exenta la cinta, se la otorgue de sobra la presencia de este veterano. Puede hablarse, por tanto, de uno los más extraordinarios y mejor aprovechados come-back que se recuerdan en nuestro cine, digno de la gran categoría interpretativa de Tito Valverde.

7. Francesco Carril, por Los ilusos.


Lejos de toda duda, Carril supone una de las grandes virtudes de esa gran sorpresa cinematográfica que fue Los ilusos, de Jonás Trueba, donde el novel intérprete carga con un protagonista indefinido, descolocado y desubicado (en tiempo y forma) dentro de la narración, probablemente igual que el propio intérprete, y que va ganando enteros (él y su personaje) a medida que van surgiendo conversaciones, miradas y encuentros con otros (intérpretes y personajes), hasta terminar encontrando su sitio; todo ello a través de un tremendo ejercicio de investigación y creación interpretativa completamente alejado de normas y cánones, lleno de espontaneidad, inseguridades y frescura que, por sí solo, justifica su presencia entre los mejores trabajos masculinos vistos en el cine español de 2013.

6. Sergi López, por Ismael.


Ha sido el último en llegar a la cartelera pero poco le ha bastado a este veterano para colarse entre los mejores del año. Y es que, tal y como nos tiene acostumbrados, Sergi López lleva a cabo en Ismael, de Marcelo Piñeyro un excelente y deslumbrante trabajo, en auténtico estado de gracia, imponiéndose pronto, como quien no quiere la cosa, en lo mejor de la película, gracias a una irresistible exhibición de desparpajo como ese músico fracasado que aprovecha cada mínima ocasión para "lanzar fichas" a la, aún de muy buen ver, madre de su amigo. De sus intervenciones nacen los grandes y reconfortantes momentos cómicos de la película, así como también la mayor carga de humanidad y sensitiva verosimilitud que destila la puesta en escena de Ismael. Un trabajo tan holgadamente naturalizado y detallado no podía faltar en nuestra lista.

5. Ramón Madaula, por La por (El miedo).


Quizás sea este uno de los trabajos más logrados y redondos vistos en una película española este año, pero su extensión total en el filme, desgraciadamente corta, nos obliga a mencionarlo en la parte intermedia de la tabla. No obstante, quede constancia de nuestra más rendida admiración hacia la labor de este veterano intérprete, espeluznantemente intachable, pues apenas necesita levantar la voz para transmitir y justificar toda la aprensión que destila la película. Rotundo y circunspecto, el trabajo de Madaula inserta incluso amargos apuntes que nos hablan, de manera insospechada, de ese otro 'miedo', el que padece el maltratador a quedarse irremediablemente solo.

4. Antonio Dechent, por A puerta fría.


Eficaz y siempre eficiente secundario (le pudimos ver en La última isla, de Dácil Pérez de Guzmán), Xavi Puebla nos ofreció, por fin, a este sevillano como máximo protagonista de una película. Justo ganador del premio al mejor actor en el Festival de Málaga 2012 y uno de los grandes olvidados en las nominaciones de los Premios Goya del año pasado, el trabajo de Dechent roza lo sublime transmitiendo verdad desde la nada, poniéndose la naturalidad por bandera y traspasando la pantalla para ahogarnos con la angustia y la desesperación que inundan su mirada. Contagiado por ese espíritu áspero e insensible que recorre toda la película, Dechent nos lanza sin medias tintas toda la bajeza moral de su personaje, invitándonos a recorrer junto a él los rincones más incómodos de esa bajada a los infiernos, de ese desapacible viaje al lugar donde el deber hace tambalear los cimientos de la dignidad.

3. Javier Cámara, por Vivir es fácil con los ojos cerrados.


Si hay un actor que este año merezca un premia, sea el que sea, ése es Javier Cámara. No sólo nos volvió a deleitar con su cara más 'loca' en Los amantes pasajeros, si no que, además, se atrevió a marcarse un rotundo y emocionalmente sublime duelo interpretativo frente a Candela Peña en Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet. Por si esto no fuera poco, en el último trimestre del año David Trueba nos lo volvió a servir como inolvidable protagonista de Vivir es fácil con los ojos cerrados, en un trabajo de enorme aprehensión, que invita a descartar a cualquier otro actor para tal empeño, incapaces todos de abordarlo de forma tan sobresaliente como él lo hace. Cámara parece haber nacido para interpretar a este personaje, pues resulta un intérprete especialmente dotado para reflejar sin coartadas ante las cámaras todo el patetismo de sus criaturas, sin caer nunca en convencionalismos pueriles o en falsas y amaneradas caricaturas, estériles siempre de emoción. El actor está literalmente espléndido a lo largo de todo el filme, sin alardes desorbitados, desde una agradecida y primorosa contención, plasmando con una naturalidad cercana a la espontaneidad todos los claroscuros de un personaje eminentemente ingenuo y dándole, de paso, un giro imprevisto y muy agradecido a su registro tragicómico.

2. Àlex Brendemühl, por Wakolda (El médico alemán).


Àlex Brendemühl podría haber alcanzado este año un nuevo estatus dentro del panorama interpretativo nacional y tal cosa se la debe el actor al trabajo que lleva a cabo en Wakolda (El médico alemán), de Lucía Puenzo. Habiendo estrenado este mismo año Insensibles, de Juan Carlos Medina, donde su aplicado y funcional empeño casi nos obligaba a hablar de desaprovechamiento, llegó a tiempo esta co-producción con Argentina para resarcirle, donde se marca una prodigiosa interpretación en la piel de ese diabólico personaje, lamentablemente célebre, que fue el médico y antropólogo nazi Josef Mengele. Un trabajo metódico hasta el paroxismo, que incluso moldea su efectivo acento alemán con insertos del particular acento del sur de la Patagonia (lugar donde se localiza la trama), y que Brendemühl ejecuta con una fría contención, pero sin renunciar a una imprevista humanización de un personaje con el que el espectador llegará hasta a simpatizar, dada la considerable cercanía y llaneza con la que su actor nos lo muestra en pantalla. Doble mérito, por tanto, el de ser rotundamente fiel a la imagen establecida de un personaje a través de su legado histórico y el de traspasar el umbral de representación del mito para dotar al personaje de un alma ciertamente tangible y corpórea, que desalienta al espectador dada su palpable carga de verosimilitud interna.

1. Eduard Fernández, por Todas las mujeres (ex-aequo).


Conduce con mano diestra, segura y fascinante la desequilibrada película de Mariano Barroso, Todas las mujeres, logrando una actuación en absoluto estado de gracia. El intérprete se permite el lujazo de pasearse sin tapujos por todos los vericuetos de su personaje, ahondando incluso en los más desagradables, y hacerlo además desde una sublime precisión, matizando y depurando hasta el extremo cada uno de los rasgos (físicos, psíquicos y emocionales) de su personaje, logrando que tan impresentable protagonista no solo nos resulte simpático sino que, para más inri, nos induzca a no poca compasión. Eso sí, en su pletórica exhibición interpretativa colabora el sugestivo juego dialéctico y la química mutante que logra establecer con todas sus oponentes femeninas, que le sirven en bandeja la posibilidad de marcarse unos irreprochables duelos interpretativos de primerísimo nivel. Sin lugar a dudas, Eduard Fernández, cuando parecía que ya no podía sorprendernos más, demuestra en Todas las mujeres estar, como su personaje, por encima del bien y del mal.

1. Antonio de la Torre, por Caníbal (ex-aequo).


Le vimos tirando de carisma en Los amantes pasajeros, luego efectuando un modélico empeño cómico en La gran familia española y, para rematar el año, se dejó ver en Gente en sitios, esa obra maestra indescriptible de Juan Cavestany. Pero si alguien dudaba que este 2013 ha sido el año de Antonio de la Torre, no tiene más que recuperar del injusto olvido esa admirable pieza que fue Caníbal, de Manuel Martín Cuenca, donde el actor andaluz se mostraba radicalmente demoledor en su esterilizada y minuciosa exposición del carácter retraído y autosuficiente de su personaje. A través de una conveniente contención y una solidez apabullante, De la Torre va dando forma a la que se debe erigir desde ya en su mejor actuación para el cine, sustentada toda ella en el magnífico partido que de su expresiva y contundente mirada líquida extrae el director para que los pensamientos, las dudas y hasta los miedos del personaje traspasen la pantalla y, llegado el caso, congelen el ánimo del respetable. Todo ello, además, protegido por una descollante naturalidad, sin subrayados ni estridencias del todo innecesarios, lo que ayuda a implantar la conseguida condición de absoluto personaje anónimo, de ser otro tipo más del montón, que sobrevuela al protagonista, añadiendo con esto un componente aún más sobrecogedor a la historia. Literalmente devorado por la personalidad de su personaje, De la Torre termina confeccionando una actuación de implacable y árido efectismo en el respetable que, en el ensimismamiento que la recorre encierra el germen del terror que no tardará en ponerse de manifiesto.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Rubén Ochandiano confirma que rodará "Incidencias", lo nuevo de José Corbacho y Juan Cruz.


Ha sido él mismo quien ha confirmado, en una entrevista que podemos leer en la web de B-Face Magazine, que será uno de los actores protagonistas de la esperada tercera película que prepara el tándem formado por José Corbacho y Juan Cruz, con los que el actor madrileño ya trabajo en su ópera prima, la estupenda Tapas (2005) y que vuelven a la gran pantalla tras casi seis años después del estreno de su segunda película, la irregular Cobardes (2008). Para la ocasión, Corbacho y Cruz se pasan al thriller, a través de un guión escrito por Jaime Bartolomé, que llevará por título Incidencias y estará producido por la compañía Filmax.

Ochandiano ha confesado encontrarse ya preparando su personaje y ha desvelado que la fecha de inicio del rodaje está prevista para el próximo mes de marzo. Sobre la trama de Incidencias, poco más ha trascendido, salvo que contará cómo un grupo de personas, que viajan en tren en plena Nochevieja, quedan atrapados en el interior del mismo debido a una nevada y comenzarán a sospechar que uno de ellos, de rasgos árabes, podría estar planeando un ataque terrorista.

Para Rubén Ochandiano, Incidencias supondrá el regreso a la primera línea cinematográfica nacional, además en uno de los títulos que suenan más interesantes para el futuro cine español, después de haberse dedicado casi en exclusiva este 2013 a su labor como actor y director teatral y haber efectuado, también, su debut en la dirección de largometrajes, con la aún inédita Cuento de verano, dirigida junto a Carlos Dorrego.


Lista de nuestras 10(+1) mejores películas españolas de 2013.


Estamos a punto de clausurar un nuevo curso cinematográfico, lamentablemente, marcado por la alarmante pérdida de espectadores en las salas de cine, achacable (entre otras muchas causas) al alto coste que para un ciudadano normal supone una entrada de cine, teoría que refrendaron las largas colas vistas en Madrid tras la puesta en marcha de la muy comentada Fiesta del Cine y otras iniciativas similares. Hemos vivido un 2013 convulso, con frecuentes ataques a la profesión por parte de un gobierno que, para más inri, ha seguido manteniendo el 21% de IVA en el sector. Sin embargo, frente a la muy cuestionada calidad de nuestro cine, la industria ha sabido responder como tan bien sabe: no son pocas las películas españolas cuya calidad supera (y con creces) la mera corrección. Como en todas las cinematografías, el Cine Español ha parido este año muy malas, malas, correctas, buenas e, incluso, muy buenas películas. El problema, insistimos, no es la calidad, sino el complicado y cada vez más tortuoso viaje que han de soportar para llegar a las salas, muchas veces en condiciones de distribución y exhibición realmente lamentables. Siempre supeditado al magno posicionamiento que el cine extranjero (primordialmente estadounidense) posee en nuestras pantallas, nuestro cine ha debido conformarse con acceder a protagonizar una presencia francamente insignificante en las marquesinas que, salvo excepciones de renombre (Almodóvar, De la Iglesia) o producciones apoyadas por las todopoderosas televisiones privadas, no han logrado trascender la mera anécdota. 2013, además, ha sido el año en el que nos hemos familiarizado con el crowdfunding, en el que despedimos entre apenados y furiosos a uno de los sinónimos de Cine Español por antonomasia con el cierre de Alta Films y donde más buen cine español hemos visto en los circuitos independientes o, directamente, en los márgenes de la industria. Como no podía ser de otro modo, despedimos el año recordando las 10(+1) mejores cintas ofrecidas por el cine español a lo largo de estos infatigables doce meses para ActoresSinVergüenza.

10(+1). Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba.


Nos encontramos ante un guión complejo, repleto de situaciones del todo verosímiles y de soberbios diálogos, de una capacidad de análisis sentimental elogiable, que no siente pudor en demostrar un profundo amor por cada uno de los personajes y que esconde un competente estudio de una España atrasada con respecto al exterior, un país enclaustrado en sí mismo, incapaz siquiera de atisbar, aún menos de comprender, sus propias carencias. Y, como contrapunto, Vivir es fácil con los ojos cerrados también contiene una agridulce perspectiva de los anhelos y esperanzas de una juventud que pugna por desmarcarse de las oscuras y arcaicas normas establecidas, a lo que la película arroja como vía de salvación el camino de la educación, representada en ese gris y acomodado profesor de inglés protagonista, al que da vida con plena convicción Javier Cámara. Leer íntegra.

10. Chaika, de Miguel Ángel Jiménez.




Hermosamente fotografiada por Gorka Gómez Andreu, Chaika pone de manifiesto también el gusto exquisito de su director a la hora de encuadrar y planificar, no perdiendo nunca de vista cierto estilo minimalista y sobrio, con planos fijos y en movimiento ciertamente sugestivos por el ritmo entre pausado y dilatado que contienen, pero también revelando cierta influencia del western e incluso de las vanguardias rusas del cine mudo, con esos expresivos, constringentes y contundentes primeros planos en los que quedan atrapados los personajes en momentos terriblemente decisivos. Todo ello, unido a la triste y degenerada desnudez con la que el director nos expone esa (falsa) doble trama, sucia y embarrada, invariablemente desagradable, confieren a Chaika una extraña poesía que nace de la fosa séptica de unos seres abruptos, desolados, que aprenden a amarse superando cualquier prejuicio. Leer íntegra.

9. A puerta fría, de Xavi Puebla.


La impasibilidad y apatía de la puesta en escena de Puebla dan fe de la enorme inteligencia del realizador, dotado de una más que evidente capacidad autoral, que parece querer dar forma a un discurso eminentemente anti-capitalista, muy poco común en nuestra cinematografía y del que sería su anterior película (Bienvenido a Farewell-Gutmann) una clara antecesora. A puerta fría acaba siendo un paso adelante respecto a aquélla y es que Puebla ha logrado contenerse en su labor como guionista y ha sustituido la explicitud de la primera por un uso magistral de la elipsis y de la sugerencia en la que ahora nos ocupa, permitiendo que los personajes hablen más con los ojos que con los labios, para así poner en pie un contundente drama que, desde la frialdad de sus imágenes, nos retuerce el alma para estamparnos en la cara la degradante y mísera condición humana. Estamos ante una obra sumamente adulta, atípica por desgracia dentro del panorama cinematográfico español de la actualidad, más pendiente de construir a través de sus imágenes un discurso y un mensaje que de recuperar el dinero invertido en su puesta en pie; más interesada en hacer dudar, cuestionar, pensar y debatir al espectador que de meramente entretenerle. Leer íntegra.

8. La fotógrafa, de Fernando Baños Fidalgo.


Es precisamente esta falta de ambición que se desprende de absolutamente todo el metraje de su película lo que hace de La fotógrafa el mejor debut cinematográfico en lo que llevamos de año y, probablemente, muy difícil será que no termine el curso entre los mejores. Porque, a pesar de no contarnos nada que no nos hayan contado antes en tantas películas sobre secretos familiares en difíciles períodos históricos, en La fotógrafa predomina la sana y honesta intención de contar bien la historia, con un guión perfectamente medido y calculado para aportar y desvelar siempre la información justa y necesaria, sin caer nunca en efectismos dramáticos ni complacientes con los personajes, y que se distingue de otras producciones por no andarse por las ramas, incorporando al metraje únicamente las historias y situaciones más adecuadas para lograr contar y transmitir su historia de la forma más clara y concisa posible". Leer íntegra.

7. Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen.


Stockholm, con la frialdad y la sequedad como grandes aliadas, se embarca entonces en una incómoda y brusca batalla campal por la supervivencia del ego, de ese "yo" humillado que tratará de recomponer como sea la dignidad herida. Aquí emerge el otro referente tan mencionado de Stockholm, que por su distinguida y áspera forma de reflejar lo violento de muchas situaciones, está cerca del Michael Haneke de Caché, consiguiendo, como aquélla, ser ferozmente brutal en algunos momentos de imprevisible y descomunal impacto. Leer íntegra.

6. Todos queremos lo mejor para ella, de Mar Coll.


Con mayor sutileza que en la anterior, Mar Coll y su coguionista habitual, Valentina Viso, han rebajado el tono analítico de Tres días con la familia y, en una opción que las honra, han optado por escribir una historia en la que cada personaje posee aire a su alrededor para exponerse, donde ninguno de ellos se halla constringido ni por la acción ni mucho menos por un discurso que brilla por su ausencia. Y este es uno de los grandes aciertos del inteligentísimo guión de la película, que el texto jamás tomará partido por ninguno de los polos expuestos alrededor del personaje central y, gracias a esto, tampoco el espectador se verá obligado a posicionarse ni a favor ni en contra. Lo único que se pretende es el, por otro lado, doloroso ejercicio de observación sobre el comportamiento de una mujer que trata de dilucidar qué lugar ocupa en la pequeña parcela del mundo en la que le ha tocado vivir. Leer íntegra.

5. La por (El miedo), de Jordi Cadena.


La economía, en todos los sentidos, viene a ser una de las mayores virtudes de un filme que, por ejemplo, apenas supera la hora y cuarto de metraje. En tan poco tiempo, Cadena consigue, con escasos pero eficaces recursos, construir una de las películas más desalentadoramente incómodas de visionar del cine actual. La asepsia y distanciamiento con el que la cámara asiste al devenir de los tres personajes protagonistas duele por la sensación de impotencia que genera la sobria y elegante planificación de Cadena, así como también el hábil manejo de ciertos procedimientos (los desenfocados, el magnífico y terrorífico empleo del fuera de campo, los planos fijos mantenidos por largo tiempo y que infunden una considerable tensión), que logran zarandearnos hacia una perturbadora implicación no exenta de recelo. Leer íntegra.

4. Gente en sitios, de Juan Cavestany.


Gente en sitios, a través de un lenguaje felizmente rudimentario, de tono absolutamente amateur, directo y eficaz, nos viene a abrir los ojos ante esta desagradable realidad con un cúmulo de situaciones que, bien a modo de símbolos o de una forma algo más ilustrativa y convencional, deberían servir de acicate para sugestionar, como mínimo, nuestras conciencias. Aunque sea por la vía de unos gags enquistados en el terreno de lo abstracto, a través de un humor casi metafísico, que tiene sus mejores bazas en la contraposición exhaustiva de la lógica con lo impensable y donde el guiño al espectador nace de la ausencia premeditada de clausura en cada una de las historias, como invitándole también a él a formar parte, con sus neuras, sus problemas y sus particularidades, de este cúmulo de gente en sitios. Leer íntegra.

3. Los ilusos, de Jonás Trueba.


Todo al principio de Los ilusos resulta ambiguo y esta primera sensación es la que dota de un halo, en cierto modo, mágico a una película que (ad)miras subyugado por un estilo adusto y seco, más propio del documental que de una ficción, y que se irá tornando, a medida que van sucediendo los minutos, en un fascinante viaje a la periferia misma del cine, con un Madrid cinematográfico profundamente evocador desde una reconocible, pero no por ello menos bohemia, realidad. Así, lo que en un principio podía resultar atrayente pero distante y desconocido, termina por ser un balsámico choque contra otra forma de mirar, de querer, de idolatrar la ciudad como individuos. Otra manera de apasionarse y vivir por y para el cine. Leer íntegra.

2. Caníbal, de Manuel Martín Cuenca.


La fascinación que consigue la puesta en escena de la película, desbordada toda ella por una pulcritud gélida y distante, a través del sabio e inteligente uso de la elipsis, va generando en el ánimo del espectador una paulatina sensación de miedo. Un miedo que no nace de efectos visuales o de sonido, ni tan siquiera de un guión cuyo propósito principal es el de acompañar al monstruo en su impertérrita soledad. El miedo que desprende Caníbal surge de la magnífica capacidad de su autor para, con pocos, contadísimos, elementos (encuadres de una belleza casi armónica y de voyeurística intención, la caravaggista fotografía de Pau Esteve Birba, donde los clarocuros destilan un ingrávido naturalismo, sonido ambiente de imperturbable cotideaneidad, el paisaje, abrupto e inhóspito, como elemento opresor -la secuencia en la playa, la parte final en la montaña-), construir una inquietante atmósfera de terror no ya solo psicológico sino, sobre todo, sensorial. Leer íntegra.

1. La herida, de Fernando Franco.


Hacía tiempo que un filme no llegaba a remover tanto la reflexión y la autoconsciencia en el respetable. La herida lo logra gracias a ese audaz manejo del tempo cinematográfico, que parece acompasarse con la propia respiración del personaje. Eso y el inteligente uso del sonido (fuera y dentro de campo), que logran hacer hincapié, aún más si cabe, en la enfermiza soledad en la que vive Ana y donde no es difícil sentirse identificado por momentos, lo que termina proporcionándonos una insostenible sensación de pánico. Por ello, es de toda justicia señalar a esta película no ya solo como el mejor debut cinematográfico de lo que llevamos de año, incluso de los últimos años, sino como uno de los filmes más redondos y compactos de nuestra cinematografía. Un estoico y contundente ejercicio de estilo, capaz de noquear desde una impertérrita frialdad narrativa. Leer íntegra.

Se estrena el primer tráiler de "Ciudad Delirio", la nueva película de Chus Gutiérrez.


Rodada en la ciudad colombiana de Cali, Ciudad Delirio, co-producción entre la española Film Fatal (fundada en 2011 por Elena Manrique, ex-productora de Telecinco Cinema que tiene en su haber títulos como Celda 211 o El orfanato) y la colombiana 64 A Films, que cuenta con la participación de TVE y será distribuida en nuestro territorio por Vértigo Films, ya dispone de fecha confirmada de estreno en Colombia, el 11 de abril de 2014, y de un primer tráiler promocional.


La cinta, que supone el regreso a la dirección de la granadina Chus Gutiérrez, reincidirá en el género de la comedia romántica, protagonizada por Javier, un médico español tímido y reservado, que asiste en Cali a un congreso de Medicina. Por cuestiones del azar, comparte una noche mágica con Angie, bailarina y coreógrafa, cuyas ilusiones están puestas en la audición para formar parte del espectáculo de salsa más famoso del mundo: DELIRIO. A su vuelta a Madrid, Javier no se encuentra a gusto en el trabajo, ni con su pareja y animado por su mejor amiga, quien trabaja como médico en Cali, decide instalarse allí una temporada y volver a tener contacto con los pacientes, ejercerciendo medicina de atención primaria, muy opuesto a los fríos estudios y estadísticas a los que se ha dedicado en los últimos años.


Como no podía ser de otro modo dada la trama, el aspecto coreográfico goza de un protagonismo especial. Para ello, la producción cuenta con la colaboración de Blanca-Li, una de las coreógrafas europeas más versátiles y gran amante de la salsa, y de Bibiana Vargas, campeona mundial de salsa. Aún desconocemos la fecha exacta de su estreno en salas nacionales de Ciudad Delirio, que podría significar una oportunidad de oro para su protagonista, Julián Villagrán, a puntito de subir de categoría y asentarse con pies de plomo como una verdadera estrella en nuestra industria. A ello le ayudarán la estrella de la televisión colombiana Carolina Ramírez, que sostiene el papel femenino protagonista de la función, y la presencia en un papel secundario de nuestra recuperadísima Ingrid Rubio.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Fallece la actriz Elvira Quintillá a los 85 años, ya mítica por sus trabajos a las órdenes de Berlanga.


Me apena que sea su muerte, y no otra circunstancia, la excusa para abordar la, por otro lado, no demasiado extensa, filmografía de Elvira Quintillá. Actriz eficiente y resolutiva que decoró con su presencia algunos de los títulos más emblemáticos de la Historia del Cine Español y que, pese a ello, adquiriría su máxima popularidad gracias a su trabajo para la pequeña pantalla. Dotada como pocas de una especial capacidad para abordar personajes adscritos a registros cómicos y tiernos, pasó por la cinematografía nacional dejando bien claro el desaprovechamiento artístico que padeció, pues si bien no llegó nunca a erigirse en una de las más rutilantes estrellas de nuestro cinema, sí evidenció una extraordinaria sensibilidad que, de haberse desarrollado en otras cinematografías extranjeras, la habría aupado al olimpo de las más recordadas y veneradas actrices de su época.

Nacida en Barcelona, el 19 de septiembre de 1928, ya debutaba sobre las tablas a la tierna edad de 13 años nada menos que en la prestigiosa  Compañía de los astros escénicos María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, pasando consecutivamente después por las de Tina Gascó, Rafael López Somosa y Conchita Montes. En 1947 contrae matrimonio con el actor madrileño José María Rodero, al que permanecería unida hasta la muerte de él en 1991. Con su marido, Quintillá formará Compañía propia, lo que dotará al joven y feliz matrimonio de una notable popularidad y supondrá el despegue, propiamente dicho, de la trayectoria artística de ambos. Para entonces, Elvira ya había debutado en el cine, concretamente en la película Fin de curso (1943), de Ignacio F. Iquino, amable comedia estudiantil que suponía uno de los primeros títulos de Iquino y presentaba a la Quintillá en un papel secundario. Un año más tarde, participaba también con un pequeño papel en Arribada forzosa (1944), de Carlos Arévalo, melodrama romántico y castrense al servicio de la gran estrella Alfredo Mayo; a la que seguiría otro en La gran barrera (1947), de Antonio Sau Olite, otro melodrama pasional, esta vez al servicio de Rafael Durán.

Tras estos escalonados y seguros pasos, Iquino le brindó su primera oportunidad importante de brillar en la gran pantalla al otorgarle uno de los papeles principales de la prestigiosa adaptación que llevó a cabo de Historia de una escalera (1950), célebre pieza teatral de Antonio Buero Vallejo, que acababa de revolucionar la escena nacional. La modélica adaptación la emparejó en la pantalla con el apuesto José Suárez, con el que volvería a coincidir dentro del abultado elenco de su siguiente película, Ronda española (1952), un sentimentaloide panfleto a favor de los valores catolicistas imperantes en la España del momento indigno de un director como el que tuvo: Ladislao Vajda. Acto seguido y, por fortuna para Quintillá, la actriz obtuvo uno de los papeles centrales del sólido film policíaco Juzgado permanente (1953), debut en el largometraje de Joaquín Romero Marchent, y donde también destacaba la labor desempeñada por su esposo. Ella, sin embargo, se marcó el tanto de recibir el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor actriz secundaria del año.

Con Fernando Fernán-Gómez, en Esa pareja feliz (1951).

Un año en el que, además, por fin veía la luz Esa pareja feliz, debut en la dirección de unos jóvenes Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, rodada dos años antes, intentona del todo incomprendida en su momento, de proponer una alternativa válida y eficaz al melindroso tipo de comedia que se estilaba por aquél entonces. El paso del tiempo terminó enterrando a muchas de las más populares muestras del género y alzando a Esa pareja feliz (1951) como la genial y espléndida obra maestra que es y que servía un delicioso y elogiable protagonista para Elvira Quintillá, quien repetiría con Berlanga en su siguiente película, otro de los clásicos indiscutibles de nuestro cine, Bienvenido Míster Marshall (1953), como la inolvidable maestra de Villar del Río, un trabajo loable que, junto al anterior, justifica por sí solo la entrada de Elvira Quintillá en el selecto club de las más espléndidas actrices de nuestro cine.

Bienvenido, Míster Marshall (1953).

Sin embargo, la idiosincrasia de nuestra industria llevó a que tremendas muestras de versatilidad cinematográfica no se vieran recompensadas con un merecido ascenso a la categoría estelar, con la excepción que supuso el protagonismo de la romántica Concierto mágico (1953), de Rafael J. Salvia, interpretado junto a su marido; con lo que la actriz hubo de seguir conformándose con nuevos papeles secundarios. Como en la cinta de episodios Aeropuerto (1953), de Luis Lucia, junto a, eso sí, un reparto de campanillas; en la insólita y a reivindicar comedia Manicomio (1954), debut tras la cámara del actor Fernando Fernán-Gómez, ayudado por Luis María Delgado; el interesante drama de trasfondo bélico La patrulla (1954), de Pedro Lazaga, ganador de dos premios en el Festival de San Sebastián y en cuyo reparto también podemos encontrar a su marido; o la bienintencionada comedia Un día perdido (1954), de José María Forqué, donde acarreó con el papel de una de las tres monjas protagonistas, claramente supeditado al servilismo del filme a la máxima estrella Ana Mariscal.

Se prestó a su particular concesión a las co-producciones con Italia, interviniendo en La principessa delle Canarie (Tirma) (1954), de Paolo Moffa y Carlos Serrano de Osma, melodrama mediocre donde Marcello Mastroianni efectuara uno de sus primeros papeles importantes. Luis Lucia la volvió a llamar inmediatamente después para formar parte del elenco de La hermana Alegría (1955), típico vehículo moralizante concebido para el lucimiento de su protagonista, una popularísima Lola Flores. Y volvió a coincidir con Rodero en el reparto de otra comedia, El guardián del paraíso (1955), de Arturo Ruiz Castillo, ahora sí, una espléndida cinta cargada de atmósfera y con un magnífico Fernán-Gómez soportando brillantemente el peso de toda la película, por la que Quintillá recibiría su segundo (y merecido) Premio del CEC a la mejor actriz secundaria del año.


Formó parte después de una de las comedias más populares del momento, Viaje de novios (1956), de León Klimowsky, primera película como productor de José Luis Dibildos, que inauguraría para el cine español la típica temática de "películas de parejas"; para luego ser incluida dentro del elenco de La frontera del miedo (1957), de nuevo de Lazaga, tensional y angustioso drama en torno a una tragedia aérea en el que, nuevamente, también intervenía su esposo, al que volvería a dar la réplica en su testimonial aparición, en el papel de su esposa, en la excepcional comedia Los tramposos (1959), también de Lazaga, y junto con el que volvía a obtener uno de los personajes más lucidos en la comedia La rana verde (1960), segunda y pasable realización de José María Forn.

Con Cassen, en Plácido (1961).

Inmediatamente después, obtuvo uno de los papeles destacados de la admirable comedia Sólo para hombres (1960), de Fernán-Gómez, donde la estrella femenina seguía siendo otra (Analía Gadé); y se dejó ver en el intenso drama romántico Siega verde (1961), de Rafael Gil, antes de regresar a los brazos de su gran benefactor, Berlanga, quien la volvería a reclamar para incorporar otro inolvidable personaje en otra de sus obras maestras, Plácido (1961), cinta nominada al Oscar a la mejor película extranjera en la que la actriz daba vida con maestría a la atribulada y hastiada mujer del protagonista. Tras tal nueva y grata muestra de su talento, la Quintillá consintió en su desperdicio cinematográfico al participar, sucesivamente, en tres mediocres cintas de Pedro Lazaga: el simplista melodrama, casi autobiográfico, orquestado por el director para ensalzar la figura del torero Manuel Benítez 'El Cordobés', Aprendiendo a morir (1962); la intrascendente comedia Eva 63 (1963), en la que Quintillá interpretaba una de las cinco mujeres protagonistas; y la insustancial y coral Fin de semana (1964), con Quintillá ejerciendo labores casi de protagonista.

Eva 63 (1963).

Con una intervención no acreditada también en El verdugo (1963), de Berlanga, Quintillá hizo su pertinente aparición en la pequeña pantalla con el arrollador éxito que supuso la serie Tercero izquierda (1963), de Noel Clarasó, que originaría el filme Confidencias de un marido (1963), de Francisco Prósper, protagonizado igualmente por José Luis López Vázquez, pero sin contar con la presencia de Elvira Quintillá, quien sumaba otro éxito en la televisión con la serie Escuela de maridos (1963-1964). Demostrado el éxito acaecido por su espléndida química con López Vázquez, Lazaga trató de aprovechar el tirón comercial que la pareja artística pudiera tener y los volvió a unir en El cálido verano del sr. Rodríguez (1965), comedia que comenzaba a evidenciar la intención de nuestro cine por incluir en sus tramas de manera algo más explícita la represión sexual del españolito medio.

Elvira Quintillá en TVE.

Se alejó momentáneamente de Lazaga para intervenir en el drama Lola, espejo oscuro (1966), de Fernando Merino, vehículo para una Emma Penella como una mujer algo ligera de cascos y, antes de reintegrarse a su labor para la 'caja tonta', Elvira Quintillá reincidió en el moralizante reaccionismo del cine de Pedro Lazaga, con un pequeño papel en la comedia Operación Plus Ultra (1966). La actriz, consciente quizás de que la televisión podía granjearle los papeles que ella merecía y que el cine le negaba, se dedicó casi en exclusiva desde mediados de los sesenta a su labor para la pequeña pantalla, que sólo interrumpió para colaborar brevemente en un vehículo diseñado a la medida de la comicidad de Paco Martínez Soria, El abuelo tiene un plan (1973), y en el drama En la cresta de la ola (1975), dirigidas ambas por Lazaga; aparte de una imprevista y felizmente aprovechada recuperación de la actriz, nada menos que en papel protagonista, con el drama familiar Con mucho cariño (1977), de Gerardo García, que, desgraciadamente, no tuvo continuidad debido al escaso eco suscitado por el film en el momento de su estreno.

Con su  marido, José María Rodero.

En los ochenta, la gran pantalla sólo volvió a ser testigo de su excelso encanto cuando Elvira Quintillá engrosó en las filas del abultado y prestigioso reparto de la sobria y magnífica La colmena (1982), de Mario Camus; acometió un corto papel en la comedia Los autonosuyas (1983), de Rafael Gil; otro para la típica comedia del productor Dibildos, A la pálida luz de la luna (1985), de José María González Sinde, dentro de un lujoso reparto; y el drama Nosotros en particular (1985), ópera prima del habitual operador Domingo Solano, que ha tenido la fortuna de convertirse en el deficiente testamento cinematográfico de Elvira Quintillá, quien permanecería aún en activo para la televisión hasta el año 2004. Una verdadera lástima el que la ceguera de nuestra industria no erigiera a la intérprete como una de las reinas de la comedia nacional por antonomasia, puesto para el que la Quintillá poseía una muy disfrutable e hilarante materia prima, habiendo podido demostrar de paso, cuando se lo permitieron, disponer de una encomiable y sensitiva capacidad dramática. Por fortuna, Elvira Quintillá pudo presumir de obtener tres jugosos papeles (casi protagónicos) en tres de los clásicos más importantes de nuestro cine, todos debidos al maestro Berlanga.