Karra Elejalde regresa el viernes a los cines.

Repasamos la filmografía del actor cuando regresa a la comedia con "Ocho apellidos vascos".

Palmarés XXIII Premios de la Unión de Actores.

"Caníbal", de Manuel Martín Cuenca, una de las vencedoras con 2 premios.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

La Sección Oficial está compuesta por 15 largometrajes muy esperados para este 2014.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Seis títulos integran la sección paralela, competitiva, Zonazine, el espacio independiente.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Málaga Premiere y Estrenos Especiales completan la oferta de novedades del certamen.

sábado, 18 de mayo de 2013

Equívoco teatro filmado.


Ponerse ante un film como Mussolini va a morir, de Rafael Gordon, es una tarea ardua. No hablemos ya de la tarea que conlleva el escribir un texto crítico sobre una obra que, a priori, puede resultar adversa. Se trata de una propuesta muy poco convencional para los gustos actuales de un público acostumbrado a que se lo den todo perfectamente envuelto y mascado. Mussolini va a morir pretende hacer pensar, recapacitar, convulsionar, a través de ese monólogo que el mismo dictador italiano se marca frente a su amante, Claretta Petacci, en el reducido espacio de una celda que ambos comparten horas antes de su ajusticiamiento. Basada en la obra de teatro homónima, la película de Gordon comienza mostrándonos un Duce prepotente y superlativamente soberbio que busca dignificar su legado contándonos en primera persona su trayectoria y que termina divagando sobre cuestiones altamente filosóficas acerca del poder y la Historia. 


El texto de Mussolini va a morir posee fuerza y no deja indiferente. El problema principal de la película que lo enmarca es que las imágenes no acompañan al texto, pues no existe emoción alguna que se desprenda de ellas, limitándose la cámara a filmar impasible un extenso y soporífero speech, apoyándose toda la película en una puesta en escena eminentemente sobria y funcional, equivocadamente teatralizante. Cierto es que se parte de un texto dramático, pero en cine se debería intentar desligar la narración de fuente tan poco cinematográfica. De este modo, las imágenes de Mussolini va a morir carecen de fuerza de expresión, no tienen garra, se limitan a ilustrar con aplicada transparencia un discurso grandilocuente sobre un personaje fascinante, sí, pero al que en ningún momento se llega a conocer, ni tan siquiera se pretende darlo a comprender.


El Mussolini de Gordon se queda, entonces, como un insondable tópico sobre el dictador italiano, un boceto lamentablemente esquemático. Consiguiendo que verdaderas bombas de relojería como la comparación entre el fascismo y el capitalismo actual se queden en meros apuntes que no logran golpearnos con el efecto deseado. No hay en la película amago de humanización alguna, ni tan siquiera de crítica hacia la figura y el mito de un personaje tan importante en el transcurso de la Historia reciente, de manera harto desgraciada. Sólo se atisba cierto posicionamiento ante él en la interpretación del actor encargado de darle cuerpo y voz, que no vida: un Miguel Torres que incorpora a su actuación leves toques de inteligente ironía, que acercan por momentos las palabras de su personaje a los desvaríos o delirios de un loco. Pero nada más.


La pretendida audacia narrativa con la que el director intenta dar ritmo e identidad estética a su película se torna hueca y poco efectiva, como las constantes relaciones que establece en su ensimismamiento verborreico el personaje central tanto con el otro personaje de la función, Petacci (Julia Quintana), que permanece la mayor parte del relato como un agente pasivo, inerte, como con los distintos objetos que pueblan el escenario único de la cinta; o como los continuos cambios en la iluminación tratando de utilizarla como elemento dramático de no poco impacto. Todo ello podría resultar efectivo en su montaje teatral, pero en una narración cinematográfica resultan recursos excesivamente planos, decididamente superfluos y, lo que es peor, molestamente afectados. 


viernes, 17 de mayo de 2013

"El cosmonauta" aterriza para revolucionar la cartelera.

¡¡¡Ya es viernes!!! Y esta semana parece que todo es Cannes y su recién inaugurada edición del 2013 con, prácticamente lo mejorcito del año, a punto de ver la luz dentro de su programación. Pero no, aquí en España, debemos seguir atentos a la actualidad cinematográfica, en vista de que este año no nos han seleccionado ningún filme para competir en el festival de festivales, y ésta pasa por renovar la cartelera con los nuevos estrenos que van a intentar hacerse notar en las marquesinas. Mucho cine español llega este viernes, concretamente tres títulos, uno de ellos inesperado hasta hace unos pocos días y otro, por el contrario, bastante anhelado desde hace bastantes meses.

La(s) peli(s) del finde.


Iniciamos este repaso a las novedades del fin de semana con el esperado estreno en salas de El cosmonauta, de Nicolás Alcalá, de la que ya os habíamos informado en nuestro pertinente y previo repaso a los estrenos nacionales del mes. Se trata del primer filme financiado casi exclusivamente a través del (ya os debería sonar el nombre) crodwfunding, un sistema de microdonaciones en el que cualquier persona podía convertirse en productor de la película aportando desde, tan sólo, 2 insignificantes euros. El cosmonauta, que narra la historia de un joven que se pierde en el espacio durante siete meses y que, al regresar a la Tierra, la encuentra inhabitada, es el primer proyecto "transmedia" que se hacen en España, lo que quiere decir que además de su exhibición en cines, el sábado día 18 de mayo el público podrá visionarla de manera simultánea a través de Internet, DVD y televisión de pago. Las previsiones de éxito de la cinta, debido a la falta de antecedentes, no están claras, lo que sí que llama la atención es la intención manifiesta de desafiar el sistema establecido con semejante opción para su distribución y exhibición. ¿Repercutirá el ejemplo de El cosmonauta en la forma de consumir Cine a partir de ahora?


Por vías convencionales llega este viernes a los cines la ópera prima de Dácil Pérez de Guzmán, La última isla, una cinta de marcado corte familiar que ha supuesto para su debutante directora andaluza un auténtico esfuerzo llevar a cabo y es que, además de directora, también es su productora. Con el apoyo del Gobierno de Canarias y de la Junta de Andalucía, además del concurso de las productoras Sakai Films (andaluza), Rainbow Films & Video (canaria) y Fausto Producciones (catalana), De Guzmán ha logrado por fin sacar adelante una película de la que, también, es co-guionista. En ella, nos cuenta la historia de Alicia (la detutante cinematográfica Carmen Sánchez), una niña mimada y egoísta que está loca por los videojuegos y a la que su madre decide mandar a una isla donde vive la vieja tía Belinda. Sin agua corriente ni electricidad, junto al mar y al pie de volcán, Alicia teme que las vacaciones sean un muermo. Por añadidura, se rumorea que su tía es bruja, que hay un hombre que persigue dragones y dos niños muy extraños. Algo misterioso y magnético emana de la montaña. Con reminiscencias a la "Alicia" de Lewis Carroll, pero según el crítico Joaquín Torán (en el nº433 de Dirigido por...) también al escritor de fantasía alemán Michael Ende, La última isla llega a las salas para proponernos un cuento mágico, intentando con ello abrir nuevas vías para el cine español actual. La intención les honra y, además, la película cuenta con presencias secundarias del calibre de Julieta Serrano, Antonio Dechent, Eduardo Velasco o Maite Sandoval.


El último de los estrenos nacionales en aterrizar este viernes en las pantallas lo conocimos hace apenas una semana y es Ali (2012), debut en la dirección de Paco R. Baños. Inicialmente previsto su estreno para el pasado 26 de abril, Ali, que lleva más de un año esperando ser estrenada comercialmente (participó en la Sección Oficial del Festival de Málaga 2012), logra por fin llegar a las salas, eso sí, con poca campaña promocional a su espalda, lo que repercutirá (lamentablemente) en una más que invisible carrera comercial. De nuevo, contamos con otro protagonismo femenino, esta vez adolescente, llamado Alicia, una chica que vive en "el país de Ali", un lugar donde no es frágil ni vulnerable. Tiene dieciocho años, una madre, dos amigas, un vecino y un trabajo en un supermercado. Aunque piensa que lo controla todo, ahora Ali se ha enamorado y tiene que atreverse a abandonar el país de Ali para asomarse al país de Alicia. La película, que se pudo ver también en el reciente Atlántida Film Fest de este año y que organizaba Filmin, ha gustado en general a quienes la han visto, como leemos en Cine Maldito, Blog de Cine o en No Solo Cine, precisamente por su evidente sencillez. Es una lástima que, un título como éste, llegue tan de tapadillo a las carteleras nacionales, por muy independiente que sea. También por contener el primer papel protagonista en el cine de la encantadora Nadia de Santiago, muy bien acompañada por Julián Villagrán y Verónica Forqué, en la que supone su primera actuación para el cine en el último lustro.

¿Bienvenido, Mr. Marshall?

De primeras, para nada. Y es que desembarca en las salas españolas uno de las más sonados bodrios estadounidenses de los últimos años: Dark Tide (Marea Letal) (2012), de John Stockwell, un tío especialista en películas con ambientación submarina, aunque lo que parece que de verdad le pone no es sólo meter la cámara bajo el agua, sino meter con ella a alguna tía buena de turno, con el bikini más diminuto que sea posible, y hacerla pasar un mal rato. En esta ocasión le tocó a una desorientadísima Halle Berry, que desde que ganara el Oscar nunca más supo qué hacer con su trayectoria. Le acompaña el inexpresivo Olivier Martínez en este película sobre una monitora de buce que, tras nueve años después de sufrir el ataque de un gran tiburón blanco, decide enfrentarse al miedo y volver a bucear en aguas profundas junto al gran escualo cuando le hacen una oferta irrechazable para nadar entre tiburones. Sí, amigos y amigas, es un bodrio. Y no hace falta pararse a leer las críticas vertidas en Estados Unidos, donde no llegó ni a estrenarse en salas, pasando directamente al VOD (Video On Demand), vídeo a la carta por la Televisión por Cable americana. Aunque si alguno siente curiosidad por saber cómo se las gastan los especialistas despachando semejantes productos como éste, atentos a las publicadas en su día en Variety, en The New York Times o en The Hollywood Reporter. Lo más cabreante de todo es que, hablando mal y rápido, algo con lo que han vomitado en los Estados Unidos, nosotros lo vamos a estrenar por todo lo alto, copando bastante espacio en nuestras marquesinas y dándoles pasta a mansalva. ¿Nos toman el pelo o qué?

El otro estreno netamente estadounidense del finde es lo nuevo de Rob Zombie, The Lords of Salem (2012), que como viene siendo habitual en él se adscribe de nuevo al género fantástico. Esta vez para contarnos que hace mucho tiempo, Salem (Massachusets) era el centro neurálgico del mal, el lugar donde las brujas celebraban sus aquelarres. En la actualidad es, al menos en apariencia, una ciudad normal. Heidi presenta un popular programa de radio centrado en el rock duro; un día, recibe un vinilo promocional de una banda llamada The Lords. La música, extraña y siniestra, la deja profundamente turbada, provocándole pesadillas y alucinaciones. La cinta ha dividido por completo a la crítica estadounidense, así leemos comentarios positivos en Time Out o en The Hollywood Reporter, pero también algunos bastante condenables desde Entertainment Weekly o The New York Times. En nuestro país, uno de los primeros en posicionarse fue el crítico Tomás Fernández Valentí en su blog, de quien os dejamos la siguiente observación, extraída de su crítica en el nº433 de la revista Dirigido por...: "Zombie firma su obra más radical y provocativa con The Lords of Salem, un film de terror de bajo presupuesto pero pletórico de inventiva que confirma la gran categoría que su realizador ostenta en el contexto del actual cine fantástico norteamericano".

Y ahora llegamos, por fin, al título más destacado de todos los que se estrenan esta semana en las carteleras. Sí, no podíamos hablar de cualquier otro si no de The Great Gatsby (El gran Gatsby), adaptación de la novela homónima de F. Scott Fitzgerald en la que se nos cuenta cómo en la alta sociedad norteamericana de los años 20 del pasado siglo, llama la atención la presencia de Gatsby, un hombre misterioso e inmensamente rico, al que todos consideran un advenedizo, lo que no impide que acudan a sus fastuosas fiestas mientras Gatsby vive obsesionado con la idea de recuperar al amor de su juventud. Estamos ante la tercera versión cinematográfica de tan célebre obra literaria y no siendo ninguna de las dos anteriores obras maestras en absoluto (ni siquiera están cerca de serlo), ¿iba a poder el australiano Baz Luhrmann, responsable de esta nueva revisión, lograr transmitir con imágenes el poderoso sentido de las palabras de Fitzgerald? La película, que ha inaugurado el presente Festival de Cannes (fuera de concurso) parece erigirse en la gran decepción cinematográfica del año. Y es que, reconozcámoslo, el sentido cinematográfico sumamente estrafalario, recargado y fastuoso del director de, por ejemplo, el Moulin Rouge del 2001, poco adecuado se presentaba para llevar a buen puerto la puesta en imágenes de una novela de tamaño calibre. La pregunga a continuación es la que sigue: ¿era necesario una nueva visita al personal e inadaptable universo Fitzgerald? Según Carlos Boyero, desde Cannes, no. Pero es que la prensa especializada extranjera se ha dividido casi por completo ante esta videoclipera nueva película de Luhrmann, así encontramos opiniones para todos los gustos, desde los que encuentran motivos para recomendarla, como en The New York Times o en The Hollywood Reporter, hasta los que directamente la atacan como una película para público adolescente, como leemos en The New Yorker, o escandalosamente ruidosa, como en The Wall Street Journal. Lo mejor que se puede decir de El gran Gatsby, versión 2013, es el protagonismo de un entregado Leonardo DiCaprio, como siempre inmerso en algunos de los proyectos más decididamente importantes del Hollywood actual, bien acompañado (parece) por Tobey Maguire y una encantadora Carey Mulligan.

Y, para cerrar este repaso a los estrenos de ficción del fin de semana, Kauwboy (2012), de Boudewijn Koole, que parece llegar a las salas para confirmarnos eso de que el buen cine siempre llega de fuera de los Estados Unidos. Al menos, esta máxima se ha cumplido esta semana. A priori, esta cinta holandesa se nos presenta como el estreno foráneo más sugestivo del finde. La película nos pone en la piel de Jojo, un niño que tiene unos diez años y vive con su padre, casi siempre ausente debido a su trabajo. Según Jojo, su madre – una cantante country– está de gira. Su padre no pasa por un buen momento y Jojo oscila entre una precoz independencia y la necesidad de contención. La cinta, que ha encandilado a la prensa extranjera, como leemos en Time Out y en The Hollywood Reporter, es una pieza pequeña, de esas que cautivan con pocos elementos, y que fue la encargada de representar a su país en los últimos Premios Oscar. Al final no resultó nominada, pero eso no quiere decir que no estemos ante una pequeña joya cinematográfica que no deberíamos perdernos y que se une a otras obras recientes, como Tomboy (2011), de Céline Sciamma, como radiografías honestas y sencillas, sin florituras de ningún tipo, de esa etapa tan marcadamente significativa en las vidas humanas como es la de la infancia.


Vamos a intentar levantar un poco los ánimos de la taquilla este fin de semana, ¿no? Buenas ofertas hay y si no, siempre podéis (mal)gastar el dinero en ver las últimas superproducciones alienantes que nos brinda generosamente la Meca del Cine. Yo os aconsejaría inclinarse por la Versión Original Subtitulada y no creo que la distribuidora de un título como Marea letal ponga en circulación ninguna copia de su engendro en tales condiciones.

¡¡Un saludo, Sinvergüenzas!!

jueves, 16 de mayo de 2013

Ni siquiera "La mula" anima la taquilla del Cine Español.

Como viene siendo norma, las noticias desde la taquilla vuelven a ser poco halagüeñas. Resulta que del 10 al 12 de mayo sólo se han recaudado 3.743.952€, vamos, un 13,9% menos que en el fin de semana anterior. Trágico. Verdaderamente trágico. Claro, que con una avalancha de estrenos no del todo sonados, la cosa podía haber ido incluso peor. De todos modos, tal y como reza Pau Brunet en su informe semanal de la taquilla nacional en El Economista, acabamos de pasar un fin de semana para olvidar.


En lo que se refiere a los títulos españoles, comprobamos echándole un vistazo al ránking, las malas cifras con las que se ha estrenado en la cartelera La mula. La cinta tuvo presencia, al final, en 124 cines y sólo ha recaudado 164.197€ quedándose finalmente en el puesto número 8 de la tabla. Pobres resultados, temidos y esperados, por otro lado. Pobres por tratarse de una película que cuenta con el tirón popular de un actor protagonista, Mario Casas, que ha venido protagonizando taquillazos en los últimos años. Temidos y esperados porque estamos ante una película cuya llegada a los cines ha estado precedida de no poca polémica, lo que ha podido jugar en contra de los ánimos de sus espectadores potenciales. Eso y que, parece ser, el tema de la Guerra Civil en el cine parece no enganchar del todo al público español. Cosas de la memoria histórica.


Justo un puesto por detrás cae Combustión, de Daniel Calparsoro, que en su tercer fin de semana sigue aferrándose a la desesperada dentro del Top10, habiendo perdido ya 28 salas. Suma 124.082€, frenando de alguna manera su pérdida de espectadores, perdiendo sólo un 40,1%. No son grandes cifras, sí, pero al menos logra superar en algo la barrera del millón de euros en su acumulado, concretamente 1.070.640€ de recaudación. De todos modos, parece tener ya agotado su alcance comercial y se prevé una fuerte caída en la tabla para las próximas semanas.


La que ya ha desaparecido del Top10 ha sido su compañera de fatigas, por haberse estrenado en el mismo fin de semana, Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet, que pierde 14 salas, recauda un 54,6% menos y se desploma nada menos que siete puestos en el ránking, quedándose en el número 16 gracias a los escasos 30.211€ recaudados. Su acumulado de apenas 384.379€ la coloca como la película menos taquillera de la directora.


Mejor suerte y resultados sigue obteniendo Tesis sobre un homicidio, de Hernán A. Golfrid, que sigue descendiendo entre las más vistas (del puesto número 15 baja al 19), pero su caída está resultando, hasta cierto punto, moderada. Este fin de semana sólo ha recaudado un 44,3% menos, concretamente 26.318€ en 75 cines, 23 menos que la semana anterior, y obtiene un acumulado de 1.585.344€, lo que indica el buen rendimiento de esta co-producción entre España y Argentina que todavía sobrevive en la cartelera tras seis semanas.


También el descenso de Los últimos días, de los hermanos Pastor, se ha venido relajando. Pierden tres puestos en el ránking, caen al 25 y sólo recaudan un 41,6% menos que la semana anterior, habiendo perdido también 22 cines. En total suma otros 11.316€ y sobrepasa ya holgadamente los dos millones de recaudación acumulada, exactamente 2.145.745€.


Para encontrar al siguiente título español en la tabla hay que bajar hasta el puesto número 36, hasta donde ha caído, desde el 27 la semana pasada, Alacrán enamorado, de Santiago A. Zannou, con la que parece estar cebándose la mala suerte en su carrera comercial. Si la semana pasada lograba aumentar en nada menos que 366 pantallas su presencia en los cines, para este fin de semana ha perdido la friolera de 426, quedando únicamente programada en 28 cines. Aún así, ha recaudado menos de la mitad que el fin de semana anterior, un 51,4% menos, que se traduce en unos escuetos 5.408€, que hacen un acumulado exiguo de 356.145€. Una cifra verdaderamente ridícula, dadas las ambiciones y pretensiones iniciales de una cinta que tendrá que sudar lo suyo para llegar a los 500.000€.


Los amantes pasajeros, de Pedro Almodóvar, sigue cayendo, pero para una película que ya lleva un acumulado de 5.049.535€ no resulta alarmante que, en su décimo fin de semana de exhibición, se hayan perdido 11 cines, se recaude ya un 79,1% menos (1.186€) y se descienda en la tabla hasta el puesto número 54 (desde el 37). No importa, sobre todo, cuando la película se mantiene en su segunda semana de exhibición dentro del Top10 británico, recaudando un total de 945.556$.


La nula campaña promocional que ha acompañado en su estreno a Mussolini va a morir, de Rafael Gordon, hace comprensible que la película se haya estrenado en el puesto número 56 de las más vistas, eso y el que haya estado presente sólo en 7 cines de toda la geografía española. Recauda solamente 1.171€.


En el puesto número 65 volvemos a encontrarnos con una auténtica superviviente, con 23 semanas de carrera comercial ya. Se trata, cómo no, de Una pistola en cada mano, la magnífica película de Cesc Gay, que logra recaudar otros 271€ más en el único cine en el que ha sido exhibida durante el fin de semana. Ingresa un 8,3% menos que en el fin de semana anterior y hace un total de 1.942.423€, lo que todo hace pensar que podríamos hablar la semana que viene de un nuevo título nacional en sobrepasar la barrera de los dos millones de euros.


Por último, Emergo, de Carles Torrens, logra mantenerse en el puesto número 77 que ya ocupara la semana anterior. En ésta, su tercera semana de exhibición, sigue programada en un único cine y recauda 34€ más, claro que comparados con los 24€ de la semana anterior, podemos hablar de cierta recuperación económica, concretamente de un 41,9%. Tiene un acumulado de 529€ y un futuro bastante negro, nos tememos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Mario Casas crece como actor en "La mula".


Probablemente, nuestra opinión sobre un filme como La mula distaría mucho de la que es tras su visionado si ésta hubiera llegado a las salas en la forma y en el fondo en los que la había concebido su autor original, el director británico Michael Radford. Cierto es que su toque, entre sentimental y academicista, se deja ver en buena parte del metraje, se intuye y se adivina en la concepción de algunas partes de la película, pero no en todas. Ahí radica el principal defecto de la película, en que los problemas y tensiones que provocaron la retirada del director diez días antes de concluir el rodaje de la película se hacen patentes en notorios y poco disimulados errores técnicos que salpican toda la puesta en escena de La mula. Son especialmente llamativos algunos fallos de raccord, discontinuidades espaciales desconcertantes y confusas, incómodos cambios en las texturas y la iluminación de unas cuantas imágenes, que por momentos, dan la impresión de pertenecer a películas distintas. En cierto modo es así, al menos pertenecen a directores distintos y el montaje final, debido a una experta en el campo como es Teresa Font (El día de la bestia, Días contados), acusa en exceso la parcheada concordancia entre el material original, rodado por Radford, y el añadido, atribuido a Sebastián Grousset.


Esto y un guión que estira sin demasiada inspiración una premisa argumental que más que trama debe llamarse MacGuffin, pues sólo hace las veces de pretexto para invitarnos a acompañar a ese joven acemilero jienense en pleno frente de batalla, más preocupado por el bienestar de su mula y por su romance sentimental, que por los olores a guerra y la batalla ideológica que dividía al país. De este modo, el guión, basado en la novela homónima de Juan Eslava Galán, desaprovecha escandalosamente las infinitas posibilidades que la historia le ofrecía de efectuar un certero y desmitificador retrato de la Guerra Civil española, y que al no profundizar en las diversas situaciones que nos plantea, ni tan siquiera hace un mínimo esfuerzo en ahondar en las voluntades y los ánimos de los diversos personajes que jalonan el metraje, da de sí un nada hiriente paseo por la contienda. Todo está en La mula cogido como con pinzas y falto de verdadero interés cinematográfico, pues resulta demasiado evidente la escasa voluntad autoral de sus imágenes, que no emocionan ni conmueven y simplemente se suceden dejándonos imperturbables en nuestras butacas.


Y, sin embargo, a pesar de todo ello, La mula no es una mala película. Pues sobre tanta adversidad, siempre prevalecen las múltiples virtudes de un filme que resulta loable y valiente. Loable por lograr mantener intacta la atmósfera algo naif que impregnaba ya el original literario y porque esté toda la puesta en escena de la cinta salpicada de un aura verdaderamente entrañable y candoroso. Planteada bajo los estilemas de la comedia romántica tradicional, La mula logra traspasar los tópicos y pervivir como una simpática, que no divertida, mirada a una trágica contienda fratricida, alejándose desde su mismo arranque de la, tan socorrida por nuestro cine, actitud panfletaria y apologética. Sin siquiera tener la intención de llegar al despiece satírico de Berlanga y Azcona en La vaquilla (1985), La mula obtiene buenos resultados en la materia al ironizar desde una base oportunamente ternurista sobre los leit-motivs de la barbarie bélica, lo que la convierte en una película en cierto modo valiente. También porque, por primera vez en mucho tiempo en una cinta española, se afronta la Guerra Civil desde dentro de las mismas trincheras, donde los bombardeos y las balas perdidas son el pan de cada día, siendo estos momentos los más certeramente conseguidos de toda la película, gracias a la intensidad y a la verosimilitud que contienen las imágenes, a lo que ayuda definitivamente la renuncia del film a utilizar un escenario ranciamente recreado.


Esta apuesta por la utilización de localizaciones realistas dota a la película de la garra y el empuje del que carece el libreto que la sustenta, algo que también sucede en el campo interpretativo, donde es el trabajo actoral el que otorga sustancia y entidad a unos personajes demasiado lineales, en apariencia superficialmente bosquejados. El gran pilar sobre el que se sostiene toda la película es, de lejos, la labor de su protagonista, un Mario Casas absolutamente empático y convincente en la piel de ese descreído e inocente cabo que supone el mejor empeño interpretativo del actor hasta la fecha. Su acemilero se nos presenta imprevistamente matizado siempre, incluso allí donde hubiera sido fácil salir airoso tirando de tics y viciados hábitos interpretativos, Casas responde con notable entereza y no poco encanto. A su lado, María Valverde, pizpireta, juguetona, ilumina la pantalla, irradia frescura, pero no logra solventar el que su personaje no sea más que un mero elemento decorativo en la función. Es, por el contrario, Secun de la Rosa el otro intérprete que ha de recibir más parabienes, tirando de su contrastado buen hacer en cometidos similares se impone pronto como el elemento cómico del relato, evolucionando con entusiasta soltura y campechanía. Tanto ellos como el resto de un aplicado y correcto reparto, donde se hace obligado destacar el concurso de Pepa Rus, Luis Callejo, Jesús Carroza, Eduardo Velasco y Maite Sandoval, todos con ejemplares acentos, elevan al final la inconexa y ensimismada ligereza corrosiva del conjunto consiguiendo que merezca la pena detenerse a contemplar La mula.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actor: Mario Casas.
- Mejor Actor Secundario: Secun de la Rosa.
- Mejor Dirección Artística: Jonathan McKinstry.
- Mejor Diseño de Vestuario: Nereida Bonmatí.
- Mejor Sonido: Licio Marcos de Oliveira y Jordi Rossinyol Colomer.
- Mejores Efectos Especiales: Reyes Abades.

Tercer Goya para la Forqué ante inolvidables olvidadas.



Retomamos el pertinente repaso a la Historia de los Premios Goya y lo hacemos concluyendo con el análisis a aquella segunda edición de 1987, observando la categoría a la mejor actriz secundaria, ardua tarea pues nos ha sido prácticamente imposible localizar y visionar uno de los tres trabajos interpretativos presentes entre los finalistas, concretamente el correspondiente a Terele Pávez en Laura, del cielo llega la noche, de Gonzalo Herralde. Verdadera lástima, primero por tratarse de la primera interpretación nominada de una actriz genial, lo que nos predispone a pensar en un más que estimable trabajo interpretativo y, segundo, porque nos impide valorar con justicia una categoría para la que quedaron finalistas otros dos trabajos verdaderamente poco consistentes y fueron olvidados auténticos recitales interpretativos.


Sólo un año después de obtener el primer Goya a la mejor actriz de reparto, Verónica Forqué hizo historia en la segunda edición al ganar, conjuntamente, los dos Premios Goya destinados a labores interpretativas femeninas. El de actriz de reparto le fue concedido por su gracioso y dinámico empeño como secretaria cachonda con marcado acento argentino en la comedia coral Moros y cristianos, film menor en la filmografía del genio Luis García Berlanga, un trabajo al que la Forqué presta su indudable atractivo personal, basado en esa melena rojiza y esa sonrisa entre inocente y picarona, pero que en esencia se traduce también en una actuación floja, cargada de clichés y sin ninguna pretensión de ahondar y hacer carne al tópico que representa su personaje. Estamos ante una actuación vistosa, sí, y muy fresca, pero en modo alguno entendemos la razón por la que un trabajo tan lineal y, además, poco desarrollado (ni siquiera desde el guión) llegó a una final por el Goya y, mucho menos, se alzó como el triunfal vencedor, coronando a la Forqué como la actriz con más Goyas en su haber (tres) ya en la segunda edición, una marca ciertamente imbatible para cualquier otro intérprete (hombre o mujer), por lo menos a corto plazo. 


Por ello, y sin haber podido emitir un juicio verdaderamente objetivo ante la ignota actuación de la nominada Terele Pávez, nos es obligado señalar que aquél Goya hubo de caer en las manos de Marisa Paredes, que con los 40 años ya cumplidos y habiendo realizado pequeñas intervenciones cinematográficas en los años precedentes, nada hacía prever que en esta segunda edición de los Premios Goya, ella iba a figurar entre las tres nominadas. Una absoluta sorpresa que colocó a Marisa Paredes en el punto de mira de toda la industria. El éxito se lo debía a José Sacristán, que le regaló el misterioso y atractivo personaje de Olga, la amante de un experimentado ladrón, de ademanes pulcros y precisos, de sonrisa intrigante y mirada seductora, en la irregular road movie Cara de acelga. Y aunque haya que agradecer a la Academia el empujón que esta nominación pudo significar para la trayectoria cinematográfica de la Paredes, hay que señalar que el trabajo de la intérprete en la película sólo merece un justo aprobado y es que la actriz apenas hace otra cosa que lucirse guapa y espléndida, aportando altas dosis de glamour y magnetismo a un personaje que juega durante toda su participación en contra del trabajo de la actriz, por el escaso relieve en el que se encuentra descrito y, también, por el temible lugar común al que queda reducido; obstáculos que tampoco Marisa Paredes intenta sortear, limitándose a crear ante las cámaras un desdibujado retrato de una astuta y taimada femme fatale, a lo que no ayuda el hecho de que toda su intervención se encuentre concentrada dentro de la parte menos conseguida e interesante del filme de Sacristán.

Las Olvidadas.


Ante semejante nivel en los trabajos nominados, no es de extrañar que el visionado de una película como La casa de Bernarda Alba, de Mario Camus, nos invite a arrancarnos la cabellera por los olvidos académicos producidos hacia dos miembros de su excelente reparto. Larguirucha y desgarbada, la catalana Vicky Peña volvió a quedarse a las puertas de una más que merecida nominación al Goya por segundo año consecutivo, y esta vez por uno de los personajes emblemáticos del Teatro Español: Martirio, la hija mediana de Bernarda Alba, un bicho desesperado que no quita ojo a su hermana pequeña, consciente de los deseos que guarda bajo su pecho, y que manifiesta un profundo ardor por debajo de sus faldas, que sólo consigue aliviar a través del reproche hacia aquellas que sí pueden gozar de lo que ella aún no conoce. Martirio vive inmersa en la pena, en una insoportable sed de hombre, de uno en concreto, y finge diariamente porque sabe que lo que le quema por dentro es pecado. La fuerza, la sinrazón y la obsesión de los personajes de La casa de Bernarda Alba eran explícitos ya en la obra original y las actrices de la adaptación cinematográfica llevada a cabo por Camus únicamente deben dar cobertura interpretativa a un universo poético muy complejo, que se halla latente en cada palabra, en cada frase, en cada parlamento. Con una entereza abrumadora, Vicky Peña hace suyo todo el simbolismo implícito en la obra de Federico García Lorca y se deja arrastrar hasta ese infierno situado en la propia casa, desenvolviéndose en la piel de la celosa Martirio con delicadeza, componiendo un estremecedor retrato de esa joven virgen y oprimida, capaz de mentir a su propia hermana, provocando así su trágico suicido, con tal de impedir que otras posean lo que ella nunca tocará. El acierto de Peña está en partir de la base teatral del texto para dar verdad a cada gesto, cada movimiento, cada mirada de su personaje e ir, poco a poco, mesuradamente, "cortándose las alas". Logra un trabajo meticuloso, pulido en todos sus aspectos, esencialmente cinematográfico hasta cuando el halo teatralizante de según qué parlamento amenaza con hacer acto de presencia. Emotiva y frágil al mismo tiempo que pérfida y malvada, Vicky Peña se desata dentro de una brillante contención, logrando momentos sublimes: la confesión que realiza a Amelia tumbada en la cama sobre la llegada del otoño, donde la actriz revela en su angustiosa expresión el verdadero sentido que acompaña a las palabras de Lorca; la manera en la que entona la cancioncilla que cantan los segadores fuera de campo, con un inesperado aire nostálgico en su mirada y una voz entrecortada que invita a pasear a las ahogadas lágrimas que afloran en sus ojos; o su escena final, en el patio con Adela, donde el drama amenaza con verterse en un trágico acontecer, mientras Peña devora enterita a su compañera, dado el alto grado de implicación que posee la actriz en comparación con la equivocada teatralidad adoptada por la estrella Ana Belén. Por no hablar de sus solitarias escenas al amparo de la luna, vigilando cada ruido de la noche, cada paso descarriado de su hermana pequeña o cada exhalación sexual de ésta con su objeto de deseo. Momentos, en definitiva, antológicos que merecían una buena consideración por parte de la Academia para unos segundos premios Goya a los que sí optaron trabajos notablemente menos conseguidos y redondos. 


Con el mismo grado de estupefacción hay que tomarse el olvido de Enriqueta Carballeira gracias a desempeñar el papel de Angustias en la versión cinematográfica de La casa de Bernarda Alba, personaje que ya había realizado con muy buenas críticas en la versión teatral estrenada en 1984, dirigida por José Carlos Plaza. Dando vida al último de los personajes importantes de la espléndida obra de Lorca, esta madrileña supo hacerse un hueco destacado dentro de la brillante labor desempeñada por el conjunto de actrices de la película. Su fuerte para ello fue una discreción ejemplar, consciente del segundo plano al que queda reducido su personaje en comparación con el conflicto principal que domina el texto. Con dignidad, con un dominio excelente del medio cinematográfico, Carballeira encarnó a esa mujer con edad para ser tenida ya por una "solterona", pero que aún no sabe lo que es dormir en una cama caliente, obligada a guardar castidad incluso ahora, cuando debe cumplir un luto por un hombre que no es su padre. A pesar de la fuerza imbuida a su personaje, la Angustias de Enriqueta Carballeira representa la obediencia y la sumisión al poder establecido, contra el que nunca se levantará en armas, sino que se limitará a descargar lágrimas impotentes en la soledad de su alcoba. Carballeira está frágil, dulce y miedosa durante todo el transcurso de la obra, sabedora del delicado carácter de su rol. Intensa en su emotivo patetismo, la actriz se vistió las ropas de la decencia, actuando con clase y prudencia, evitando excesos en todos sus parlamentos, logrando que su voz se escape levemente de sus labios en pequeños, casi inaudibles suspiros, provocados por el miedo a levantar la ira de su madre. Víctima primera de ese cautiverio, azotada miserablemente nada más comenzar la película, Carbelleira no reniega de aportar a su caracterización un halo inocente, de esa mujer que a pesar de su edad no ha dejado de ser una niña que aún sueña con su Príncipe Azul. Un elemento clave para entender por qué Angustias no abre los ojos a la realidad en ningún momento y comprende que la única razón por la que es cortejada por Pepe "el Romano" es su cuantiosa herencia. La veneración infantil hacia su prometido permite a la actriz mantener esa mirada ruborosa todo el tiempo, aunque detrás de ella se encuentre también un ardor incontenible hacia el macho, mostrado recatadamente, tal y como corresponde a un personaje de estas características, en el ejemplar plano fijo que protagoniza sentada junto a la ventana, iluminada por la luna, mientras espera la visita de su hombre y la posterior reacción de la intérprete cuando su sombra la alcanza: un leve sobresalto y unos ojos envueltos de manera sutil en insoportables llamas. Por ello, al final del filme, cuando la tragedia desvela su implacable rostro, el corazón del espectador no está con la insurrecta actitud de Adela, sino con la engañada y cruelmente despierta Angustias, que llora desconsoladamente en la cocina ante la nefasta realidad. Estamos ante un trabajo aplicado y más que correcto, que logra un especial lucimiento debido a la sensible hondura humana que aportan el tacto y la reserva con la que la actriz va evolucionando ante la cámara y que hubiera merecido mayor atención por parte del público y también de la Academia.


Y si de nominar a Marisa Paredes se trataba, la Academia bien podría haber desestimado el trabajo de la actriz en Cara de acelga y haber preferido su trabajo en la hoy obra de culto Tras el cristal, sorprendente ópera prima enmarcada en el género fantástico debida a Agustí Villaronga, en la que la Paredes daba vida con escalofriante austeridad a la soberbia y desconfiada esposa de un ex oficial nazi postrado en un pulmón de acero debido a un accidente. El proverbial despliegue de arrogancia y frialdad del que hace gala la actriz no sólo logra sacar un extraordinario partido a la imagen casi de diosa que desprende la estilizada figura de Marisa, sino que se erige en el foco de mayor interés a lo largo de la primera parte de la película, hasta esa intensa y diabólicamente agónica última secuencia de la actriz, donde, a pesar de no haber simpatizado en ningún momento con su Griselda, al espectador le posee un miedo irracional durante el periplo de la intérprete por los oscuros pasillos enmarcados de acechantes cortinajes. La desconfianza en el extraño y el amor propio traicionado son las constantes sobre las que se articula el intenso y turbador trabajo de la Marisa Paredes de Tras el cristal, cinta por la que sí hubiera merecido aquella nominación al Goya a la mejor actriz secundaria.


Pero La casa de Bernarda Alba no fue la única cinta denigrada en esta categoría, también Divinas palabras, de José Luis García Sánchez, hubiera merecido colar en la final por el Goya a alguna de sus intérpretes de reparto, como la otrora estrella de nuestro cine Aurora Bautista que demostró que, aunque la extensión de sus personajes ya no superaba la condición de colaboración, podía exprimir al máximo sus intervenciones y erigirse en una de las virtudes de una película, en este caso gracias a su saber estar característico, su soltura imperturbable y su talento inmarchitable. La Bautista se metió de lleno a dar vida a Marica del Reino, la hermana del sacristán del pueblo, cuñada por tanto de la protagonista Mari Gaila, y heredera como ellos del niño hidrocéfalo y de los bienes que éste pueda reportar. El resultado es una de las actuaciones cómicas más ricas de las que se han visto por nuestras pantallas. Miserable, tacaña, roñosa, convenida, rastrera… Todos los adjetivos se quedan cortos para describir el veneno que lleva dentro de sí esta víbora a la que Bautista encarna con una grandiosidad ejemplar. Cada intervención de la intérprete se ajusta con peligro a la caricatura, al exceso (como era norma en ella), a una sobreactuación burlesca donde la actriz alcanza momentos de comicidad inimitables: su rostro ante los poéticos lamentos de su cuñada junto al cuerpo sin vida de la difunta deparan risas de indudable regocijo, así como cada salida al balcón que protagoniza, especialmente la primera, cuando le comunican el fallecimiento de su hermana. La falsedad de su personaje es subrayada por la actriz con sus ademanes impulsivos y primarios, así como por sus alarmantes expresiones de fingida afectación, alcanzando cotas de desmesurada jocosidad. En el punto contrario se hallan sus conversaciones con las vecinas del pueblo o con su propio hermano, donde la Bautista demuestra un dominio absoluto del 'tempo', inflando sus escenas con el ritmo adecuado para lograr un brioso y modélico resultado del que carece buena parte de la película. Malvada tanto por lo que dice por cómo lo dice, Aurora Bautista volvió a dar rienda suelta a sus desmanes para ofrecernos un trabajo inigualable, enérgico, cargado de toda la fuerza teatral de la que disponía esta auténtica dama de la escena que se quedó injustamente fuera de las nominadas al Goya.


Algo que también merecía su compañera en la película Esperanza Roy, que con su peculiar poder de atracción cinematográfica, no debe extrañar a nadie que una vez finalizada la proyección de Divinas palabras a uno no se le pueda ir de la cabeza el magistral despliegue de esta comediante nata, una reina absoluta del género que ya comenzaba a espaciar peligrosamente sus incursiones para la pantalla grande. Encarnó a Rosa la Tatula, una mujer licenciosa y dicharachera, de vida alegremente alcohólica, que se pasea por las ferias desempeñando el único trabajo que sabe hacer: mendigar. Todo el talento, todo el arte, toda la chispa de esta actriz tantas veces puestos en entredicho a lo largo de su trayectoria, quedaron al servicio de un personaje realmente emblemático, que a pesar de su evidente importancia dentro de la trama, se le echa de menos cuando no aparece. Es tanta la atención que se gana Esperanza Roy en la piel de esta tunanta que logra ensombrecer a todos aquellos que osen compartir plano con ella. Hiperbólica y divertidamente exagerada, realmente esperpéntica, cada intervención suya es un regalo para el oído gracias a esa voz con eterno carraspeo en la garganta a la que añade el puntito iluso de pobre infeliz que convierten a su Tatula en un ser realmente entrañable. Cada plano que se le dedica lo devoran esos ojazos suyos, tan elocuentes, que no queda otra que rendirse irremisiblemente ante este portento de mujer, que avanza toda la película con su cómica cojera. Ya puede ser capaz de los actos más groseros y elementales, como que en pleno entierro de su amiga a ella sólo se le ocurra pensar en labrarse pronto una nueva compañera de fatigas, o que viendo la rentabilidad que ofrecen los desproporcionados órganos genitales del hidrocéfalo se dedique a explotarlos campechanamente; el retrato que de ella nos obsequia Esperanza está lleno de cariño, de una ternura inabarcable, con lo cual resulta imposible odiarla. Grotesca, miserablemente divertida e inolvidable, la actriz se superaba con este espontáneo y vivaz acercamiento al peculiar universo satírico de Valle-Inclán, probablemente la opción más clara de la que ha disfrutado la actriz de cara a un reconocimiento goyesco. 


Adscrita también al género cómico queda otra actuación flagrantemente olvidada aquél año, el regreso de María Luisa Ponte a los brazos de Berlanga para intervenir en Moros y cristianos, donde la actriz conseguía deslumbrarnos a todos con el estupendo sentido del humor que poseía en un trabajo desternillante como esa rica cantante de ópera retirada que trata de regresar a la actualidad pública vía prensa del corazón. Desde su primera aparición, la risa y el deleite campan a sus anchas por la cinta del genio gracias al estrafalario look que presenta la actriz durante toda su intervención y, aún más importante, por el gozoso y festivo recital que nos brinda la Ponte, transformada para la ocasión en toda una diva, que como tal peca de extravagante y colosal. Sus parlamentos, lanzados en agudo y casi a voz en grito, resultan tan impagables, aún más cuando vienen acompañados por esa actitud entre relamida y refinada, que no esconde un soberbio punto de caprichoso infantilismo, que se hace incomprensible que la Academia olvidase este descacharrante trabajo de María Luisa Ponte en beneficio del menos logrado de su compañera en el reparto Verónica Forqué.


Tampoco se comprende la ausencia entre las nominadas de algunas de las actrices del glorioso reparto de El bosque animado, de José Luis Cuerda, finalmente la ganadora del Goya a la mejor película. No hubiera desmerecido tal honor el diminuto empeño, de gran efectividad humorística, realizado por Amparo Baró, actriz que se marca un divertidísimo retrato de la típica señorita cincuentona, solterona y remilgada procedente de la gran ciudad y que se encuentra indefensa ante los “peligros” del campo y el bosque. Con la estimable colaboración de su compañera de fatigas en el reparto, Alicia Hermida, la Baró nos regaló algunos de los momentos más decididamente jocosos de la película y, aunque la profundidad y el realismo brillen por su ausencia en su trabajo (tampoco el tiempo del que dispone en pantalla así se lo permitía), sí que es cierto que su “caricatura” goza del inmediato favor del espectador debido a la cercanía y a lo reconocible de los aspectos externos que conforman la actuación de Amparo Baró.

Por supuesto, de este éxito bebe también el trabajo de Alicia Hermida, que junto a la Baró, nos obligó a pasar de la sonrisa cómplice y tierna en la que nos manteníamos durante todo el visionado de El bosque animado a una sonora y estrepitosa carcajada gracias a su estereotipado, sí, pero fiel, calcado retrato de esas señoritas melindrosas de ciudad que se vuelven quisquillosas ante los hábitos campestres. Sus secuencias, siempre en perfecta sintonía con la Baró, estaban cargadas de una sana y complacida ironía, hasta la secuencia nocturna, cuando ambos personajes, fuertemente autosugestionados, creen ser víctimas de los fantasmas que habitan en el bosque; aquí el disparate cobraba protagonismo y Hermida se revelaba como una enorme cómica, derrochando frescura y surrealismo a partes iguales, que bien hubieran merecido una justa candidatura al Goya.


Como también la merecía Encarna Paso, que en El bosque animado daba vida a esa tía avara y mezquina que trata a su sobrina de forma casi tiránica, dotando a su trabajo de una fuerza y una energía supremas, que nos estampan la actuación de la actriz haciendo casi imposible olvidarla. Son pocas las secuencias donde podemos disfrutar de la frialdad perversa y desconfiada con la que lleva a cabo toda su participación en el filme, pero la del reencuentro con su sobrina se erige pronto en la mejor de las que protagoniza, pues la altanería y la soberbia con las que había venido jugando la intérprete desaparecen de su rostro en el mismo plano para dejar paso a una sorprendente turbación, no poca envidia y algo de falso arrepentimiento. Todo ello en unos pocos, escasos, segundos. Este maravilloso momento daba fe de la estupenda categoría de una de las más desaprovechadas actrices del Cine Español.

Aprovechamiento artístico es como debe llamarse al regreso cinematográfico efectuado por Teresa Gimpera en Asignatura aprobada, de José Luis Garci, donde lograba dar muestras de una estupenda y maravillosa madurez interpretativa, muy alejada de la indecisión de su primera etapa, y es que, a pesar de lo poco desarrollado que está sobre el guión su personaje, la actriz lograba, de forma sencilla y serena, quedar como lo mejor de una película que pecaba en exceso de trascendente. Como esa fiel y leal amiga del protagonista, Gimpera aportaba el glamour y la elegancia que corresponden a su categoría artística, pero también sabía aprovechar la ocasión y marcarse un bonito y emotivo speech sobre la pérdida de la belleza y la desencantada madurez en una de las mejores y más recordadas secuencias de la película. Es de lamentar que, tras este desnudo emocional por parte de su personaje, que la intérprete ejecutaba con maravillosa suavidad y entereza, los responsables de la película nos privasen de su presencia. Con todo, la actriz se ganó el Premio de la Crítica de Nueva York a la mejor secundaria y también podría haberse colado entre las finalistas en la misma categoría a los Goya en la única clara ocasión que ha disfrutado para ello.


Tampoco Amparo Soler Leal tuvo suerte en los Goya de 1987. Su olvido el año anterior se repetiría, ahora en la categoría secundaria, cuando tampoco la incluyeron en la lucha final por el cabezón por su romántica y nostálgica actuación en Cara de acelga, especie de road movie espiritual dirigida por su amigo José Sacristán. Como Acacia, Soler Leal se queda grabada en la memoria del espectador al aportar a su personaje un tono casi infantil que, en la segunda parte de su intervención, adquiere un matiz considerable de desdicha, logrando ahí, con tan pocas palabras y con el uso magnético de una mirada francamente expresiva como arma principal, tocar la fibra sensible del respetable inspirando compasión hacia esa mujer que ha perdido por completo la orientación en el presente y vive refugiada de manera inconsciente entre sus recuerdos. Lejos de toda duda, un empeño mucho más interesante y conseguido que el de su compañera de reparto, la nominada Marisa Paredes.


Por último, habría que destacar también el trabajo llevado a cabo por la denostada Pilar Alcón en la del todo fallida Policía, de Álvaro Sáenz de Heredia, como una cabecilla avispada de la red de narcotraficantes protagonista. Un papel muy deslucido, por tiempo en pantalla y por la mala y escasa planificación que le dedica su director, pero con el que la intérprete sabe imponerse fácilmente en lo mejor de una función desastrosa a todos los niveles, sacando del vulgarismo y la obviedad en el que se encuentra su personaje gracias a una generosa dosis de magnetismo erótico, convenientemente salvaguardada por la aspereza de sus rasgos y la actitud represora y dominante a través de la que ejecuta toda su intervención en la película. Por lo menos, Alcón consigue dotar a su personaje de entidad propia y de cierto carisma con tan pocos elementos, todo lo contrario que la pareja protagonista, un novato cinematográficamente hablando Emilio Aragón y una siempre equivocada Ana Obregón, que por mucho que se empeñan sólo obtienen parodias donde debíamos encontrar interpretaciones.

martes, 14 de mayo de 2013

José Sacristán rodará este verano "Magical Girl".

Hace ya unas semanas que conocemos la existencia de un proyecto como el de Magical Girl. Supimos de él gracias a El Blog del Cine Español. Se trata del segundo largometraje de Carlos Vermut, director que debutó con Diamond Flash (2011), película prácticamente de culto e invisible que ganó el segundo Premio Rizoma a la distribución, que ayuda a fomentar la distribución nacional de la película ganadora en todas las ventanas. Para su segunda película, seguro que Vermut no encuentra muchos obstáculos a la hora de iniciar una carrera comercial, pues cuenta con el aval que supone el protagonismo del gran José Sacristán al frente de un reparto que, de momento, completan Bárbara Lennie  y Luis Bermejo.


La productora Aquí y Allí Films está detrás del proyecto, tras haberse responsabilizado de la sacar a la luz el debut en el largometraje de Antonio Méndez Esparza, la co-producción entre España y México Aquí y Allá (2013). Se encuentran ultimando la financiación de Magical Girl, película que esperan comience a rodarse el próximo julio y que, además, fue presentada en el Foro de Proyectos del pasado Festival de Málaga.

En declaraciones recogidas por la citada fuente, el productor Pedro Hernández comenta sobre el film que "será una película muy Carlos Vermut, con personajes cercanos: un padre y una hija españoles supercastizos que, sin ninguna intención más que resolver sus problemas se van metiendo en unos jaleos tremendos. Es una mezcla de thriller, drama y comedia con situaciones irreales. Yo siempre le digo a Carlos que este va a ser el Pulp Fiction español, aunque él me dice que no tiene nada que ver. Cada vez la vemos más como Fargo”.

Sea como sea, el caso es que el Cine Español está de enhorabuena pues en 2014 tendremos nueva y suculenta dosis de Sacristán en la pantalla grande. ¿Segundo Goya a la vista?


El regreso de Julieta Serrano, ¿musa del cine indie?


Este viernes llega a las salas La última isla, de Dácil Pérez de Guzmán, directora andaluza que recupera para la gran pantalla la vidriosa e inolvidable mirada de una de las actrices fundamentales de nuestro cine de las últimas décadas: Julieta Serrano. No es, ni de lejos, la protagonista de esta cinta de marcado tono familiar, pero supone reencontrar a la intérprete en uno de sus habituales roles secundarios, ésta vez especialmente lucido, lo que nos sirve de excusa para echar la vista atrás y repasar la filmografía de una actriz altamente exigente y desgraciadamente muy selectiva, amante de los proyectos menos convencionales que, a lo largo de su trayectoria, se ha ganado a pulso el que la consideremos la musa del cine independiente de nuestro país. Título probablemente no buscado de manera premeditada pero que, obviamente, da una idea aproximada del papel que ha jugado Julieta Serrano dentro de una cinematografía de la que ella parece haber querido siempre estar un poco al margen.

La última isla (2012).

Sus abuelos, los actores Vicente Serrano Andrés y Dolores Girau Portell, inculcaron a Julieta su vocación interpretativa desde muy pequeña. Ya a los trece años, la joven comienza a desempeñar papeles en funciones de teatro dentro de compañías amateur. Antes de cumplir los veinte años debutaba profesionalmente en algunos montajes en la capital catalana mientras trabajaba de dibujante en un taller de esmaltes. Es ahí cuando conoce a un joven director de teatro llamado Miguel Narros, que la convence para trasladarse a Madrid a representar “La rosa tatuada” de Tennesse Williams. Instalada ya en la capital, entra a formar parte de la Compañía Teatral de José Tamayo, que dirigía el Teatro Español, con la que se acabaría de formar plenamente como actriz. Inicialmente destinada a papeles de “dama joven”, Julieta Serrano llegó a representar sobre los escenarios algunos de los textos más emblemáticos de la Historia del Teatro, tales como “El caballero de Olmedo”, de Lope de Vega, “La Orestiada”, de Esquilo, “Yerma”, de Federico García Lorca, “Un tranvía llamado deseo”, de Williams, “La loca de Chaillot”, de Jean Giraudux, “El jardín de los cerezos”, de Antón Chejov, o “La casa de Bernarda Alba”, de Lorca. 

Mi querida señorita (1971).

En 1965 debuta ante las cámaras siendo ya considerada en el medio escénico como una de las actrices jóvenes mejor y más dotadas y preparadas del momento, con un papel de reparto en la recomendable cinta de cine negro Secuestro en la ciudad, de Luis María Delgado, a la que seguiría otro en el interesante drama El juego de la oca (1966), de Manuel Summers. A pesar de estos títulos, la actriz aún tardaría unos años en cuajar definitivamente dentro del cuadro interpretativo cinematográfico español y es que continuó haciendo avanzar su trayectoria con unos cuantos secundarios más o menos lucidos en nefastas comedias de la época como Crónica de nueve meses (1967) o 40 grados a la sombra (1967), ambas de Mariano Ozores. Tras estos inciertos pasos, tan poco satisfactorios, Julieta Serrano replegó velas y se refugió en la televisión, donde en el espacio Estudio 1, primero, y Teatro de siempre, después, logró encontrar papeles que demostrasen lo que verdaderamente era capaz de hacer y le ayudaran a crecer y evolucionar como intérprete. Fueron estos trabajos los que llevaron al director Jaime de Armiñán a escogerla para dar vida a la protagonista femenina de su película, candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Mi querida señorita (1971), drama transgresor con el que la Serrano logró además el Premio Sant Jordi a la mejor intérprete del año. El éxito de crítica y la admiración general que recibió la actriz por esta película parecía presagiar el despegue cinematográfico para la Serrano y, sin embargo, la suerte vino de nuevo de la pequeña pantalla, donde estrenó la serie femenina Tres eran tres (1972-1973). 

La prima Angélica (1974).

Con los cuarenta ya cumplidos, la actriz tenía claro que no obtendría ya los protagonistas necesarios como para terminar de erigirse en una verdadera estrella del celuloide, así que optó por seguir potenciando su carrera televisiva, mientras iba aceptando determinantes roles secundarios en películas importantes que le permitieran, además, trabajar con realizadores con ciertas inquietudes artísticas. Este exquisito rigor caracterizaría también su labor teatral, que había continuado de forma ininterrumpida durante todos estos años. En el cine se tradujo en pequeños pero importantes cometidos para algunos de los directores más destacados del panorama cinematográfico del momento: Carlos Saura, con un pequeño papel en la estupenda La prima Angélica (1974) y doblando a la misma Geraldine Chaplin en su encarnación del personaje de Ana adulta en Cría cuervos (1975); Josefina Molina, que le ofreció un papel de colaboración en su drama Vera, un cuento cruel (1974); de nuevo Armiñán, ahora en un secundario en El amor del capitán Brando (1974); o Luis García Berlanga, también en un corto empeño en Tamaño natural (1974). 

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980).

Supo como nadie mantener el prestigio crítico mientras continuaba actuando casi sin interrupciones en los tres frentes profesionales, labrándose no poca admiración por parte de sus compañeros de oficio, que ya la contaban entre las mejores actrices españolas de todos los tiempos. Es una pena que esta consideración tuviera tan poco que ver con sus trabajos para la gran pantalla, donde seguiría durante toda la década de los setenta participando en pequeños roles en cintas, eso sí, de ciertas ambiciones, a pesar del resultado final de las mismas. Destacable fue su secundario en Carne apaleada (1978), buen drama carcelario debido a Javier Aguirre, no así el paso en falso que significó participar en el reparto de la desfasada La familia bien, gracias (1979), de Pedro Masó. Fiel a su espíritu independiente e inconformista, siempre ávido de nuevos retos y experiencias que incorporar a su labor interpretativa, Julieta Serrano se marcó una breve pero tronchante aparición en la ópera prima de un irreverente Pedro Almodóvar, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), así como un trabajo no protagónico para otro outsider, Eloy de la Iglesia, en la fallida y erotizada La mujer del ministro (1981). 

Entre tinieblas (1983).

Sería Almodóvar el que le ofrecería el segundo protagonismo cinematográfico de su carrera al elegirla para dar vida a la Abadesa Julia en esa demencial y brillante película de actrices llamada Entre tinieblas (1983), que la misma Julieta tenía el privilegio de cerrar con un estallido de dolor inconmensurable. El Fotogramas de Plata a la mejor actriz, así como un segundo Premio Sant Jordi recayeron en sus expertas y sabias manos de enorme y descomunal actriz que lograba, por fin, un papel en el cine a la altura de los que la habían hecho grande tanto en el teatro como en la televisión. Sin embargo, este éxito no se tradujo en nuevos protagonismos y Julieta pasó por algunas comedias intrascendentes, de nuevo en papeles secundarios, en los años posteriores, así como también una colaboración en el estrepitoso fracaso de la superproducción fantástica El caballero del dragón (1985), de Fernando Colomo. Tras otra corta aparición en la estupenda Tata mía (1986), de José Luis Borau, Almodóvar volvió a ficharla para otro papel secundario en su descompensada película Matador (1986), donde la actriz demostró lo bien que casaba dentro del universo personal del director manchego, en un registro de mujer madura fría y cruel que bien podría haberla metido en la final por aquel primer Goya de la historia a la mejor actriz secundaria. Ganó, no obstante, el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine Fantástico de Oporto, a pesar de la escasa extensión de su participación en la película.

Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988).

Pero se resarció del olvido, tras acompañar a Alfredo Landa en la comedia El pecador impecable (1987), de Augusto Martínez Torres, llevando al límite ese personaje paranoico y desquiciado en la imprescindible obra de Almodóvar Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), con una más que merecida primera nominación al Goya a la mejor actriz secundaria. La clase y la profesionalidad de una intérprete de su talla se alimentaron entonces del éxito obtenido por la cinta, nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, que obtenía con este registro ligero y descocado el prestigio cinematográfico que se le había venido negando a lo largo de toda su trayectoria. El éxito obtenido quizás fue la causa por la que su ritmo de trabajo para la pantalla grande se vio reforzado con el inicio de los noventa, aunque esto conllevara cierta pérdida de calidad selectiva. Así, tras una nueva colaboración para el manchego en ¡Átame! (1990), la vimos formar parte del reparto coral de la chabacana y oportunista comedia ¿Lo sabe el ministro? (1991), de José María Forn; también realizando una colaboración en el fallido debut de Manuel Gómez Pereira Salsa rosa (1992). Por no hablar de su episódico trabajo en El amante bilingüe (1993), de Vicente Aranda.

La Moños (1997).

Su predisposición a trabajar, principalmente, dentro de la industria cinematográfica autonómica de Cataluña se hizo francamente patente en sus siguientes intervenciones para el cine: el remontaje cinematográfico de una serie televisiva ambientada en la Barcelona del siglo XIX que dio de sí el fresco histórico "a la catalana" La fiebre del oro (1993), de Gonzalo Herralde; la fallida y deslucida comedia que fue Cucarachas (1993), ópera prima de Toni Mora; la adaptación del relato "Cuesta" de Jordi Arbonés, convertido en un tedioso drama llamado Nexo (1995) por Jordi Cadena; el extraño y desapacible thriller Un cos al bosc (Cuerpo en el bosque) (1996), de Joaquím Jordà; la interesante y heterogénea ópera prima de la actriz Mireia Ros, La Moños (1997), que significó otro glorioso y estupendo protagonismo para la Serrano; o el seco y arriesgado drama de pequeñas historias de Ventura Pons Caricias (1998). Esta predilección no le impidió aceptar un papel francamente lucido en la producción de carácter nacional Cuando vuelvas a mi lado (1999), de Gracia Querejeta, melodrama familiar de atmósfera sentimental en el que la presencia de Serrano resultaba altamente fascinante, por lo que no es de extrañar que ganara una segunda y también merecida nominación al Goya en calidad de actriz secundaria.

Cuando vuelvas a mi lado (1999).
Ese mismo año aportó profesionalidad y veteranía al joven reparto protagonista de la interesante ópera prima Marta y alrededores (1999), de Nacho Pérez de la Paz  y Jesús Ruiz. Sin pretenderlo, tal vez, Julieta Serrano se terminó desvinculando del todo de la producción mayoritaria del cine nacional, apostando visiblemente por proyectos cinematográficos innovadores y, de este modo, encadenó debut tras debut con el cambio de siglo: Nosotras (2000), retrato feminista de historias cruzadas de Judith Colell, Sagitario (2001), extraña incursión cinematográfica del intelectual Vicente Molina Foix, Arderás conmigo (2001), desangelado aunque voluntarista thriller claustrofóbico de Miguel Ángel Sánchez. Repitió con la pareja de directores Nacho Pérez de la Paz y Jesús Ruiz para intervenir en el poco logrado vehículo para el lucimiento de Cayetana Guillén Cuervo, La mirada violeta (2004), al mismo tiempo que intensificaba plenamente su trayectoria televisiva, medio para el que ha venido realizando esporádicos pero persistentes cometidos de soporte en los últimos años.

Un poco de chocolate (2008).

Al cine ya no volvió hasta obtener un bonito y hermoso papel en Un poco de chocolate (2008), de nuevo, otra ópera prima, esta vez una magnífica, mágica y atemporal película debida a Aitzol Aramaio. Desde aquí, sólo la hemos visto ya en una pantalla grande al reencontrarse con Ventura Pons en la adaptación de quince historias del novelista Quim Monzó Mil cretinos (2011), una obra irregular, aunque de lo mejorcito que ha entregado el cineasta catalán en los últimos años. Por ello, el ya al caer estreno de La última isla, de nuevo una ópera prima, nos pilla verdaderamente ansiosos por darnos la oportunidad de asistir a un nuevo trabajo cinematográfico de Julieta Serrano que, por muy pequeño que sea, siempre será una lujosa y fascinante experiencia. Esperemos que opinen lo mismo los Académicos este año y se haga justicia goyesca con una de las más turbadoras, versátiles y magníficas actrices de nuestro cine.