Se ha quedado a las puertas de lograr su tercera nominación
al Oscar por la película que la mantiene tan de actualidad estos días, Young Adult, de Jason Reitman, pero la ha devuelto a la primera división en la liga
de las actrices del panorama actual. Una posición que no había perdido, pero
que parecía estar cerca de conseguirlo debido a la escasa recepción a nivel de
público y crítica de sus últimos trabajos. Repasamos la trayectoria de una de
las actrices más bellas del cine americano actual.
¿Quién no se acuerda de aquél mítico anuncio de Martini en el que una rubia exuberante se alejaba de la cámara dejando que su (ya de por si diminuto) vestido negro se deshiciera al haberse quedado un hilo enganchado a una silla? Pues la rubia era Charlize Theron. Acababan de empezar los noventa y la guapa sudafricana, criada cerca de Johannesburgo, se cotizaba como modelo antes de lograr colarse en algún film. Claro, que tremenda bomba sexual no iba a pasar desapercibida para un Hollywood hambriento de caras nuevas y en 1996 hacía su debut oficialmente para John Hertzfeld en la poco conocida aunque entretenida Dos días en el valle (Two Days in the Valley), rodeada de un elenco de intérpretes bastante sugerente (Danny Aiello, Jeff Daniels, James Spader, Eric Stoltz, Teri Hatcher, la cuatro veces nominada al Oscar Marsha Mason y la ganadora de la estatuilla dorada Louise Fletcher), a los que prácticamente ensombreció al aparecer desnuda. Tom Hanks debió ser uno de los pocos que fue a verla y le dio un papel meramente testimonial en su cuidado y nostálgico debut como director, The Wonders. Pasando después a dar entidad al tópico de tía buena con poca ropa en la olvidable comedia No pierdas el juicio (Trial and Error), de Jonathan Lynn, diseñada a mayor gloria de las muecas del cómico Michael Richards, acompañado esta vez por un Jeff Daniels en horas bajas.
A pesar de estos inicios, el cambio de rumbo llegó inesperadamente pronto. Sin renunciar a su belleza, es más, fomentándola incluso, logró el papel femenino protagonista de Pactar con el diablo (The Devil’s Advocate), de Taylor Hackford donde su pretérita figura se afirma como un reducto de calma ante el apabullante diseño de producción de la cinta y el protagonismo casi absoluto de sus dos estrellas masculinas: un Keanu Reeves anodino y un magistral Al Pacino. Ella supo cumplir con su cometido y aportó las dosis dramáticas necesarias para hacer creíble el calvario de su personaje logrando que, por fin, todo el mundo reparase en ella. Y fue a caer en las manos de quien mejor la iba a saber emplear, probablemente uno de los más brillantes directores de actrices: Woody Allen. Aunque repitió tipo para él en Celebrity, donde daba vida a una modelo cuyo escultural cuerpo es todo en sí mismo una zona erógena, estuvo deslumbrante, sí, y desternillante emanando y explotando sensualidad frente a un alucinado Kenneth Branagh.
Que Disney la fichara, aunque fuese para una nadería como Mi gran amigo Joe (Mighty Joe Young), de Ron Underwood, la colocaba en buena posición para acceder a papeles de mayor enjundia dentro de la meca del cine. Uno de ellos fue como la esposa aterrada de Johnny Depp en la aburrida La cara del terror (The Astronaut’s Wife), de Rand Ravich; pero otro fue un bello personaje en la imprescindible Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules), de Lasse Hallström, donde a pesar de lo poco exigente del rol (o quizás por ello) la nueva estrella estuvo realmente conmovedora y se coló por primera vez en la liga de actrices susceptibles de nominación a los grandes premios de la industria. Logró una, en calidad de secundaria, a los Satellite.
Al precipitado ritmo al que rodaba no es de extrañar que cometiera tan garrafales errores de elección en su asentamiento como estrella en Hollywood aquellos primeros años. Sólo así podemos explicar que aceptara protagonizar la sensiblera y hueca Noviembre dulce (Sweet November), de Pat O’Connor, donde la actriz estaba hasta mal: no resultaba creíble en los momentos dramáticos y tampoco acertaba a desprender el aura romántico que hubiese requerido la historia. De todos modos, viendo el resultado final, de poco importa. Hizo una colaboración para el nuevo filme de John Herzfeld, con quién debutó, en la interesante 15 minutos (15 minutes) y se entregó de nuevo, para nuestro consuelo, a los brazos de Woody Allen, que esta vez la peinó a lo Veronica Lake, la vistió con sedas y nos la mostró más inalcanzable que nunca, exprimiendo de ella al máximo todo su potencial erótico, en La maldición del escorpión de Jade (The Curse of the Jade Scorpion). Y aunque lo suyo sea un papel secundario, pronto se aloja en el recuerdo su imagen de vampiresa.
Con el Oscar bajo el brazo, la rubia relajó su ritmo de trabajo, replegó velas y volvió a aparecer envuelta en glamour para marcarse un ménage à trois con su marido por aquél entonces, Stuart Townsend, y la española Penélope Cruz en el simplón y, como venía siendo norma en la filmografía de la actriz, olvidable drama Juegos de mujer (Head in the Clouds), de John Duigan. Viendo quizás que el trillado terreno por el que había encaminado toda su carrera no le iba a reportar los beneficios artísticos que anhelaba, la Theron repitió fórmula: volvió a afearse, esta vez se impregnó de realismo social para dar vida a un personaje real, una madre soltera que de regreso a su pueblo natal encuentra trabajo en una mina de hierro, donde las trabajadores son sometidas a todo tipo de humillaciones. En tierra de hombres (North Country), de Niki Caro, se alza como un film panfletista contra el machismo, en la misma tradición que ya lo hicieran Norma Rae, de Martin Ritt, o Silkwood, de Mike Nichols, pero es aún más hueco si cabe y tiende en demasiados momentos a querer sacar a toda costa la lágrima al espectador. Charlize Theron se muestra competente, realiza un trabajo sobrio y concienzudo (sobre todo teniendo en cuenta las 'frases de manual' que se ve obligada a interpretar), y se ganó una esperable nueva nominación al Oscar, así como nominaciones también al Globo de Oro, al BAFTA, al Satellite y al SAG.
La nueva candidatura al Oscar pareció acallar a los que sentenciaban que no merecía su estatuilla dorada y la colocó en una posición de privilegio en la industria. Cosa que demostró lanzándose al vacío, literalmente, para protagonizar su primer blockbuster como estrella independiente, única cabeza de cartel: la desafortunada cinta de acción Aeon Flux, de Karyn Kusama, película que había rechazado protagonizar la holandesa Famke Janssen. La única razón que se nos ocurre para ubicarla en tan desastrosa empresa es que gracias al dinero cobrado podrá pagar las facturas que no le permitan pagar esos proyectos más pequeños que, sin embargo, la llevan a luchar por el Oscar. Aparte del batacazo crítico y comercial, Aeon Flux también le proporcionó una lesión de cuello durante los entrenamientos que arrastró hasta final de rodaje y que, además, pudo ser la causa de que se mantuviera alejada de los sets de rodaje durante dos años, con esporádicas intervenciones en alguna que otra serie televisiva.
Llegados a este punto, las expectativas suscitadas hacia Young Adult y, en especial, hacia el trabajo de la actriz no pueden ser más altas. Y he de mostrar mi sorpresa cuando, una vez contemplado éste, y al contrario de lo que reza uno de los taglines de la película, también hay personas que cuando crecen, maduran. Porque Charlize Theron ha encontrado en Mavis Gary un personaje a su medida. Sí, señor, la actriz no sólo está bien, está espléndida demostrando que es capaz de suscitar carcajadas sin ni siquiera hacer aspavientos, con el simple y sutil recurso de cambiar la entonación de su voz, de arquear una ceja o mutar su mirada de un segundo al siguiente, todo siempre en el momento justo, ese preciso instante en el que como espectador necesitas de un pequeño detalle que te dé la pista para echarte a reír. Y la Theron lo logra a lo largo de todo el metraje, 90 minutos que sostiene sobre sus bellos hombros con estoicismo, a sabiendas de que esa arpía egoísta, alcoholizada inmadura, es un personaje tan 'negro' que jamás, por mucho esfuerzo que pusiera, nos llegaría a caer bien. Consciente de ello, a la Theron parece que le da igual y hace méritos para conseguir que Mavis Gary sea aún más indeseable de lo que es sobre el papel: la actriz se recrea a base de bien en esa mirada altiva, sabe ser fría y borde, una auténtica 'hijadeputa', y al mismo tiempo, nos está conquistando sin que nos demos cuenta, por representar, encarnar, simplemente lo que es Mavis Gary: alguien por quien sentir lástima o, peor aún, alguien con quien llegar a identificarse porque ¿quién no ha pensado alguna vez como ella y ha desechado tremenda inmadurez por prejuicios? ¿O es cobardía?. Y todo ello desde el humor, un humor muy ácido, muy negro, sí (como corresponde a su guionista Diablo Cody), pero sobradamente inteligente. Y esa inteligencia se percibe también en el trabajo de la actriz, sin lugar a dudas el mejor y más completo empeño de los que ha disfrutado, un auténtico regalo, un excelente vehículo de lucimiento que pone de manifiesto la madurez interpretativa que hacía ya unos años quería demostrarnos Charlize Theron. Ha logrado nominaciones al Globo de Oro (Comedia) y al Satellite, así como varios premios de la crítica USA y se ha quedado a las puertas de una tercera candidatura al Oscar que, por primera vez en su trayectoria, se merecía por derecho propio.
Imprescindible en:
- Celebrity (1998), de Woody Allen.
- Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules) (1999), de Lasse Hallström.
- La otra cara del crimen (The Yards) (2000), de James Gray.
- La maldición del escorpión de Jade (The Curse of the Jade Scorpion) (2001), de Woody Allen.
- En tierra de hombres (North Country) (2005), de Niki Caro.
- En el valle de Elah (In the Valley of Elah) (2007), de Paul Haggis.
- Young Adult (2011), de Jason Reitman.
¿Quién no se acuerda de aquél mítico anuncio de Martini en el que una rubia exuberante se alejaba de la cámara dejando que su (ya de por si diminuto) vestido negro se deshiciera al haberse quedado un hilo enganchado a una silla? Pues la rubia era Charlize Theron. Acababan de empezar los noventa y la guapa sudafricana, criada cerca de Johannesburgo, se cotizaba como modelo antes de lograr colarse en algún film. Claro, que tremenda bomba sexual no iba a pasar desapercibida para un Hollywood hambriento de caras nuevas y en 1996 hacía su debut oficialmente para John Hertzfeld en la poco conocida aunque entretenida Dos días en el valle (Two Days in the Valley), rodeada de un elenco de intérpretes bastante sugerente (Danny Aiello, Jeff Daniels, James Spader, Eric Stoltz, Teri Hatcher, la cuatro veces nominada al Oscar Marsha Mason y la ganadora de la estatuilla dorada Louise Fletcher), a los que prácticamente ensombreció al aparecer desnuda. Tom Hanks debió ser uno de los pocos que fue a verla y le dio un papel meramente testimonial en su cuidado y nostálgico debut como director, The Wonders. Pasando después a dar entidad al tópico de tía buena con poca ropa en la olvidable comedia No pierdas el juicio (Trial and Error), de Jonathan Lynn, diseñada a mayor gloria de las muecas del cómico Michael Richards, acompañado esta vez por un Jeff Daniels en horas bajas.
A pesar de estos inicios, el cambio de rumbo llegó inesperadamente pronto. Sin renunciar a su belleza, es más, fomentándola incluso, logró el papel femenino protagonista de Pactar con el diablo (The Devil’s Advocate), de Taylor Hackford donde su pretérita figura se afirma como un reducto de calma ante el apabullante diseño de producción de la cinta y el protagonismo casi absoluto de sus dos estrellas masculinas: un Keanu Reeves anodino y un magistral Al Pacino. Ella supo cumplir con su cometido y aportó las dosis dramáticas necesarias para hacer creíble el calvario de su personaje logrando que, por fin, todo el mundo reparase en ella. Y fue a caer en las manos de quien mejor la iba a saber emplear, probablemente uno de los más brillantes directores de actrices: Woody Allen. Aunque repitió tipo para él en Celebrity, donde daba vida a una modelo cuyo escultural cuerpo es todo en sí mismo una zona erógena, estuvo deslumbrante, sí, y desternillante emanando y explotando sensualidad frente a un alucinado Kenneth Branagh.
Que Disney la fichara, aunque fuese para una nadería como Mi gran amigo Joe (Mighty Joe Young), de Ron Underwood, la colocaba en buena posición para acceder a papeles de mayor enjundia dentro de la meca del cine. Uno de ellos fue como la esposa aterrada de Johnny Depp en la aburrida La cara del terror (The Astronaut’s Wife), de Rand Ravich; pero otro fue un bello personaje en la imprescindible Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules), de Lasse Hallström, donde a pesar de lo poco exigente del rol (o quizás por ello) la nueva estrella estuvo realmente conmovedora y se coló por primera vez en la liga de actrices susceptibles de nominación a los grandes premios de la industria. Logró una, en calidad de secundaria, a los Satellite.
Sin embargo, el recién adquirido estatus de estrella había
que amortizarlo y la Theron se volcó de lleno en poner su oficio y, sobre todo,
su escultural figura en productos manufacturados para el consumo en masas: Operación Reno (Reindeer Games), de John Frankenheimer, la convirtió en la
chica de una película de acción protagonizada por hombres; Hombres de honor (Men of Honour), de George Tillman Jr., la obligó a ejercer de acompañante de Robert DeNiro en un
drama moralista y lacrimógeno; o La
leyenda de Bagger Vance (The Legend
of Bagger Vance), de Robert Redford,
donde volvía a su rol habitual (el de ‘mujer florero’) para un correcto drama
de deportes. Lo mejor que ofreció ese año 2000 fue su acompañamiento, también
meramente decorativo, a Mark Wahlberg y
Joaquin Phoenix en el excelente
drama criminal La otra cara del crimen
(The Yards), de James Gray.
Al precipitado ritmo al que rodaba no es de extrañar que cometiera tan garrafales errores de elección en su asentamiento como estrella en Hollywood aquellos primeros años. Sólo así podemos explicar que aceptara protagonizar la sensiblera y hueca Noviembre dulce (Sweet November), de Pat O’Connor, donde la actriz estaba hasta mal: no resultaba creíble en los momentos dramáticos y tampoco acertaba a desprender el aura romántico que hubiese requerido la historia. De todos modos, viendo el resultado final, de poco importa. Hizo una colaboración para el nuevo filme de John Herzfeld, con quién debutó, en la interesante 15 minutos (15 minutes) y se entregó de nuevo, para nuestro consuelo, a los brazos de Woody Allen, que esta vez la peinó a lo Veronica Lake, la vistió con sedas y nos la mostró más inalcanzable que nunca, exprimiendo de ella al máximo todo su potencial erótico, en La maldición del escorpión de Jade (The Curse of the Jade Scorpion). Y aunque lo suyo sea un papel secundario, pronto se aloja en el recuerdo su imagen de vampiresa.
De todos modos, aunque Allen
acudiera de vez en cuando en su rescate, a la Theron parece que le iba eso de
joderse su recién inaugurada ‘estrella’. No acababa de encontrar su sitio o,
por lo menos, parecía empeñada en venderse, literalmente, a los designios de la industria y servir de ‘chica para todo’, eso sí, siempre
guapa. Lo siguiente fue un thriller abominable en el que ya comenzaba a tomar
visos de estrella protagonista en solitario, Atrapada (Trapped), de Luis
Mandoki. Y se prestó a salir con un acabado Patrick Swayze en la insignificante y olvidable comedia Walking Up in Reno, de Jordan Brady, para un año después ser
la chica del remake de la trepidante Un trabajo en Italia (The Italian Job),
de Peter Collinson (1969), que para
la ocasión recuperó con nervio pero sin superar al original F. Gary Gray, y que, sin embargo, le reportó un
clamoroso éxito de taquilla.
Tal vez por estar un poco harta
de ser la chica guapa de productos concebidos exclusivamente para el público
masculino, la Theron aceptó el reto de interpretar a la exprostituta y lesbiana
Aileen Wuornos, que fue ejecutada en
2002 por haber matado a siete hombres entre 1989 y 1990. Para el papel, la
actriz llegó a engordar 15 kilos y utilizó prótesis, tanto en la cara como en
partes del cuerpo, así como una dentadura postiza, para afearse de un modo tal
que, ciertamente, resulta irreconocible. Agravó su voz e imitó el porte
masculinoide del original y se granjeó la admiración de todos en la industria,
que premiaron su esfuerzo recompensándola con la práctica totalidad de los
premios de la temporada: un Oscar, un Globo de Oro, el Independent Spirit
Award, un Satellite, un SAG, innumerables premios de los gremios de la crítica
USA, entre ellos el prestigioso National Board of Review y el premio a la mejor
actriz del Festival de Berlín, así como una nominación al BAFTA. Tremendo
palmarés vino a paliar duros años al servicio de una industria que tendía a
relegarla, sí, y premiaban una actuación digna, en términos globales, pero
escandalosamente sobreactuada y, por momentos, falsa, quedando la sensación en
el aire de que se premiaba, antes que la calidad intrínseca del trabajo de
Charlize Theron en Monster, de Patty Jenkins, el desquite físico al
que se había sometido la actriz para que se la tomara en serio. Y la pregunta
que surge a raíz de este hecho es: ¿era realmente necesario recurrir a un
afeamiento de este calibre para que Hollywood no la encasillara en roles de tía
buena?
Con el Oscar bajo el brazo, la rubia relajó su ritmo de trabajo, replegó velas y volvió a aparecer envuelta en glamour para marcarse un ménage à trois con su marido por aquél entonces, Stuart Townsend, y la española Penélope Cruz en el simplón y, como venía siendo norma en la filmografía de la actriz, olvidable drama Juegos de mujer (Head in the Clouds), de John Duigan. Viendo quizás que el trillado terreno por el que había encaminado toda su carrera no le iba a reportar los beneficios artísticos que anhelaba, la Theron repitió fórmula: volvió a afearse, esta vez se impregnó de realismo social para dar vida a un personaje real, una madre soltera que de regreso a su pueblo natal encuentra trabajo en una mina de hierro, donde las trabajadores son sometidas a todo tipo de humillaciones. En tierra de hombres (North Country), de Niki Caro, se alza como un film panfletista contra el machismo, en la misma tradición que ya lo hicieran Norma Rae, de Martin Ritt, o Silkwood, de Mike Nichols, pero es aún más hueco si cabe y tiende en demasiados momentos a querer sacar a toda costa la lágrima al espectador. Charlize Theron se muestra competente, realiza un trabajo sobrio y concienzudo (sobre todo teniendo en cuenta las 'frases de manual' que se ve obligada a interpretar), y se ganó una esperable nueva nominación al Oscar, así como nominaciones también al Globo de Oro, al BAFTA, al Satellite y al SAG.
La nueva candidatura al Oscar pareció acallar a los que sentenciaban que no merecía su estatuilla dorada y la colocó en una posición de privilegio en la industria. Cosa que demostró lanzándose al vacío, literalmente, para protagonizar su primer blockbuster como estrella independiente, única cabeza de cartel: la desafortunada cinta de acción Aeon Flux, de Karyn Kusama, película que había rechazado protagonizar la holandesa Famke Janssen. La única razón que se nos ocurre para ubicarla en tan desastrosa empresa es que gracias al dinero cobrado podrá pagar las facturas que no le permitan pagar esos proyectos más pequeños que, sin embargo, la llevan a luchar por el Oscar. Aparte del batacazo crítico y comercial, Aeon Flux también le proporcionó una lesión de cuello durante los entrenamientos que arrastró hasta final de rodaje y que, además, pudo ser la causa de que se mantuviera alejada de los sets de rodaje durante dos años, con esporádicas intervenciones en alguna que otra serie televisiva.
Pero cuando volvió lo hizo prescindiendo
de todo glamour, en la piel de una detective, un personaje serio, donde estuvo
francamente bien, aunque la película pertenezca por méritos propios a sus
compañeros de reparto, los veteranos Tommy
Lee Jones y Susan Sarandon.
Hablamos de En el valle de Elah (In the
Valley of Elah), de Paul Haggis,
que siendo mucho más redonda que la anterior cinta del guionista y realizador, Crash (2005), recibió una atención
notablemente inferior. Apoyó el debut en la dirección de su marido, Townsend, Batalla en Seattle (Battle in Seattle),
sobre los disturbios que tuvieron lugar en 1999 en la ciudad norteamericana del
título con motivo del encuentro de la Organización Mundial del Comercio. Dentro
del reparto coral, destacó su presencia precisamente por quién es y no porque
realizase un trabajo ciertamente deslumbrante. Su siguiente filme, Sonámbulo (Sleepwalking), de Bill Maher, era de tan bajo presupuesto
que apenas se ha exportado fuera de las fronteras americanas. Sin embargo,
pronto abandonaría esta senda ‘seria’ y se reincorporaría al sistema de
estudios, trabajando en la superproducción Hancock,
de Peter Berg, concebida a mayor
gloria de la superestrella Will Smith,
con quien, sorprendentemente, debido a la química establecida entre ellos,
llega a protagonizar los mejores momentos de una cinta entretenida, sí, pero
demasiado insustancial, sobre todo analizada en el marco de la trayectoria de
una ganadora de un Oscar.
Lejos de la tierra quemada (The Burning Plain), la puesta de largo
del aclamado guionista Guillermo Arriaga,
se presentó desde su pase en el Festival de Venecia como la apuesta firme de la
actriz por volver al círculo de grandes premios. Sin embargo, la película
resulta excesivamente blanda y, aunque contiene buenos trabajos por parte de su
trío femenino protagonista (junto a Theron están una recuperada Kim Basinger y la revelación Jennifer Lawrence), se queda en agua de
borrajas: el misterio se guarda con celosía durante todo el film de forma
innecesaria debido a la previsibilidad de la trama y los personajes quedan
completamente a la deriva, salvo por el ahínco con el que los trabajan sus
actrices. Mismo desastre se apoderó del último filme de la actriz antes de
llegar al punto en el que nos encontramos en la actualidad. Hablamos de La carretera (The Road), de John Hillcoat, adaptación fiel de la
novela ganadora del Premio Pulitzer de Cormac
McCarthy, llevada al cine con un poderoso empaque visual (debido a la labor
de su director de fotografía, el español Javier
Aguirresarobe) y sostenido, única y exclusivamente, por la labor de todo su
reparto, donde Theron incorpora un rol secundario con suficientes dosis de
emoción como para quedar en el recuerdo.
Llegados a este punto, las expectativas suscitadas hacia Young Adult y, en especial, hacia el trabajo de la actriz no pueden ser más altas. Y he de mostrar mi sorpresa cuando, una vez contemplado éste, y al contrario de lo que reza uno de los taglines de la película, también hay personas que cuando crecen, maduran. Porque Charlize Theron ha encontrado en Mavis Gary un personaje a su medida. Sí, señor, la actriz no sólo está bien, está espléndida demostrando que es capaz de suscitar carcajadas sin ni siquiera hacer aspavientos, con el simple y sutil recurso de cambiar la entonación de su voz, de arquear una ceja o mutar su mirada de un segundo al siguiente, todo siempre en el momento justo, ese preciso instante en el que como espectador necesitas de un pequeño detalle que te dé la pista para echarte a reír. Y la Theron lo logra a lo largo de todo el metraje, 90 minutos que sostiene sobre sus bellos hombros con estoicismo, a sabiendas de que esa arpía egoísta, alcoholizada inmadura, es un personaje tan 'negro' que jamás, por mucho esfuerzo que pusiera, nos llegaría a caer bien. Consciente de ello, a la Theron parece que le da igual y hace méritos para conseguir que Mavis Gary sea aún más indeseable de lo que es sobre el papel: la actriz se recrea a base de bien en esa mirada altiva, sabe ser fría y borde, una auténtica 'hijadeputa', y al mismo tiempo, nos está conquistando sin que nos demos cuenta, por representar, encarnar, simplemente lo que es Mavis Gary: alguien por quien sentir lástima o, peor aún, alguien con quien llegar a identificarse porque ¿quién no ha pensado alguna vez como ella y ha desechado tremenda inmadurez por prejuicios? ¿O es cobardía?. Y todo ello desde el humor, un humor muy ácido, muy negro, sí (como corresponde a su guionista Diablo Cody), pero sobradamente inteligente. Y esa inteligencia se percibe también en el trabajo de la actriz, sin lugar a dudas el mejor y más completo empeño de los que ha disfrutado, un auténtico regalo, un excelente vehículo de lucimiento que pone de manifiesto la madurez interpretativa que hacía ya unos años quería demostrarnos Charlize Theron. Ha logrado nominaciones al Globo de Oro (Comedia) y al Satellite, así como varios premios de la crítica USA y se ha quedado a las puertas de una tercera candidatura al Oscar que, por primera vez en su trayectoria, se merecía por derecho propio.
Imprescindible en:
- Celebrity (1998), de Woody Allen.
- Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules) (1999), de Lasse Hallström.
- La otra cara del crimen (The Yards) (2000), de James Gray.
- La maldición del escorpión de Jade (The Curse of the Jade Scorpion) (2001), de Woody Allen.
- En tierra de hombres (North Country) (2005), de Niki Caro.
- En el valle de Elah (In the Valley of Elah) (2007), de Paul Haggis.
- Young Adult (2011), de Jason Reitman.
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