Karra Elejalde regresa el viernes a los cines.

Repasamos la filmografía del actor cuando regresa a la comedia con "Ocho apellidos vascos".

Palmarés XXIII Premios de la Unión de Actores.

"Caníbal", de Manuel Martín Cuenca, una de las vencedoras con 2 premios.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

La Sección Oficial está compuesta por 15 largometrajes muy esperados para este 2014.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Seis títulos integran la sección paralela, competitiva, Zonazine, el espacio independiente.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Málaga Premiere y Estrenos Especiales completan la oferta de novedades del certamen.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La animación y el terror nacionales asaltan la cartelera.

¡¡¡Ya es viernes!!! El viernes de "la vuelta al cole", no para los infortunados críos, que ya vivieron ese trágico y, para algunos (los más masoquistas) anhelado momento, sino para este servidor y sus fieles (o eso quiero pensar yo) seguidores. Después del largo descanso estival, ha llegado el momento de retornar al trabajo, con energías renovadas y también algo más serenas. Y como manda(ba) la tradición, el viernes es el turno para los estrenos. A diferencia de la época pasada, esta nueva etapa la vamos a dedicar en exclusiva al CINE ESPAÑOL, por ello no encontraréis aquí más información que la referente a las novedades patrias que aterrizan hoy mismo en las salas.

La peli del finde.


Saludada por todos los interesados como la gran apuesta del año en lo que a la animación española se refiere, aterriza hoy Justin y la espada del valor, de Manuel Sicilia, que debuta así en solitario en la dirección de largometrajes después de haber dirigido a dos manos junto a Raúl García El lince perdido (2008). Distribuida por Sony, que la lanza a lo grande (sobre todo tratándose de una película de animación, para más inri, española) en 311 salas, 136 copias analógicas y 223 en soportes digitales, de las que 201 se exhibirán en 2D y 110 en 3D, todo hace pensar que estamos ante el nuevo Tadeo Jones de la taquilla nacional, aunque tal y como leemos en el blog de Juan Herbera, Justin no posee el apoyo publicitario que tuvo Tadeo y su presupuesto también es inferior, lo que nos hace mantenernos algo más cautos en cuanto a lo que se refiere a sus aspiraciones comerciales. ¿Y en lo referente a sus aspiraciones al Goya?

Ambientada en un mágico mundo medieval, Justin y la Espada del Valor trata sobre un chico, el personaje titular, cuyo mayor sueño trata de hacer realidad a toda costa: convertirse en caballero. Este corto y sencillo argumento servirá para poner en pie una aventura de corte familiar que, según leemos en algunas críticas que ya hemos encontrado por la red, no logra enganchar como debiera. Según la web HoyCinema: "Técnicamente es un trabajo impecable, de escenario, luces y voces con los que arropar a los personajes, pero la historia se queda corta, muy corta, y su simpleza y falta de originalidad la deja en terreno llano, sin un mínimo de vuelo.", mientras en LaButaca terminan lanzando una baza a su favor al señalar que "donde realmente encuentra Justin y la espada del valor su esencia y simpatía es en las bondades del discurso que la empapa, total y absolutamente enfocado a los chavales y también, en cierto modo, a los niños grandes".


División de opiniones pues para esta película que viene respaldada por el internacional Antonio Banderas, quien no sólo presta su voz a uno de los personajes principales, sino que efectúa labores de productor como ya hiciera en su día con el anterior filme de Sicilia, el ya mencionado El lince perdido. Junto a Banderas, esta vez sólo encontramos en el reparto la voz de un intérprete conocido, Inma Cuesta, algo poco habitual para este tipo de producciones, sobre todo si tenemos en cuenta el abultado y espléndido elenco que presta sus voces en la versión anglosajona: Freddie Highmore (Justin), Rupert Everett, Alfred Molina, Saoirse Ronan, Julie Walters, Charles Dance y Olivia Williams.

Terror made in Spain.


La oferta nacional se complementa este fin de semana con la llegada a las salas de dos producciones adscritas al género fantástico. Ambas de bajo presupuesto y dirigidas a públicos muy seleccionados. La primera de ellas es Para Elisa, ópera prima del conquense Juanra Fernández rodada íntegramente en su ciudad natal y cuya premisa argumental no deja de cautivar nuestro interés: cuenta la historia de cómo una tarde cualquiera para una joven estudiante que cuida de una inocente niña, se puede convertir en su última tarde. Esto sucede al traspasar el umbral del tercero izquierda, una puerta que conduce directamente a la boca del mal. Las imágenes de su tráiler promocional poseen fuerza y generan tensión, lo que nos hace pensar que tal vez estemos ante uno de los debuts más estimulantes del año, con serias opciones para Fernández en la categoría a la mejor dirección novel en los próximos Premios Goya.


Sin todavía haber podido echarle un ojo a ninguna crítica sobre la película, habrá que estar muy atentos para no perdérsela a su paso por la cartelera pues su distribuidora, la independiente Splendor Films, la saca sólo con 30 copias para todo el territorio nacional. Protagonizada por la semidesconocida Ona Casamiquela, a la que pudimos ver en un papel secundario en Eva (2011), de Kike Maíllo, Para Elisa cuenta en el reparto con intérpretes consagrados como la televisiva Ana Turpin, Luisa Gavasa o el genial Enrique Villén.


El último de los estrenos de ficción de este viernes es la independiente, producida por su propio director a través de su productora Brutal Box, Omnívoros, de Óscar Rojo, cineasta absolutamente outsider en nuestra industria, que vuelve dos años después de darse a conocer con su impactante ópera prima Brutal Box (2011) con un producto dispuesto para paladares verdaderamente exquisitos, a tenor de lo que podemos vislumbrar tras visionar su tráiler promocional. La película cuenta cómo un prestigioso crítico gastronómico acepta el encargo de escribir un reportaje sobre la reciente aparición de “restaurantes clandestinos”. Su investigación le llevará a descubrir que en uno de ellos se organizan reuniones furtivas de canibalismo a cambio de grandes sumas de dinero. Tal premisa, que reincide en un tema que dentro de poco abordarán otras dos propuestas nacionales de próximo y esperado estreno como Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, y Caníbal, de Manuel Martín Cuenca, parece no haber dejado indiferente a nadie.

Con un reparto que lidera Mario de la Rosa y en el que intervienen pocos rostros realmente conocidos, entre los que destacan Fernando Albizu, Elisa Matilla o el televisivo Paco ManzanedoOmnívoros ha levantado verdaderos sentimientos encontrados. Los hay desde los que la aman, como bien comprobamos al leer las críticas publicadas en CinemaBites ("plantea un interesante caso del uso del poder en manos de determinadas personas a través de unos personajes del que sólo se nos dan breves pinceladas de su pasado y que somos nosotros los que debemos reconstruir el presente") o en Cine Maldito ("desvela un estilo formal que logra condensar en apenas segundos una imponente atmósfera sin necesidad de refugiarse especialmente en la imagen o en lo que el cineasta muestra en ella (...), más bien centrándose en la lograda ambientación que, acompañada por una omnipresente banda sonora siempre que la acción lo requiere, funciona con la suficiente convicción"); hasta los que sin tapujos la defenestran, tal y como leemos en LaButaca ("una caspa soporífera sobrecargada de ínfulas mesiánicas de adoctrinar punzando la moral del respetable (...), decorada con un espectro técnico que no es sino una acumulación de indignidades cinematográficas") o en la web HoyCinema ("tal vez haya un par de ideas interesantes sobre la gastronomía oriental, pero lo cierto es que la película no te abre las ganas, ni de comer ni de ver cine").


A su debido tiempo y como corresponde a mi compromiso adquirido con este, nuestro cine, valoraremos en su justa medida estos títulos y emitiremos nuestro propio juicio sobre ellos, que en modo alguno será complaciente. Por lo pronto, buen fin de semana y nos vemos en el cine.

¡¡Un saludo, Sinvergüenzas!!

jueves, 19 de septiembre de 2013

Un canto al AMOR con sabor a gaseosa.


Con la práctica totalidad de la prensa especializada rendida a sus pies y con cifras de taquilla en verdad esperanzadoras (fue la película española que mejor media de recaudación obtuvo por copia el fin de semana de su estreno), es lógico y razonable que a uno le dé por pensar que se encuentra ante una de las que podría considerarse pequeña joya del cine patrio en este 2013. ¿Estábamos ante el debut del año en el cine español? Nada más lejos de la realidad, señoras y señores. No nos llamemos a engaño, que Barcelona, nit d'estiu (Barcelona, noche de verano), debut en la dirección de largometrajes de Dani de la Orden, se queda en las antípodas de los grandes e inolvidables debuts con los que, por suerte, nuestro cine nos sorprende año sí y año también. ¿Quiere decir esto que estamos ante una película mala? En absoluto, lo único que pretendo decir es que la película no merece ni por asomo el tremendo beneplácito suscitado entre los críticos.


Si bien comparto la opinión generalizada acerca de que se trata de un filme cuya mayor virtud es su falta de ambiciones, que sin tabúes de ningún tipo se atreve a hablar de un tema tan manido y mil veces defenestrado en el cine como es el AMOR (sí, sí, en mayúsculas) y hacerlo además sin rodeos, abordándolo desde una óptica marcadamente romántica, edulcorada y hasta cursi, sin que por ello se le caigan los anillos; también disiento de tal al creer que dicha virtud nada en un mar de aceite si observamos con detenimiento los pilares sobre los que se sustenta todo el edificio. Para empezar, un guión no ya sólo poco trabajado, donde apenas detectamos la más mínima profundidad en la descripción de personajes y situaciones, sino absolutamente esquemático, que bebe y se emborracha de los clichés más recurridos en este tipo de producciones para dar forma a los conflictos y a los caracteres de los distintos personajes protagonistas de estas seis historias cruzadas, obteniendo un mejunje que no molesta por lo trillado, sino por su escasez de inventiva y su inequívoca y soporífera previsibilidad.


Ninguna de las historias de amor, desamor o tensión sexual no resuelta brilla precisamente por un desarrollo audaz o, por lo menos, novedoso. Sólo existen destellos de algo realmente bueno en algunos contados momentos de la película (el descubrimiento de la paternidad y la responsabilidad que conlleva en un caso, la confesión amorosa de dos amigos vía juego etílico en otro, el adoctrinamiento amatorio de una niña a su hermanastro retraído en última instancia), que terminan siendo perjudicados por el segundo gran defecto de la cinta: una puesta en escena más cercana a los dogmas de un spot publicitario que a los de un auténtico y veraz ejercicio cinematográfico. Barcelona, nit d'estiu se la juega a ganar a través de un montaje desequilibrado, una colección de estampas de bonito acabado visual y una música sentimental y algo melancólica para acompañar emocionalmente no a los personajes ni mucho menos a las imágenes, sino a los entregados espectadores que, todo hay que decirlo, se quedarían fríos durante el visionado si no escuchara de fondo las bonitas canciones de Joan Dausà (también presente en el reparto como protagonista de una de las historias).


Las seis historias se terminan quedando vacías, huecas, embargadas por la misma emoción que desprenden los anuncios de Coca-Cola, de efecto instantáneo y más rápido olvido, dejando a Barcelona, nit d'estiu muy lejos de todos los referentes cinematográficos a los que alude, consciente e inconscientemente (incluso desde la confección del mismo cartel) en su predecible transcurrir y ni donde una historia tan, a priori, subversiva como la de la pareja de futbolistas homosexuales alcanza la altura crítica que tan a gritos pedía, produciendo casi más sonrojo por la resolución caricaturesca de la misma que por la falta de química establecida entre sus dos intérpretes (Àlex Monner y Luis Fernández). Apartado este, el de la interpretación, en el que no hay actores que puedan destacar por la obvia razón de lidiar todos ellos con personajes que no van más allá de una simple y estereotipada máscara de roles establecidos. Sólo la televisiva Bárbara Santa Cruz logra hacerse un hueco en nuestra cinefilia por dotar a su personaje (y a su historia) de un componente diferenciador: una más que agradecida autoironía, plasmada gracias a la sutil y soslayada vis cómica con la que afronta la práctica totalidad de su participación.



Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actriz Revelación: Bárbara Santa Cruz.

martes, 17 de septiembre de 2013

Fiel al momento actual, "La gran familia española" también anda en crisis.


Tiene el cine de Daniel Sánchez Arévalo la virtud de hablarnos sin tapujos y sin pudores de aspectos decididamente incómodos y de difícil digestión para el ser humano normal y corriente, pero siempre desde una perspectiva impunemente tragicómica, lo que ha dotado siempre a sus películas de un alma, una especie de vida propia, desmarcándolas del grueso de la producción nacional del momento y significando pequeños oasis en un desierto donde la comedia y el drama difícilmente se dan la mano o, al menos cuando lo hacen, no llegan a encajar, a ensamblarse de forma sincronizada. La gran familia española, cuarto largometraje del joven realizador, sigue jugando en la misma liga que los anteriores, pero, muy a nuestro pesar, se queda por debajo de las expectativas, no solo las impuestas por una campaña promocional ciertamente envidiable (con preselección a los Oscar incluida), sino a las debidas por una filmografía previa en verdad estimulante y en la que, aún hoy, sobresale como su mejor obra aquella imperfecta pero brillante película que fue Gordos (2009).


Porque a diferencia de esta última, en La gran  familia española Sánchez Arévalo vuelve a intentar conjugar elementos dispersos inherentes a géneros tan dispares como son la comedia y el drama pero sin alcanzar el equilibrio descorazonador que imperaba en su segunda película. Así, la comedia naufraga en sus múltiples intentos por arrancarnos carcajadas, con gags y guiños al slapstick más clásico metidos con calzador (el personaje de Raúl Arévalo, en un cameo que podrían haberse ahorrado), así como enredos sentimentales y existenciales que no alcanzan la altura de los grandes ejemplos de la comedia romántica a los que de manera inevitable tiende a hacer referencia sutil, desde Annie Hall (1977), de Woody Allen, al (500) días juntos (2009), de Marc Webb. Ni tan siquiera poseen el efecto cómico deseado los entresijos familiares protagonistas, donde el director pierde pulso y deja florecer un desagradable gusto por lo grotesco y lo chabacano en detrimento del más que necesario costumbrismo, lo que invalida su más que patente reminiscencia al cine de Wes Anderson.


De este modo, al director le sale finalmente una película coja, donde lo único que verdaderamente funciona es la parte dramática de la propuesta, precisamente por su contrastado saber hacer en lo que a la expresión de las emociones se refiere. En esos momentos, donde se imponen los sentimientos y se nos hace un perceptible nudo en la garganta es cuando La gran familia española echa a volar y adquiere la categoría de gran película con la que tanto nos la han venido vendiendo. Pero no son los únicos, posee una especial fuerza la secuencia de la confesión por parte de los jóvenes novios, montada en montaje paralelo de descacharrante alcance cómico o la inspirada encadenación de planos tras el triunfal gol de Iniesta en el Mundial 2010 que sirve como agente externo y catalizador del drama personal de los protagonistas. Es también en esos momentos cuando más defraudados nos sentimos, al comprobar el potencial de un director y guionista que comienza a dar signos de falta de inspiración, incapaz de redondear como él bien sabe un argumento con bastante y muy buena chicha como este y donde deja entrar desde variopintos y rancios clichés sobre el cine de, para y con adolescentes, hasta incluso una subtrama poco justificada y altamente desaforada como la del robo. Imperdonables desajustes para un director que con su cuarta obra debía estar ya por encima de tales ínfulas más propias de un novel.


Pero a Sánchez Arévalo le salvan el cuello, en parte, un plantel de actores en perpetuo estado de gracia, como viene siendo norma en su cine desde aquél estupendo debut que fue AzulOscuroCasiNegro (2006). Desde el siempre ajustado Antonio de la Torre hasta un contenido Quim Gutiérrez, pasando por una magnífica (como es norma) Verónica Echegui o el concurso de un ya otoñal pero admirable Héctor Colomé, no se le pueden poner casi peros al trabajo coral interpretativo de una película que, por fortuna, sabe ponerse al servicio de sus intérpretes y dejarles aire y espacio para trabajar. Esto se nota especialmente en el descubrimiento de la cinta, con permiso de un competente Patrick Criado: el actor teatral Miquel Fernández, que se alza pronto como lo mejor de la película gracias a un matizado, preciso y pormenorizado retrato de su personaje, de sus neuras y sus traumas, acertando hasta el más mínimo gesto en su exposición de las mismas. El que haya sido incluida dentro de las cuatro finalistas a representar a España en los próximos Oscar nos hace pensar en las muchas posibilidades que tiene La gran familia española entre las favoritas a los próximos Premios Goya, algo que parece sostenerse una vez vista la cinta más por su valor mediático que por sus virtudes intrínsecas, aunque si algo había de quedar, sin duda, que sea la revelación de Miquel Fernández.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Película.
- Mejor Director: Daniel Sánchez Arévalo.
- Mejor Guión Original: Daniel Sánchez Arévalo.
- Mejor Actor Secundario: Antonio de la Torre.
- Mejor Actor Secundario: Héctor Colomé.
- Mejor Actriz Secundaria: Verónica Echegui.
- Mejor Actor Revelación: Miquel Fernández.
- Mejor Actor Revelación: Patrick Criado.
- Mejor Actriz Revelación: Arantxa Martí.
- Mejor Música Original: Josh Rouse.
- Mejor Fotografía: Juan Carlos Gómez
- Mejor Montaje: Nacho Ruiz Capillas.
- Mejor Sonido: Carlos Faruolo.

El Goya 1988 a la mejor actriz puso a Carmen Maura al borde de un ataque de nervios.


Llegamos al final del repaso por las candidaturas interpretativas de los Premios Goya 1988 con la correspondiente a la mejor actriz principal. Una categoría díficil de evaluar, sobre todo teniendo en cuenta que nos ha sido remotamente imposible localizar y visionar como se merecía otro de los cinco trabajos interpretativos nominados, como también nos sucedió en la categoría secundaria del año inmediatamente anterior (1987). A pesar de esto, no nos cabe la menor duda de que el tercer Goya de la historia a la mejor actriz fue también el primero absolutamente merecido, pues con él se premió una de las actuaciones más emblemáticas del cine español de los 80 y, por extensión, también uno de los hitos artísticos de una de las más grandes actrices de nuestro país.


Ninguneada como pocas en las ediciones precedentes, donde figura como una de las olvidadas más destacadas, Carmen Maura logró resarcirse de tanto agravio gracias, de nuevo, a Pedro Almodóvar, que le regaló otro de sus grandes papeles para el cine en Mujeres al borde de un ataque de nervios y es que su anunciada última colaboración con el manchego supuso un deslumbrante recital al que era imposible dar la espalda. Bajo la amargada y angustiada piel de Pepa, esa actriz de doblaje abandonada por su amante el mismo día que conoce la noticia de que está embarazada, Carmen Maura se elevaba a los altares cinematográficos del momento exponiendo sin tapujos toda la sinrazón obsesiva por la que deambula su desesperado personaje, brillando tanto en los breves e iluminados momentos de reafirmación interna de su rol, imbuido por una más que digna necesidad de superación, como, sobre todo, en los más recurridos abatimientos sentimentales de una mujer herida y decepcionada, aunque todavía enamorada. No posee el trabajo de la estrella un solo “pero” que indicar, todo en él resulta perfectamente medido y calibrado, dando forma a un perfecto y milimétrico tour de force, rebosante de emoción incluso en algunos momentos de inconfundible patetismo, que terminó de enmarcarla como una de las más destacadas intérpretes del panorama cinematográfico español. Esta magistral creación en Mujeres al borde de un ataque de nervios se erigió pronto en el buque insignia de una trayectoria interpretativa de enorme nivel. Dan fe de ello los incontables premios que la actriz llegó a acumular ese año, entre ellos un Premio Nacional de Cinematografía otorgado por el Ministerio de Cultura, el correspondiente a la mejor actriz en los recién instaurados Premios del Cine Europeo (otorgados por la Academia Europea de Cine) o el Fotogramas de Plata, a los que hay que sumar este merecidísimo Goya que la confirmaba como una de las más grandes actrices que había parido este país. Por el contrario, cansada de soportar la enorme presión a la que la solía someter Pedro Almodóvar durante los rodajes, la Maura dio por concluida su relación profesional con el director después del feliz alumbramiento de Mujeres al borde de un ataque de nervios, la película que, paradójicamente, les llevó a los dos a lo más alto en la esfera cinematográfica mundial, incluyendo la consabida nominación al Oscar en la categoría de película extranjera.


Desde el mismo momento del anuncio de las nominaciones, el Goya a la mejor actriz debía tener nombre propio. Sin embargo, si hubo alguien aquel año que podía disputar a la vencedora una batalla de igual a igual fue Victoria Abril,  a la que la Academia premió con su tercera nominación al Goya consecutiva por su trabajo en el thriller Baton rouge, de Rafael Moleón, donde en ese papel de falsa psiquiatra seducida por un pelagaitas, la actriz llevaba a cabo con brillante convicción todo un homenaje a la figura mítica del cine negro de la femme fatale, intensificando con una fiera mirada y un porte soberbio el lado oscuro de un personaje lleno de aristas y que la actriz sabe matizar a conveniencia para generar el necesario despiste en el espectador en aras de la sorpresa final. Implacable, cruel, una verdadera devora hombres que sabe bien cómo jugar sus cartas incluso invitando a la compasión en ese terrible y nada esperanzador último plano, abrazada entre temblores al inspector de policía. En definitiva, otra impecable y magnífica demostración del arte de Victoria Abril bien sustentado por esta tercera nominación al Goya.


También con bastantes opciones debía haber partido la protagonista de Caminos de tiza, de José Luis Pérez Tristán, otro de los títulos malditos del cine español de los 80, hoy totalmente olvidado y desconocido para el gran público, pero que permitió aspirar a un Goya a María Fernanda D'Ocón, intérprete múltiplemente galardonada y homenajeada por su excelsa labor teatral y con escasa trayectoria cinematográfica para la que éste suponía su primer y único papel netamente protagonista en la gran pantalla. De nuevo como una monja, esta vez dedicada a la enseñanza, que buscaba reencontrarse con sus tres alumnas predilectas tras conocer la noticia de su próxima muerte, la D'Ocón se apuntaba un deslumbrante y emotivo éxito personal acometiendo su trabajo desde una agradecida naturalidad, alejando a su rol del cliché al que podía haber quedado reducido gracias a una entusiasta actitud no exenta de un feliz infantilismo. De este modo, su Madre Mercedes se convierte en el vehículo perfecto para seguir con buen ánimo este drama sensible y emotivo, tendente por momentos a cierto sentimentalismo edulcorado, algo que la actriz sabe sortear de manera estoica a través de una mesurada y metódica contención, con las lágrimas siempre humedeciendo esos ojos inmensamente comunicativos, rozando en algunos solemnes y brillantes momentos algo parecido a la perfección dramática, sobre todo en aquellos que comparte mano a mano junto a un estupendo también Jesús Puente. Por suerte para todos, la Academia tuvo a bien incluir este preciso y tierno trabajo de esta dama de la escena entre las cinco finalistas al Goya de aquella tercera edición, pues sirve así la posibilidad de recuperar y no pasar en balde un filme que merecía mayor repercusión de la que le ha dado el paso del tiempo, además de significar un importante e inesperado reconocimiento del cine a una verdadera eminencia del teatro.


Poco más se puede decir de una categoría en la que también figuraba nominada, también por primera vez la estrella Ana Belén, gracias a la comedia ligera Miss Caribe, de Fernando Colomo, donde se mostraba resuelta y encantadora como esa recatada maestra valenciana que por herencia se convierte en propietaria de un barco-burdel en pleno Caribe. Y aunque le comiese casi todos los planos el desparpajo natural de su compañera Chus Lampreave, Ana Belén cumplió con creces su cometido y rebosó naturalidad y frescura, exentos casi por completo de ese afectado divismo que había venido perjudicando sus anteriores trabajos, motivo por el que resulta justificado el que lograse ser nominada por fin al Goya a la mejor actriz, aunque vista con ojos actuales su nominación parezca responder más a las necesidades de rellenar huecos dentro de las cinco candidatas en la categoría que a una recompensa netamente artística.

La quinta nominada fue, por segunda vez, Ángela Molina, gracias a la película Luces y sombras, de Jaime Camino, una película mal acogida en su presentación en el Festival de Venecia de aquél año, como leemos en la pertinente crónica encontrada en El País y que nos ha sido imposible localizar.

Las Olvidadas.


1988 no sólo fue el año en el que la Academia coronó a Carmen Maura como la mejor actriz de cine, sino que además también fue el año en el que la misma estrella debía ser mencionada como una importante olvidada para la misma categoría gracias a Baton rouge (1988), un thriller complejo de Rafael Moleón premiado con cinco nominaciones a los Goya y en el que la actriz brillaba en la piel de esa apasionada y en apariencia ingenua mujer de clase alta dominada por pesadillas violentas y seducida hasta la perdición por un joven treta, y con la que exponía sin tapujos todo el arsenal erótico que poseía como mujer arrolladoramente carnal, evolucionando ante la cámara dominada por una cautivadora y penetrante lascivia. A pesar de lo conseguido de su reinterpretación del tipo femme fatale en este recomendable ejercicio de cine negro, con no pocas influencias de Les diaboliques (Las diabólicas) (1955), de Henri-Georges Clouzot, resulta comprensible que la Academia ignorase su trabajo en beneficio del desempeñado por su compañera en el reparto Victoria Abril, con mayores y mejores dosis de lucimiento en la gran pantalla.


Pero Maura no sería la única de las candidatas definitivas con múltiples opciones aquel año, también la Abril hubiera podido quedar finalista con la hilarante protagonista que desempeñó en El juego más divertido, de Emilio Martínez Lázaro, una actriz de culebrones televisivos desesperada por encontrar un lugar y un momento en el que poder quedarse a solas con su amante, su también compañero de trabajo. Se puede decir que la película pertenece enteramente al trabajo de la Abril, que llevaba a cabo una interpretación tocada por una espontaneidad desbordante y logrando aparecer en cada una de sus escenas infinitamente divertida, dejando bien claro, de paso, que no hay nadie mejor que ella para hacer creíbles escenas de cama tan arriesgadas como las que protagoniza. Sin embargo, ante tan inolvidable recital de indescriptible comicidad, la Academia optó por seleccionar a la intérprete por un trabajo algo más intenso.


Perjudicada por el olvido casi general que sufrió su película de cara a las nominaciones a estos Premios Goya 1988, la bastante desconocida actriz aragonesa María José Moreno pasó desapercibida gracias al papel protagonista de La Tacón, la madame de un prostíbulo, en el estupendo thriller El aire de un crimen (1988), de Antonio Isasi Isasmendi, y con el que la actriz se adueña irremisiblemente de la pantalla en cada una de sus intervenciones como esa mujer chantajista y embaucadora, víbora sigilosa que sabe mudar de una piel dulce y acaramelada a la de una descomunal arpía con sólo unos segundos de margen, como dan fe su primera aparición junto a una joven Maribel Verdú o sus posteriores y continuados encuentros con Fernando Rey. Un trabajo interpretativo de magistral consecución que suponía la encarnación más perfecta y sublime de una auténtica femme fatale (y van...) que había dado la producción nacional en toda su historia y que, dado el flojo nivel en materia de interpretaciones femeninas protagónicas vistas aquélla temporada, bien le podría haber valido una nominación al Goya.


Por último, es digno incluir en esta lista a una de las más firmes promesas del cine nacional de finales de los 80, Aitana Sánchez Gijón, quién supo aprovechar la oportuna llegada de un primer papel protagonista en Viento de cólera, de Pedro de la Sota, aunque por su delicado y refinado aspecto parecía improbable que la joven actriz pudiese llegar a encarnar con la necesaria convicción un rol como el de María, que requería una gran preparación física para desenvolverse fácilmente por el escarpado bosque que su personaje conoce como si se tratara de la palma de su mano, al haberse criado en él desde pequeña. Y no sólo por esta razón, sino también por las dificultades que puede acarrear para un intérprete no preparado la complicada accesibilidad a una localización determinada y la posterior desenvoltura que éste debe demostrar en escenas donde prima la acción de los personajes. Sánchez-Gijón demostraba estar muy por encima de las impresiones generadas por su frágil aspecto de muñeca y se impuso con pasmosa convicción a todos los tipos de obstáculos por los que tuviera que atravesar su personaje. Serena y sobria, Aitana pisa firme sobre la maleza de los escenarios naturales del Valle de Baztán, asentando a cada zancada un gramo imperceptible de un talento interpretativo que se nos antojaba ya sumamente suculento. Viéndola en pantalla, uno tiene la sensación de que esa joven ha vivido en ese hermoso y otoñal paraje toda su corta existencia. Es tal la fuerza con la que la actriz se apropia no ya sólo del escenario, sino de los elementos y animales que lo habitan, así como también de las harapientas ropas que la visten, que la verosimilitud de la propia película llega a resentirse cuando ella no está en el plano. Lograda la apropiación física de su personaje, Aitana se podía permitir el lujo de no esforzarse lo más mínimo a la hora de presentarlo a los espectadores y dedicarse a dar vida fílmica al constringente temor que va empujando a su rol una constante rebelión hasta el final. Para ello, su mejor arma fueron sus enormes, oscuros y fieros ojazos, significativamente expresivos y que, para la ocasión, exponían en pantalla registros tan variados como un terrible desconcierto, al que sigue un miedo preocupante que cristaliza en incauta cólera. Y ya en la parte final, cuando los roles se invierten y es ella la que acosa al malvado, florecían en sus pupilas unas brillantes llamas que anticipaban un desenlace que es tal gracias a ese coraje reflejado en su rostro. Con un punto salvaje e incivilizado, Aitana supo responder emotivamente en la intimidad de su personaje, logrando con su sola presencia que una escena tan gratuita como aquella en la que muestra sus senos, resplandezca dentro del conjunto, debido al alto grado de privacidad expuesto por la actriz. Sin que el riesgo asumido a la hora de filmar una violación pudiera ya sorprendernos, debido a la eficacia que demostró en Jarrapellejos (1988), de Antonio Giménez Rico, en una escena mil veces más brutal, el trabajo global de Aitana Sánchez-Gijón brillaba con luz propia en Viento de cólera, razón por la que fue premiada con el Premio Francisco Rabal en la Semana de Cine Español de Murcia y por la que no habría estado nada mal una primera candidatura al Goya a la mejor actriz.

lunes, 16 de septiembre de 2013

¡Maldita resaca!


El cine de terror para adolescentes viene adoleciendo en los últimos años de una cierta falta de inventiva, una palpable escasez de ideas realmente originales que tiene su origen en la propia naturaleza del (sub)género, donde es difícil desmarcarse de lo establecido y acertar con una reinvención de la fórmula. El slasher, que es como se denominó al género allá por los 80 cuando los estadounidenses copiaron y banalizaron a los célebres giallos italianos, no es que esté de capa caída, sino que parece dar poco margen de maniobra a sus perpetradores para revitalizar, innovar y dar alas al género. Y España no iba a ser una excepción. De ello da buena cuenta el último ejemplo cinematográfico que desembarcó el pasado viernes en las carteleras de nuestro país. 


Este After party posee una premisa argumental decididamente irónica y bastante suculenta: un joven, guapo y chulito ídolo de masas televisivo se queda encerrado en una casa laberíntica tras una devastadora fiesta junto a tres fans adolescentes y a un asesino armado con cuchillo y que viene a imitar los asesinatos acaecidos en la serie de TV que le ha hecho famoso. Esta idea de partida se malgasta al poco de comenzar porque queda demasiado patente desde el principio que After party no va a rozar ni tan siquiera la posibilidad de aprovechar la ocasión para construir una crítica, o por lo menos un atisbo de ella, acerca del mundillo del famoseo televisivo y sus persistentes fans en edades hormonales. Lo que es peor, ni mucho menos se toma todo el asunto con un mínimo de perspicacia y afronta tan terrible suceder de acontecimientos "terroríficos" con la voluntad de reírse de sí misma, algo que en su día hizo muy grande al inicio de la saga Scream (1996), de Wes Craven.


Es más, el grado de insensatez se alcanza cuando, pasada la mitad del metraje, desaprovechando un giro de guión no por esperado y bastante previsible, menos eficaz, su director, el debutante Miguel Larraya se atreve a virar el tono de su criatura y After party abandona los trillados senderos del terror con cuchilladas por el del thriller asfixiante y claustrofóbico en virtud del escenario único en el que transcurre la trama. Y si en la primera parte, Larraya se había desenvuelto con corrección, a pesar de una equivocada y tramposa planificación en aras del giro posterior, tras éste, el director pierde fuelle y estampa su película contra un muro, primero al demostrarse incapaz de generar tensión y atmósfera dentro de un registro que requiere de tales para funcionar y, segundo, con una resolución final definitivamente soporífera.


Larraya no sólo no logra levantar su película con su oficio, sino que además demuestra poseer poco tino en la dirección de actores, pues no hay ni uno solo de los pocos intérpretes de la cinta que no patine en su trabajo ante las cámaras, empezando por el protagonista, el televisivo Luis Fernández, y terminando por los cameos de Úrsula Corberó (en una secuencia inicial que remite directamente y sin tapujos a la que abría Scream) y Pilar Rubio, sin olvidarnos del grupo de quinceañeras protagonistas, a cada cual más desajustada, dando forma a algo que se acerca más a una representación teatral de un colegio de primaria que a un trabajo interpretativo realmente serio y profesional. 


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Ninguno.