viernes, 1 de noviembre de 2013

David Trueba nos obsequia con una luminosa y melancólica gran película.


Reconforta salir del cine y que te invadan las ganas de esbozar una cálida sonrisa, como de chiquillo engatusado por un bocadillo de Nocilla, o de extasiarte en la caricia cálida y acogedora de un ser querido, como preámbulo a un tierno abrazo o a un beso inocente, en la mejilla o en los labios. Vivir es fácil con los ojos cerrados logra eso tan difícil, en el cine de hoy en día, que es apelar al lado sensible del espectador sin caer en una sensiblería de manual, logrando sortear muy hábilmente la torpe y efectista cursilería mainstream en aras de una eficaz ternura, en este filme con cimientos bien sujetos a los buenos sentimientos. Superando aquello que ya hiciera en su debut cinematográfico, La buena vida (1996), David Trueba construye un relato amable y bondadoso sobre la capacidad del ser humano para, sobre todas las adversidades, alzar la frente y tirar para adelante, tomando como excusa el viaje físico (pero también emocional) que los tres personajes protagonistas emprenden como huida de una existencia gris y constrictiva y que, lejos de conducirles a una meta que implique un punto de ruptura con el pasado, les llevará a indagar en sus propios miedos y miserias.


Todo ello sin cargar nunca las tintas en los traumas o los dramas personales de cada uno, aunque tampoco en la parte cómica del asunto (que la hay y es de órdago). Muy al contrario, la cámara de Trueba mira hacia otro lado y filma con sencillez y desenvoltura la peripecia del trío por carreteras secundarias, ahondando de manera inteligente en el entrañable y delicioso afecto que nace entre ellos, mientras la delirante idea de partida (la búsqueda del profesor de su idolatrado John Lennon) se erige en el perfecto telón de fondo para una película que, como en la contemplación de las fotos viejas en color sepia, se disfruta suavemente sin ser del todo conscientes de la honda y conmovedora razón de ser que encierra bajo su liviana y luminosa apariencia. Porque a través de una cuidada y meticulosa puesta en escena, donde brillan con luz propia una planificación ajustada y certera que logra captar cada matiz, cada leve detalle del encuadre, una fotografía resplandeciente de gran belleza plástica en su nostálgico tratamiento de la luz, un diseño de decorados y atrezo altamente pormenorizado, donde no sobra ni falta nada, logrando un fantástico realismo, del que muchas otras ficciones recientes ambientadas en la misma época están exentas, un montaje invisible que confiere a la historia un ritmo cadencioso, pero vitalista gracias a su reposada condición de ser, y una banda sonora debida a los míticos Charlie Haden y Pat Metheny, que logran con sus compases traspasar la función establecida de la música en el cine, adquiriendo ésta la magnífica cualidad de ser el reflejo de las emociones de los personajes; Vivir es fácil con los ojos cerrados encierra un exultante subtexto que eleva el alcance último de sus imágenes.


Nos encontramos ante un guión complejo, repleto de situaciones del todo verosímiles y de soberbios diálogos, de una capacidad de análisis sentimental elogiable, que no siente pudor en demostrar un profundo amor por cada uno de los personajes y que esconde un competente estudio de una España atrasada con respecto al exterior, un país enclaustrado en sí mismo, incapaz siquiera de atisbar, aún menos de comprender, sus propias carencias. Y, como contrapunto, Vivir es fácil con los ojos cerrados también contiene una agridulce perspectiva de los anhelos y esperanzas de una juventud que pugna por desmarcarse de las oscuras y arcaicas normas establecidas, a lo que la película arroja como vía de salvación el camino de la educación, representada en ese gris y acomodado profesor de inglés protagonista, al que da vida con plena convicción Javier Cámara, en un trabajo de enorme aprehensión, que invita a descartar a cualquier otro actor para tal empeño, incapaces todos de abordarlo de forma tan sobresaliente como él lo hace. Cámara parece haber nacido para interpretar a este personaje, pues resulta un intérprete especialmente dotado para reflejar sin coartadas ante las cámaras todo el patetismo de sus criaturas, sin caer nunca en convencionalismos pueriles o en falsas y amaneradas caricaturas, estériles siempre de emoción. El actor está literalmente espléndido a lo largo de todo el filme, sin alardes desorbitados, desde una agradecida y primorosa contención, plasmando con una naturalidad cercana a la espontaneidad todos los claroscuros de un personaje eminentemente ingenuo.


A su lado, brilla muy especialmente la ejecución candorosa que la debutante Natalia de Molina efectúa de su personaje, sonando en cada una de sus réplicas conmovedoramente auténtica, rezumando una belleza templada y delicada que redunda en el exquisito alcance de la vertiente dramática de su intervención. Por el contrario, el tercero en discordia, Francesc Colomer no llega a aguantar el tipo frente a ellos, por culpa de un trabajo de escaso y torpe acabado emocional, que da como resultado una interpretación a veces impostada, otras directamente falta de algo de chispa y convicción, de garra y personalidad. Única pega que achacar a una función en la que, a mitad de la misma, emerge otra de sus grandes virtudes: un Ramón Fontserè que carga con solemne empatía con uno de esos personajes desbordados de magia y humanismo, de tan larga tradición cinematográfica, una especie de viejo lobo de mar anclado a tierra cargado de nobleza y honestidad por obra y gracia del extraordinario dominio del actor. Aunque más anecdóticas, también es preciso mencionar la caricatura efectista y efectiva que lleva a cabo Jorge Sanz de su personaje, sacándolo del esquematismo, y la fugaz intervención de una aplicada Ariadna Gil, reducida a un mero elemento decorador en una película rebosante de un melancólico aliento de optimistas intenciones y felices resultados.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Película.
- Mejor Director: David Trueba.
- Mejor Guión Original: David Trueba.
- Mejor Actor: Javier Cámara.
- Mejor Actor Secundario: Ramón Fontserè.
- Mejor Actriz Revelación: Natalia de Molina.
- Mejor Música Original: Charlie Haden y Pat Metheny.
- Mejor Dirección de Fotografía: Daniel Vilar.
- Mejor Dirección Artística: Pilar Revuelta.
- Mejor Diseño de Vestuario: Lala Huete.
- Mejor Maquillaje y/o Peluquería: Almudena Fonseca y Pepito Juez.
- Mejor Montaje: Marta Velasco.
- Mejor Sonido: Álvaro Silva Wuth y Eduardo G. Castro.

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