Karra Elejalde regresa el viernes a los cines.

Repasamos la filmografía del actor cuando regresa a la comedia con "Ocho apellidos vascos".

Palmarés XXIII Premios de la Unión de Actores.

"Caníbal", de Manuel Martín Cuenca, una de las vencedoras con 2 premios.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

La Sección Oficial está compuesta por 15 largometrajes muy esperados para este 2014.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Seis títulos integran la sección paralela, competitiva, Zonazine, el espacio independiente.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Málaga Premiere y Estrenos Especiales completan la oferta de novedades del certamen.

sábado, 11 de mayo de 2013

Candela Peña, de momento, favorita indiscutible al Goya a la Mejor Actriz.

MEJOR ACTRIZ

Hasta el momento, sólo ha llegado a las salas un único trabajo femenino protagonista que merezca ser incluido en esta lista, pero resulta que hablamos de uno de los indudables favoritos a la categoría de mejor actriz. Muy mal deben ponerse las cosas para que erremos en esta prematura predicción, aunque se avecinan golosos empeños cinematográficos.

1. Candela Peña, por Ayer no termina nunca.

  • A favor: un heróico, demoledor y desgarrador tour de force, principal gancho indiscutible de la película. Candela Peña se marca la mejor interpretación de su carrera aún jugando peligrosamente, en algunos momentos, con una afectación excesiva. Un mal menor que no impidió que ganara la Biznaga de Plata a la mejor actriz en el Festival de Málaga.
  • En contra: la división de opiniones con las que se ha saldado la recepción a la película (que no con su trabajo) puede hacer que los académicos no la tengan en cuenta. Aunque, sinceramente, ésta es una posibilidad muy remota. 


ATENTOS A:

Aura Garrido, por StockholmMaribel Verdú, por 15 años y un día. Nora Navas, por El desconciertoAriadna Gil, por Sola contigo. Belén Rueda, por Séptimo. Marta Etura, por PresentimientosBelén Rueda, por Ismael. Verónica Echegui, por La gran familia española. María Valverde, por La mula. Elena Anaya, por Todos están muertos. Ingrid Rubio, por La Estrella. Carmen Maura, por Las brujas de Zugarramurdi. Inma Cuesta, por Tres bodas de más. Manuela Velasco, por Cuento de verano.

viernes, 10 de mayo de 2013

"La mula" de Mario Casas ya camina por la cartelera.

¡¡Ya es viernes!! Después unos largos, larguísimos diez días sin movimientos en las carteleras vuelven las novedades a traer aires frescos al ensimismado panorama actual. Hoy es día de estrenos, algunos francamente especiales, lo que no quiere decir que se prevea un gran taquillazo a la vista, más bien al contrario. Así que, no nos vamos a andar por las ramas y entramos de lleno en la materia.

La(s) peli(s) del finde.


Con nada menos que 120 copias en circulación, Wanda saca este viernes a la luz la esperadísima La mula, a la que (por fin) han dejado de disputársela en los tribunales, de hacer sangre sobre lo aparatoso de su rodaje y de sus problemas financieros. Está claro que nosotros queríamos ver ya, sea como fuere, la película, aunque luego todos estos inconvenientes repercutan en nuestra valoración final de un título que llega a las salas sin la firma de su principal responsable, el británico Michael Radford, que abandonó el rodaje casi al final del mismo, siendo sustituido por un director cuyo nombre nadie ha querido desvelarnos. Es esto, precisamente, lo que le ocurre a Beatriz Martínez a la hora de enfrentarse a su artículo crítico sobre la película en el presente Nº433 de la revista Dirigido por...: "¿Cómo valorar pues una película de cuyas imágenes no parece querer hacerse responsable nadie? ¿Cómo no sentir desasosiego y extrañeza en los títulos de crédito cuando el director aparece como Anónimo?". A su paso por el reciente Festival de Málaga, la película dejó impresiones encontradas y es que, parece, se hace demasiado patente la ausencia de Radford en algunos momentos, sobre todo, por la no supervisión del director de un montaje final que, parece, dista mucho de lo que él tenía pensado. Aún así, o precisamente por todo esto, la expectación ante su llegada a las salas es máxima y La mula se prevé éxito de público, para lo que además cuenta con el concurso en su reparto de un nutrido elenco de estrellas made in Spain, con el infalible gancho comercial que supone el protagonismo de Mario Casas, además premiado en Málaga por este trabajo, bien arropado por María Valverde, Secun de la Rosa, Jesús Carroza, Eduardo Velasco, Luis Callejo o Daniel Grao; todos ellos tratando de dar cordura a una propuesta ambientada en la Guerra Civil pero contada como tan pocas veces antes (por desgracia) nos lo han hecho: a través del tono conciliador y humanizador de la comedia.


El otro título nacional que se asoma este fin de semana a las marquesinas tiene pocas opciones de llamar la atención ante la competencia furiosa que supone lidiar con productos que poseen grandes posibilidades en circuitos muy concretos y limitados. Lo más probable es que Mussolini va a morir, lo nuevo de Rafael Gordon, basada en la obra de teatro homónima, pase desapercibida por las salas cinematográficas nacionales. Estamos frente a un drama histórico que narra las últimas horas que en 1945 pasaron juntos el dictador Mussolini y su amante Chiaretta Petacci antes de ser fusilados y colgados públicamente, hasta aquí todo muy bien, salvo que la película está narrada bajo los modus operandi del personalísimo director, que nos presenta una puesta en escena de inspiración fuertemente teatral para servirnos este diálogo entre un personaje histórico francamente fascinante y la mujer que pasó con él sus últimas horas de vida, a través de dos únicos intérpretes desconocidos para el gran público, como son Miguel Torres y Julia Quintana.

¿Bienvenido, Mr. Marshall?


Este viernes, para llevarnos un poco la contraria, Hollywood nos ofrece un poco de todo. Aunque, siendo mucho más específicos, habría que señalar que ellos, en sí mismos, nos ofrecen lo mismo de siempre. Lo que pasa es que han logrado reclutar para su industria a uno de los más interesantes y brillantes cineastas orientales del presente cinematográfico y, claro, es obvio resaltar que Stoker es, de lejos, el estreno más sugestivo de la semana. De todos modos, no hay que llamarse a engaño, Hollywood no ha abducido el talento de Park Chan-wook, sino que, más bien, el realizador, llevado por su ambiciosa sed de explorar nuevas vías cinematográficas, ha sabido aprovechar la coyuntura y lanzarse a ampliar territorios donde poder seguir manifestando esa potente y demoledora, aunque siempre bella por encima de todo, concepción visual suya. Stoker cuenta, a su salida a las salas, con el factor que supone el estar dirigida por un director que  posee un entregado público que le es fiel y aunque supone un film difícil, cuenta con muchos elementos fuertes para una audiencia más masiva, como el trío de estrellas protagonistas: una cada vez más consolidada Mia Wasikowska, un inquietante Matthew Goode y una Nicole Kidman, aferrándose ya a sólidos personajes secundarios en lo que se aventura su decadencia artística. Aunque los responsables de su distribución saben a la perfección que no manejan un producto convencional, de ahí su limitado estreno en Estados Unidos y sus pobres cifras finales, en España, donde se ocupa de esta tarea Fox, es de esperar que lo haga con una presencia en torno a los 80 cines. No está nada mal para un título que puede quedarse fácilmente en minoritario, pues el público no ha respondido convenientemente en USA, aunque la crítica se ha mostrado, por lo general, bastante entusiasta, como corroboran los artículos publicados en la británcia Empire o en el Chicago Sun-Times.


Por lo demás, Hollywood tiene el gusto de ofrecernos este fin de semana otro blockbuster dedicado a arrasar la taquilla. Se trata de Olympus Has Fallen (Objetivo: la Casa Blanca), el nuevo ejercicio de pirotecnia visual remezclado por el experto en cine de acción Antoine Fuqua, que nos cuenta el asalto de un comando norcoreano a la Casa Blanca que toma como rehenes al Presidente y a su equipo, lo que obligará al gobierno en funciones a tomar una única solución: introducir en la residencia presidencial a un antiguo agente del Servicio Secreto para que, él solito, acabe uno por uno con todos los terroristas y libere al denostado Presidente. Y no, no está protagonizada ni por Jean Claude Van Damme ni por Chuck Norris. Creo que es lo más flagrante de este título, el que posee un colosal reparto de estrellas entregadas a la causa patriotera y heróica, en el sentido más norteamericano del término, como son Gerard Butler, Aaron Eckhart, Morgan Freeman, Dylan McDermott, Ashley Judd, Radha Mitchell, Melissa Leo o una recuperada para el cine palomitero Angela Bassett. Nueva muestra de cómo el cine yanqui bucea de nuevo en la paranoia y el miedo a ser atacados dentro de nuestras propias fronteras, Objetivo: la Casa Blanca juega a ganar proponiendo un enorme espectáculo repleto de efectos especiales que no ha convencido en modo alguno a la crítica, como leemos en el New Yorker, el New York Post o el Wall Street Journal. Como suele ser habitual en este tipo de productos, la respuesta del público ha sido invariablemente contraria, recaudando en Estados Unidos unos excelentes 72,9 millones de € desde su estreno. 

El último título anglosajón que llega este fin de semana a las salas es The Imposter (El impostor), de Bart Layton, especie de documental cuya sinopsis es la siguiente: En junio de 1994, Nicholas Barclay, un niño tejano de 13 años, desapareció sin dejar rastro. Tres años después, se reciben noticias sorprendentes sobre el caso: el chico, que ha sido hallado en España, afirma que ha sido torturado por sus secuestradores. Tras la inicial alegría de la familia al recuperarlo, se plantea un problema inexplicable: ¿cómo es posible que el hijo rubio de los Barclay sea ahora moreno? La película ha ido obteniendo un enorme prestigio a través del circuito de festivales por donde ha ido viéndose y ha sabido enganchar público a su paso por las salas estadounidenses y británicas, países en los que ha encandilado a la prensa especializada, como demuestran las críticas recogidas en The Washington Post, en The New York Times o en The Hollywood Reporter. No habrá, por tanto, que dejar escapar este propuesta, distribuida en nuestro país por una gran conocedora de este tipo de productos, Avalon, contada, parece ser, a modo de thriller y con un final sorprendente.

Rebelde (War Witch), de Kim Nguyen, fue el film canadiense nominado al Oscar este año a la mejor película de habla no inglesa y que se estrena, ahora, en nuestro país de la mano de Good Films, después de su buen éxito en Estados Unidos. La película está contada a través de la voz y los ojos de Komana, una niña de catorce años, que le cuenta al hijo que crece dentro de ella la historia de su vida durante la guerra. Todo empezó cuando, a los doce años, fue secuestrada por el ejército rebelde y convertida en niña soldado. Dotada de un lirismo pavoroso y mostrando la violencia africana sin amarillismos de ninguna clase, Rebelde se descubre en una interesante propuesta, arriesgada y comprometida, para este fin de semana. Una película que, como es norma en todas las finalistas al Oscar en su categoría, ha puesto de acuerdo a toda la prensa de manera bastante positiva, como leemos en USA Today o en Los Angeles Times.

El último de los estrenos de la semana nos llega desde Italia y también se trata de una película dura, contada en estilo casi documental. Hablamos de Díaz: Non pulire questo sangue (Díaz: no limpiéis esta sangre) (2012), dirigida por Daniele Vicari, Una película basada en los hechos ocurridos en 2001, en Génova, durante la conferencia del G8. Aunque la ciudad se había blindado para recibir a los dirigentes de las potencias mundiales, un grupo de activistas, la mayoría estudiantes, se encerraron en la escuela Díaz y fueron desalojados brutalmente por la policía. Según denunció Amnistía Internacional, en Génova tuvo lugar la violación de los derechos humanos más grave desde la II Guerra Mundial (1939-1945). Jordi Costa, en su pertinente crítica en El País acusa a Vicari de poner en pie un "acercamiento sensacionalista, coral y lastrado por los trazos gruesos de la peor propaganda a la brutal represión policial". Puede estar en lo cierto Costa, pero también no lo es menos el que estamos ante una película del todo pertinente y muy necesaria debido a la crispación social que vivimos en la actualidad, reflejo de la valentía de una cinematografía de la que la española podría y debería tomar ejemplo rápido, al menos para comenzar a abordar temáticas y conflictos que afecten a la cúpula de poder imperante en nuestro país y al momento social que se vive en las calles.

Sin más, me despido hasta la semana que viene, recordándoos la urgente necesidad de que acudáis al cine más cercano (si es en Versión Original Subtitulada, mejor) y paséis por la taquilla (si es para ver Cine Español, mejor, si no, también me vale), que la cosa está muy mal, que el precio de las entradas anda por las nubes (yo lo sufro en mis carnes), pero que merece la pena recuperar una forma de ocio, casi un ritual, que de seguir así vamos a terminar perdiendo irremisiblemente.

¡¡¡Un saludos, Sinvergüenzas!!!

Nos ha dicho adiós un "crack" único de nuestro cine.


La pena nos envuelve tras el anuncio de la muerte de uno de los grandes mitos de nuestro cine. En cierto modo esperada, la noticia no deja de agarrársenos al pecho porque Don Alfredo Landa forma parte indisoluble ya de la imaginería popular de este país. Fue un actor que ha sido de todo en nuestra industria, de secundario eficiente se convirtió en una de las principales estrellas de la gran pantalla para, de la forma más imprevista y magnífica, virar por completo su imagen fílmica y asentarse como un intérprete superlativo, de esos que lo hacían todo con muy poco y, casi siempre, todo bien. Nacido en Pamplona, un 3 de marzo de 1933, era hijo de un capitán de la Guardia Civil. A los doce años emigra con su familia a San Sebastián, donde tras comenzar estudios de Derecho, acabó volcándose en la creación del Teatro Español Universitario. Tras representar con el TEU casi cuarenta obras, se instaló en Madrid y comenzó una pequeña pero fructífera carrera en el mundo del doblaje y la escena, hasta que debutó ante las cámaras en 1957 con un pequeño papel en la comedia El puente de la paz, de Rafael J. Salvia, tras una participación como extra, y sin acreditar, en la superproducción de Hollywood, rodada en España, Around the World in Eighty Days (La vuelta al mundo en ochenta días) (1956), de Michael Anderson.

Atraco a las tres (1962).

No volvería a probar fortuna en el cine hasta 1962, cuando formó parte del impagable reparto de Atraco a las tres, de José María Forqué. A partir de aquí, inició una primera etapa fílmica desempeñando cometidos secundarios de manera eficaz, casi siempre en el registro cómico de un hombre bonachón de clase media-baja, con ese aire lánguido que confería a su rostro y a una mirada casi siempre infantil, aunque por aquél entonces triunfaba en los escenarios, donde era ya considerado entre los más dotados de su generación. Su fama sobre las tablas se incrementó tanto que el propio Miguel Mihura escribió para él la obra "Ninette y un señor de Murcia", que el propio Landa estrenaría con gran éxito en la temporada de 1964. Luis García Berlanga le fichó para un pequeño cometido en su obra maestra El verdugo (1963), y José Luis Sáenz de Heredia haría lo propio para otro en el éxito La verbena de la Paloma (1963), haciéndose así un hueco también entre la nómina de característicos recurrentes en el cine de consumo de la época, sobre todo en el terreno de la comedia y gracias al éxito de La ciudad no es para mí (1966), de Pedro Lazaga. Así, se le vio mucho secundando a otros cómicos en cintas, por lo común, poco elaboradas, dirigidas casi siempre por Mariano Ozores, como Hoy como ayer (1966), Crónica de nueves meses (1967), 40 grados a la sombra (1967); pero también por Lazaga, ¿Qué hacemos con los hijos? (1967), Novios 68 (1967); y por Javier Aguirre, Los que tocan el piano (1968), Una vez al año ser hippy no hace daño (1969), Soltera y madre en la vida (1969); o también en otras del mismo corte y pretensiones como Amor a la española (1967) o Los subdesarrollados (1968), ambas de Fernando Merino, o Las que tienen que servir (1967), de nuevo con Forqué. Aunque también intervino en algunas obras de calidad, la parodia criminal De cuerpo presente (1967), de Antonio Eceiza, o la adaptación de Ninette y un señor de Murcia (1965), de Fernando Fernán Gómez, donde, a pesar de su vinculación con la obra de Mihura, tuvo que conformarse con un papel secundario cediendo el protagonista al mismísimo director.

Ninette y un señor de Murcia (1965).

En esta época emprendió, no obstante, algunos cometidos protagónicos en alguna que otra comedia, con tintes dramáticos, que no resultan del todo despreciables: el novio impaciente de La niña de luto (1964), de Manuel Summers, o el boxeador alcohólico de No disponible (1969), de Pedro Mario Herrero. De esta manera, sus papeles para Summers le permitieron, no obstante, salirse del tópico y aún fomentando el tipismo, realizar trabajos más elaborados, como en No somos de piedra (1968) o ¿Por qué te engaña tu marido? (1969). Justo un año después llegaría el bombazo taquillero que convertiría a Alfredo Landa en una auténtica estrella de nuestra cinematografía y, de paso, le condenaría como estandarte inconfundible de lo que se dio en llamar "españolada": No desearás al vecino del quinto (1970), de Ramón Fernández, paradigma de “cine casposo” con el que actor inició un ciclo de comedias de humor grueso y chabacano, carentes de ningún valor estrictamente artístico, que ironizaban sobre temas muy próximos a los espectadores e intentaban sacar partido de la represión sexual a la que estaba sometido el españolito medio aportando, de paso, conclusiones moralizantes y represoras al final de cada una de ellas. Vimos a Landa corriendo en calzoncillos constantemente detrás de la desinhibida extranjera de turno o de la enfermera de guardia, encarnando a un tipo permanentemente anulado ante la visión de unas piernas desnudas, siendo testigos de una vis cómica inigualable, sí, pero también de un mediocre desperdicio de un talento dramático excepcional. Olvidables ejemplos, pero inauditos éxitos de público (incluso recientemente en sus frecuentes pases televisivos) de esta corriente, que ha pasado a la historia con el nombre de 'landismo' en honor al intérprete, fueron: Vente a Alemania, Pepe (1970), No firmes más letras, cielo (1971), Vente a ligar al Oeste (1972), París bien vale una moza (1972), las cuatro de Lazaga; Manolo la nuit (1973), Jenaro el de los catorce (1973), El reprimido (1974) o Dormir y ligar, todo es empezar (1974), debidas a Ozores; Cateto a babor (1970) o Los novios de mi mujer (1972), de Ramón Fernández; No desearás la mujer del vecino (1971) o Pisito de solteras (1974), de Merino; Aunque la hormona se vista de seda… (1971), de Vicente Escrivá; o Un curita cañón (1974), de Luis María Delgado

No desearás al vecino del quinto (1970).

Todas ellas (y otras más) encasillaron al intérprete y lo desprestigiaron como tal mientras su popularidad, en contrapartida, no hacía más que incrementarse. Los tics mil veces empleados por el actor se hicieron famosos y las prestaciones de la estrella a tan descabellados empeños rozan hoy el cansancio por extenuación. En poco menos de cinco años, la fórmula se antojó reiterativa y en exceso simplista, tanto es así que las actuaciones del actor, entusiastas en los primeros títulos, llegan a resultar anodinas y hasta grotescas en los últimos, como en Cuando el cuerno suena (1975), de Luis María Delgado, o en los machacones intentos de Ozores por seguir exprimiendo una fórmula extinta y ya sin sentido con el advenimiento de la democracia: Tío, ¿de verdad vienen de París? (1975), Alcalde por elección (1976), Mayordomo para todo (1976) o Celedonio y yo somos así (1977). Como el país, la carrera cinematográfica de Alfredo Landa comenzó a virar en plena Transición gracias a la determinación de Juan Antonio Bardem de utilizar el estereotipo “landista” para transmitir una doctrina izquierdista en El puente (1976), road movie donde Landa podía permitirse el lujo de parodiar la imagen fílmica que le había hecho archiconocido de una manera honesta y brillante, logrando una interpretación magistral, impensable en el protagonista de los bodrios precedentes. Pero el carpetazo definitivo a su pasado fílmico se acabó de confirmar gracias a la colaboración del intérprete con el joven realizador José Luis Garci, que como aperitivo le proporcionó un rol distinto a todos los anteriores en Las verdes praderas (1979): el de un oficinista urbano, un nuevo ejecutivo con corbata y problemas para llegar a fin de mes, que le regaló al intérprete su primer premio importante, el concedido por el Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor actor. Sería sólo el comienzo. 

Las verdes praderas (1979)

Tras nuevos protagonismos cómicos, en cintas en cierta manera herederas del “landismo”, como Paco, el seguro (1979), de Didier Haudepin, El poderoso influjo de la luna (1980), de Antonio del Real, Préstame tu mujer (1981), de Jesús Yagüe, así como nuevas intentonas en la corriente por el irreductible Luis María Delgado, El alcalde y la política (1980) o Profesor Eróticus (1981); del estrecho entendimiento que iniciaron Landa y Garci a partir de su encuentro en Las verdes praderas acabaría de emerger el lado más serio y gratificante de Alfredo, que alcanzaba la madurez interpretativa con un personaje para el que, sobre el papel, el actor no parecía el más indicado, pues había cimentado su fama gracias al chascarrillo cómico de los setenta, pero una vez vista El crack (1981), a uno le es imposible desligar al detective Areta de la fisionomía y los rasgos de Alfredo Landa. En este intento de thriller policiaco, Landa lo borda en la piel de ese amargado detective madrileño en busca una joven desaparecida deambulando por las calles de una ciudad sombría en un Simca 1000 Barreiros. La sorpresa ante tan portentoso trabajo llega a ser doble pues no sólo era inaudito el cambio de registro, sino que además Landa basa todo su trabajo en una acertada sobriedad, resolviendo con ahínco y soberbia destreza un papel fácilmente reconocible por los amantes del género y pese a su escasa vinculación con él. Un segundo Premio del CEC cayó merecidamente en sus manos como el mejor actor del año. 

El crack (1981).

Con el prestigio adquirido en tan poco tiempo, Landa aún siguió transitando por la comedia chabacana algún tiempo después con Un rolls para Hipólito (1982), de Juan Bosch, o Las autonosuyas (1983), de Rafael Gil, pero también amplió el marco de cineastas “serios” con los que ofrecer actuaciones consistentes, así se estrenó con Antonio Mercero en el drama La próxima estación (1982), retomó al detective Areta en la secuela El crack dos (1982), de nuevo con Garci, y a las órdenes de Mario Camus, el actor sacó partido del cliché rural que él mismo había forjado componiendo de manera sobrecogedora a un patético pero entrañable criado que es tratado como un esclavo por su amo, al que venera incomprensiblemente, en la adaptación de la novela de Miguel Delibes Los santos inocentes (1984). La mayúscula perfección de este retrato del ignorante rural le puso en bandeja uno de los mayores galardones del mundo cinematográfico: el relativo al mejor actor (compartido con su compañero en el film, Francisco Rabal) del Festival de Cannes. Un grandioso reconocimiento a un intérprete imponente y magistral que lograba al fin desvincularse de la estereotipada gama de papeles que lo habían convertido en estrella una década antes.

Los santos inocentes (1984).


Berlanga le llamó por fin para un papel protagonista y el actor retomó su lado cómico y esperpéntico en La vaquilla (1985), pero siguió sumando empeños dramáticos de la mano de Basilio Martín Patino, con el que colaboró en Los paraísos perdidos (1985); Pedro Olea, que le dirigió en el thriller de temática vasca Bandera negra (1986); o José Luis Borau, con su maravilloso protagonismo en Tata mía (1986), que le hizo ganador del premio al mejor actor de reparto en el Festival de Cine de Cartagena de Indias. Con esta película, la estrella más importante de nuestro cine en las últimas décadas se erigió en el gran olvidado sin discusión en aquella primera edición de los Premios Goya. Que a trabajos tan loados siguieran dos comedias intrascendentes en las que Landa únicamente se limitó a dar rienda suelta a su reconocida galería de tics, como El pecador impecable (1987), de Augusto Martínez Torres, o ¡Biba la banda! (1987), de Ricardo Palacios, poco importa si tenemos en cuenta que ese mismo año también llegaba a las salas liderando el excelente reparto de la estupenda El bosque animado (1987), de José Luis Cuerda, dando cuerpo fílmico a ese encantador y entrañable pordiosero llamado Malvís que sueña con vivir a cuerpo de rey sin dar un palo al agua convirtiéndose en el Bandido Fendetestas del bosque. Con él, Landa, aparte del aplauso generalizado de crítica y público, estuvo en la final por el Fotogramas de Plata al mejor actor del año y fue incluido también dentro de los cinco finalistas en los recién creados Premios del Cine Europeo. En nuestro país, la Academia supo apreciar la categoría de su trabajo y le otorgó un merecido Premio Goya al mejor actor en su segunda edición.

El bosque animado (1987).

Con su primer cabezón bajo el brazo, Alfredo Landa se prestó a llevar a la pantalla la adaptación de la novela del escritor argentino afincado en España “Sinatra, un extraño en la noche”, de Raúl Núñez, titulada Sinatra (1988), de Francesc Betriú, película del todo fallida que se convertía pronto en un premeditado vehículo para la exhibición dramática de la estrella y es que su omnipresencia a lo largo de todo el metraje es lo único que ayudaba a mantener el interés, tanto es así que volvió a ser nominado, contra todo pronóstico, al Fotogramas de Plata y, por segunda vez, al Goya al mejor actor. Justo un año después, Landa reincidía en la lucha por el cabezón gracias a su protagonismo en el drama de aventuras El río que nos lleva, de Antonio del Real, donde el decepcionante resultado final de la película juega en contra del trabajo de la estrella, que pierde valor y consideración con secuencias como la del bochornoso tiroteo final y su tercera nominación al Goya se nos antoja producto de la alta estima que le profesaba la práctica totalidad de la industria. A continuación llegó Bazar Viena (1989), ópera prima del todo fallida de Amalio Cuevas, en la que Landa daba vida a un taxista fascinado por una mujer que sube con su pareja al taxi, apareciendo el hombre muerto al día siguiente. Y, para más inri, los noventa no empezaron del todo bien, pues encadenó dos fiascos en todos los sentidos: un impresentable e innecesario remake del magnífico y clásico filme de Ladislao Vajda Marcelino pan y vino, perpetrado en 1991 en régimen de co-producción tripartita por el italiano Luigi Comencini; y Aquí el que no corre vuela (1992), de Ramón Fernández, un insoportable engendro sin gracia y sin sentido, con interpretaciones deplorables de todo el reparto, dirigido únicamente a espectadores de cierto tipo de programas absurdos de la televisión privada de la época, como demuestra la presencia en el reparto de varios de sus presentadores. En medio de este desolador panorama, no debe resultar extraño que la actuación de Alfredo Landa en La marrana (1992), de nuevo para Cuerda, emerja con fuerza hasta el punto de situarse en una labor prodigiosa cuando tampoco era para tanto. A pesar de todo, el actor siguió siendo uno de los más queridos no sólo por el público, sino también por una Academia que le concedió su segundo Goya por un trabajo correcto y resultón, aunque a todas luces menor, por el que también quedó finalista a los premios de la Unión de Actores. 

La marrana (1992).

En ese momento, ya había triunfado enormemente en televisión gracias a su encarnación del mítico Sancho Panza en la serie Don Quijote de La Mancha (1991), de Manuel Gutiérrez Aragón, éxito que tendría su continuación con su protagonismo en las comedias Lleno, por favor (1993) y Por fin solos (1995). Pero, a pesar de su dedicación a la pequeña pantalla en esa década, Landa no abandonó el cine, aunque sí disminuyó notablemente su actividad, volviéndose especialmente riguroso y exigente con los proyectos en los que aceptaba intervenir. Volvió al universo sobrio de Garci con su inesperada y esteticista adaptación del clásico de la literatura Canción de cuna (1994), por la que volvió a aspirar un nuevo Premio del CEC y, por quinta vez, al Goya. Se alió con Del Real para recuperar, hasta cierto punto, el humor costumbrista y banal de sus películas de los años setenta en la exitosa comedia ¡Por fin solos! (1994), cuyo triunfo en taquilla originaría la serie homónima anteriormente mencionada. Y se reencontró con Gutiérrez Aragón, ahora en pantalla grande, para poner en pie el drama familiar de El rey del río (1995), que le reportó el premio al mejor actor por la Asociación de Cronistas del Espectáculo de Nueva York. Sin embargo, hubo que reprocharle su participación en el engendro pseudocómico que fue Los porretas (1996), de Carlos Suárez. Pero, para entonces, el cine había dejado de ser ya una prioridad.

Historia de un beso (2002).

Algo que pone de manifiesto el que ya no volviera a intervenir en otra película hasta acometer un pequeño papel en la comedia disparatada El árbol del penitente (2000), recomendable ópera prima de José María Borrell, el mismo año en el que ponía voz a uno de los personajes de la película animada La isla del cangrejo (2000), de Txabi Basterretxea Joxan Muñoz. Ya no regresó hasta no volver a ser convocado por Garci para protagonizar el melodrama nostálgico de Historia de un beso (2002), donde Landa literalmente nos enamoraba a través de un proverbial despliegue romántico, superponiéndose a la melosidad que imperaba en la puesta en escena creada por el director. Fue nominado al mejor actor por el Círculo de Escritores Cinematográficos pero, incomprensiblemente, no optó a un nuevo Goya. Algo que sí ocurriría un año después, con su sencillo y práctico protagonismo en La luz prodigiosa (2003), uno de los mejores films de Miguel Hermoso, libre adaptación de la novela homónima. Pasando por alto el desperdicio de tan impoluto talento en la vuelta a la chabacanería que fue la comedia El oro de Moscú (2003), de Jesús Bonilla, Landa sólo haría dos películas más en toda su trayectoria y ambas para el director que le ayudó, como ningún otro, a hacerse con un lugar de honor entre los grandes actores que ha dado nuestra cinematografía.

Luz de domingo (2007).

Efectuó un pequeño papel en la coral Tiovivo c. 1950 (2004) y ya no regresó hasta no caer en sus manos el protagonismo de Luz de domingo (2007), que aparte de brindarle la ocasión de efectuar un brillante y pormenorizado trabajo para la gran pantalla (otro más), le llevó a estar nominado a otro Premio del CEC, a los Fotogramas de Plata, le dio el Premio de la Unión de Actores y su séptima nominación a los Premios Goya, en una edición en la que su presencia entre los cuatro candidatos resultaba más testimonial que otra cosa y no porque no mereciera ganar el que bien podría haber sido su tercer Goya, sino porque fue él el condecorado con el prestigioso Goya de Honor de la Academia de Cine. Aquélla noche, durante su discurso de agradecimiento, todos nos emocionamos viéndole emocionarse y sentimos como algo se nos escapaba de las manos al asistir al ofuscamiento que le quitó el habla de golpe y porrazo. Luego nos enteramos que había caído enfermo, el actor que había mantenido en pie de guerra la industria durante tantos años de crisis, la estrella que había llenado las salas cuando ya nos colonizaban los yanquis se perdía. Nunca más le volvimos a ver desfilar en una nueva película. Y ya no habrá nuevas películas para Alfredo Landa. Pero siempre nos quedará una extensa y cuantiosa lista de éxitos para seguir recordando que hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los españoles soñaban con ser como Alfredo Landa, que otra cosa no, pero un coloso de la interpretación, un auténtico crack del cine, no hay quien se atreva a ponerlo en duda.


jueves, 9 de mayo de 2013

Un espectáculo presuntuoso que ni arde ni quema.


En cierto modo, los amantes del Cine Español hemos de congratularnos de que exista una película como Combustión, lo último de Daniel Calparsoro. Primero y más que nada, por erigirse en ejemplo indiscutible de que también aquí, en España, con menos medios y menos dinero que en otras cinematografías, con la megalómana Estados Unidos a la cabeza siempre, somos capaces y tenemos el suficiente don del riesgo como para lanzarnos a fabricar un producto de obvia vocación puramente comercial. Y hacerlo, además, bastante bien, sabiendo conjugar de modo atractivo y sugerente los poco diversos elementos que convierten un título cualquiera en una bomba de relojería a su llegada a los cines. La teoría se la sabe muy bien Calparsoro, director experto, como casi ningún otro en nuestra industria, a la hora de concebir la acción cinematográfica. El punto fuerte de Combustión es, sin duda, la mano firme con la que su director filma y monta las escenas de acción de su película, porque aparte de seguir a rajatabla los patrones establecidos, como si aplicara de manera obediente pauta por pauta del "Manual para Directores de Acción", también sabe imprimir un tono, entre sobrio y sofisticado, a las imágenes más trepidantes de su filme.


He aquí la gran sorpresa que nos depara el visionado de Combustión. Y, lamentablemente, la única. Bueno, no exactamente la única, pero sí la más destacable. Porque sorpresa es también, aunque de un modo diametralmente contrario, el que el responsable de un título tan recomendable como Invasor (2012) haya tirado por la borda las posibilidades que el nuevo material le ofrecía para seguir demostrando que hacer cine de acción (en España) no estaba reñido con hacer buen cine. Y es que bajo el imponente y espectacular armazón formal de Combustión, un espectador mínimamente exigente apenas puede hallar más que chamusquina. Es tanta la memez y la obviedad que se ocultan tras ese colorista dispositivo visual que cabrea reconocer en algunos momentos la inmodesta intención del director por emular con su criatura una obra maestra como Drive (2011), de Nicolas Winding Refn, intentando con ello alejar su película de la tan socorrida comparación con la saga The Fast and the Furious (2001), iniciada por Rob Cohen. Sin embargo, para desgracia de Calparsoro (y, por extensión, de nosotros, decepcionados espectadores), la cinta está más cerca de la hueca e insustancial propuesta de la segunda, que de la atmosférica y conceptual aportación de la primera.


Por ello, es obligado lamentarse de la existencia de un producto como Combustión dentro de la cinematografía patria por la alta presunción de una cinta que, por momentos, trata de trascender la vacua superficialidad que le da origen: un guión lleno de clichés y lugares comunes, con giros argumentales raquíticos por su obviedad manifiesta y unos personajes arquetípicos, de una pieza, nada trabajados y que meramente responden a tipos vulgarmente establecidos, que intentan hacernos creer que nos están ofreciendo un espectáculo arrollador, distinto, cuando únicamente nos proporcionan lo mismo que cualquier serie de televisión para adolescentes de la actual parrilla nacional, sólo que condensado en poco más de hora y media y no es gratis. Poca culpa de todo esto tienen los incautos intérpretes de esta historia, que con semejantes roles tratan de hacer lo que pueden o mejor saben. Así, Álex González da el tipo de chico embaucado y trata de dar cordura emocional al giro pueril y autómata de su personaje; Alberto Ammann tira de carisma para componer al, de lejos, el más monocorde y estereotipado de los personajes; y Adriana Ugarte logra quitarnos los prejuicios sacándose de la manga (o de debajo de esas diminutas faldas) un erotismo absolutamente potente al que le roban toda la credibilidad las caídas de su personaje en los terrenos puramente románticos. Hay que detenerse, eso sí, a observar de cerca el trabajo de María Castro, la mejor de todo el elenco, precisamente por lograr, con muy pocos elementos -sólo una serie de sutiles detalles-, alejar a su también muy estándar personaje de la vulgaridad interpretativa.


Cabe preguntarse ahora primero por qué de la necesidad de emprender aventuras cinematográficas que, en modo alguno, tienen relación directa con la cultura imperante en nuestro país, tratando de hacer caja en un terreno que no es el nuestro y que no impulsa ni enriquece nuestra identidad cinematográfica. Pero también, alejándonos de este tremendo radicalismo, tenemos que preguntarnos el que, siendo conscientes de nuestras limitaciones, ya que nos disponemos a abordar temáticas y estilos que nos son tan ajenos, como creadores cinematográficos, por qué hacerlo según los modos y usos establecidos por el cine foráneo, por qué no aportar nuestro pequeño granito de arena tratando de virar el género con una propuesta, de algún modo, diferente, desmarcándose así de evidentes comparaciones, más destructivas que otra cosa. Y, teniendo en cuenta el desconcertante rendimiento de la película en la taquilla, también habría que preguntarse por qué, aún asumiendo y presumiendo de los mismos leitmotiv que convierten en oro puro productos similares llegados desde Hollywood, un título como Combustión no convence a su audiencia predeterminada. Quizás porque, por momentos, Combustión, más que un espécimen autosuficiente dentro del género, parece una parodia del mismo. Tal es el grado de disparate que se alcanza en su marco argumental. Y, por último, es lícito preguntarse también por qué ese mal uso y abuso de una banda sonora tan ruidosamente rimbombante, tratando de lograr con ella el mismo efecto que la usada por Winding Refn para su Drive. Lo que Calparsoro y Carlos Jean no parecen haber sabido entender de aquélla, es que la música electrónica empleada por el director danés daba fuerza a la potencia visual de las imágenes, reconvirtiendo de paso la atmósfera intrínseca de las mismas y elevándola a niveles incluso abstractos. En Combustión, sin embargo, la música escogida para acompañar a las imágenes parece querer entablar con ellas un diálogo prestidigitador similar al sucio y achacoso lenguaje videoclipero.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actriz Revelación: María Castro.
- Mejor Montaje: Antonio Frutos y David Pinillos.
- Mejor Sonido: Sergio Bürmann y James Muñoz.
- Mejores Efectos Especiales: Ferran Piquer.

Tres jubilados y un atraco perfecto: una joya de la comedia española.

Son muchas las razones que hacen especialmente curiosa la existencia de una película como Los dinamiteros (1963). Para empezar, el ser la única obra de ficción rodada por su director, un Juan García Atienza, que había trabajado previamente como director de la 2ª unidad o ayudante de dirección para directores de la talla de José Antonio Nieves Conde, Florián Rey o Rafael J. Salvia, pero que tras estrenar Los dinamiteros nunca más se volvió a poner detrás de la cámara para rodar una nueva película de ficción, aunque sí algunos documentales, desarrollando también una decente labor como guionista, principalmente para la televisión.


Argumentalmente, Los dinamiteros bebe claramente de la enorme influencia que seguía ejerciendo en el cine europeo el éxito de la película italiana I soliti ignoti (Rufufú) (1958), de Mario Monicelli, sátira post-neorrealista de las películas con atracos perfectos, con Du rififi chez les hommes (Rififí) (1954), de Jules Dassin, o The Asphalt Jungle (La jungla de asfalto) (1950), de John Huston, a la cabeza de su paródica diana. Así, nos encontramos con tres jubilados, dos hombres y una mujer, que tras asistir a la muerte solitaria y mísera de otro jubilado conocido de los tres, que, como ellos, también ha venido cobrando una raquítica pensión, deciden dar un "golpe maestro" y atracar las oficinas de la mutualidad de pensiones, armados con cartuchos de pólvora. En el mismo tono entre el sainete y la denuncia social que su coetánea Atraco a las tres (1962), de José María Forqué, Los dinamiteros parte de una tan absurda premisa inicial para efectuar un entrañable y lúdico retrato de la miserable realidad social de la España del momento. Bebiendo convenientemente de las influencias tardías del Neorrealismo Italiano, Atienza da forma a la maquinación y puesta en marcha de ese "atraco perfecto" desde una óptica verdaderamente naif, donde resulta incluso lícito pensar en el posible éxito final de semejante terceto de atracadores.


Sin la mala uva y la perspicacia, así como esa capacidad de observación tan soterradamente satírica del maestro Berlanga, Azcona mediante, pero ejecutando toda su peripecia argumental con notoria inspiración, Los dinamiteros se encuentra sostenida en una puesta en escena sencilla, sin estridencias ni alardes visuales de ningún tipo, con una cámara sumamente transparente, una adecuada y nada sibilina fotografía en blanco y negro, que puede aportar cierta atmósfera noir al conjunto sin perder, ni por asomo, su fuerte componente naturalista, obra del profesional Juan Mariné, y una óptima y evocadora banda sonora, con puntuales asertos jazzísticos, en la mejor tradición del género, debida nada menos que a Piero Umiliani, creador de la maravillosa partitura de Rufufú. Todo esto son excelentes virtudes para una comedia verdaderamente divertida y disfrutable, que si no depara unas grandes y estridentes carcajadas, por lo menos impide durante todo su metraje el que se nos borre una cómplice (y complacida) sonrisa, conteniendo momentos ciertamente brillantes (como la preparación de los explosivos, el ensayo en la Casa de Campo del atraco o la ejecución final del robo), sustentada toda la comicidad de la película en una disposición francamente rítmica y sostenida de los gags, en unos diálogos verdaderamente hirientes y mordaces, tremendamente ácidos y nada complacientes, y en el juego y química que se establece entre los tres protagonistas, auténticos motores de la comedia en Los dinamiteros.


Eso monstruo del género en particular, y del cine en general, que siempre fue José Isbert fue la estrella española escogida para esta co-producción con Italia, y, en uno de sus últimos papeles antes de su triste fallecimiento en 1966, el actor vuelve a hacer de las suyas, creando una composición inolvidable, tirando de lo absurdo de las situaciones para satirizar a placer a ese abuelo roñoso y solitario. A su lado, el italiano Carlo Pisacane, actor presente también en Rufufú y que aquí aportaba no poca picardía y diablura a su abuelo aficionado a quedarse embobado mirando a las jovencitas pasar, entablando un tronchante tira y afloja con la aspereza cascarrabias en la que se desenvuelve Isbert. La tercera en discordia fue la afable abuelita por excelencia del cine mexicano, una Sara García que jugaba con la aparente bondad inherente a su físico para componer un personaje de abuela marchosa y decidida, reaccionaria y subversiva por igual. Una auténtica delicia pues el campo interpretativo de una película en la que también destaca, en un papel secundario, de fácil y brillante ejecución, la estupenda Lola Gaos y los cameos de las estrellas del momento, unos jóvenes Adolfo Marsillach y Laura Valenzuela, en una irresistible parodia del cine con atracos perfectos, una parodia dentro de la parodia de jocosa eficacia. 


Virtudes varias pues que dan de sí una encantadora película, que no ha perdido ni un ápice de su alcance crítico y mordaz, que se erige pronto en un interesante documento sociológico y con la que se ensañó muy especialmente la oscura y pésima distribución que sufrió a la hora de su llegada a las salas, para más inri, muy entrado ya el año 1964 y en circuitos de repertorio y dobles sesiones, lo que la condenó irremisiblemente a una injusta invisibilidad en la época y un más que obvio olvido con el transcurrir de los años. Quizás fue ésta la principal razón por la que Atienza no volvió a dirigir obra alguna de ficción para el cine español, con lo que es más que obvio afirmar que nuestro cine se ha perdido a un más que interesante realizador "apunta maneras". Ya es hora de sacar del ostracismo tremenda joya de la comedia costumbrista española, que se cuenta por desgracia entre los innumerables títulos malditos de nuestra cinematografía y que no estará firmada ni por Berlanga ni por Ferreri, pero que merece un puesto de honor dentro del género cómico en la Historia del Cine Español.

Luis Miñarro recupera el Cine Histórico para el Cine Español.


Amantes del Cine Histórico, prestad atención. El productor Luis Miñarro, a través de su compañía Eddie Saeta, está rodando estos días su primer largometraje como director de ficción, después de los documentales Familystrip (2009) y Blow Horn (2009), en localizaciones de Bari (Apulia, Italia) y que se desarrollará durante las próximas tres semanas en la provincia de Barcelona. Llevará por título Estrella fugaz y será una aproximación cinematográfica a la personalidad de Amadeo de Saboya, rey de España entre 1870 y 1873 con el nombre de Amadeo I, llamado también el Rey Caballero. Su reinado en España, de poco más de dos años, estuvo marcado por la inestabilidad política, en donde ninguno de los seis gabinetes políticos que se sucedieron durante el período fueron capaces de solucionar la crisis que vivía el país, agravada por el conflicto independentista en Cuba, que había comenzado en 1868, y una nueva Guerra Carlista, iniciada en 1872.


De esta manera, Miñarro vuelve a recuperar para el Cine Español el cine de época, tratando de realizar un viaje poético a la muy poco conocida figura de Amadeo I que bien podría servir de metáfora a la situación de crisis actual en la que vive el país. Con guión del propio director, co-escrito junto a Sergi Belbel, autor del libreto de Eva (2011), de Kike Maíllo, contará con el trabajo fotográfico de Jimmy Gimferrer, galardonado en el Festival de San Sebastián por Aita (2010), de José María de Orbe, y han arrancado a rodar en el interior del Castel del Monte (Castillo del Monte) situado en la mencionada Apulia, construcción que data de entre 1240 y 1250 y que está considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Con la participación del ICEC y la Puglia Film Comission, Estrella fugaz parece venir a recuperar para nuestra cinematografía la espectacularidad inherente al cine de época antaño y tendrá sus grandes bazas, sobre todo, en un reparto que lidera el camaleónico Àlex Brendemühl en la piel del personaje protagonista. Le acompañan las estupendas Bárbara Lennie y Lola Dueñas, los eficaces Francesc Garrido y Francesc Orella, y los televisivos Gonzalo Cunill, presente en la serie Bandolera (2011), y el joven Álex Batllori, visto recientemente en La mosquitera (2010), de Agustí Vila, y en la serie Física o química (2010-2011). Junto a ellos hay que realizar una mención especial para la participación de la veterana actriz barcelonesa Rosa Novell en una película que, de gozar de una buena distribución, podría ser uno de los títulos más importantes del próximo curso cinematográfico de 2014.


Javier Cámara, firme favorito al Goya al Mejor Actor.

MEJOR ACTOR

Si hay algo claro este año es el concurso de muy diferentes y sugestivos protagonistas masculinos, lo cual hará muy difícil elaborar esta quiniela conforme vayan pasando los meses. De primeras, podemos afirmar que tenemos a un favorito asegurado, precisamente el trabajo que lidera la lista que ahora publicamos. Sin embargo, tampoco deberían pasarse por alto los otros dos trabajos reseñados aquí, por mucho que pierdan posiciones en futuras entregas.

1. Javier Cámara, por Ayer no termina nunca.

  • A favor: expresando mucho a través de muy pocos elementos, Cámara se hace sublime en Ayer no termina nunca, componiendo una interpretación sosegada y pragmática, convenientemente medida y ajustada en un cadencioso crescendo dramático que se erige, desde ya, en la mejor actuación del actor para el cine. Eso y la sensación de que la Academia le debe un Goya tras nominarle cinco veces de manera infructuosa.
  • En contra: la división de opiniones de una película, para más inri, estrenada demasiado pronto de cara a las nominaciones y el que su presencia en la misma parezca, en cierto modo, eclipsada por la de su compañera de reparto.

2. Ricardo Darín, por Tesis sobre un homicidio.

  • A favor: sobrio, impecable, infinitamente matizado, proverbialmente expresivo, es el alma, el motor y la estructura base de Tesis sobre un homicidio, demostrando una magistral capacidad para, tras los primeros minutos de metraje, desaparecer por completo dentro de su hermético personaje sin dejar en ningún momento de traspasar la pantalla, conectar con el espectador y que éste empatice hasta el paroxismo con su rol.
  • En contra: que la película, al ser una co-producción entre España y Argentina, no entre en la competición, pero, sobre todo, el protagonismo de Darín en otra de las cintas más esperadas del año: Séptimo, de Patxi Amezcua.

3. Álex González, por Alacrán enamorado.

  • A favor: el haber superado las expectativas, gracias a la admirable y convincente labor que realiza del protagonista de la cinta, detallando con aplomo minucioso todo el arco emocional que recorre su personaje a lo largo de la película. Sin duda, una excelente noticia que invita a concebir no pocas esperanzas en un actor perteneciente a una generación de intérpretes, en general, poco solventes en papeles tan rigurosos como éste.
  • En contra: su juventud y su atractivo físico son un lastre para tomar en serio sus opciones al Goya, a lo que hay que sumar el temprano estreno de una película que se ha saldado con un sonado batacazo en la taquilla.

ATENTOS A:

Eduard Fernández, por Todas las mujeres. Mario Casas, por La mula. Javier Pereira, por Stockholm. Paco Tous, por Somos gente honrada. Miguel de Lira, por Somos gente honrada. Eduardo Noriega, por PresentimientosJose Coronado, por Hijo de Caín. Hugo Silva, por Las brujas de Zugarramurdi. Mario Casas, por Las brujas de Zugarramurdi. Quim Gutiérrez, por La gran familia española. Antonio de la Torre, por La gran familia española. Ricardo Darín, por Séptimo. Mario Casas, por Ismael. Juan Diego, por Anochece en la India. Manuel Zarzo, por Blockbuster. Ernesto Alterio, por ¿Quién mato a Bambi? Quim Gutiérrez, por ¿Quién mató a Bambi? Rubén Ochandiano, por Cuento de verano.

miércoles, 8 de mayo de 2013

El Cine Español, con "Combustión" a la cabeza, pierde mucho gas.

Malas noticias nos llegan, otra semana más (y van...) desde la taquilla. Resulta que ante el agradable respiro que nos dimos el fin de semana anterior, este primer fin de semana de mayo (con días festivos y todo) nuestros cines van y recaudan unos muy pobres 4,4 millones de €, lo que supone una caída demasiado abrupta desde los 7,4 de la semana pasada. Un 41,1% menos, concretamente 620.000 espectadores, debido a la caída general de todos los films y a que los estrenos correspondientes tampoco han llamado en exceso la atención. Y, claro, en medio de esta situación de despropósito, los títulos españoles han sido, como bien corresponde, de los más perjudicados.


Combustión, de Daniel Calparsoro, pierde de vista el podio de honor de los tres primeros puestos, cae del cuarto al sexto lugar de la tabla, perdiendo 16 pantallas y recaudando un 54,7% menos que en su estreno, exactamente 205,092€. Tiene, eso sí, un acumulado de 878,377€, lo que hace más que factible pensar en que pueda alcanzar el tan deseado millón de € en próximas semanas, lo que no significa que podamos hablar de una película rentable, pues con esa cifra apenas podrá cubrir los gastos empleados en márketing y comunicación.


Sin embargo, su caso no es el más grave. Peor lo tiene Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet, una película cuyo éxito en la taquilla dependía (y mucho) del boca a oreja (y parece que éste tampoco ha sido excelente). La película de Coixet ha perdido definitivamente un 58,1% de lo recaudado en su estreno el fin de semana anterior, haciendo tan sólo 65,886€ de caja y quedándose a punto de abandonar el Top10 de las más vistas, ocupando el puesto número 9 y teniendo un raquítico acumulado de 223,200€ después de 10 días de exhibición. Y aunque haya ganado 5 pantallas para este segundo fin de semana de carrera comercial, lo tendrá más que difícil para ir más allá de los 300.000€.


Bajando en la tabla, nos encontramos con que Tesis sobre un homicidio, de Hernán A. Golfrid también desciende, como ha sido norma general en todas las películas este fin de semana, en su caso, cuatro posiciones: se ancla al puesto número 15, con unos resultados de 46,801€, un 53,9% menos, lo cual tampoco es tan mala noticia si tenemos en cuenta que había perdido 45 pantallas. Obtiene así un acumulado de 1,525,419€, lo que no está nada mal teniendo una vida comercial ya de cinco semanas.


Una más lleva en los cines Los últimos días, de los hermanos Pastor, que cae al puesto 22 y que ya conseguía pasar de los dos millones de € el fin de semana anterior. Éste recauda otros 19,201€, un 47,4% menos y con la pérdida de otras 28 pantallas. Tiene un acumulado bastante decente, sobre todo comparado con la precaria situación general, que asciende hasta los 2,108,286€, sin embargo resulta una cifra bastante alejada de los tres millones de € que se barajaban en su estreno.


El dato más curioso de todos nos llega desde el puesto número 27 del ránking, hasta donde ha caído Alacrán enamorado, de Santiao A. Zannou, que ha pasado de estar presente en 88 pantallas en la semana anterior a exhibirse en 366 más, concretamente en 454 durante esta semana de puente. ¿Un último y desesperado impulso por sortear el desastre? Lo sentimos pero no ha dado resultado, pues Alacrán enamorado apenas ha recaudado una media de 24 irrisorios € por pantalla, en total 11,035€, un 63,1% menos, logrando un acumulado de 343,592€ en cuatro semanas. Un desgraciado fracaso con todas las de la ley, salvo que la película no merece, ni de lejos, tremendo desdén.


Todavía siguen Los amantes pasajeros, de Pedro Almodóvar, dando guerra en la taquilla, aunque ahora con mucho menor ruido que antes, ¡claro está! Ocupan el puesto 37 y tienen presencia solamente ya en 24 pantallas, pero recaudan una estimable media (sobre todo comparando las cifras con las del título anterior) de 234€, en total suman 5,611€ (-48,7%) y rozan ya de cerca los 5 millones de € en su acumulado, exactamente 4,999,231€.


Mucho más abajo en el ránking aún podemos encontrar a Una pistola en cada mano, de Cesc Gay, manteniendo el puesto 64 obtenido la semana pasada en la que supone ya su vigésimo segunda semana de exhibición, con presencia únicamente ya en un sólo cine de toda la geografía española, pero recaudando unos dignísimos 293€ más, tan sólo un 25,3% menos con respecto a la semana anterior. Un buen dato, sin duda, que refleja el excelente boca-oreja de una película diferente y magnífica y que indica que el buen cine español aún interesa al público. Lleva ya un acumulado de 1,924,010€, cifra admirable teniendo en cuenta la condición de "independiente" a la que responde la propuesta.


También con una sola pantalla se ha mantenido Emergo, de Carles Torrens, uno de esos estrenos invisibles a los que tanto nos hemos acostumbrado en nuestra cinematografía. En su segunda semana ha obtenido sólo 24€ más, un estrepitoso 92,9% menos de lo recaudado en su semana de estreno y que hacen un total de 472€. Con toda la lógica del mundo, con semejantes condiciones de distribución y exhibición, Emergo ha supuesto un forzado descalabro comercial. Algo similar a lo ocurrido con La venta del paraíso, de Emilio R. Barrachina, que cierra el ránking, en el puesto número 79, recaudando unos testimoniales 12€ en la única sala que aún la proyectaba y es que había perdido presencia en tres cines para su tercera semana de exhibición. Recauda un 96,4% menos obviamente y acumula un total de 3,347€, con lo que no tendrán (seguro) ni para empezar a recuperar la inversión, aunque siendo mal pensados podríamos achacar su fantasmal aterrizaje en las salas a una excusa barata para justificar el dinero recibido vía subvenciones oficiales. Pues, ¡que no cunda el ejemplo!