viernes, 8 de noviembre de 2013

Ópera prima mal planteada y menos conseguida.


Con una secuencia de apertura del todo desequilibrada en su concepción y montaje, también en sus resultados, se abre esta ópera prima del catalán Joan Cutrina, experimentado productor de, principalmente, documentales, que inicia su andadura en el cine de ficción proponiendo un relato basado en una historia real y utilizando los estilemas característicos del cine policiaco, para contarnos la historia de tres amigos, antaño miembros de una misma banda criminal de barrio, que tras ochos años han tomado caminos diferentes: uno acaba de salir de prisión tras todo ese tiempo y quiere rehacer su vida sin meterse en líos, el segundo es el capo de una banda de criminales que colabora con la policía local  y el último se ha hecho policía y trabaja para el departamento de crimen organizado. La idea de explorar el cambio en las relaciones de tres personajes tan antitéticos, pero de pasado compartido, no deja de resultar interesante, como lo es también (por muy manido que esté) el clásico argumento de hombre salido de prisión que busca empezar de cero, aunque siente la tentación de volver a las andadas pululando a su alrededor. Alpha habría ganado muchos puntos si su director y guionista (Antoni Solé) hubieran apostado porque su película profundizara y desarrollara ambos conflictos. Probablemente, no hablaríamos ahora de una ópera prima malograda. Porque en un evidente caso de error de perspectiva, los responsables de Alpha confieren toda la importancia a las tramas criminal y policial, en detrimento de las, digamos, más sociales, tratando de construir un thriller de carácter urbano al que se le notan demasiado las costuras. Por no hablar de los patrones.


Con un estilo visual claramente inspirado en el Heat (1995), de Michael Mann, poco más brinda esta cinta al género que no hayamos visto antes (y mejor) y cuyo principal problema radica en el texto que la sustenta. Clichés (en el dibujo de los personajes, en la sucesión de acontecimientos, en la naturaleza del contexto en el que todo sucede) y situaciones cuyo desarrollo y resolución responden a esquematismos completamente estereotipados se dan la mano en la trama criminal, mientras la inverosimilitud campa a sus anchas por la policial (con líneas de diálogo y réplicas que producen sonrojo por su infantilismo, como si las hubieran escrito niños de primaria jugando a "policías y ladrones"), logrando que toda la puesta en escena orquestada por Cutrina haga aguas y que, incluso, los insertos de la escueta y anecdótica trama social carezcan del empaque emotivo que necesitaban. Esto y unos giros argumentales de manual, que no ofrecen al espectador más que la sempiterna cantinela en su cabeza de "lo veía venir", dan al traste con la función de manera fatídica casi a mitad del metraje, por lo que llegados al impactante y bien rodado "palo" final, con fuego cruzado incluido, a uno le da por pensar en el mal encauzado potencial de su director, digno de empresas mejor hilvanadas que esta.


Este tenso tiroteo cerca del final resulta, no obstante, una gran sorpresa, cuando a lo largo de toda la película Cutrina había evidenciado una falta considerable de tino precisamente en la creación del clima y la atmósfera internas, primero por la cansina utilización de una selección de temas musicales para nada idóneos en lo que a acompañar las imágenes se refiere, que si no aportan un exceso de ruido verdaderamente incómodo, restan alcance tonal a las imágenes, llevando al espectador a sentir la emoción contraria a la deseada. Segundo, por una indefinición alarmante en su concepción visual, donde se conjuga una planificación sobria y con clase, exquisita unas veces, con otra nerviosa e histérica, que aturde y pierde la atención del espectador, mezclados por algunos desmayos, como ralentís metidos con calzador que, aparte de remitirnos a los visibles referentes cinematográficos de los que bebe la película, solo logran producirnos una tensa molestia ante la constatación de la ambiciosa pretensión del director. 


En el campo interpretativo, todo el elenco se ve doblemente limitado: por un material de base tan poco sustancioso y por una planificación más pendiente de hacer constar el dominio y el oficio del director detrás de la cámara, que en permitir que se cuele por la pantalla algo de auténtica verdad. Porque, eso sí, aunque todo parezca jugar en su contra, los actores se muestran voluntaristas y, cual niños, se creen a pies juntillas sus superficiales personajes. Miquel Fernández resulta ser el más desaprovechado de todos, al conferirle la historia tan pocas opciones de lucimiento. Sobrio y sereno, el actor pone en evidencia las ignoradas posibilidades que poseía su trama. Juan Carlos Vellido compone con estoicismo y solemnidad su personaje, levantándolo del lugar común y confiriéndole una grata empatía. El trabajo de un esforzado Álex Barahona llega a ser el más llamativo de los tres, pero más por la obcecada intención del intérprete para, primero, convencer en un registro dramático a pesar de su físico y, segundo, dotar de verosimilitud a su parte del pastel, esto último totalmente en vano. Las cortas intervenciones de unas emotivas Irene Montalà y Xenia Tostado no caldean una función en la que, para colmo de despropósitos, Adolfo Fernández desperdicia una magnífica oportunidad para componer un malo de altura, acometiendo su trabajo desde una televisiva complacencia. Eso sí, ver al cocinero Sergi Arola en su improbable intervención no tiene desperdicio.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actor Secundario: Juan Carlos Vellido.
- Mejor Actor Revelación: Álex Barahona.
- Mejor Sonido: Jaume Meléndez y Benjamin Mahoney (efectos).

0 comentarios: