El fin del mundo como tema que dé origen a una película no es algo, a estas alturas, nada original. Lo original en el planteamiento de Al final todos mueren es que esta idea de base sirve de pretexto para edificar cuatro historias (cinco si contamos el prólogo y el epílogo) sobre algo nada manido en el cine con tremenda temática: cómo seres del todo anónimos, gente como ustedes o como yo, se enfrentan a sus consabidas últimas horas de vida, a la más que evidente extinción de la raza humana. Desde aquí, la propuesta colectiva de Al final todos mueren se erige en un atractivo mosaico de sensaciones, dependientes cada una de los distintos puntos de vista de sus creadores y, claro está, de los tonos y géneros empleados por cada uno de ellos para contarnos su particular "historia anónima del fin del mundo". Como podrán suponer todos aquellos iniciados, la cohesión entre los diferentes episodios es mínima, a nivel ya no sólo narrativo (salvo algún que otro nexo o punto de unión que no desvelaremos aquí), sino también de puesta en escena y alcance final.
¿Supone esto acaso un obstáculo insalvable para el disfrute del espectador de Al final todos mueren? Desde luego que no, pero la disparidad de resultados entre los cuatro episodios (cinco, si me apuráis) hace palidecer la percepción del conjunto como obra total, que, como toda cinta formada por sketches o cortometrajes independientes, se resiente de los altibajos de ritmo y forma a la que la someten sus cuatro (o cinco) manos creadoras y responsables. Es obligado referirse, por tanto, a cada uno de ellos por separado, debido a la ausencia de uniformidad. El habitualmente actor Javier Botet firma el primero de ellos, proponiéndonos un oscuro y tremendista cuento de terror sobre un asesino dispuesto a terminar su obra (asesinar a 100 chicas) antes de que el inoportuno meteorito impacte contra La Tierra. Logra, con muy pocos elementos, generar tensión e intriga en el respetable, aunque le cueste arrancar precisamente por el equivocado uso de un narrador en off que confiere al episodio un tono casi lírico que juega en contra de la creación de ese clima insano. Al final, se produce el milagro y las imágenes logran infundar algo parecido al miedo, pero el director opta por cerrar la historia en su punto álgido, llevando su corto de lo efectivo a lo efectista.
Con el mal rollo en el cuerpo da comienzo el segundo episodio, dirigido por Roberto Pérez Toledo, que en un tono agridulce nos cuenta cómo una serie de jóvenes, en un espacio reducido, aprovechan los últimos días de vida que les quedan para encontrar el amor (y algo más que eso). Sin llegar a ser nunca una comedia romántica al uso, esta pieza desborda ternura y tristeza a partes iguales, soliviantadas ambas por un finísimo humor y un tenue romanticismo, que invitan ambos a congratularse ante su visionado. Y, aunque se halla en exceso dialogado, es éste el episodio quizás más sensible (que no sensiblero) de todos, gracias a la cariñosa mirada con la que su director filma a sus criaturas, capaz de escrutar desde una óptica no exenta de mimo los interiores atormentados y dolorosos de sus personajes, algo que ya evidenciaba (y muy bien) en la mágica joya que fue su ópera prima en el largometraje: Seis puntos sobre Emma (2011). El resultado final no llega a brillar a la altura deseada, sobre todo, por la desigualdad en la dirección de actores, de entre los que es obligado mencionar la credibilidad y entereza aportadas por Andrea Duro, el encanto exhibido por Laura Díaz y la fragilidad expuesta por Alejandro Albarracín.
El thriller es el género escogido por Pablo Vara para el tercer episodio, donde durante una reunión de unos amigos aparece una joven desconocida herida de muerte, portando cinco salvoconductos para la supervivencia ante el cada vez más próximo meteorito. El dilema moral entre si deshacerse o no de la desconocida hubiera sido un excelente punto de partida para un conflicto cargado de no poca tensión e incertidumbre, pero Vara no aprovecha esta vertiente y tira por otro lado, lo que dota a su capítulo de una incómoda monotonía e indefinición en su inicio, a lo que ayudan los desafortunados golpes de efecto de la banda sonora y la desentonada interpretación de su elenco, del que es justo salvar a Manuela Vellés, que mantiene al personaje en sintonía siempre con los giros argumentales que pueblan la trama, que se viene arriba casi al final y gana la adhesión del respetable por su manifiesta toma de partida por la vía salvaje y menos complaciente.
Para terminar, es de alabar el que toda la función se cierre con el capítulo firmado por David Galán Galindo, divertidísima y tronchante pieza sobre un freak que decide pasar sus últimas horas de vida rodeado de sus amados cómics en la tienda de su propiedad y en la que se ha colado una joven embarazada a punto de dar a luz. Diálogos inteligentes y referenciales se dan la mano en este particular duelo cargado de no poca ironía y hasta de un componente algo naif, que por su disparatado desarrollo da en la diana del respetable. Eso y las brillantes composiciones de sus dos protagonistas: una socarrona Elisa Mouliaá y un adorable, literalmente espléndido Ismael Fritschi, incorporando uno de los mejores personajes de comedia surgidos en el Cine Español reciente, merecedor (desde ya) de una película para él solo. Al final, el humor y el optimismo terminan siendo la mejor arma ante el anunciado fin del mundo, como también demuestran las breves pero magníficas piezas de apertura y cierre firmadas por Javier Fesser, cargadas del mejor de los absurdos. Lejos de toda duda, Al final todos mueren termina por dejarnos un agradable sabor en la boca y un confortable recuerdo en la memoria, auspiciado por las virtudes de cada una de sus historias (unas más que otras, claro está) que por unos defectos aislados que, por lo menos, hablan de un esperanzador talento en la nueva hornada de directores que nos está por llegar.
Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actor Revelación: Ismael Fritschi.
- Mejor Actriz Revelación: Elisa Mouliaá.
0 comentarios:
Publicar un comentario