miércoles, 6 de noviembre de 2013

Antonia San Juan es otra más de una distinguida lista de actrices-directoras en el Cine Español.


Este viernes regresa a la gran pantalla Antonia San Juan, en cuádruple función, pues no sólo protagoniza Del lado del verano, sino que también es la responsable del guión, la producción y la dirección. Segunda experiencia en la dirección de largometrajes tras el fiasco crítico y comercial que supuso su ópera prima Tú eliges (2009), la San Juan, que vuelve a la carga con una obra que, se vislumbra, ahondará en el particular universo de su creadora, no es la primera ni será la última actriz que se coloca tras las cámaras en nuestra cinematografía. En mucha menor proporción que el género masculino, hay unos cuantos significativos ejemplos de actrices-directoras en nuestro país y, en algunos casos, la continuidad laboral detrás de las cámaras ha sustituido en gran medida a la labor previa delante de ellas, dando lugar a una intensa y remarcable filmografía que convive y hasta ensombrece la trayectoria interpretativa de las mismas. ¿Será éste el futuro de la ex-chica Almodóvar?

Ana Belén: un título y sin morir en el intento.


Niña prodigio en los sesenta, cantante de éxito popular y una de las grandes estrellas por antonomasia de la gran pantalla desde los setenta, Ana Belén, como una de las figuras más importantes de nuestra cinematografía hacia finales del siglo XX, quiso probar fortuna detrás de las cámaras dispuesta a demostrar que no había en la profesión función que se le resistiera. Así nació Cómo ser mujer y no morir en el intento (1991), basada en el best-seller de Carmen Rico Godoy, donde tuvo a bien el repartir las tareas, dejando el protagonismo absoluto de la película en manos de Carmen Maura. Menos mal, porque el trabajo de la actriz es de lo poco que dignifica una comedia que bebe (mal) de los postulados feministas del momento, con una puesta en escena acartonada y esquemática, que denota la impericia de su directora. Considerada por la crítica como una de las peores óperas primas de la década, Ana Belén logró, empero, un Premio Ondas por su dirección y una nominación al Goya en la categoría de dirección novel. No obstante, no ha vuelto a dirigir.

Emma Cohen: cortometrajista progre.


Tras estudiar Derecho y estudiar interpretación en el TEU, Emma Cohen ingresa en la industria como actriz de grandes inquietudes intelectuales, lo que la liga desde el primer momento a la producción independiente del país. Prototipo de "chica progre" del momento y musa de la efímera "Escuela de Barcelona", Emma Cohen debutó ante las cámaras en 1968, acreditándose Emma Silva, en Tuset Street, de Jorge Grau y Luis Marquina, y ocho años después ya dirigía su primer cortometraje, La plaza (1976), en cuyo reparto figuraban Fernando Fernán Gómez y Alfredo Landa. Tras cuatro cortos más, participó como actriz y directora en la cinta colectiva Cuentos eróticos (1980), protagonizando el episodio dirigido por Juan Tébar, Hierbabuena, y dirigiendo el segmento Sueños rotos. Semiapartada de la vida pública desde hace años, cuando ha vuelto lo ha hecho para ejercer labores de colaboración ante las cámaras, pero no ha vuelto a dirigir para el cine.

Mireia Ros: expectativas truncadas.


Con una trayectoria interpretativa menos conocida a nivel popular que las anteriores, la catalana Mireia Ros puede presumir de una filmografía que se remonta a finales de los años setenta, cuando debutaba con algo más de veinte años en el musical Una loca extravagancia sexy (1978), de Enrique Guevara. Poco después ya tonteaba tras las cámaras y firmaba su primer cortometraje: Un adiós a Steve McQueen (1981), pero permaneció fiel a su incipiente carrera como actriz. Sin obtener nunca la categoría estelar, fue asidua en los repartos de la producción catalana de los años ochenta y logró colarse en algunos títulos más ambiciosos, a nivel nacional, como Berlín Blues (1988), de Ricardo Franco, o Si te dicen que caí (1989), de Vicente Aranda. Muy presente también en la televisión, sorprendió a toda la industria con su ópera prima como directora, la personalísima y recomendable La Moños (1997), por la que obtuvo una candidatura a los Goya a mejor dirección novel. Tras tan inusitado debut detrás de la cámara, la actriz simultaneó su trabajo en algunas producciones de la televisión autonómica de Cataluña con la dirección de unas cuantas tv-movies, hasta abordar su segundo (y esperado) largometraje para el cine, El triunfo (2006), pretencioso mejunje entre cine social, policiaco y folclórico-musical que dinamitó las esperanzas puestas en ella tras su primera obra. Últimamente, ha abandonado la ficción y ha firmado el documental Barcelona, abans que el temps ho esborri (2010), por la que quedó finalista en su correspondiente categoría a los Premios Gaudí. Vista recientemente en [Rec]3. Génesis (2012), de Paco Plaza, y La Estrella (2013), de Alberto Aranda, prepara otra colaboración como actriz en la terrorífica Asmodexia, de Marc Carreté.

Silvia Munt: escalada de talento.


Intérprete especialmente significativa de cierto cine español de intereses poco menos que intelectuales, Silvia Munt logró erigirse pronto en una de las intérpretes más dúctiles y versátiles de nuestra cinematografía, llegando a cotizarse en calidad de estrella a lo largo de la década de los ochenta, obteniendo con toda justicia el Goya a la mejor actriz por Alas de mariposa (1991), de Juanma Bajo Ulloa. Presencia destacada en nuestro cine también en los noventa, la actriz comienza a perder peso estelar tras el éxito de Secretos del corazón (1997), de Montxo Armendáriz. A partir de ahí, se inicia su escalonada trayectoria como directora, primero de cortometrajes, campo en el que debuta con Déjeme que le cuente (1998) y la lleva a ganar su segundo Goya, al mejor corto documental, por Lalia (1999). Poco después acometió la dirección de su primer largo documental, sobre la musa y mujer de Salvador Dalí Gala (2003) y, tras algunas tv-movies, dirigió su primera película de ficción, Pretextos (2008), que también protagonizaba, sentida y exquisita pieza que mereció ganar la Biznaga de Plata a la mejor dirección en el Festival de Málaga. Desde entonces, ha dirigido cuatro películas más para televisión y se ansía su vuelta a la pantalla grande, ya sea delante o detrás de las cámaras.

Laura Mañá: realismo mágico a la española.


Como las dos inmediatamente anteriores es también catalana y debutó ante las cámaras a principios de los noventa, nutriéndose desde el genial thriller Manila (1991), de Antonio Chavarrías, de una filmografía que incluye cortas apariciones o papeles secundarios en algunos de los títulos más significativos de la década, como La teta y la luna (1994), de Bigas Luna, La pasión turca (1994), de Vicente Aranda, o Libertarias (1996), también de Aranda. De físico espectacular y personalidad a tener en cuenta, Mañá parecía no encontrar su sitio en la industria y se lanzó a dirigir, acometiendo su primer cortometraje en 1997, Paraules. Tras una larga temporada como actriz en la televisión, rodó su primer largometraje como directora con Sexo por compasión (2000), revelando unas inquietudes tras las cámaras dignas de mención, que acercaban su ópera prima al "realismo mágico" latinoamericano y al costumbrismo patentado por Luis Buñuel en su etapa mexicana. Premio a la mejor película en el Festival de Málaga, desde Sexo por compasión Laura Mañá ha destacado más en su faceta como realizadora que en la de actriz, a pesar de no haber abandonado esta al cien por cien, estando presente en los repartos de numerosas series televisivas. Su segunda película, Palabras encadenadas (2004) demostró la capacidad de la directora para generar atmósfera y lograr tensión narrativa, mientras que Morir en San Hilario (2005) decepcionaba a lo largo de un desarrollo demasiado ecléctico. En ella participaba el genial actor argentino Ulises Dumont, protagonista de su siguiente película: Ni dios, ni patrón, ni marido (2010), cinta con capital primordialmente argentino que coincidió en el tiempo con la, cien por cien española, La vida empieza hoy (2010), Premio de la Crítica en Málaga y depuración de la personalidad y el estilo de la autora.

Icíar Bollaín: noqueante denuncia social.


Sin lugar a dudas, una de las directoras más conocidas y respetadas del panorama cinematográfico actual. Sus labores como actriz se remontan a principios de los ochenta, cuando protagonizó la obra maestra El sur (1983), de Víctor Erice. Desde entonces, fue escalando posiciones hasta convertirse a principios de los noventa, en una de las principales actrices de su generación en nuestra industria, al menos a nivel crítico y profesional, seleccionando con tino sus papeles ante las cámaras y no permitiendo que la encasillaran en ningún registro ni género. Poseedora de una personalidad profesional de marcada y admirable ambición, acometió la dirección de largometrajes en medio del boom de directoras que surgieron a mitad de los noventa en el panorama cinematográfico español, alzándose con facilidad como una de las más destacadas. Su debut, Hola, ¿estás sola? (1995), nominada al Goya a la mejor dirección novel, aún se recuerda como una de las óperas primas más frescas y logradas de la década. Sin embargo, ya había efectuado con anterioridad labores de dirección en dos cortometrajes: Baja corazón (1992) y Los amigos del muerto (1993). Con Flores de otro mundo (1999), aparte de obtener una nueva nominación al Goya por el guión, evidenció su intención de abordar temas espinosos, desde un punto de vista social, algo que perfeccionó en Te doy mis ojos (2003), abordando de forma brutal y efectiva el tema de la violencia de género y ganando los correspondientes Goya a la mejor dirección y al guión. Tras colaborar en la cinta colectiva ¡Hay motivo! (2004), dirigiendo el episodio llamado Por tu propio bien, dejó bien claro que los hombres en su cine son seres casi más sensibles que las mujeres gracias a la estupenda Mataharis (2007). También la lluvia (2010) y Katmandú, un espejo en el cielo (2011) han sido los últimos y loados trabajos detrás de las cámaras de una actriz que, ya de vez en cuando, aún nos permite el lujo de admirar su talento también delante de las cámaras.

Ana Mariscal: ella lo empezó todo.


Descubierta por Luis Marquina en El último húsar (1940), esta madrileña llegaría en poco tiempo a erigirse en una de las principales estrellas femeninas del Cine Español de aquella época, debido a una enorme fotogenia y a unas dotes interpretativas de altísimo nivel. Protagonista de algunas de las películas más importantes auspiciadas por el Régimen a raíz de su papel en Raza (1941), de José Luis Sáenz de Heredia, Mariscal gozó de una posición totalmente privilegiada en la industria a lo largo de toda la década de los cuarenta, ganando entonces nada menos que tres Premios del Círculo de Escritores Cinematoráficos (los Oscar españoles, para hacernos una idea) a la mejor actriz, por Una sombra en la ventana (1945), de Ignacio F. Iquino, Un hombre va por el camino (1949), de Manuel Mur Oti, y De mujer a mujer (1950), de Luis Lucia. Tras fundar una productora, Bosco Films, con su marido, Ana Mariscal debuta como directora con dos películas que revelaban una especial y muy sugestiva ambición por parte de la estrella: el clásico Segundo López (1952) y el folletín Con la vida hicieron juego (1957). El escaso e inmerecido eco comercial de este último produjo que el resto de la filmografía de la actriz-productora detrás de las cámaras se amoldase a designios consumistas, con la excepción de la obra maestra por antonomasia de la directora: El camino (1964). Cuatro años después abordaría su última película tras las cámaras, El paseíllo (1968), retirándose paulatinamente también de su trabajo como actriz, conteniendo su última intervención la malograda El polizón del Ulises (1987), de Javier Aguirre, en la que compartía cabecera de cartel con otras dos viejas e inolvidables glorias de nuestro cine: Imperio Argentina y Aurora Bautista.

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