Soy fan confeso de Uma Thurman. Muchos de los que me conocéis lo sabéis perfectamente. Y los que no, lo vais a descubrir a continuación. Me he dado cuenta de que dentro de esa sección "Grandes Performances" aún no había dedicado unas líneas a ningún trabajo femenino. Siendo también un confeso fan de multitud de actrices, tenía que poner fin a tremenda afrenta lo antes posible. Y nada mejor que hacerlo con Uma Thurman y la que, probablemente, se alce como su interpretación más memorable: la llevada a cabo en las dos entregas de esa mastodóntica obra, inolvidable delirio, de Quentin Tarantino, llamada Kill Bill (2003 y 2004). Voy a intentar no dejarme llevar por mi euforia y mi reverencial admiración hacia la actriz y su trabajo y a tratar de ser lo más objetivo que pueda. Pero, ¡joder!, ¿se puede estar mejor que Uma Thurman en Kill Bill? Muchos diréis que sí, a mí, francamente, me parece que no. Vayamos por partes, las mismas en las que se dividió la obra.
Kill Bill Vol. 1
El personaje de La Novia fue una creación conjunta entre Quentin y Uma llevada a cabo durante las pausas del rodaje de Pulp Fiction (1994), así que no es de extrañar que cuando Tarantino se decidió a poner en marcha el proyecto no sólo pensara en la Thurman para protagonizarlo sino también que esta decisión fuese inamovible aunque tuviera que esperar a que la actriz se encontrase en condiciones de rodar puesto que se había quedado embarazada de su segundo hijo. Y nosotros, bien que se lo agradecemos. Porque La Novia, con el rostro, la figura y la voz de otra intérprete no sería el icono cinematográfico que es, bien seguro estoy de ello. El mérito se lo debemos a Tarantino, qué duda cabe, porque montó una película (que luego fueron dos) como homenaje (confeso y, hasta cierto punto, fetiche) no a un personaje, sino a una actriz: Uma Thurman (ningún otro director la fotografiaría tan sumamente bella, por cierto). Pero es que la intérprete, consciente de que no se las iba a ver en otra tesitura tan favorecedora (recordemos que por aquél entonces los grandes estudios -y con ellos, los grandes papeles- parecían haberle dado la espalda), se aferró a La Novia, la hizo carne y nos la estampó con ímpetu ante nuestros atónitos ojos. Atónitos porque nunca antes habíamos visto a una actriz hacer de un personaje a priori tan alejado de nuestra experiencia vital (y cinéfila) algo tan sumamente cercano y empático, aún no desvelándonos, en ningún momento de la película, datos que nos ayuden a entenderlo. Tarantino nos cuenta lo básico: es una mujer a la que han jodido, pero bien, y va a vengarse. Punto. Y ahí es donde entran Uma Thurman y ese talento impredecible suyo para hacernos vibrar, sentir y luchar con La Novia.
Lo expuesto en este primer volumen no es otra cosa que un trabajo interpretativo esencialmente físico. Aunque contó con el apoyo de la doble y especialista Zoe Bell en algunos planos largos, la práctica totalidad de los planos cortos en las secuencias de acción las protagonizó la rubia de Boston. El esfuerzo físico es descomunal, se palpa en cada plano de las secuencias de lucha. Pero ya no sólo hay que alabar su extraordinaria capacidad para responder con destreza a las difíciles coreografías de lucha diseñadas por Yuen Woo-ping (el mismo de Tigre y dragón, de Ang Lee), sino también su enorme dominio de sus herramientas interpretativas, puesto que la emoción interna de su personaje va evolucionando al compás de sus movimientos en la batalla y todo queda fascinantemente expresado a través de miradas e inflexiones de voz que Uma Thurman sabe administrar con minucioso tacto. Y es la voz uno de los elementos característicos de su trabajo. La Novia no sería la misma sin ese hablar lento, casi susurrante, en tono siempre amenazador, aunque pueda enmascarar sus frases con ironía resentida. El odio y la sed de venganza que tan vívamente se desprenden de la película nacen del trabajo de voz de Uma Thurman.
Y a todo esto se une un fuerte trasfondo dramático, ése que sustenta, mueve y arrastra al personaje (y a nosotros con él) puesto de manifiesto en esa admirable transición emocional exhibida sin pudor, con la confianza ciega de quien sabe lo que se hace y a un nivel de implicación y exposición altísimo, en la dolorosa y traumática secuencia del despertar de La Novia de su largo coma. Ese llanto desgarrador y el subsiguiente proceso emocional que recorre la Thurman en sólo unos segundos, del desconsuelo por la pérdida al miedo profundo por ser descubierta, pasando por ese odio acérrimo hacia los asesinos de su bebé, se debe contar desde ya como una de las más célebres proezas alcanzadas por una actriz para el cine contemporáneo. Si el alcance dramático de Uma Thurman en esa breve secuencia no hubiese superado ese umbral trágico probablemente tanto Tarantino como ella hubiesen corrido el riesgo de que nosotros, espectadores siempre fieles, no hubiésemos acompañado emocionalmente también a La Novia en su búsqueda de venganza.
Por todo esto Uma Thurman se posicionó en las quinielas como una de las más serias aspirantes al Oscar de interpretación aquel 2003. Cierto es que no las tenía todas consigo por tratarse del tipo de papel que se trataba y que, por desgracia, no entró entre el quinteto finalista, pero se apuntó una candidatura al Globo de Oro como Mejor Actriz en Drama y otra nominación al BAFTA. Ahí es nada.
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