miércoles, 22 de mayo de 2013

En busca de "La Estrella" de Ingrid Rubio.



La echábamos de menos. Nosotros y el Cine Español. Esta semana vuelve a las carteleras uno de los rostros más singulares, expresivos y bonitos de nuestro particular Star System, aunque Ingrid Rubio jamás haya logrado brillar de una manera autónoma dentro de él. Y es que, a pesar de ser una de las grandes revelaciones en el campo interpretativo de nuestra cinematografía a mediados de los noventa, esta catalana no logró cuajar del todo dentro del panorama artístico nacional. Este viernes llega a los cines La Estrella, debut en el largometraje de Alberto Aranda, que supone un nuevo protagonista para una actriz a la que hemos visto poco últimamente por la pantalla grande y casi siempre en papeles que no la merecían o, directamente, en producciones que han disfrutado de una distribución realmente oscura. La Estrella, cinta independiente y de buenas intenciones, vista en el pasado Festival de Málaga, juega a ganar adeptos en la taquilla gracias al concurso en su reparto de un gancho infalible como es la reputada actriz Carmen Machi, pero lo que todos los que la han visto dicen es que supone una nueva demostración del talento dramático de Ingrid Rubio, otra actriz desperdiciada por nuestro cine.

Taxi (1996).

Tras haber participado en algunos anuncios televisivos y haberse hecho popular en su Comunidad Autónoma gracias a la serie Secrets de família (1995), fue seleccionada por el mismísimo Carlos Saura para ejecutar el papel protagonista de Taxi (1996), tarea que esta actriz con apenas 20 años de edad, llevó a cabo con no poco arrojo, sacándose de la manga una de las mejores interpretaciones vistas en el cine español de la década de los noventa. Ganadora de una Mención Especial en el Festival de San Sebastián de aquél año y del Premio Revelación otorgado por la Unión de Actores, Ingrid Rubio terminaba de redondear su ingreso en la producción cinematográfica nacional al ganar también el correspondiente Goya a la actriz revelación por su, menos lucido, trabajo secundario en el drama Más allá del jardín (1996), de Pedro Olea. Una decisión hasta cierto punto inexplicable y es que habiendo estrenado en el mismo año un trabajo como el realizado en Taxi, resulta incomprensible como la Academia decidió optar por su menos conseguida participación en Más allá del jardín para erigirla como la mejor actriz revelación del año. 

Más que amor, frenesí (1996).

Comparada con la presencia protagónica en aquélla, la corta intervención de la actriz en Más allá del jardín, en la piel de Elena, la hija de la protagonista, resulta desdeñable, sobre todo teniendo en cuenta el esquematismo con el que está construido el personaje y por la altanería exhibida por la intérprete en la mayoría de sus momentos clave. Un rasgo que casa a la perfección con la protagonista de Taxi, pero que aquí no sirve para transmitir el carácter autónomo e independiente de una jovencita que no abandona la cómoda y molesta bidimensionalidad del papel dónde ha sido creada a pesar de, eso sí, la naturalidad y la excelsa fotogenia de Ingrid Rubio. Un Goya que de premiar la labor de la intérprete en Taxi hubiera resultado merecido, pero que se antoja gratuito al recompensar un trabajo tan plano como el de Más allá del jardín; y que, no obstante, catapultó la trayectoria de la intérprete a la primera línea de fuego de la producción nacional, beneficiada por su participación en la generacional, petarda y éxitosa Más que amor, frenesí (1996), de Alfonso Albacete, Miguel Bardem y David Menkes.

El faro del sur (1998).

Tras otro pequeño papel en En brazos de la mujer madura (1997), de Manuel Lombardero, Rubio se precipitó a una constante e insospechadamente irregular carrera en el cine, con unos consistentes primeros pasos en papeles realmente lucidos, como en la curiosa fábula En dag til i solen (Un día bajo el sol) (1998), de Bent Hamer, co-producción de España con Francia y Noruega; y, sobre todo, la hispano-argentina El faro del sur (1998), de Eduardo Mignogna, con un papel netamente protagonista, el de una joven que perdió a sus padres y quedó coja en un accidente automovilistico y que emprende un balsámico viaje por Uruguay y Argentina junto a su hermana pequeña. Una interpretación dolorosa y carnal que, con toda justicia, le hizo ganar el Cóndor de Plata a la mejor actriz en Argentina (el equivalente a nuestros Premios Goya), así como el Premio a la mejor actriz del Festival de Cine de Montréal.

El viaje de Arián (2000).

Este temprano éxito la situó en una situación de privilegio en nuestra industria del todo inesperada y que, vista con la distancia, fue desgraciadamente mal aprovechada, pues la actriz intervino sucesivamente en una serie de títulos, perdiendo su recién adquirida categoría estelar, que pasaron diametralmente desapercibidos a su llegada a los cines, como fue el caso de Extraños (1999), inconsistente thriller de un Imanol Uribe en horas bajas; Un banco en el parque (1999), independiente y arriesgada comedia sentimental de Agustí Vila; o L'altra cara de la lluna (La otra cara de la luna) (2000), de Lluís Josep Comerón, película de época de buenas intenciones pero insignificantes resultados y de la que sólo merecía la pena destacarse el trabajo interpretativo, en un papel secundario, precisamente de Ingrid Rubio. Por ello, conviene destacar su participación secundaria en el elogiable y original thriller Sé quién eres (2000), ópera prima de Patricia Ferreira, aunque no tanto como su especialmente grato protagonismo en el drama El viaje de Arián (2000), imperfecta ópera prima de Eduard Bosch, en el que la actriz lograba transmitir de manera ejemplar el proceso emocional por el que circula su personaje, una joven romántica que, por amor, va progresivamente infiltrándose en ETA, en una impecable demostración de talento interpretativo que no hubiera desmerecido, en modo alguno, una nueva candidatura al Goya. Ganó, no obstante, una nueva Mención Especial, esta vez en el Festival de Málaga.

Todas las azafatas van al cielo (2002).

No convenció, empero, pese a la dignidad global de la película, su protagonismo al frente de un estupendo reparto para un director de la talla de Manuel Gutiérrez Aragón en Visionarios (2001). Todo lo contrario a lo sucedido en su nuevo empeño argentino, su protagonismo en la comedia agridulce Todas las azafatas van al cielo (2002), de Daniel Burman, donde la actriz lograba enamorar a propios y extraños irradiando un magnetismo arrollador y sumamente morboso, a través de una interpretación recorrida libremente por el don de la naturalidad. Así, ante tan deslumbrante despliegue por parte de Ingrid Rubio, no es de extrañar que consideremos en verdad desaprovechada su participación en la co-producción hispano-argentina La soledad era esto (2002), de Sergio Renán, adaptación de la novela homónima de Juan José Millás servida como un esquemático vehículo para el lucimiento de una madura Charo López. Mucho mejor, sin género de dudas, resultó el sentido y personal drama sobre las secuelas emocionales y morales del terrorismo de ETA que fue La playa de los galgos (2002), uno de los mejores títulos de la última trayectoria fílmica de Mario Camus, injusta e incomprensiblemente ignorada por el público.

El alquimista impaciente (2002).

Por suerte, volvió a afrontar un nuevo protagonista, de nuevo a las órdenes de Ferreira, ahora en un argumento de suspense criminal, en El alquimista impaciente (2002), en un trabajo verdaderamente sólido como una inquietante detective de la Guardia Civil con un punto de conveniente virilidad en toda su actuación que la llevó a luchar por un Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor actriz del año. Pero ni por esas, a pesar de ser tenida ya como una notable y efectiva intérprete, la trayectoria de Ingrid Rubio en el cine parecía seguir estancada, víctima del envidiable y polivalente desapego de la actriz a corrientes y modas y deficitaria de un éxito crítico o comercial que avalase a la intérprete de cara al gran público. Éste podría haber llegado con la comedia negra Haz conmigo lo que quieras (2003), divertidísimo debut en la dirección de Ramón de España, apoyado magníficamente en la química establecida entre Rubio y su partenaire, Alberto San Juan, ambos manteniendo un altísimo combate interpretativo que se saldaría con el Premio a la mejor actriz para ella en el Festival de Comedia de Peñíscola, con una nominación al Goya para el director en la categoría de dirección novel y con un imperceptible eco popular.

Haz conmigo lo que quieras (2003).

Mayor repercusión obtuvo Noviembre (2003), segundo largometraje de Achero Mañas, en el que su presencia pasaba bastante inadvertida entre el estrafalario y coral reparto. A este estreno, sucedieron dos años de silencio cinematográfico, por fortuna, roto gracias a su retorno a la cinematografía argentina con su protagonismo, compartido con la excelente Valeria Bertuccelli, en el claustrofóbico drama familiar Hermanas (2005), de Julia Solomonoff, ópera prima intimista y sutil que guarda no pocos puntos en común con el siguiente trabajo de Ingrid Rubio ante las cámaras, el más efectista y referencial thriller Trastorno (2006), de Fernando Cámara, con la actriz llevando al límite la psicopatía de su personaje en un trabajo que rozaba, en algunos momentos, la sobreactuación. Por ello, son preferibles sus secundarios en dos de las producciones más ambiciosas del aquel año: la estupenda Salvador (Puig Antich) (2006), de Manuel Huerga, y el tediosamente erótico drama histórico Tirante el Blanco (2006), de Vicente Aranda; que pusieron sobre la mesa el desperdicio artístico al que parecía abocada la intérprete y que terminaron de confirmar sus siguientes trabajos para la gran pantalla: la ignota y poco estimulante cinta independiente Road Spain (2008), de Jordi Vidal; la fallida y acartonada cinta histórica La vida en rojo (2008), de Andrés Linares, en un personaje francamente deficiente; o el soporífero y justamente perdido intento de cine negro que fue 7 pasos y medio (2009), de Lalo García.

Trastorno (2006).

Cuando el Cine Español de primera línea la volvió a reclamar fue ya en un papel secundario dentro de una película cómica al servicio de otros intérpretes, como sucedió en la tópica y chabacana Que se mueran los feos (2010), de Nacho G. Velilla. Recluida en la tele desde entonces, sólo la volvimos a ver en una pantalla grande con su papel en la independiente Los días no vividos (2012), de Alfonso Cortés-Cavanillas, película sentimental poco conseguida y que pasó justamente inadvertida. El ya al caer estreno de La Estrella, película que parte de las mismas y minoritarias premisas que la anterior, nos predispone a pensar de forma bastante negativa ante su repercusión comercial. Quizás no estemos ante el título de renombre del que tanto necesita la carrera de Ingrid Rubio para terminar de eclosionar como una auténtica estrella dentro de nuestro cine, pero a lo mejor, si lo que dicen sobre su trabajo es cierto, estemos ante una nueva demostración de lo que se está perdiendo el Cine Español de primera fila, más atento a dar cancha a otras jóvenes y menos experimentadas intérpretes que a permitir el afianzamiento de una afortunada etapa de madurez para una de nuestras más dúctiles, carismáticas y eficaces actrices, una Ingrid Rubio que de contar con los vehículos apropiados posee suficiente materia prima como para erigirse en pocos años en una intérprete de referencia dentro de nuestra cinematografía.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

"Tras haber participado en algunos anuncios televisivos y haberse hecho popular en su Comunidad Autónoma gracias a la serie Secrets de família (1995)...".

Vaya, "en su Comunidad Autónoma"... ¿tanto cuesta escribir o mencionar el nombre de Cataluña?