martes, 13 de marzo de 2012

Mark Wahlberg y Kate Beckinsale, ¿estrellas a toda costa?


Ser estrella en Hollywood debe ser harto difícil. El tiempo ha demostrado que ni aún poseyendo un talento descomunal, hay intérprete que se salve de ceder a los imperativos comerciales que marca una industria más pendiente de la recaudación del primer fin de semana que de la confección de auténticas obras de arte. Que se lo digan a nuestros dos Estrellados de esta semana, protagonistas además del mismo bodrio: Contraband, de Baltasar Kormákur, remake de una cinta de acción islandesa llamada Reykjavík-Rotterdam, de Óscar Jónasson, de la que era protagonista el director de la que ahora nos ocupa y que ha reclutado a una pareja bastante peculiar y, a priori, bastante irregular: Mark Wahlberg y Kate Beckinsale. A él para incorporar al protagonista, un ex contrabandista que para salvar el pellejo de su cuñado debe volver a ponerse en órbita y realizar un último trabajo de alto riesgo; y a ella para dar vida a su mujer, cuya seguridad será clave para apretarle las tuercas al retornado contrabandista. ¿Que si suena a tópico? Bueno, más que sonar lo es. Y teniendo en cuenta los usos de Hollywood para este tipo de argumentos, podemos decir que conocemos al dedillo cada detalle de la trama. Atentos al tráiler porque no tiene desperdicio:



¿Qué os ha parecido? A mí, ciertamente, me produce cierta indiferencia, mezclada con no poca decepción. Y no por el material del filme, sino por su pareja protagonista. Ni Wahlberg ni Beckinsale son estrellas de primera en Hollywood, más bien de segunda. Con el tiempo han pasado del tercer y segundo puesto en la cabeza de cartel a ocupar el primero e, incluso, en solitario; hecho que nos demuestra que Hollywood confía en ellos y que, además, sólo su nombre puede garantizar un éxito. Sin embargo, aún no les han elevado de categoría. Más bien, les han encasillado. Lo triste del asunto es que los dos son intérpretes competentes, más Beckinsale que Wahlberg, ¡dónde va a parar!, y han perdido (literalmente) el rumbo de sus carreras artísticas, vendiéndose a una industria que no ve en ellos a instrumentos para crear, sino para recaudar. El caso de Mark Wahlberg resulta bastante complejo precisamente por lo obvio de todo ello. Cantante y modelo antes de actor, Wahlberg empezó en el cine a mediados de los noventa, con pequeños papeles en cintas de muy diferente índole, como la comedia Un poeta entre reclutas (Renaissance Man), de Penny Marshall, concebida a mayor gloria de Danny DeVito, o el drama Diario de un rebelde (The Basketball Diaries), de Scott Kalvert, concebido a mayor gloria de un joven Leonardo DiCaprio. Su eclosión como actor se produjo muy poco tiempo después, concretamente dos años, cuando presentó Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson, ahora ya en el rol protagonista de un joven que trata de triunfar en la industria del porno en plena década de los 70. La buena mano de Anderson con los actores y el estar arropado por gente de la talla de Burt Reynolds o Julianne Moore le ayudó, seguro, a lograr una interpretación fantástica que le metió entre los nominados al Satellite de aquél año. Sin embargo, las aptitudes interpretativas de Wahlberg, aunque no son del todo desdeñables, sí se quedarían muy pronto en algo demasiado limitado, sobre todo para afrontar un abanico de personajes amplio. De ahí, entiendo, el encasillamiento. 

Boogie Nights (1997).
Filmes como Equipo mortal (The Big Hit), de Kirk WongThe Corruptor, de James FoleyThe Italian Job, de F. Gary Gray; o Cuatro hermanos (Four Brothers), de John Singleton, constataron que dentro de un registro de acción, Wahlberg tenía algo diferente que ofrecer, algo que lo distinguía del tipo de héroe musculado y sin cerebro impuesto por la industria a finales de los 80. Wahlberg podía imprimir también al estereotipo cierta ternura y humanidad, casi siempre por dar esa imagen tan suya de perdedor u hombre desubicado, al que los problemas le persiguen sin remedio. Sin embargo, alternó este tipo de roles, en los que ya comenzaba a figurar como estrella independiente, como primer cabeza de cartel, con otros filmes de mayores ambiciones artísticas o, por lo menos, mejor resultado final. Secundó a George Clooney en dos ocasiones casi consecutivas, en la comedia Tres reyes (Three Kings), de David O. Russell, y en el drama de catástrofes La tormenta perfecta (The Perfect Storm), de Wolfgang Petersen; entre medias volvió a ofrecer un buen trabajo, introspectivo y minucioso, en La otra cara del crimen (The Yards), de James Gray, y recogió el testigo de Charlton Heston para el remake de El planeta de los simios (The Planet of Apes), de Tim Burton; y de Cary Grant para el de Charada, en La verdad sobre Charlie (The Truth About Charlie), de Jonathan Demme. Su posición en la industria se consolidaba y, aunque demostró su incompetencia para la comedia en Rock Star, de Stephen Herek, sí que cumplió dentro del reparto coral en la divertida y original Extrañas coincidencias (I Heart Huckabees), de nuevo a las órdenes de Russell.

Infiltrados (2006).
Su asentamiento definitivo vino de la mano de Martin Scorsese, que le ofreció un papel secundario en Infiltrados (The Departed) (2006), película ganadora de 4 Oscar (incluyendo Mejor Película y Director), ganándose la única nominación en categorías interpretativas de la película, mérito aún mayor si tenemos en cuenta que secundaba a intérpretes de enorme talla como Leonardo DiCaprio, Jack Nicholson o Matt Damon. Wahlberg demostró en Infiltrados que el bagaje acumulado había sabido encauzarlo. Se había fortalecido como intérprete y eso, de cara a la industria, también le reafirmaba como estrella. Su nominación al Oscar (y al Globo de Oro) le dio seguridad para lanzarse también a la producción y financió La noche es nuestra (We Own the Night), de James Gray, que protagonizó también junto a Joaquin Phoenix, repitiendo así el tándem de La otra cara del crimen, aunque no los resultados, por desgracia. Y es aquí donde Wahlberg cede por fin a los deseos de Hollywood y se presta con entusiasmo a una serie de proyectos que hacen de él el nuevo héroe de acción del cine americano, un héroe honesto y cercano, casi siempre un perdedor obligado por las circunstancias a coger un arma. Títulos como El tirador (The Shooter), de Antoine Fuqua; Max Payne, de John Moore; y ahora Contraband sientan la base de un tipo de películas que corren el peligro de denominarse 'Películas de Mark Wahlberg', instaurando con ellas un género en sí mismo que dan una idea aproximada del alto grado de encasillamiento en el que vive sumida la estrella, por mucho que haya intentado desmarcarse y darse prestigio protagonizando ambiciosos proyectos a las órdenes de ambiciosos directores en horas bajas, como El incidente (The Happening), de M. Night Shyamalan; o The Lovely Bones, de Peter Jackson. Su intento de entrar en la comedia (de acción) se vio también frustrado y eso que lo hizo dando el contrapunto duro a un cómico de sobrada experiencia como Will Ferrell en Los otros dos (The Other Guys), de Adam McKay; no ocurrió lo mismo en su vuelta al drama (pugilístico), retomando el personaje de hombre honesto y perdedor en The Fighter, que desde la producción encomendó a David O. Russell y le otorgó su segunda nominación al Globo de Oro (ahora ya como principal en drama) y una nueva candidatura al Oscar, en calidad de productor. Un éxito, sin duda (la película ganó finalmente dos estatuillas para los secundarios), que debió elevar el ego de Wahlberg proporcionándole mayor tranquilidad si cabe en su posición en la industria. Puede que no sea una estrella de primera, pero puede seguir llenando las arcas con productos concebidos exclusivamente para su lucimiento (físico, que no interpretativo) y, de vez en cuando, recordarnos que bajo su musculada fachada hay cierto carisma, cierta intuición que bien encauzada puede proporcionarnos trabajos interpretativos competentes. La pregunta es: ¿merece la pena este esfuerzo o es mejor relajarse y no complicarse la existencia?

The Fighter (2010).
A esta pregunta debió responder con la segunda opción la compañera de Wahlberg en Contraband. Kate Beckinsale hace tiempo, mucho tiempo que anda dando tumbos por Hollywood sin saber muy bien qué fue de ella ni que será en el futuro. Vosotros podréis decirme que no, que la chica mantiene una posición de cierto peso y prestigio y que la saga de la que es única cabeza de cartel, Underwold, proporciona a Hollywood suficientes beneficios como para que Beckinsale pueda seguir disfrutando de su posición unos cuantos años más. Vale, en este punto estoy de acuerdo. En lo que, seguro, no podéis llevarme la contraria es en la evidente pérdida artística que ha sufrido el talento de la actriz. Nacida británica, Beckinsale se inició en el cine también a mediados de los noventa. Uno de sus primeros papeles fue el de la joven dulce y enamorada de Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing), dirigida por uno de los estandartes de la interpretación típicamente británica, Kenneth Branagh, y acompañada de verdaderos totems en la materia shakespeariana como Emma Thompson o Imelda Staunton. Parecía que la joven actriz podía aportar un halo especial, de candor irrefrenable, a las damitas inocentes del cine británico esencialmente de época o, en una vertiente más actual, su llamativo corte de pelo masculino, le proporcionaba una imagen subversiva y permitía a su frágil rostro el acceso también a un tipo de cine inglés más comprometido, más duro. Dentro del primer tipo fue la Ofelia del Hamlet (The Prince of Jutland), que dirigió Gabriel Axel en 1994; una niñera atemorizada por sucesos extraños en Hechizados (Haunted), de Lewis Gilbert; o una joven de la alta sociedad obligada a vivir en el campo en la comedia La hija de Robert Poste (Cold Conform Farm), de John Schlesinger. Respondió a la segunda cara en la deplorable adaptación de la novela de Arturo Pérez Reverte La tabla de Flandes (Uncovered), de Jim McBride; o la interesante comedia Como pez en el agua (Shooting Fish), de Stefan Schwartz. Su salto a Hollywood se produjo de una manera muy tibia, participando en cintas de poca repercusión e interés hasta que se erigió en la heroína inocente pero astuta en la adaptación de la novela de Henry James La copa dorada (The Golden Bowl), llevada al cine con magistral delicadeza por el tándem formado por la guionista Ruth Prawer Jhabvala y el experto en clasicismo británico James Ivory. Y aunque el film pertenezca por méritos propios al protagonismo estupendo de Uma Thurman, Beckinsale salió bien parada y su nombre apareció, por fin, en las agendas de los grandes estudios norteamericanos.

La copa dorada (2000).
Hizo su primer blockbuster estadounidense un año después, la monumental y desastrosa (en todos los sentidos), Pearl Harbor, del inefable Michael Bay, repitiendo rol de mujer frágil y romántica, dividida por el amor que profesa a los dos protagonistas y las terribles circunstancias en que todo esto se produce con el ataque japonés a la base militar de Estados Unidos del título de fondo. El terrible éxito de taquilla de esta producción hizo que Hollywood probara a la recién lanzada nueva estrella, primero en la comedia romántica Serendipity, de Peter Chelsom, donde volvía a estar encantadora, y después en el fantástico, ya como protagonista absoluta en Underworld, de Len Wiseman, a la postre su marido. El éxito financiero de la película la constató como una estrella independiente y le proporcionó a la par un éxito continuado gracias a las tres secuelas que ha generado la franquicia. Beckinsale es buena actriz y como tal ha ejercido también en la saga de la que es emblema, añadiendo a su registro un esfuerzo físico para el que debido a la fragilidad de su apariencia parecía estar poco capacitada. Las críticas a la saga nunca han sido muy halagüeñas, pero esto parece importar poco a una actriz que conoce a la perfección la situación inestable a la que se ven sometidas las actrices en una industria como Hollywood. Y ella, con Underworld, tiene un sitio asegurado del que otras intérpretes carecen y que ella misma no tendría si se hubiera desligado del producto en algún momento. Como demuestra el escaso interés que le profesa la industria norteamericana a su labor como intérprete. Fuera de Underworld, Beckinsale apenas ha ostentado el primer puesto en la cabeza de un cartel, y si lo ha hecho ha sido casi siempre en productos de baja estofa, muy poco desarrollados, absolutamente planos y, como consecuencia, poco o nada (y casi siempre muy mal) distribuidos.

Pearl Harbor (2001).
Así, ha ejercido el rol de acompañante femenina (mero florero) de algunas estrellas masculinas en toda clase de géneros: de Hugh Jackman en Van Helsing, de Stephen Sommers, reincidiendo en el rol fantástico que la hizo famosa en medio mundo en Underworld; de Adam Sandler en la ridícula comedia Click, de Frank Coraci; y de Luke Wilson en la cinta de terror Habitación sin salida (Vacancy), de Nimród Antal. Dentro de esta corriente se inscribe, claro está, Contraband, la cinta que estrena este próximo fin de semana. Lejos de Underworld ha encabezado los repartos de películas ciertamente minoritarias, como la independiente Snow Angels, de David Gordon Green; Nothing but the Truth, de Rod Lurie; o el pseudo blockbuster Whiteout, de Dominic Sena. Tampoco ha estado mejor cuando no ha soportado sobre sus hombros el peso de toda una película, como por ejemplo en la coral Fragmentos (Winged Creatures), de Rowan Woods, o en la familiar y almibarada Todos están bien (Everybody's Fine), de Kirk Jones, hecha para el lucimiento de un Robert De Niro en horas muy bajas. Ni siquiera Martin Scorsese logró extraer de ella ese aura, ese carisma que la hacía tan especial en sus inicios en el cine británico, pero, ¡claro!, enfrentarse al reto de dar vida a la mismísima Ava Gardner en El aviador (The aviator) supone una prueba difícil de superar. Mientras Cate Blanchett clavó a Katharine Hepburn y ganó el Oscar secundario, Beckinsale construyó un retrato de la diva demasiado soft y poco remarcable. Acaba de estrenar la cuarta entrega de Underworld y llega ahora en labores de acompañamiento a la estrella Mark Wahlberg en una de acción. Sin duda, las dos constantes en las que parece tener éxito la estela de Kate Beckinsale. Una pena ciertamente desagradable, pues hablamos de una actriz con potencial, que en sus inicios demostraba un saber hacer muy digno y disfrutable, sobre todo cuando se prestaba a dar vida a esas damas de la alta sociedad británica, tan puras, tan inocentes y, en el fondo, tan poco tontas. ¿Realmente vale la pena sacrificar el prestigio en favor de una posición segura dentro de Hollywood?

Underworld (2003).




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