lunes, 27 de febrero de 2012

Las deudas de los Oscar. 1ª Parte: Los secundarios


Esto de la diferencia horaria entre Los Ángeles y Madrid es una putada. Sobre todo porque uno acaba de ver la ceremonia de los Oscar (el gran acontecimiento cinematográfico del año por excelencia) casi a las 6 de la madrugada entre miles de bostezos y pesadez de ojos. Y luego se despierta tarde, excesivamente tarde. Pero bueno, una vez al año no hace daño. Vayamos a lo que interesa. ¡Menudos Oscars! La verdad es que la sorpresa brilló por su ausencia y al final los Académicos, tan conservadores ellos, hicieron que no erraran las quinielas y que ganaran los que se esperaba que ganaran en las categorías interpretativas. A diferencia de nuestra Academia, los de Hollywood se pasan por el forro de la chaqueta eso tan manido de la deuda y siempre premian lo que ellos consideran que es lo mejor, vamos, lo que les da la gana. ¿Cómo se explica entonces que Sandra Bullock, por poner un ejemplo reciente, tenga un Oscar? Cosas del azar, esperemos que no con Mr. Dólar mediante, porque ¿qué deuda podía haber contraído la Academia con la Bullock a tenor de la filmografía de la actriz?


El Oscar a la mejor actriz secundaria lo ganó la favorita: Octavia Spencer, por Criadas y señoras (The Help), de Tate Taylor. ¿Merecido? Si nos atenemos a lo que realmente debe importar, sí: la interpretación de Spencer en la película es fantástica, sin duda. De hecho, las interpretaciones de todo el grueso de actrices es la mejor baza de Criadas y señoras, hecho puesto de manifiesto en que de las 4 nominaciones de la pelicula, 3 de ellas eran para su reparto. La película ha sido uno de los grandes éxitos de taquilla del año en USA, una auténtica sorpresa para muchos, y además toca de una manera muy tierna un tema que sigue siendo piedra de toque en la sociedad norteamericana: el racismo. Que la cinta en sí no sea gran cosa poco importa en estos casos. Con el Oscar a Spencer la Academia vuelve a demostrar que no pone trabas a la hora de recompensar a intérpretes de color, como viene siendo habitual en los últimos años donde cada vez con más frecuencia la estatuilla dorada va a parar a manos de algún intérprete afroamericano. Eso sí, casi siempre en las categorías de reparto. Hubiera sido un gran gesto que el de actriz principal también hubiese recaído en Viola Davis por Criadas y señoras, pero ésta categoría seguirá siendo un hueso duro de roer para cualquier actriz de color.

Janet McTeer.
Junto a Spencer, también se estrenaban en la terna otras tres candidatas: la todoterreno Jessica Chastain, por Criadas y señoras, la bella Bérénice Bejo, por The Artist, y la televisiva Melissa McCarthy, por La boda de mi mejor amiga (Bridesmaids). Todas ellas defendían trabajos estupendos, pero el tío Oscar no les debía nada. La única de las candidatas que ya había sentido los nervios de esta competición era Janet McTeer, que ya había quedado finalista (como principal) en el año 1999 por Tumbleweeds, y que en esta edición competía por un trabajo impoluto en Albert Nobbs. Sin embargo, el sentimiento de deuda tampoco hacía acto de presencia en su caso. McTeer es una buena actriz, sí, pero su carrera se adscribe más al medio televisivo y desde Tumbleweeds apenas sí ha hecho unas contadas películas (15 para ser exactos), la mayoría de ellas en roles secundarios. Sin lugar a dudas, para que ese sentimiento de deuda hubiera tenido razón de ser en esta categoría deberían haberse nominado trabajos que, al menos en las quinielas previas a la lectura de nominaciones, poseían ciertas posibilidades y, ¡qué duda cabe!, hubieran dado más brío a una categoría que estaba cantada desde hace mucho tiempo. Se quedó fuera la Vanessa Redgrave de Coriolanus, emperatriz de la escena británica, gran dama de la pantalla, que cuenta con un triste Oscar secundario ganado en 1977 y con 5 nominaciones más; también se echó en falta a Judi Dench, por J. Edgar, otro peso pesado de la escena británica, que también tiene un Oscar secundario por ocho minutos en pantalla en Shakespeare in Love y otras 5 nominaciones; hubiera estado muy bien una cuarta nominación para Marisa Tomei por Los idus de marzo o una segunda para Carey Mulligan por Shame; y, por qué no, también a Emily Watson por Caballo de batalla (War Horse), intérprete que logró dos nominaciones casi consecutivas a la mejor actriz principal en 1996 y 1998 y a la que la Academia, desde entonces, ha ninguneado de forma radical.

La olvidada Vanessa Redgrave de Coriolanus.
En su homóloga categoría también ganó quien todos sabíamos que ganaría: el incombustible Christopher Plummer por Beginners, de Mike Mills. Y ésta sí que es una estatuilla debida. Plummer empezó en la profesión a principios de los años 50 y tiene en su haber casi 200 títulos, algunos de ellos dirigidos por auténticos astros como Nicholas Ray (Wind Across the Everglades) o Sidney Lumet (Stage Struck). Nunca fue una superestrella, pero se codeó con muchas, y siempre logró acceder a los repartos de grandes superproducciones: La caída del imperio romano, Sonrisas y lágrimas, La noche de los generales, El hombre que pudo reinar, etc. Es cierto que a partir de los ochenta se le relegó un poco y se le concedieron papeles menos extensos, más testimoniales, que, sin embargo, siguió ejecutando con la maestría que le caracterizaba. Hace dos años la Academia se fijó en él por primera vez nominándolo como secundario por The Last Station y ahí todos nos dimos cuenta de que Christopher Plummer perdía la virginidad en esto de los Oscar. ¿Cómo podía ser? De ahí que cuando este año su nombre sonaba como uno de los favoritos a colarse entre los cinco finalistas, todos supiéramos que de hacerlo ganaría el Oscar. Y así ha sido. ¿Merecido? Sí, por todas las razones del mundo. Primero porque está estupendo, lleno de humanidad y ternura en Beginners, siendo lo mejor de la película con creces dando vida a ese padre anciano, enfermo de cáncer, que decide 'salir del armario' ante su hijo. Segundo, porque es Christopher Plummer. No hay más razones, con éstas ya debería bastar.


El Oscar a Plummer a sus 82 años le deja a la Academia ciertas deudas que (a buen seguro) le importará bien poco que lleguen a saldarse en el futuro. Salvo la primera nominación al joven Jonah Hill, por Moneyball, la categoría estaba llena de pesos pesados, todos ellos merecedores del Oscar por trayectorias deslumbrantes. Por un lado, esa segunda nominación (sorpresa) a otro veterano, también con 82 años, de la talla de Max von Sydow. Nadie le contaba entre los favoritos ni entraba en las quinielas. Pero ahí estaba. Von Sydow se coló entre los cinco finalistas por Tan fuerte, tan cerca (Extremely Loud, Incredible Close), de Stephen Daldry. El que no sea americano le resta puntos en eso de la deuda, pero Hollywood tendría que valorar como se merece al actor-fetiche de uno de los mayores directores que ha dado la cinematografía mundial: Ingmar Bergman, y que además se ha fogueado a base de bien en cantidad de productos y subproductos americanos. Max von Sydow es una eminencia, que a su edad sigue trabajando sin descanso allá donde le llamen. Él ya no necesita demostrar quién es, pero la Academia sí que debería recompensarle algún día por ser Max von Sydow.

Plummer y Max von Sydow compartían segunda nominación a los 82 años.

A Kenneth Branagh sí que le han ninguneado a base de bien a lo largo de toda su carrera: como actor sólo había sido nominado una vez antes, por Enrique V y esto pasó hace más de 20 años. ¿Cómo se explica si estamos ante uno de los intérpretes más sobresalientes de la escena británica? Últimamente se ha dejado ver poco, cierto, y casi siempre en papeles secundarios y de poca enjundia, donde a pesar de todo el intérprete sabe dejar huella; pero que la Academia le olvidase por sus fantásticas encarnaciones de algunas de las criaturas más famosas de William Shakespeare no tiene perdón de ningún tipo: valgan de ejemplo su Yago en Otelo que también dirigió en 1995 o su todopoderoso Hamlet que perfeccionó en 1996. Podemos afirmar, sin temor a caer en el ensalzamiento gratuito, que Kenneth Branagh es el intérprete vivo más y mejor dotado para afrontar los textos del dramaturgo inglés y sólo por esto ya merece todos los Oscar del mundo. 


Claro, que casi en la misma situación se encuentra el quinto nominado de la noche: Nick Nolte, por Warrior. A su candidatura (también sorprendente) le restaban posibilidades de premio el hecho de que defendía una película que ha pasado absolutamente inadvertida (tanto para la crítica como para el público) y, seamos francos, el pasado reciente del intérprete. Sus problemas con el alcohol y la justicia de los últimos años le han granjeado mala imagen y mala fama dentro de la Academia (además de envejecerle sobradamente). Sin embargo, como actor no ha perdido fuelle y aunque sí haya descendido de categoría estelar, se le sigue considerando uno de los grandes y cuando se anunció su nombre entre los nominados todos aplaudimos tan sabia elección: la Academia parece haberle 'perdonado' por su 'mala conducta' y es posible que su merecido Oscar ahora ya no esté tan lejos como podía parecer hace unos años. Era su tercera nominación (la primera como secundario) y la pregunta que queda en el aire es ¿volverá a ser nominado una cuarta vez? De ser así, ¿lo ganará por fin? Francamente, espero que sí.

Dentro del quinteto finalista y a pesar del buen nivel exhibido por los cinco contendientes, hay que subrayar el olvido del excelente Albert Brooks, por Drive. Otro actor que, si bien tampoco posee una trayectoria que quite el hipo, sí ha ganado suficiente respeto con su trabajo de mafioso en la cinta de Nicolas Winding Refn como para haber proporcionado más emoción si cabe a una categoría muy, muy reñida. Por Los idus de marzo bien podrían haber sido finalistas dos de los mejores secundarios del cine americano actual: Philip Seymour Hoffman y Paul Giamatti. También se olvidaron de los trabajos, a todas luces menores, de Viggo Mortensen en Un método peligroso (A Dangerous Method), de David Cronenberg, dando vida con sobriedad al mismísimo Sigmund Freud y que podía haberse materializado en la segunda nominación al Oscar para este intérprete exquisito e inteligente; y de Ben Kingsley en Hugo, Martin Scorsese, quizás la más clara baza en categorías interpretativas con las que partía la gran favorita de la noche. A Kingsley, sin embargo, le dieron el Oscar (principal) en 1982 y, desde entonces, ha sumado ya cuatro nominaciones. Pero a los que disfrutamos con esto nos gusta que actores como él sumen y sumen nominaciones sin parar porque parece ser una confirmación de su grandeza.

El olvidado Albert Brooks en Drive.

0 comentarios: