Aún me dura la resaca de los Oscar. Si parece que hasta me fui de fiesta con los invitados a la ceremonia (¡ojalá!). Y es que han sido muchos meses haciendo conjeturas, mordiéndome las ganas y los deseos, como para ahora olvidar el tema de un día para otro. No. Ni hablar. Tenemos Oscar para rato. Ya he hablado de los secundarios en una edición que, en la categoría femenina, ofrecía poco margen a la incertidumbre y, en la masculina, aunque la victoria estaba cantada, yo mantuve mis esperanzas divididas hasta el último momento. En las categorías principales, los duelos fueron de otro calibre, porque la Academia disponía de distintas oportunidades muy claras de saldar deudas largo tiempo contraídas. La pregunta era clara: ¿qué deudas se saldarán y cuáles se postergarán?
Jean Dujardin se ha convertido en el primer intérprete francés en ganar un Oscar. El país galo cuenta ya con algunas actrices oscarizadas (Simone Signoret, Juliette Binoche y Marion Cotillard), pero hasta la fecha ningún intérprete masculino había logrado alzarse con el preciado galardón (el que más cerca estuvo fue el Gérard Depardieu de Cyrano de Bergerac en 1990). Dujardin ha conseguido además ser el segundo actor en ganar una estatuilla dorada por un filme mudo, hecho que no había tenido lugar desde la primera edición de los Oscar, cuando ya a partir de la segunda edición el cine pasó a ser mayoritariamente sonoro. Dujardin merece todos los elogios del mundo, no sólo por estas dos hazañas, sino porque su protagonismo en The Artist, de Michel Hazanavicius, es impecable, está impregnado de nostalgia cinéfila (¿acaso no parece una encarnación del mítico Douglas Fairbanks?) y apela sin concesiones al lado más humano del espectador. Sin lugar a dudas, es una interpretación digna de un Oscar, pero (siempre hay un pero) ¿han visto contra quien competía? Ya lo he dicho en otro lado: a la Academia de Hollywood lo de pagar deudas le importa un rábano. Ellos premian aquéllo que consideran lo mejor. El Dujardin de The Artist es bueno, sí, muy bueno, pero ¿era lo mejor? A mí este Oscar me recuerda al nefasto de Roberto Benigni del 1998 por La vida es bella, que fue más causa de la moda sensiblera que despertó la película que de un razonamiento lógico que condensara calidad y eternidad. Como aquél año, estoy seguro de que el trabajo de Dujardin quedará grabado en la Historia del Cine como una divertida y tierna anécdota, mientras que el de algunos de sus oponentes será recordado como de obligado visionado en el futuro
El más claro ejemplo de esto último es el magistral despliegue emocional que efectúa George Clooney en Los descendientes (The Descendants), de Alexander Payne. Como ya dije en su día, Clooney aborda el que probablemente sea el mejor trabajo de su carrera (al menos hasta la fecha), sin duda el más complejo (precisamente por ese nivel tan alto de sencillez que lo caracteriza), porque tratándose de Clooney nos era difícil creérnoslo en la piel de un tipo tan corriente y, sin embargo, una vez visto su trabajo nos es difícil no imaginarnos a Clooney como el tipo más corriente del mundo. Eso y la emoción que destila en cada intervención. Clooney ya tiene un Oscar interpretativo (como secundario), pero dada su categoría artística (y mediática) ya iba siendo hora que la Academia le premiase como principal. Ésta era su tercera nominación como actor protagonista y han dejado pasar la oportunidad. ¡Una pena! Aunque estoy convencido de que el actor disfrutará de nuevas nominaciones en el futuro.
Con Brad Pitt parece que la tienen tomada estos Académicos. Va a resultar cierto eso que dicen (y que parece un mito) que si eres guapo no puedes ganar un Oscar. Al actor le han ninguneado siempre en esto de las nominaciones. De hecho, al principio de su carrera sólo lo nominaron como secundario cuando se afeó y se descontroló para dar vida al loco de 12 monos. Cierto que Pitt se ha prestado en muchas ocasiones al divismo y ha malgastado su talento (porque lo tiene) en peliculas concebidas únicamente para su lucimiento físico. Pero también es cierto que, con el paso de los años, el intérprete ha tomado conciencia y se ha ido granjeando una reputación bastante buena, interviniendo en películas de diferente corte en las que también ha podido demostrar de lo que es capaz. Moneyball, de Bennett Miller, que le ha supuesto su tercera nominación, es un ejemplo de ello. Tampoco es que este papel suponga un reto interpretativo, pero le permite utilizar sus recursos con inteligencia y brinda un trabajo absolutamente introspectivo que, aunque no conecte emocionalmente con el espectador, sí le ofrece la oportunidad de conocer y entender al personaje. Pitt no era favorito, en modo alguno, pero la Academia parece lanzarle con esta nominación el mensaje de que va por buen camino, de que siga por esta senda un poco más porque así, algún día, el Oscar será suyo.
Estos eran los 3 nominados fijos desde el inicio de las quinielas. La mayor y mejor sorpresa de la lectura de nominaciones fue la inclusión de un veterano de la talla de Gary Oldman por primera vez en la lucha por un Oscar. Sí, era su primera vez. A Oldman le ha costado mucho que la Academia le tuviera en cuenta ya que no lo hicieron ni por su mastodóntica y barroca creación de Drácula en 1992. A Oldman le debían, como mínimo, esta nominación. Aunque sólo sea por premiar sus años de servicio continuado a una industria que siempre le ha ninguneado, malempleándolo en papeles de villano, sádico y desquiciado, casi siempre en productos de dudosa calidad. Con El topo (Tinker Taylor Soldier Spy), de Tomas Alfredson, Oldman sienta las bases del tipo de actor en el que se ha convertido con tantos años al pie del cañón: es un intérprete sólido, un auténtico maestro, sin duda, uno de los grandes. Quiero pensar que este año se ha abierto la veda para que al actor se le mire con ojos diferentes desde la Academia y que, en un futuro, también él logre el Oscar que tanto merece. Quiero pensar bien, cierto, porque me da que esta nominación se va a quedar en algo testimonial y que, dentro del palmarés del actor, pasará a ser la única recompensa académica que recibirá en toda su trayectoria.
La presencia del mexicano Demián Bichir entre los cinco finalistas de la noche fue más una cuestión política puesto que, como cada año, a la Academia le gusta cubrir las cuotas de latinos y afroamericanos entre sus candidatos. Este año le ha tocado a Bichir como en años anteriores le tocó a los españoles Javier Bardem o Penélope Cruz, a la colombiana Catalina Sandino Moreno o a la mexicana Salma Hayek. Sin restar valía al trabajo de Bichir, su presencia entre los cinco finalistas hizo imposible que la Academia se reconciliase (como realmente debe) con Leonardo DiCaprio, probablemente uno de los actores jóvenes más brillantes del cine americano. DiCaprio ha sabido reciclarse y encauzar su talento, ha contado con inestimables ayudas, sin duda, pero por muchos papeles que pudiera haber hecho para Martin Scorsese, si no hubiera talento dentro de él, DiCaprio nunca habría logrado trabajos tan sobresalientes como los que viene realizando en los últimos años. La Academia le nominó por última vez en 2006 y, desde entonces, le han ignorado por empeños realmente magistrales (Revolutionary Road, Shutter Island, Origen). De cárcel. Parecía que J. Edgar, de Clint Eastwood (director que siempre ha colocado a sus intérpretes entre los nominados), iba a saldar tremendo agravio. Y no. ¿Tiene la Academia algo en contra de DiCaprio? Parece ser que sí. Igual que contra Ralph Fiennes, al que también este año han olvidado por Coriolanus. Igual que parece que deben tener en contra del riesgo y de las performances que nacen de las mismas entrañas de las vísceras, como la que efectúan Michael Fassbender en Shame o Michael Shannon en Take Shelter, los otros dos olvidos flagrantes de esta edición. Sin olvidarnos del actor de moda, Ryan Gosling, que podía haberse colado también por su protagonismo tanto en Los idus de marzo como en Drive.
Michael Fassbender, olvidado por Shame. |
Pero, sin duda, hay que aplaudir a la Academia. Sí. Porque este año han puesto fin al desdén que siempre habían mostrado hacia la carrera de una de las mejores actrices americanas de todos los tiempos. Este año volvían a nominar, más de veinte después de la última vez, a Glenn Close. Esto la convirtió en la favorita, claro, y aunque fue perdiendo posiciones en todas las quinielas el sentimiento de deuda aún le proporcionaba la estatuilla hasta el mismo momento de abrirse el sobre para conocer a la definitiva ganadora. Albert Nobbs, de Rodrigo García, no le ha dado el Oscar en su sexta nominación, pero al menos ha abierto los ojos de una Academia que ahora, sí que sí, sabe que debe premiar a Glenn Close. ¿Lo hará? Probablemente no. Es preferible premiar a las jóvenes y guapas estrellas, que además lucen mejor en la alfombra roja (aunque en esta edición, las veteranas ganaron por goleada a las novatas). ¡Pobre Glenn Close! ¡Con la ilusión que le hacía ganar la estatuilla! Una pena pero, seamos francos, tampoco era la mejor de la terna, porque su interpretación es milimétrica, perfecta y espléndida, sí, pero también fría, muy fría y ni siquiera ella, con todo su talento y potencial, logra imprimir calor a una película que al final se nos queda coja.
Casi era preferible el trabajo de Michelle Williams en My Week with Marilyn, de Simon Curtis, que, literalmente, se come a Marilyn Monroe, y proporciona a la Historia del Cine el retrato del mito que siempre habíamos deseado ver. Era una de las favoritas, pero su corta edad (tiene sólo 31 años) le restaba puntos por la idea impuesta de que 'tiene mucha carrera por delante para ganar el Oscar'. Williams se ha convertido, sin que nos diéramos cuenta, en una de las mejores actrices de su generación y, quién lo duda, ganará un Oscar algún día e impondrá un estilo y una técnica de actuación en el cine americano. Doy fe que estamos ante una (futura) grande. Y la Academia lo sabe, de ahí que vaya ya por su tercera nominación. En este sentido, la comparan con Kate Winslet, que no había cumplido los 30 años cuando ya sumaba cuatro candidaturas. Y Winslet ahora es una grande.
No podemos decir lo mismo de Rooney Mara, candidata sorpresa en esta edición por Millenium. Los hombres que no amaban a las mujeres (The Girl with the Dragon Tatoo), de David Fincher. Es muy joven también y ésta era su primera nominación. Es demasiado pronto para valorarla interpretativamente hablando pues su filmografía, hasta la fecha, es excesivamente pequeña. Su presencia entre las cinco finalistas le robó, digámoslo como realmente ha sido, la que podría haberse convertido en la segunda nominación para Tilda Swinton por We Need to Talk about Kevin, de Lynne Ramsay, una de las grandes vencedoras en el circuito de premios anterior a los Oscar, con numerosas victorias en los gremios de críticos. Su candidatura se daba por supuesta hasta la lectura de las nominaciones. Por desgracia, a los Académicos también les había embrujado la saga de Stieg Larsson. Se quedaron fuera también la subversiva actuación de Charlize Theron en Young Adult, de Jason Reitman, que habría supuesto la tercera nominación para la guapa sudafricana y, por primera vez, absolutamente merecida; y la ganadora del Premio a la Mejor Actriz del pasado festival de Cannes, Kirsten Dunst por Melancolía, de Lars Von Trier. Con la excepción de la Emily Watson de Rompiendo las olas, ninguna otra actriz protagonista en un film de Von Trier ha logrado ser nominada y Dunst, por mucho premio en Cannes y por mucha madurez interpretativa de la que haga gala en la película, no iba a ser la excepción. Aunque, personalmente, admito que hubiera sido una agradable sorpresa.
Tilda Swinton, la gran olvidada por We Need to Talk about Kevin. |
La Academia podía haberse marcado el gran gesto del año al premiar con el Oscar a Viola Davis por su sentida y emocionante intervención en Criadas y señoras (The Help), de Tate Taylor. Las quinielas previas a la ceremonia la daban como favorita. Los americanos profesan un amor incondicional hacia la película y a sus actrices con ella. Pero, reconozcámoslo, hubiese sido un gesto imperdonable que, estando nominadas Glenn Close y Meryl Streep, se premiase a Viola Davis, además en un papel que, aunque haya entrado en todos los premios siempre como principal, en realidad la actriz ejecuta una labor de apoyo en la película. Era su segunda nominación y podía haberse convertido en la segunda actriz de color en ganar el Oscar principal, sin duda, ha sido la que más cerca ha estado de conseguirlo desde que lo ganara Halle Berry en 2001. Pero no, no era el año para ser políticamente correctos. Era el momento de saldar deudas.
Y se premió a quien realmente lo merecía de las cinco. Lo he dicho en otra parte y no quiero repetirme, aunque las circunstancias me obligan a ello: Meryl Streep es la más grande. Y como tal merecía no sólo este Oscar por La dama de hierro (The Iron Lady), de Phyllida Lloyd, sino todos los Oscars del mundo por la extraordinaria grandeza de la que ha venido haciendo gala a lo largo de tantos años de carrera. "A los Académicos les apasionan las interpretaciones que permiten comparar la copia con el original" (lo decía David Trueba en un reciente artículo publicado en El País). Llevados por esta premisa podían haber premiado a Michelle Williams. Pero no, llevados por esta premisa y por la necesidad imperiosa de subsanar un desdén que se había alargado demasiado en el tiempo, tomaron la decisión correcta de entregar a Meryl Streep su tercer Oscar. Con esta estatuilla, a la Streep la han elevado de categoría. Ya no podemos hablar de ella como la mejor actriz viva, sino como la de un mito en vida, porque ahora tiene los mismos Oscar que otro mito, Ingrid Bergman, y, estoy convencido de ello (aunque ella confiese no creerlo así), alcanzará la marca de la más grande, Katharine Hepburn, que ganó 4. Han tenido que pasar 29 años para que lograra este tercer Oscar. En el camino, Meryl Streep se ha convertido no ya en la actriz, sino en el intérprete más nominado de la historia de estos galardones. Me siento afortunado, no sé vosotros, de haber asistido a la consagración de un mito y estoy expectante y anhelante ante ese momento en el que la Streep se corone, junto a la Hepburn, en la intérprete con más Oscar de la Historia, un hito que será muy difícil de alcanzar por cualquier otra actriz (o actor).
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