viernes, 2 de marzo de 2012

La Industria Cultural ataca de nuevo

¡¡Ya es viernes!! Y si la semana pasada me quejaba de los pocos títulos nuevos que llegaban a la cartelera, ésta lo hago por la razón contraria. Nada menos que 11 películas se estrenan en salas este viernes. ¡¡Once!! ¡¡Pero se han vuelto locos!! ¿Hay tanto cine para albergarlas? ¿No estaban cerrando cines? ¡Ah, claro! Que ahora son multicines y están en centros comerciales. Y los que cierran son los de V.O. Ahora todo encaja. En fin, que me vuelvo loco y no voy a dar abasto. Eso sí, la oferta tampoco es muy halagüeña aunque tengamos representación de casi todos los continentes: cine americano, cine latinoamericano, cine europeo, cine árabe y, también, cine español. Empezamos...

Y lo hago quedándome dentro de nuestras fronteras. Tres películas españolas se aventuran a esa incierta carrera comercial que es ahora su pase en salas. La más reseñada de ellas, la que seguro va a copar más cuota de pantalla y más titulares es Luces rojas, el nuevo proyecto del director de la imprescindible Buried, Rodrigo Cortés, que tras el éxito internacional de aquélla ha logrado reunir en pantalla un reparto bastante jugoso por su solidez, atentos: los veteranos Robert De Niro Sigourney Weaver en papeles secundarios pero con peso, acompañando a actores más jóvenes pero ya consagrados como Cillian Murphy o Elisabeth Olsen, con la aportación española de Leonardo Sbaraglia (protagonista de Concursante, la opera prima de Cortés) y el reciente ganador del Goya al mejor actor revelación Jan Cornet. A diferencia de Buried, aquí se nota que había más pasta en juego y Cortés parece que se lanza al género de moda para cualquier director joven que quiere hacerse notar: el fantástico. La peli va de un joven parapsicólogo que tratará de  desacreditar a un prestigioso mentalista. Las críticas no son muy alentadoras y aunque destaquen el buen nivel general de la peli, la adscriben también a un tipo de cine con tensión demasiado resabido, cuya fórmula ya todos conocemos desde que la impuso Hollywood. Una pena por Cortés aunque era de esperar pues el crédito obtenido por Buried resultaba, francamente, difícil de igualar. Hay que agradecerle, eso sí, la recuperación de dos astros como De Niro y Weaver que, al parecer y como debía ser, lo bordan.

Otro astro que vuelve este fin de semana es Ventura Pons, fiel a su cita anual con las carteleras, este 2012 presenta Año de gracia donde después de la tibia acogida, tanto por parte de la crítica como del público, de sus últimos títulos vuelve al género que más y mejor sabe hacer: la comedia. Y para ello nada mejor que asegurarse las espaldas ofreciéndole el papel principal a una de las más grandes cómicas de nuestra cinematografía y, también hay que decirlo, a una de sus actrices más recurrentes: Rosa María Sardá. Año de gracia cuenta el enfrentamiento de un joven que se acaba de independizar en la gran ciudad (Barcelona, ¡claro!) con la vieja malcarada con la que comparte piso. Huele a película agradable, aunque estará impregnada de ese sabor agridulce que siempre empaña las comedias de Pons y también de ese halo trágico que ennoblece sus mejores dramas. Cierto que a mí la narrativa de Pons se me hace pesada, excesivamente intelectual (lo reconozco), pero no porque esté llena de contenido, sino por su falta del mismo. Creo que Año de gracia volverá a ser tan rancia como lo es el grueso de su filmografía, aunque también creo que ver a la Sardá es motivo suficiente como para pasar por el aro, sobre todo después de haberse dejado ver tan poco (y casi siempre en roles muy pequeños) en los últimos tiempos. Y nada mejor que una de Ventura Pons para disfrutar de ella, un director que siempre ha sabido trabajar a la perfección el arte de la actriz.

El último título nacional en aterrizar esta semana tiene pinta de ser un bodrio desorbitado. Y eso que, a priori, rezuma buenas intenciones por los cuatro costados. Pero, en contra del dicho, sólo con la intención no cuenta. Hablamos de Una canción, el debut de Inmaculada Hoces, directora de cortometrajes, productora y ayudante de dirección gaditana que se atreve además a interpretar el papel principal, el de una mujer madura, abogada, a la que dejan de pronto en el paro y buscará la manera de sobrellevar la situación a través de la música, gracias a encontrarse con un músico callejero con el que compartirá sus escritos y con un directivo de una discográfica (papel que le ha caído en gracia a un Miguel Molina tan poco creíble como siempre -hace tantos años-). ¿Y por qué tiene que ser un bodrio? Porque a pesar de las intenciones, la película destila un tufillo a amateur del malo. Y es que sólo viendo las imágenes del tráiler a uno ya le da la sensación de que se ha rodado con pocos medios y menos ganas, de que sus actores no interpretan, leen el texto y de que la historia no existe o, de existir, es tan sumamente intrascendente que éste de aquí flipa con el hecho de que Una canción haya conseguido un hueco en las salas comerciales.

De Venezuela llega, con participación española también, Hora menos, de Frank Spano. Y llega con muchos meses de retraso. La película se presentó la pasada primavera dentro de la Sección Oficial a concurso del Festival de Cine Español de Málaga, donde no rascó ni un premio del palmarés, razón por la que quizás ha tardado tanto en llegar a los cines comercialmente. Spano se acerca con su película a la catástrofe que sacudió a Venezuela en 1999, cuando unas lluvias torrenciales provocaron un alud de tierra que sepultó a 15.000 habitantes de la ciudad de Guaira, a través de dos mujeres de distintas generaciones y nacionalidades que, tras verse afectadas por la tragedia, se ven obligadas a seguir adelante juntas. Pinta a road movie de supervivencia, con tintes feministas y el hecho de que no obtuviera premio en Málaga no implica que sea necesariamente mala (aunque el nivel medio de la oferta a competición de la pasada edición dejaba bastante que desear). Podemos darle una oportunidad, aunque sólo sea por disfrutar de la madurez física e interpretativa de Rosana Pastor, buena actriz que se prodiga muy poco últimamente y que aquí goza de un protagonismo bastante goloso.

El viejo continente nos trae dos títulos este fin de semana, a cada cual más diferente entre sí. De Italia llega De cintura para arriba (Dalla vita in poi), de Gianfrancesco Lazotti, una comedia romántica (o que pretende serlo) sobre una chica en silla de ruedas que, tras escribirle las cartas de amor que su amiga envía a su novio encarcelado, acaba enamorándose de éste. Como símbolo, que los dos personajes destinados a vivir ese amor estén presos (uno literalmente, la otra atada a una silla de ruedas) es bastante bonito, sí. Pero es que De cintura para arriba (¡vaya título en español que le han buscado!) parece más una burla que una obra destinada a quedarse en el recuerdo. Parece la típica película mal hecha a conciencia, donde ninguna de las partes encaja con el resto: vemos una historia de amor, que parece estar contada como pobre imitación de las peores ñoñeces paridas por Hollywood, luego se incluyen elementos cómicos de lo más soeces y la parodia resulta escatológica. Vamos, un desastre que no se sostiene ni con pinzas. 

Para redimirnos de tanta tontuna (y tortura) llega a las salas la ganadora del León de Oro en el pasado Festival de Venecia: Fausto (Faust), del ruso Alexander Sokurov, basada en la famosa tragedia de Goethe. Nominada también a 4 Premios Satellite (entre ellos, el de mejor película de habla no inglesa), la cinta está ambientada en el siglo XIX y por sus imágenes he de reconocer que he quedado impactado, al menos por el aspecto técnico de la película y también por la atmósfera enraizada y malsana que desprenden.  La crítica se ha mostrado dividida entre los que la aman y veneran y entre los que más que rechazarla, la tachan de insoportable. Los primeros señalan que estamos ante una cinta difícil, cine de culto de entrada, de este tipo de filme que, de tan denso que es, exige al espectador de toda su voluntad para explorarlo y degustarlo como es debido. Para empezar, hay que conocer por lo menos el mito, porque parece haber más simbolismo que significado. Es precisamente este nivel tan grande de comprensión el que desespera a los segundos, que lo más suave que han dicho de ella es que es insufrible. Vamos, que si tenemos un día tonto mejor pagar por ver la italiana que esta. De todos modos, yo en mi día tonto prefiero quedarme en casa.


El último de los estrenos no americanos procede de Líbano y es la segunda película de Nadine Labaki, directora y actriz que disfrutó de un gran éxito con su debut, la bonita pero insustancial Caramel, allá por el 2007. Ahora vuelve por los mismos derroteros que en aquélla y en ¿Y ahora adónde vamos? (Et maintenant, on va où?) toma como marco a su historia un hecho trágico para, a través de las vivencias de sus personajes protagonistas, lanzarnos un mensaje positivo que nos encoja el corazón. En este caso, las peripecias y estratagemas del grupo de mujeres protagonistas para distraer la atención de los hombres y que así olviden los rencores en tiempos de guerra. De nuevo una película de buenos sentimientos que busca la emoción cómplice del espectador a través de la sonrisa. Muy bien. ¿Y ahora adónde vamos? Probablemente, después de verla, nos iremos a tomar algo y el debate consecuente apenas nos lleve más de media hora, porque pasado ese tiempo a uno ya se le habrá pasado el 'colocón' sentimentaloide, habrá vuelto a poner los pies en la tierra y, por consiguiente, olvidará la película. Es lo que tiene el mundo actual en el que vivimos, que hasta aquéllos que no pertenecen estrictamente a la llamada Industria Cultural establecida se someten a ella y nos brindan productos de fácil y rápida digestión. Ciertamente, una pena porque el trasfondo sobre el que se articula la historia de Labaki ofrece posibilidades infinitas para la creación de una auténtica obra maestra.


Y ya que mencionamos a la Industria Cultural, pues entremos de lleno en ella y evaluemos lo que nos ofrece este fin de semana. Cuatro títulos estadounidenses acaparan el grueso de salas libres en nuestro país aunque una de ellas no esté hablada en inglés. Ésta, en concreto, es una sorpresa mayúscula (y, por desgracia, no para bien). Se trata de En tierra de sangre y miel (In the Land of Blood and Honey), el debut en la dirección de la actriz y superestrella Angelina Jolie. Sí, sí. Habéis leído bien. Resulta que a Lara Croft también le ha picado el gusanillo ése de pasarse al lado oscuro y demostrar que ella también tiene algo que decir. Y lo que quiere decir es de aúpa. Resulta que la actriz rueda y escribe una película sobre el amor truncado en plena Guerra de los Balcanes. Y aunque sea meritorio el hecho de que se sigan contando historias sobre este desgraciado hecho histórico, lo cierto es que parece que la Jolie no acierta a contar la suya. Un soldado serbio y una pintora bosnia se enamoran antes de que estalle el conflicto que hará que su relación penda de un hilo. La película, que fue nominada al Globo de Oro en la categoría de mejor película de habla no inglesa, también fue seleccionada en el reciente Festival de Berlín, donde cosechó el abucheo más sonoro del certámen. ¿Por qué? Pues porque resulta que a la Jolie, a la que parece que se le da bien eso de planificar, crear ritmo y mover la cámara (aunque se limite a seguir los estándares impuestos por la industria cinematográfica para la que ha venido trabajando hasta la fecha), lo que no se le da tan bien es escribir y la cinta hace aguas precisamente ahí (amén de una dirección de actores pobrísima... algo realmente chocante tratándose de una actriz-directora... ¿o va a ser que la Jolie tampoco es actriz? ¿Estrella quizás?). A Angelina lo que le ha debido pasar es que se ha cegado con su historia central y ha olvidado que, lo verdaderamente interesante, estaba en la atmósfera que la rodeaba. De todos modos, mi más sentido aplauso por la intención de desmarcarse del tópico y efectuar un debut detrás de las cámaras ambientado en un tema que no debemos olvidar al ser realmente serio, duro, seco y violento, además sin rostros conocidos que apoyen y garanticen su carrera comercial.

No proporciona mayor interés tampoco Una aventura extraordinaria (Big Miracle), de Ken Kwapis, película familiar, rodeada, colmada, saturada de buenos sentimientos e intenciones que cuenta la historia (real) de una pareja (un periodista y una voluntaria de Greenpeace) que luchan por conseguir ayuda de medio mundo para lograr rescatar a tres ballenas grises atrapadas en el hielo del Ártico. No sólo deben convencer de que les ayuden a la comunidad inuit (cazadores de ballenas), sino también a empresas petroleras, al ejército estadounidense e, incluso, meten en el fregao a los rusos en plena Guerra Fría, logrando aparte del deshielo literal para salvar a las ballenas, también un deshielo más simbólico en las relaciones políticas mundiales. Una aventura extraordinaria, sí señor, pero que me da a mi que es más digna de un pase de sobremesa en cualquier canal privado de televisión, con anuncios incluidos para que haya algo que nos saque del sopor. Y no, la peli no es de Disney. Lo cual la hace aún más sonrojante. Tiene pinta, ya os digo, de telefilme, de película en la que nada ni nadie reclama verdadero interés: ni la parte de producción, ni la dirección artística, ni el montaje, ni la banda sonora... ni, mucho menos, la parte artística. No hablemos ya de los efectos especiales con cetáceos animatrónicos que, si resulta una característica retro y con encanto en Tiburón es porque se trata de una película de 1975. Señor, Kwapis, que estamos en plena segunda década del siglo XXI. Que hemos visto Avatar. Podía usted habérselo currado un poco más, ¿no? ¿Y por qué un producto tan anodino y poco original llega a las salas, además barriendo en número de copias? Probablemente para causarnos una indigestión a la masa común (cosas de la Industria Cultural, que nos quiere mucho) gracias a un mensaje sensiblero que apela a la fraternidad en el género humano para lograr un gran milagro, el título original. Un gran milagro sería que Hollywood no nos asaetara tan a menudo con discursos pseudomoralistas, lanzados como por catálogo, sin verdadera conciencia ni verdadera alma en productos de este tipo. Pero para milagro (y éste sí que lo es) el elenco que defiende esta patraña: John Krasinski y Drew Barrymore encabezan el cartel, acompañados por gente del tipo Ted Danson, Dermot Mulroney, Vinessa Shaw o Tim Blake Nelson. ¿Puede existir casting más desafortunado? A lo mejor no hay que tomarse en serio la película y lo del título original es la clave de una ironía con no poca sorna. En fin...

De Estados Unidos regresa otro mito, Steven Soderbergh que, lejos de volver a la senda transitada con Traffic (2000), sigue investigando y cambiando constantemente de género y temática para dar muestras de su versatilidad. Ahora presenta un thriller de acción, con luchas milimétricamente coreografiadas y un toque ciertamente inspirador de serie B. Lleva por título Indomable (Haywire) y cuenta la historia de una joven agente secreto que tras ser traicionada, deberá emprender una huida internacional y planear la venganza. Siendo de Soderbergh podemos garantizar que la película estará bien rodada y que, probablemente, se eleve sobre la media común en este tipo de productos. Aunque, siendo de Soderbergh también, lo más seguro es que apenas encontremos nada más que un perfecto y fascinante divertimento. Porque si hay algo que ha caracterizado la mayor parte de la filmografía del director es su escaso apego a la profundidad y su declarado amor a la superficialidad, eso sí, superficialidad excelentemente envuelta, porque en su aparato visual, ninguna película de Steven Soderbergh decepciona. Indomable sigue esta pista. Y, para no faltar a la tradición tampoco, el director ha reclutado un elenco de impresión para secundar a la protagonista, la desconocida Gina Carano, que no aparece ni en el cartel español, siendo el reclamo de cara a la taquilla los rostros de Ewan McGregor, Michael Douglas, Michael Fassbender, Channing Tatum, Antonio Banderas y Bill Paxton. Así que, no busquemos más excusas, paguemos la entrada, compremos palomitas y refresco (son indispensables para el visionado de este tipo de películas) y preparémonos para pasar el rato más entretenido que podamos imaginar. Eso sí, al final, no olvidemos depositar el cartón de las palomitas y el refresco en la papelera de la salida. ¿Y la película? ¿Qué película? ¿No habíamos ido a comer palomitas? Pues eso.


Termino este extenso repaso (larguísimo... ¡madre mía!) con la que, probablemente, sea la película más interesante de las que asoman su cabeza a la cartelera este viernes. Se trata de Chronicle, de Josh Trank, director televisivo que se estrena en el largo con una de ciencia ficción. Rodada en falso documental, con actores poco o nada conocidos, Chronicle nos habla de la fantástica vivencia de tres jóvenes que, tras tomar contacto con una misteriosa sustancia en un bosque, comienzan a desarrollar poderes increíbles. La primera parte nos cuenta lo guay de esos poderes y todo parece encajar dentro de una comedia urbana, sin embargo, el director pronto le da la vuelta a su propuesta y, con ello, a las expectativas del espectador y nos plantea el conflicto latente en un hecho como éste, tomando la película un matiz extremadamente oscuro y turbador, a ratos inquietante. La crítica se ha deshecho en elogios ante la propuesta y la película se perfila ya como una de las grandes sorpresas cinéfilas del presente año, un acontecimiento cinematográfico al que, de no asistir ahora, probablemente, dentro de unos meses, nos arrepentiremos. Me da a mí que Chronicle va a dar mucho, pero mucho que hablar.


Esto es todo. A mí, la verdad, es que se me queda una sensación extraña en el cuerpo. Tengo la impresión de que este fin de semana post-Oscar, las buenas películas se han quedado en el cajón esperando otro momento para llegar a las salas. No sé... Sólo Chronicle despierta un interés fehaciente en mí como para incitarme a pagar el precio de una entrada. ¿Y a vosotros? Sea como fuere, como siempre en Versión Original Subtitulada.

Un saludo, Sinvergüenzas!!! ^^

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