Este viernes 10 de enero llegaba a las salas de Madrid (dos exactamente) Història de la meva mort (Historia de mi muerte), la última película de Albert Serra, que a partir de este viernes 17 podrá verse también en Barcelona. Se trata de un personalísimo film de época, centrado en la transición entre el siglo XVIII, el del racionalismo, el siglo de las luces y la sensualidad, y los principios del siglo XIX, el del romanticismo, el oscurantismo y la violencia. Dos famosas figuras personifican estos mundos, Casanova y Drácula. En Francia, en una atmósfera de corrupción y alegría artística, un veterano marqués, siempre acompañado por su sirviente de las tierras del norte, vive en un pequeño pueblo agrícola rodeado de bosques. El Marqués es conocido por sus espectaculares conquistas sexuales. Sin embargo, con la llegada del Conde, la atmósfera en el pequeño pueblo llegará a ser oscura y opresiva, llevándonos hasta un repentino, extraño y misterioso final.
Con Historia de mi muerte, Serra continúa ese distanciamiento tan caro a su cine de la narrativa convencional. Con un total de 400 horas de grabación, rodada sin un guión concreto, con actores no profesionales y supeditándolo todo a la labor de montaje, lo último de Serra obtuvo su primera proyección pública en nuestro país en un museo de arte contemporáneo, más concretamente en el Reina Sofía de Madrid, y cuenta ya con el Leopardo de Oro ganado en el pasado Festival de Locarno, así como 4 nominaciones a los Premios Gaudí que otorga la Academia de Cine Catalán: mejor fotografía, dirección artística, maquillaje y peluquería y vestuario.
Ante tan arriesgada y atípica propuesta, la crítica se ha mostrado dividida. Hay quienes, como Javier Ocaña, en El País, le tildan de mero provocador, definiendo la película como "radical, pero con poco interés, ni formal ni narrativo, aunque quizá sea una metáfora de algo, en una obra que, a través de planos fijos alargados en el tiempo, esta vez reparando más en los rostros que en sus anteriores películas, lleva la duración hasta las innecesarias dos horas y media"; o como Sergi Sánchez, en La Razón, para quien "Serra conoce a sus modelos pero se aburre un poco imitándolos. Si se trataba de convertir la torpeza en arte –o la mierda en oro, como se dice en el filme–, Serra se ha quedado a medio camino". Por el contrario, al crítico Phillipp Engel, en Fotogramas, Historia de mi muerte es un "film extraordinario donde vuelven a resucitarse mitos para despojarlos de inútiles oropeles y dejarlos a su aire en un espacio de libertad total que nos llega retratado con el arte de una innegable belleza absolutamente inconformista y antiacadémica". Pablo González Taboada, en su crónica del Festival de Gijón para Cinemanía, matiza las virtudes de la cinta, admitiendo que "no es un cine fácil pero ofrece recompensas: magníficas imágenes de exteriores, con composición pictórica y un tratamiento del color muy saturado, buscando los contrates".
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