Hoy, 22 de marzo, cumple años Lena Olin, concretamente 57. Y no puedo pasar la oportunidad de repasar la trayectoria de una actriz como ella, sin duda, uno de los talentos más injustamente mal aprovechados por Hollywood en toda su historia. Nacida en Estocolmo, perteneciente a una familia de artistas de renombre en su país natal, Suecia, puesto que su padre no es otro que Stig Olin, cantante, compositor y, sobre todo, actor de algunos títulos imprescindibles del director sueco por excelencia, Ingmar Bergman. Su madre, por cierto, Britta Holmberg también es actriz y su hermano, Mats Olin, un conocido cantante en Suecia. Sin embargo, fue Lena la que mayor repercusión popular obtendría fuera de las fronteras del país nórdico, en el que cobró notoriedad al representar sobre los escenarios los repertorios de autores tan célebres como Henrik Ibsen o August Strindberg, llegando a trabajar en el Teatro Nacional de Estocolmo nada menos que a las órdenes de Bergman, quien le daría, además, pequeños papeles en dos de sus mejores obras cinematográficas: Cara a cara, al desnudo (Ansikte mon ansikte) (1976) y, sobre todo, Fanny y Alexander (Fanny och Alexander) (1982).
Se inició así la trayectoria cinematográfica de una de las más importantes figuras europeas importadas por Hollywood a finales de los ochenta. Aunque, primeramente, disfrutó de una breve carrera en Suecia, con mucho telefilme y esporádicos papeles secundarios para la gran pantalla, de entre los que destaca el realizado en la comedia Las aventuras de Picasso (Picassos äventyr) (1978), de Tage Danielsson. Sus trabajos para Bergman debieron llamar la atención de Hollywood en su persona, que no dudó en reclutarla para dos películas ambientadas en la Europa del Este, que supondrían su entrada en la meca del cine. La primera de ellas es la aclamada adaptación de la novela de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser (The Unbearable Lightness of Being), drama de lujosa resolución llevado a cabo en 1988 por el, por aquél entonces, célebre (gracias a las ocho nominaciones al Oscar -de las que ganó cuatro- que se apuntó con su anterior película Elegidos para la gloria (The Right Stuff), estrenada en 1983) Philip Kaufman y que reunió en pantalla a un trío de actores, desconocidos entonces, realmente admirable: Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Olin. La insoportable levedad del ser fue un triunfo rotundo aquélla temporada gracias a sus altas dosis de erotismo y a su carga filosófica (más moderada que la del libro), elementos que solapaban la evidente crítica al comunismo que encerraba la historia. El estupendo trabajo de Olin fue recompensado en Hollywood con una nominación al Globo de Oro en la categoría secundaria, que evidenció el interés de la meca del cine en la actriz europea, auspiciado quizás por los antecedentes míticos de Ingrid Bergman o Greta Garbo, las dos grandes actrices suecas importadas por Hollywood en la era clásica.
El afán de Hollywood por hacerse con los servicios en exclusiva de Lena Olin no tardó en materializarse y, aunque la dejaron volver a su país para protagonizar Friends (1988), de Kjell-Ake Andersson; y s/y Glädjen (1989), de Göran du Rées; no tardaron en llamarla para completar el cast de Enemigos, una historia de amor (Enemies: a Love Story) (1989), de Paul Mazursky, adaptación también de la célebre novela del Premio Nobel judío Isaac Bashevis Singer, sobre las vivencias de cuatro supervivientes del Holocausto nazi en el Nueva York de finales de los cuarenta. Olin se disputó todos los elogios con su compañera de reparto, la estupenda Anjelica Huston, siendo ambas finalmente nominadas al Oscar en la categoría secundaria. Esta temprana nominación marcó la consolidación de la diminuta figura de la actriz en Hollywood y le abrió las puertas a producciones donde su nombre ya no aparecía ni en cuarto ni en tercer lugar, sino que lograba encabezar el cartel o, por lo menos, compartir el peso de la película junto a la estrella de turno a la que le tocara dar la réplica.
Así, encadenó los protagonismos de Habana (Havana) (1990), de Sydney Pollack, hermoso drama romántico en el que acompañaba nada menos que a Robert Redford como la esposa de un líder de la revolución castrista; Doble juego (Romeo Is Bleeding) (1993), de Peter Medak, thriller criminal como oponente pérfida de un desmadrado Gary Oldman; Mr. Jones (1993), de Mike Figgis, donde mantenía otro idilio con otro galán en alza en aquél Hollywood, Richard Gere, donde él era una maníaco-depresivo y ella la doctora encargada de su tratamiento, y que evidenció que las posibilidades de la nueva estrella europea superaban con creces el bajo nivel al que quedaban suscritos los personajes que se le adjudicaban en Hollywood. Hecho puesto de manifiesto al estrenarse La noche y el momento (The Night and the Moment) (1995), de Anna Maria Tatò, drama de época europeo, con participación mayoritaria del Reino Unido, que se erige en lo mejor que llevó a cabo la actriz en aquéllos años y que, por desgracia, gozó de escasa repercusión en su exhibición internacional y eso que mantenía un duelo bastante sugestivo con otro gran intérprete, Willem Dafoe.
Hollywood decidió probarla como secundaria eficiente en producciones más ambiciosas y, ciertamente, Lena Olin se mostró mucho más cómoda en labores de apoyo, con personajes más ricos e interesantes, que liderando el cartel de una película. Ocurrió así en La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan) (1996), obra menor de Sidney Lumet, donde todo el protagonismo recaía sobre los hombros de sus compañeros de reparto Andy García y Richard Dreyfuss; estuvo mejor, hilarante y divertida, como matriarca de una familia polaca en la independiente La boda polaca (Polish Wedding) (1998), de Theresa Connelly; y ejemplificó lo que era un error de casting gracias a su inclusión en la superproducción europea (con Suecia a la cabeza) y reparto internacional Comando Hamilton (Hamilton) (1998), de Harald Zwart. Igualmente, podemos decir que perdió dignidad artística al participar en el abultado elenco de la burda adaptación al cine del cómic de Bob Burden Hombres misteriosos (Mystery Men) (1999), de Kinka Usher, que lideraba Ben Stiller.
Con sus enormes, preciosos, ojos marrones y su bella cabellera negra como marca de fábrica, Lena Olin, una actriz que siempre se ha caracterizado por una enorme expresividad, renunció a tiempo a la categoría estelar en una industria que no sabía emplearla como merecía. Se vino a Europa para trabajar en la superproducción de Roman Polanski, La novena puerta (The Ninth Gate) (1999), fallida adaptación al cine de la célebre novela de Arturo Pérez-Reverte El club Dumas, en la que, a pesar del bajo nivel general de la cinta y del protagonismo de la estrella Johnny Depp, ella estuvo francamente bien como esa dama de las tinieblas. Aunque no tanto como en Chocolat (2000), de Lasse Hallström, marido de la actriz desde 1994. En este dulce y acaramelado, aunque delicioso cuento, Olin daba vida a una mujer maltratada por su marido pero poseedora de una belleza y atractivo descomunales, logrando una interpretación magnífica, que rebosa emoción incluso apareciendo tan poco tiempo en pantalla. A pesar del éxito cosechado en aquélla temporada de premios por la película, en Estados Unidos ignoraron por completo el estupendo trabajo de Lena Olin, no así en Europa, donde fue candidata a un BAFTA como Actriz Secundaria, así como al Premio del Público a la Mejor Actriz en los Premios del Cine Europeo. Chocolat llegó para confirmar lo que Hollywood no había sabido rentabilizar, además de dar muestras del extraordinario talento que rebosaba la actriz en plena madurez interpretativa.
Tras Chocolat, Hollywood volvió a llamar a su puerta sólo para ningunearla en la nueva adapación de una de las novelas de Anne Rice, La reina de los condenados (Queen of the Damned) (2002), de Michael Rymer; o el vehículo de lucimiento para el ídolo de masas Harrison Ford, la comedia policiaca Hollywood: Departamento de homicidios (Hollywood Homicide) (2003), de Ron Shelton. Se la vio mejor, más cómoda y satisfecha, en el cine independiente (siempre en roles secundarios), donde intervino en El mundo de Leland (The United States of Leland) (2003), de Matthew Ryan Hoge; y en España dio prestigio al casting internacional de la terrorífica Darkness (2002), de Jaume Balagueró. Después de volverse a poner a las órdenes de su marido en la decepcionante Casanova (2005), también en un pequeño papel, apenas la volvimos a ver hasta 2007, año en el que volvió secundando a las insulsas y estomagantes nuevas estrellas Hayden Christensen y Jessica Alba en el thriller Despierto (Awake), de Joby Harold, que a punto estuvo de costarle su primera nominación al Razzie a la Peor Actriz Secundaria. Recuperó el prestigio con un pequeño rol en la estupenda El lector (The Reader) (2007), de Stephen Daldry; pero volvió a dar muestras de un marcado mal gusto en su criterio de elección al aceptar intervenir, tras dos años de parón cinematográfico, en Recuérdame (Remember Me) (2010), de Allen Coulter, un pastel puesto en pie para rentabilizar el tirón comercial del recién instaurado ídolo de quinceañeras Robert Pattinson.
Tiene pendiente de estreno para este año una de terror, como absoluta protagonista, Devil You Know, de James Oakley, y se encuentra rodando en Suecia a las órdenes de su marido otro thriller que llevará por título Hypnotisören. Sin lugar a dudas, dos proyectos bastante poco interesantes y sobre los que no toca albergar muchas esperanzas. Esperanzas, al menos, de hallar en ellos trabajos que vuelvan a dignificar el talento de una actriz a la que Hollywood nunca supo sacar partido y que, ni ella misma (supongo al menos, por lo que se extrae de su carrera cinematográfica), ha considerado dar a valer como es debido, porque salvo sus primeros empeños norteamericanos y alguna que otra gloriosa excepción posterior (con Chocolat como mejor exponente), la trayectoria fílmica de Lena Olin se resiente de personajes fuertes y consistentes, de esos que obligan a un actor a dar brío a su trabajo. Sin lugar a dudas, todo un desperdicio. Esto en el Hollywood clásico no habría pasado. ¿Os imagináis a la inversa? ¿Qué habría hecho el Hollywood de los ochenta y los noventa con los talentos de Bergman y Garbo? Quizás, el problema no esté en Hollywood y sí en que Lena Olin no posee una personalidad artística tan encontrada e imperecedera como las de sus paisanas.
Hollywood decidió probarla como secundaria eficiente en producciones más ambiciosas y, ciertamente, Lena Olin se mostró mucho más cómoda en labores de apoyo, con personajes más ricos e interesantes, que liderando el cartel de una película. Ocurrió así en La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan) (1996), obra menor de Sidney Lumet, donde todo el protagonismo recaía sobre los hombros de sus compañeros de reparto Andy García y Richard Dreyfuss; estuvo mejor, hilarante y divertida, como matriarca de una familia polaca en la independiente La boda polaca (Polish Wedding) (1998), de Theresa Connelly; y ejemplificó lo que era un error de casting gracias a su inclusión en la superproducción europea (con Suecia a la cabeza) y reparto internacional Comando Hamilton (Hamilton) (1998), de Harald Zwart. Igualmente, podemos decir que perdió dignidad artística al participar en el abultado elenco de la burda adaptación al cine del cómic de Bob Burden Hombres misteriosos (Mystery Men) (1999), de Kinka Usher, que lideraba Ben Stiller.
Con sus enormes, preciosos, ojos marrones y su bella cabellera negra como marca de fábrica, Lena Olin, una actriz que siempre se ha caracterizado por una enorme expresividad, renunció a tiempo a la categoría estelar en una industria que no sabía emplearla como merecía. Se vino a Europa para trabajar en la superproducción de Roman Polanski, La novena puerta (The Ninth Gate) (1999), fallida adaptación al cine de la célebre novela de Arturo Pérez-Reverte El club Dumas, en la que, a pesar del bajo nivel general de la cinta y del protagonismo de la estrella Johnny Depp, ella estuvo francamente bien como esa dama de las tinieblas. Aunque no tanto como en Chocolat (2000), de Lasse Hallström, marido de la actriz desde 1994. En este dulce y acaramelado, aunque delicioso cuento, Olin daba vida a una mujer maltratada por su marido pero poseedora de una belleza y atractivo descomunales, logrando una interpretación magnífica, que rebosa emoción incluso apareciendo tan poco tiempo en pantalla. A pesar del éxito cosechado en aquélla temporada de premios por la película, en Estados Unidos ignoraron por completo el estupendo trabajo de Lena Olin, no así en Europa, donde fue candidata a un BAFTA como Actriz Secundaria, así como al Premio del Público a la Mejor Actriz en los Premios del Cine Europeo. Chocolat llegó para confirmar lo que Hollywood no había sabido rentabilizar, además de dar muestras del extraordinario talento que rebosaba la actriz en plena madurez interpretativa.
Tras Chocolat, Hollywood volvió a llamar a su puerta sólo para ningunearla en la nueva adapación de una de las novelas de Anne Rice, La reina de los condenados (Queen of the Damned) (2002), de Michael Rymer; o el vehículo de lucimiento para el ídolo de masas Harrison Ford, la comedia policiaca Hollywood: Departamento de homicidios (Hollywood Homicide) (2003), de Ron Shelton. Se la vio mejor, más cómoda y satisfecha, en el cine independiente (siempre en roles secundarios), donde intervino en El mundo de Leland (The United States of Leland) (2003), de Matthew Ryan Hoge; y en España dio prestigio al casting internacional de la terrorífica Darkness (2002), de Jaume Balagueró. Después de volverse a poner a las órdenes de su marido en la decepcionante Casanova (2005), también en un pequeño papel, apenas la volvimos a ver hasta 2007, año en el que volvió secundando a las insulsas y estomagantes nuevas estrellas Hayden Christensen y Jessica Alba en el thriller Despierto (Awake), de Joby Harold, que a punto estuvo de costarle su primera nominación al Razzie a la Peor Actriz Secundaria. Recuperó el prestigio con un pequeño rol en la estupenda El lector (The Reader) (2007), de Stephen Daldry; pero volvió a dar muestras de un marcado mal gusto en su criterio de elección al aceptar intervenir, tras dos años de parón cinematográfico, en Recuérdame (Remember Me) (2010), de Allen Coulter, un pastel puesto en pie para rentabilizar el tirón comercial del recién instaurado ídolo de quinceañeras Robert Pattinson.
Tiene pendiente de estreno para este año una de terror, como absoluta protagonista, Devil You Know, de James Oakley, y se encuentra rodando en Suecia a las órdenes de su marido otro thriller que llevará por título Hypnotisören. Sin lugar a dudas, dos proyectos bastante poco interesantes y sobre los que no toca albergar muchas esperanzas. Esperanzas, al menos, de hallar en ellos trabajos que vuelvan a dignificar el talento de una actriz a la que Hollywood nunca supo sacar partido y que, ni ella misma (supongo al menos, por lo que se extrae de su carrera cinematográfica), ha considerado dar a valer como es debido, porque salvo sus primeros empeños norteamericanos y alguna que otra gloriosa excepción posterior (con Chocolat como mejor exponente), la trayectoria fílmica de Lena Olin se resiente de personajes fuertes y consistentes, de esos que obligan a un actor a dar brío a su trabajo. Sin lugar a dudas, todo un desperdicio. Esto en el Hollywood clásico no habría pasado. ¿Os imagináis a la inversa? ¿Qué habría hecho el Hollywood de los ochenta y los noventa con los talentos de Bergman y Garbo? Quizás, el problema no esté en Hollywood y sí en que Lena Olin no posee una personalidad artística tan encontrada e imperecedera como las de sus paisanas.
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