jueves, 9 de mayo de 2013

Tres jubilados y un atraco perfecto: una joya de la comedia española.

Son muchas las razones que hacen especialmente curiosa la existencia de una película como Los dinamiteros (1963). Para empezar, el ser la única obra de ficción rodada por su director, un Juan García Atienza, que había trabajado previamente como director de la 2ª unidad o ayudante de dirección para directores de la talla de José Antonio Nieves Conde, Florián Rey o Rafael J. Salvia, pero que tras estrenar Los dinamiteros nunca más se volvió a poner detrás de la cámara para rodar una nueva película de ficción, aunque sí algunos documentales, desarrollando también una decente labor como guionista, principalmente para la televisión.


Argumentalmente, Los dinamiteros bebe claramente de la enorme influencia que seguía ejerciendo en el cine europeo el éxito de la película italiana I soliti ignoti (Rufufú) (1958), de Mario Monicelli, sátira post-neorrealista de las películas con atracos perfectos, con Du rififi chez les hommes (Rififí) (1954), de Jules Dassin, o The Asphalt Jungle (La jungla de asfalto) (1950), de John Huston, a la cabeza de su paródica diana. Así, nos encontramos con tres jubilados, dos hombres y una mujer, que tras asistir a la muerte solitaria y mísera de otro jubilado conocido de los tres, que, como ellos, también ha venido cobrando una raquítica pensión, deciden dar un "golpe maestro" y atracar las oficinas de la mutualidad de pensiones, armados con cartuchos de pólvora. En el mismo tono entre el sainete y la denuncia social que su coetánea Atraco a las tres (1962), de José María Forqué, Los dinamiteros parte de una tan absurda premisa inicial para efectuar un entrañable y lúdico retrato de la miserable realidad social de la España del momento. Bebiendo convenientemente de las influencias tardías del Neorrealismo Italiano, Atienza da forma a la maquinación y puesta en marcha de ese "atraco perfecto" desde una óptica verdaderamente naif, donde resulta incluso lícito pensar en el posible éxito final de semejante terceto de atracadores.


Sin la mala uva y la perspicacia, así como esa capacidad de observación tan soterradamente satírica del maestro Berlanga, Azcona mediante, pero ejecutando toda su peripecia argumental con notoria inspiración, Los dinamiteros se encuentra sostenida en una puesta en escena sencilla, sin estridencias ni alardes visuales de ningún tipo, con una cámara sumamente transparente, una adecuada y nada sibilina fotografía en blanco y negro, que puede aportar cierta atmósfera noir al conjunto sin perder, ni por asomo, su fuerte componente naturalista, obra del profesional Juan Mariné, y una óptima y evocadora banda sonora, con puntuales asertos jazzísticos, en la mejor tradición del género, debida nada menos que a Piero Umiliani, creador de la maravillosa partitura de Rufufú. Todo esto son excelentes virtudes para una comedia verdaderamente divertida y disfrutable, que si no depara unas grandes y estridentes carcajadas, por lo menos impide durante todo su metraje el que se nos borre una cómplice (y complacida) sonrisa, conteniendo momentos ciertamente brillantes (como la preparación de los explosivos, el ensayo en la Casa de Campo del atraco o la ejecución final del robo), sustentada toda la comicidad de la película en una disposición francamente rítmica y sostenida de los gags, en unos diálogos verdaderamente hirientes y mordaces, tremendamente ácidos y nada complacientes, y en el juego y química que se establece entre los tres protagonistas, auténticos motores de la comedia en Los dinamiteros.


Eso monstruo del género en particular, y del cine en general, que siempre fue José Isbert fue la estrella española escogida para esta co-producción con Italia, y, en uno de sus últimos papeles antes de su triste fallecimiento en 1966, el actor vuelve a hacer de las suyas, creando una composición inolvidable, tirando de lo absurdo de las situaciones para satirizar a placer a ese abuelo roñoso y solitario. A su lado, el italiano Carlo Pisacane, actor presente también en Rufufú y que aquí aportaba no poca picardía y diablura a su abuelo aficionado a quedarse embobado mirando a las jovencitas pasar, entablando un tronchante tira y afloja con la aspereza cascarrabias en la que se desenvuelve Isbert. La tercera en discordia fue la afable abuelita por excelencia del cine mexicano, una Sara García que jugaba con la aparente bondad inherente a su físico para componer un personaje de abuela marchosa y decidida, reaccionaria y subversiva por igual. Una auténtica delicia pues el campo interpretativo de una película en la que también destaca, en un papel secundario, de fácil y brillante ejecución, la estupenda Lola Gaos y los cameos de las estrellas del momento, unos jóvenes Adolfo Marsillach y Laura Valenzuela, en una irresistible parodia del cine con atracos perfectos, una parodia dentro de la parodia de jocosa eficacia. 


Virtudes varias pues que dan de sí una encantadora película, que no ha perdido ni un ápice de su alcance crítico y mordaz, que se erige pronto en un interesante documento sociológico y con la que se ensañó muy especialmente la oscura y pésima distribución que sufrió a la hora de su llegada a las salas, para más inri, muy entrado ya el año 1964 y en circuitos de repertorio y dobles sesiones, lo que la condenó irremisiblemente a una injusta invisibilidad en la época y un más que obvio olvido con el transcurrir de los años. Quizás fue ésta la principal razón por la que Atienza no volvió a dirigir obra alguna de ficción para el cine español, con lo que es más que obvio afirmar que nuestro cine se ha perdido a un más que interesante realizador "apunta maneras". Ya es hora de sacar del ostracismo tremenda joya de la comedia costumbrista española, que se cuenta por desgracia entre los innumerables títulos malditos de nuestra cinematografía y que no estará firmada ni por Berlanga ni por Ferreri, pero que merece un puesto de honor dentro del género cómico en la Historia del Cine Español.

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