martes, 15 de octubre de 2013

Eduard Fernández, una estrella con sabor a Grande.


Parece mentira que hasta hace apenas 14 años Eduard Fernández apenas existiera para la industria del Cine Español, sobre todo cuando hoy se cuenta entre las estrellas más versátiles de la producción actual. Valor seguro para cualquier producción, de la índole que ésta sea, que cuente con su presencia en el reparto, Fernández atesora uno de los currículums cinematográficos más envidiables de la esfera artística actual. Capaz de amoldarse a las pieles de cualquier personaje, lo ha hecho prácticamente todo en el cine nacional, saltando siempre de un registro a otro, a cada cual más dispar, con admirable destreza y dinamismo, independientemente del tamaño del papel, lo que le ha proporcionado formar parte de no pocos títulos importantes de la primera fila del cine reciente, sino también de algunas pequeñas joyas del llamado cine independiente. Este viernes estrena Todas las mujeres, un nuevo protagonista a las órdenes del director que nos lo descubrió para el cine, Mariano Barroso, por la que vuelve a sonar bastante fuerte en todas las quinielas a los próximos Premios Goya, otro apartado, el de los premios, en el que la trayectoria fílmica de Fernández ha sido también bastante fecunda.

Con Javier Bardem en Los lobos de Washington (1999).

Alguna que otra serie para la televisión y un currículum teatral realmente admirable, donde se cuentan obras como "Yo tengo un tío en América" de Els Joglars, bajo la dirección de Albert Boadella; "Roberto Zucco" de Koltès para el Teatre Lliure a las órdenes de Lluís Pasqual; o "Retorno al hogar" de Harold Pinter, dirigida por María Ruiz, fueron las cartas de presentación de Eduard Fernández cuando entró en el cine en el año 1999, después de pasar por un innumerable número de castings en su carrera. Mariano Barroso confío en él y Fernández nos brindó un admirable retrato de un tierno perdedor que sedujo a todo el mundo en Los lobos de Washington, haciendo que mucha gente se preguntara dónde había estado escondido aquel pedazo de actor. Un Premio Ondas al mejor actor (compartido con su compañero en la película, Javier Bardem), un Sant Jordi y una nominación al Goya revelación fueron el pistoletazo de salida de una carrera cinematográfica de rápida y sorprendente consolidación, pues en el curso siguiente, ya incorporaba un papel secundario para Gonzalo Suárez en El portero (2000) y apechugaba con su primer papel protagonista en el sólido thriller La voz de su amo (2001), de Emilio Martínez Lázaro, en una contundente interpretación de un atormentado exfutbolista metido a guardaespaldas.

Fausto 5.0 (2001).

Pero lo mejor estaba por llegar, su cuarta película nos lo presentó partícipe de un sugestivo triángulo amoroso en la erotizada y discreta adaptación de la novela de Manuel Vicent Son de mar (2001), de Bigas Luna, y en la siguiente propuso para la pantalla un descarado, estrafalario y misterioso trasunto de Mefistófeles en la adaptación que del mito de Fausto hicieran Isidro Ortiz, Álex Ollé y Carlos Pradissa (los dos últimos pertenecientes al grupo teatral La Fura Dels Baus) en su ópera prima Fausto 5.0 (2001). Inesperadamente, Fernández se convirtió en el rey de aquella temporada de premios, acumulando una retahíla de ellos por los tres filmes: su segundo Sant Jordi por los tres, el Premio al mejor actor tanto en el Festival de Sitges como en el Fantasporto por Fausto 5.0 y dos nominaciones más a los Premios Goya, como actor de reparto por Son de mar y como principal por Fausto 5.0, ganando con justicia este último a pesar de la condición de carácter o de apoyo de su personaje.

Con Antonio Dechent en Smoking Room (2002).

Con sólo cinco películas en su haber pero con un prestigio cinematográfico desorbitado para un actor con tan corta trayectoria, Fernández sumó otro director importante a su filmografía al desempeñar un rol secundario para Fernando Trueba en la desigual El embrujo de Shanghai (2002) e incluso se llegó a implicar personalmente en la puesta en marcha de otra ópera prima arriesgada que acabó siendo una magnífica película llamada Smoking Room (2002), de Roger Gual y Julio D. Wallovits, donde disfrutaba de la dosis necesaria de lucimiento como para poner de manifiesto el incomparable magnetismo y la pormenorizada capacidad de creación de las que disponía como intérprete y por la que él y el resto del apretado reparto masculino ganaron la Biznaga de Plata al mejor actor en el Festival de Cine Español de Málaga.

En la ciudad (2003).

Olvidado a los Goya, se resarcería al curso siguiente gracias a su participación en la coral y estupenda En la ciudad (2003), de Cesc Gay, donde Fernández demostró una vez más que estábamos ante uno de los más completos intérpretes de los que pululan por la cinematografía patria. En un registro de intensa contención, el actor traspasaba la pantalla a través de esa mirada tan expresiva, tan sugestiva, que aportaba los necesarios matices para entender qué se cuece dentro del alma de su personaje, aún apareciendo éste siempre en una impasible cotidianeidad. Segundo y aplaudido Goya, esta vez como actor de reparto, En la ciudad también significó su estreno en los Premios de la Unión de Actores, donde se hizo con el correspondiente al mejor secundario en cine. Este tremendo éxito personal coincidió en el tiempo con el estreno de uno los más perturbadores y apasionantes thrillers hechos hasta la fecha por nuestra cinematografía, El misterio Galíndez (2003), de Gerardo Herrero, basado en la novela de Manuel Vázquez Montalbán, con un reparto encabezado por el norteamericano Havery Keitel y con Fernández brillando a gran altura por parte española.

Con Ana Belén en Cosas que hacen que la vida valga la pena (2004).

Que volviera a soportar sobre sus hombros el peso de un nuevo largometraje era ya cuestión de (poco) tiempo, pero que lo hiciera en un género, a priori, tan alejado de a lo que nos tenía tan acostumbrados como era la comedia no dejó de causarnos sorpresa. Pero así fue en Cosas que hacen que la vida valga la pena (2004), de Manuel Gómez Pereira, incorporando a uno de esos tiernos perdedores con los que la imagen de tipo corriente y casi ordinario que proyecta el intérprete suele casar tan bien, en una comedia romántica que deambula por los rincones más sinceros del alma humana sin apartarse de una realidad absolutamente desmitificadora. Matizadísimo y espléndido trabajo al final, como no podía ser menos, el llevado a cabo por el actor en una película francamente indispensable y que le volvió a meter de lleno entre los favoritos a todos los premios de aquel año, siendo finalmente sólo nominado a los de la Unión de Actores, a los del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC) y a los Premios Goya, sumando así su quinta nominación.

El método (2005).

Al año siguiente volvió al thriller de su mentor con la policíaca de ambiente clásico Hormigas en la boca (2005), de Mariano Barroso, interesante aunque menor propuesta fílmica en la que Fernández volvía a marcarse un sólido protagonismo que le hizo merecedor de su segunda Biznaga de Plata al mejor actor en el marco del Festival de Málaga. Acto seguido, se marcaría una emocionante interpretación como un hombre profundamente desequilibrado en el drama Obaba (2005), de Montxo Armendáriz, en un papel de colaboración para la cinta seleccionada por nuestra Academia para representarnos a los Oscar aquel año. No obtuvo una más que merecida nominación al Goya en la categoría secundaria, pero sí en la principal gracias al auténtico recital que ofrecía en la coral El método (2005), de Marcelo Piñeyro, sobre la exitosa y despiadada obra teatral "El método Gronholm" de Jordi Galcerán, por la que también quedó finalista a otro Premio de la Unión de Actores (como secundario) y a los Premios del CEC.

Con Montse Germán en Ficció (Ficción) (2006).

La extraordinaria categoría adquirida en tan poco tiempo por Eduard Fernández en la industria del cine quedó de manifiesto cuando se le reclutó para formar parte del elenco de una de las superproducciones más ambiciosas de la Historia de nuestro cine hasta la fecha. Es así como, sin ser un rostro que el gran público lograse identificar con facilidad, se hizo con uno de los papeles principales de Alatriste (2006), de Agustín Díaz Yanes. Fastuosa y desdichada cinta de aventuras medievales basada en la saga literaria creada por Arturo Pérez Reverte, desestructurada narrativamente, que permitió a Fernández lucirse robando planos sin cesar y logrando una nueva nominación a los Premios del CEC, ahora como secundario. Por suerte, aquel año el actor volvió a los brazos de Cesc Gay para protagonizar la maravilla intimista y delicada que fue Ficció (Ficción), donde el intérprete volvía a dejar claro por qué se hablaba de él ya en términos como el de uno de los mejores actores del cine español del momento y es que Eduard Fernández componía quizás uno de los mejores y más perfectos trabajos interpretativos vistos en una pantalla de cine en los últimos años. Sólo de atentado puede describirse el que no resultara candidato al Goya al mejor actor de aquella edición.

Con Víctor Clavijo en Tres días (2008).

Tras dos años alejado de la pantalla grande, en 2008 retornó para inmortalizar para el cine a un asesino perturbador y sanguinario en la magnífica cinta apocalíptica Tres días, fantástico debut de F. Javier Gutiérrez. Nuevamente olvidado al Goya, fue finalista por primera vez en su trayectoria a un Fotogramas de Plata al mejor actor de cine, así como, nuevamente, a los Premios de la Unión de Actores. Tras intervenir en la segunda parte del díptico que Steven Soderbergh puso en pie sobre Ernesto 'Che' Guevara, en Che: Guerrilla (2009) y protagonizar en Argentina el drama romántico El vestido (2008), de Paula de Luque, de oscura distribución en nuestro país, sumó a otro director de no poco prestigio dentro de nuestra cinematografía a su vida laboral, Vicente Aranda, para dar forma a la interpretación menos lograda del actor, en un trabajo altamente desequilibrado para el thriller Luna caliente (2009), sin duda una de las películas más flojas de su creador.

Con Nausicaa Bonnín en Tres dies amb la família (Tres días con la familia) (2009).

Menos mal que ese mismo curso presentó su bonito protagonismo en el vistoso aunque endeble drama romántico Amores locos (2009), de Beda Docampo Feijóo, un secundario aplicado en el frío thriller Flores negras (2009), de David Carreras Solè, y otra demostración de fuerza y talento en la imprescindible por magnífica Tres dies amb la família (Tres días con la familia) (2009), de Mar Coll, que le proporcionó su tercera Biznaga de Plata al mejor actor en el Festival de Málaga y, aunque nuevamente se lo olvidaran en los Goya, sí quedó finalista en la categoría secundaria a los Premios del CEC. Indiscutible profesional que descuartiza con delicada mesura los interiores de sus personajes para estamparlos en toda su hermosa crudeza ante las cámaras, Fernández había escalado definitivamente a la primera fila de nuestro cine, labrándose aquí un prestigio tan grande como el que disfrutaba en el medio escénico.

La mosquitera (2010).

Largamente esperada, su siguiente nominación al Goya llegó por fin en la categoría secundaria gracias a su intervención en Biutiful (2010), de Alejandro González Iñárritu, desgarradora, apabullante y discutida película en la que Fernández lograba no pasar desapercibido al lado del tremendo despliegue del protagonista, Javier Bardem. Con un pequeño y sencillo papel en la genial Pa negre (Pan negro) (2010), de Agustí Villaronga, también podría haber quedado finalista en la categoría principal por su insólito y desconcertante protagonismo en La mosquitera (2010), de Agustí Vila. Tras un paréntesis televisivo, llegó a ser reclutado por Pedro Almodóvar para un papel secundario en la austera y sofisticada La piel que habito (2011), a la que siguieron nuevos trabajos de colaboración en la entretenida y ligera The Pelayos (2012), de Eduard Cortés; en la blanda Miel de naranjas (2012), de Imanol Uribe, en una emotiva interpretación; y en la espléndida comedia Una pistola en cada mano (2012), de nuevo a las órdenes de Cesc Gay, en un trabajo que se saldó con otra nominación a los Premios de la Unión de Actores.

Con Leonardo Sbaraglia en Una pistola en cada mano (2012).

Todas las mujeres supone la vuelta de este monstruo de la actuación a un papel protagonista en lo que no es sino la traslación a la pantalla grande de una serie televisiva que bajo el mismo título Mariano Barroso, junto al mismo equipo artístico, ya había llevado a cabo para la cadena de pago TNT en 2010. Promete, eso sí, otro glorioso recital por parte de un Eduard Fernández que se adivina ya uno de los grandes favoritos al Goya de este año, en el que también interviene en la curiosa y sugestiva Gente en sitios (2013), de Juan Cavestany. Con un prometedor 2014 a la vuelta de la esquina, donde le podremos ver en algunos de los títulos más esperados, como El niño, lo último de Daniel Monzón, la coral Murieron por encima de sus posibilidades, de Isaki Lacuesta, o Magical Girl, de Carlos Vermut, junto a Jose Sacristán, está claro que este catalán tiene más que cimentado su puesto de honor entre los mejores actores del panorama artístico nacional, siendo quizás la estrella actual de nuestro cine que más puntos en común guarde con la maestría y la perdurabilidad de los más grandes.

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