Da igual que en los créditos finales de A puerta fría, el último largometraje del catalán Xavi Puebla, se señale que nada de lo que cuenta la película tiene que ver con la empresa de electrónica que presta su imagen a la trama de esta, admirable e incómoda, cinta. Poco importa que los protagonistas sean representantes comerciales de Grundig, Samsung o Sony si en todas las empresas cuecen habas. Cuando el precio a pagar por el cierre de un contrato o pedido supone la pérdida o el derrumbe de la moral, de esa pequeña parcela de dignidad humana que todo ser debería proteger contra viento y marea, es cuando surge la incomodidad de asistir al carpetazo definitivo de lo que conocíamos, sustituido con el advenimiento de los nuevos tiempos por una realidad enferma, por fría y mercantilista. Esto es lo que le sucede al protagonista de A puerta fría, un veterano comercial del sector de la electrónica que no anda por su mejor momento, ni laboral ni personal, y que ha de jugarse su futuro más inmediato en una feria de ventas en el aséptico marco de un hotel de eventos.
Pero no sólo el escenario (único) es aséptico en A puerta fría, porque Puebla, muy acertadamente, decide filmar la particular e inesperada bajada a los infiernos de su protagonista desde una prudente distancia, casi documental, confiriéndoles a sus imágenes una más que agradecida austeridad, que invitan al espectador a no tomar partido, a simplemente observar con atención cada paso de ese vendedor por ese lugar pensado para convenciones y a rellenar, de paso, cada elemento no mostrado, cada cosa no dicha. Sólo al final se permite el realizador acercarse verdaderamente al alma de su criatura, en un primerísimo primer plano sobre su actor protagonista, para hacer un necesario hincapié en el horripilante dilema moral que transita por su alma y en la estupefacción, el desconcierto y el natural rechazo de ese hombre ante los "nuevos tiempos". Unos nuevos tiempos en los que interesan más el número de ventas acumuladas que el propio comprador, no hablemos ya del intermediario, ese comercial que probablemente habrá dedicado más de la mitad del tiempo de su vida laboral a una empresa que, cuando disminuye la facturación, no dudará en considerarte prescindible. Por ello, resulta apropiado el enfoque estético que Puebla ha elegido para su película, ya que esa fotografía tan gélida, como de diseño minimalista, ese ritmo pausado de unas imágenes sumamente sugestivas, reforzado por un montaje verdaderamente invisible, aportan la idea justa de impersonalidad y escasez de calor humano con la que se trata desde las altas esferas a los empleados de a pie.
La impasibilidad y apatía de la puesta en escena de Puebla dan fe de la enorme inteligencia del realizador, dotado de una más que evidente capacidad autoral, que parece querer dar forma a un discurso eminentemente anti-capitalista, muy poco común en nuestra cinematografía y del que sería su anterior película (Bienvenido a Farewell-Gutmann) una clara antecesora. A puerta fría acaba siendo un paso adelante respecto a aquélla y es que Puebla ha logrado contenerse en su labor como guionista y ha sustituido la explicitud de la primera por un uso magistral de la elipsis y de la sugerencia en la que ahora nos ocupa, permitiendo que los personajes hablen más con los ojos que con los labios, para así poner en pie un contundente drama que, desde la frialdad de sus imágenes, nos retuerce el alma para estamparnos en la cara la degradante y mísera condición humana. Estamos ante una obra sumamente adulta, atípica por desgracia dentro del panorama cinematográfico español de la actualidad, más pendiente de construir a través de sus imágenes un discurso y un mensaje que de recuperar el dinero invertido en su puesta en pie; más interesada en hacer dudar, cuestionar, pensar y debatir al espectador que de meramente entretenerle. A puerta fría, a pesar de sus defectos, que los tiene (como algunos desvanecimientos de guión referidos al personaje de Inés), brilla por ser, ¡qué duda cabe!, una de las más crudas, precisas y descarnadas películas sobre la podredumbre de este primer mundo, lo que la convierte también en una de las más desoladoras.
A ello ayuda una magnífica labor de conjunto de todo el reparto al completo donde, sorprendentemente, el resultado menos óptimo lo logra un servicial y acomodaticio trabajo de la superestrella Nick Nolte, al que le roban literalmente la película un inolvidable plantel de secundarios españoles: José Luis García Pérez, que acarrea con estoicismo y seriedad con el papel más desgraciado de la función; José Ángel Egido, aportando desde una férrea compostura los ligeros y reconfortantes únicos toques de humor de todo el film; y, por encima de ellos, un sobresaliente Héctor Colomé, poniendo en práctica el dicho 'menos es más' y dejando patente la grandeza de un actor que el Cine Español anda desaprovechando últimamente. El lado amable llega con la luminosa aparición de María Valverde, a la que Puebla extrae un trabajo eficazmente matizado y detallado, que se alza desde ya en la prueba evidente de la buena evolución interpretativa de la joven actriz. Pero A puerta fría pertenece por derecho propio a ese eficaz y siempre eficiente secundario, por fin máximo protagonista, llamado Antonio Dechent. Justo ganador del premio al mejor actor en el pasado Festival de Málaga y uno de los grandes olvidados en las nominaciones de los recientes Premios Goya, el trabajo de Dechent roza lo sublime transmitiendo verdad desde la nada, poniéndose la naturalidad por bandera y traspasando la pantalla para ahogarnos con la angustia y la desesperación que inundan su mirada. Contagiado por ese espíritu áspero e insensible que recorre toda la película, Dechent nos lanza sin medias tintas toda la bajeza moral de su personaje, invitándonos a recorrer junto a él los rincones más incómodos de esa bajada a los infiernos, de ese desapacible viaje al lugar donde el deber hace tambalear los cimientos de la dignidad.
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