viernes, 3 de mayo de 2013

Crónica de la España negra.


Cada Historia de cada cinematografía tiene estas cosas: la de no haber valorado en su justa medida el trabajo de algunos de sus profesionales. Tal es el caso del director Arturo Ruiz Castillo dentro de la nuestra, en la que ha pasado a la posteridad por ser el director de uno de los títulos más marcadamente panfletarios del triunfo del Régimen, El santuario no se rinde (1949), visiblemente uno de los mejores títulos patrióticos del momento y también uno de los más insólitos, pues se aprecian en él no pocos rasgos invitando a la reconciliación entre el bando nacional y el republicano. No hay que olvidar que Ruiz Castillo fue el co-fundador en 1932 del grupo teatral universitario La Barraca junto a Federico García Lorca. Pero no estamos aquí para hablar de esta película de ambiente bélico (aunque tampoco la descartamos para futuras entregas de esta sección bien llamada "El Cine que nos parió"); sino para referirnos a uno de los títulos más desconocidos ya no sólo de su autor, sino también del Cine Español en toda su historia: La Laguna Negra (1952).


Basada en el negrísimo poema que incluyera Antonio Machado en su obra magna "Campos de Castilla" y que llevaba por título "La tierra de Alvargonzález", en el que a lo largo de 712 versos contaba el poeta la leyenda de una familia labriega en la provincia de Soria, en un pueblo de la serranía de Urbión, en la cual los hermanos Juan y Martín, movidos por la codicia e instigados por Candelas, la mujer de Martín, asesinan a su padre y hunden el cuerpo en la Laguna Negra. Sin embargo, dándose al muerto por desaparecido, los ambiciosos hijos de Alvargonzález no podrán cobrar la herencia codiciada hasta que no se confirme la muerte, lo que pondrá a ambos en una peligrosa y difícil situación: ¿aguantar treinta años hasta que se le pueda dar a efectos legales a su padre como fallecido o sacar el cuerpo de la laguna poniendo con ello en entredicho su inocencia?


Estamos ante un sólido y áspero drama de constringente ambientación que nos muestra, sin concesiones, con un tono eminentemente rudo y cruel, la enraizada y sutil paranoia que habita en una España terroríficamente profunda, donde tras un acto de vergonzosa brutalidad asaltan a sus primarios protagonistas el remordimiento de la culpa y la sinrazón, llevando consigo un cauto acercamiento a la locura surgida de la barbarie, con no pocas reminiscencias bíblicas en su base. Ruiz Castillo acierta en pleno al mantener en su adaptación cinematográfica el tono lúgubre y sobrio del poema original, reforzado por el predominio narrativo otorgado al desasosiego tensional que va minando y pudriendo el ánimo de uno de los hermanos protagonistas (Juan), eficazmente contrapuesto a la pérfida e insidiosa presión que ejerce sobre ellos la figura dominante de Candelas. Es en este continuo tira y afloja donde reside el germen del excelente clima enriscado y pernicioso que caracteriza toda la puesta en escena de La Laguna Negra, una película a la que si bien podríamos reprocharle algunas línea de diálogo en exceso melodramáticas, también es conveniente reconocerle su dinamismo narrativo (su guión no se anda con rodeos ni incorpora más tramas secundarias de las necesarias para hacer avanzar la historia hacia el trágico desenlace) y su sequedad formal, ésta última reforzada por un expresivo trabajo fotográfico en blanco y negro que refuerza la atrocidad de la historia, con un tratamiento de las sombras que la acerca, por momentos, a las constantes estilísticas del género fantástico.


Pero todo esto se queda en meros elementos ornamentales de una película que tiene su principal  fuerte en confiarse a un espléndido y minucioso dibujo de sus personajes principales y, sobre todo, de sus motivaciones. Puede que a nuestros ojos del siglo XXI todos ellos puedan resultarnos en cierta medida tópicos, pero lo que no admite discusión alguna es que, durante el visionado de La Laguna Negra todos ellos adquieren una potente e inquietante verdad, de lo que tienen bastante culpa el magnífico plantel de actores encargados de darles vida. Los hermanos parricidas toman los rostros de un maravillosamente brusco y agrio José María Lado y de un sobrecogedor y perfecto Tomás Blanco, mientras una soberbia Maruchi Fresno se alza a los pocos minutos de su aparición en lo mejor de la película con diferencia, dando forma a la ambiciosa Candelas de manera noqueantemente grave y opresora. En el lado opuesto, la gran actriz teatral María Jesús Valdés revestía de ternura y compasión su apresado y sumiso personaje, significativamente, el último que llevó a cabo para la gran pantalla, abandonando ésta por el teatro a partir de ese año y, más tarde, abandonando el teatro para dedicarse a la vida familiar tras contraer matrimonio con Vicente Gil, médico personal del Caudillo. Con papeles secundarios para las inolvidables hermanas Irene Caba Alba y Julia Caba Alba, La Laguna Negra también supone encontrarse con los trabajos de unos todavía jóvenes José Bódalo y Fernando Rey, especializado ya en apuestos caballeros de severa e intachable rectitud moral.


Premios obtenidos:

Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos:
1953. Mejor Actriz Principal: María Jesús Valdés.

Premios del Sindicato Nacional del Espectáculo:
1953. Mejor Actor de Reparto: Tomás Blanco.

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