lunes, 15 de abril de 2013

"Eloísa está debajo del almendro" cumple 70 años y sigue tan fresca.

El Cine Clásico. ¡Ay, qué sería del cine actual sin el Cine Clásico! Casi podemos afirmar que no existiría. Porque para que hayamos llegado a admirar el cine del ahora, en este presente que vivimos, antes nuestros cineastas han tenido que mamar de referentes. Y éstos se los ha dado, en su gran mayoría, el Cine Clásico. Sin embargo, cuando decimos Cine Clásico, se nos vienen a la mente un sinfín de imágenes, en blanco y negro en su mayoría, y todas pertenecientes a esa fábrica de sueños que siempre fue Hollywood. El Cine Clásico, por excelencia, es el cine clásico norteamericano. ¡Grandioso, por supuesto! Pero es una lástima que siendo como somos españoles, no nos vengan a la cabeza imágenes de nuestro cine clásico. Que aquí, en España, en una absoluta desigualdad de condiciones, también hicimos cine y del bueno en el pasado. Con la clara vocación de acercaros la posibilidad, de generaros el mismo interés que sentimos en actoresSinVergüenza por el cine clásico español, nace "El Cine que nos parió", un nuevo rincón crítico a través del que recuperaremos algunos títulos indispensables del Cine Clásico nacional.


Y para inaugurar tan estimulante sección, hemos elegido una pequeña y desconocida joya de 1943, Eloísa está debajo de un almendro, basada en la divertidísima pieza teatral homónima de Enrique Jardiel Poncela, material que sirvió al ex-crítico Rafael Gil para llevar a cabo su quinta experiencia tras la cámara. Importante en la historia de la dramaturgia española debido a la revolución humorística que proponía, donde frente al sainete y a la alta comedia imperantes a principios del siglo XX en el teatro español, Eloísa... apostaba por la evasión de la realidad a través de lo inverosímil, donde cobra especial importancia la fantasía casi surrealista y un humor más intelectual o inteligente, en un argumento que gira en torno al regreso a su hogar de un joven después de años estudiando en Bruselas, para encontrarse con una extraña nota de suicido escrita por su padre diez años antes. Esta le lleva a descubrir el retrato de una mujer supuestamente asesinada en la casa y una misteriosa caja de música. La casualidad le conduce ante la casa de la excéntrica familia Briones y ante Mariana, una joven que es la viva imagen del retrato y posee además una caja idéntica a la descubierta por el joven.


La adaptación de Gil se pretende hasta cierto punto fiel y rigurosa al texto original, sin duda, tratando de aprovechar las virtudes de unos diálogos que contienen los grandes apuntes cómicos de la función. Pero lejos de llevar a cabo una académica y obvia traslación a imágenes de las páginas de Eloísa..., Gil demuestra con su cámara la agradecida intención de evitar un estatismo cinematográfico de clara servidumbre teatral, introduciendo ligeros y óptimos cambios en la escritura de su película, y obteniendo una cinta profundamente ágil y acelerada, en la que si bien pervive la comicidad de la obra original, también se advierte una lograda asimilación de referentes cinematográficos para ordenar los elementos narrativos en aras de generar una auténtica intriga cinematográfica, a la que confiere no poco movimiento interno gracias a un pormenorizado trabajo de planificación.


De este modo, Eloísa está debajo de un almendro, versión cinematográfica, no puede ser simplemente tachada de comedia de enredo, basada en algunos lugares comunes en el género (confusión de identidades, por ejemplo), sino que para clasificarla es necesario, por lo menos, añadir a comedia el calificativo negra o incluso fantástica. Éste último es harto más adecuado cuando atendemos a la clara inspiración gótica que se desprende de prácticamente toda la escenografía creada por Enrique Alarcón para una película rodada íntegramente en estudio, donde destaca la concepción de la imagen del castillo del personaje protagonista, en medio de un lago repleto de bruma o el laberíntico y barroco, visiblemente lúgubre, diseño de su interior. También la labor de fotografía de Alfredo Fraile gira en torno a esta sensación, logrando a través de un sinuoso y casi aterrador juego de luces y sombras hacernos olvidar en más de un momento que estamos ante una comedia, confiriéndole a Eloísa está debajo de un almendro el aspecto de una película de o con fantasmas, nada menos adecuado si tenemos en cuenta que el fin último de su protagonista es esclarecer un crimen.


La comedia, propiamente dicha, se cuela por la pantalla en el dibujo de las rocambolescas y absurdas situaciones en las que se contextualizan los personajes secundarios de la función, la mayoría de ellos pertenecientes al clan de los Briones, de imperdurable efectismo humorísitico incluso cuando la cinta cumple ya la friolera de 70 años. Así, se mantiene vivo el espíritu del autor y su decidida intención de inventar un nuevo y estimulante género cómico. La inversimilitud de algunas situaciones, unido a la extravagancia de unos personajes que cabalgan en todo momento por el límite de la cordura, son otros de los grandes hallazgos de esta joya a la que espectadores actuales, de inocencia corrompida, podrían tachar fácilmente de naif, obviando que se encuentran ante una película que pese al paso inmisericorde del tiempo, mantiene intacta la frescura y el encanto que la llevaron a convertirse en una de las más célebres comedias de su época.


En el campo interpretativo, si bien hay que lamentar que el protagonismo recayera en las manos de Rafael Durán, por aquél entonces uno de los más reputados y prestigiosos galanes de nuestra cinematografía y cuyo trabajo, visto con el paso del tiempo, nos resulta monocorde y absolutamente limitado; por el contrario, hay que destacar la entregada labor de la joven y ya estrella en ciernes Amparo Rivelles, fotografiada bellísimamente y demostrando que ya poseía un don natural para efectuar con suma delicadeza transiciones emocionales creíbles desde la pantalla. Sin embargo, si hay un intérprete de Eloísa está debajo de un almendro que justifique su visionado, ésa es Guadalupe Muñoz Sampedro, acometiendo con estoica y descacharrante soberbia el personaje de Clotilde, la estrafalaria tía de la protagonista, elevando con su intervención la estupenda factura general de la cinta. Y aunque sea esta imprescindible y admirable dama del teatro español el gran hallazgo que para los no iniciados pueda encontrarse en Eloísa..., tampoco hay que olvidar el concurso de un plantel de secundarios de verdadero lujo compuesto por Juan Espantaleón, Alberto Romea, Juan CalvoJoaquín Roa, José Prada o Ana de Siria, todos, absolutamente todos, en auténtico estado de gracia, a pesar de no abandonar nunca un tono de actuación eminentemente teatral que termina encajando a la perfección con el disparate generalizado de la farsa expuesta en esta singular, modélica y recomendable película.



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