Si uno desconociera la naturaleza de un film como Family Tour, la ópera prima de Liliana Torres, probablemente se sentiría un tanto desconcertado ante su visionado. Si lo tomara como una más entre las propuestas de ficción paridas por nuestra cinematografía, probablemente uno advertiría sin mucha dilación los patentes desequilibrios interpretativos que tienen lugar a lo largo de su metraje, que achacaría a un visible amauterismo por parte de la gran mayoría de los intérpretes que se dan cita en la trama. Admiraría el tesón y la exquisita naturalidad de la protagonista y disfrutaría complacido ante la contemplación de ese regreso al hogar que se torna pronto en un viaje sin retorno al sombrío universo de la madurez.
Como obra de ficción, esta Family Tour se desenvuelve resultona, sin estridencias ni grandes ambiciones, dentro de un tono de comedia negra (a veces negrísima), con algunos de los mejores gags visuales que el que suscribe recuerda, desentrañando la disfuncionalidad particularísima de una familia cualquiera española, donde el humor nace de la confrontación de nuestra huidiza heroína con un entorno que, a pesar de servir de contexto a su inconsciente infancia, se le muestra irremisiblemente hostil tras la erosión sufrida a causa del tiempo y la distancia. La sensación de extrañeza, de profunda desubicación y de infinito desarraigo que embarga al personaje central se erige pronto en el estímulo más efectivo para encauzar la comicidad de una película que, en su seno, está compuesta por el retrato agrio e incómodo de los defectos de esos familiares.
Evaluada como ficción, la cinta de Liliana Torres emergería de este modo como una ingeniosa y corrosiva evidencia de que la comedia española también es capaz de transgredir las normas y ser políticamente incorrecta sin caer en el humor grueso o chabacano. El problema es que la línea que separa la ficción de la realidad en Family Tour viene a ser terriblemente difusa y es que esa familia con la que tanto se ceba la directora, no sin un delicado cariño, no es otra que la suya propia en la vida real, siendo Núria Gago la única intérprete profesional de todo el elenco (dando vida a la misma Liliana), lo que justifica la irregularidad y hasta planicie interpretativa de unos voluntariosos familiares capaces (valientes) de interpretarse a sí mismos, aunque pocos (o casi ninguno) logre infundar verdad en sus cometidos.
Valorada entonces como documental, a Family Tour le falta algo tan necesario como el de transmitir Verdad desde sus imágenes y es que la gran virtud de la película (la presencia de Gago) se convierte en este apartado en la gran desventaja de toda la propuesta: resulta imposible no visionar cada escena como algo plenamente guionado, premeditadamente ensayado. Al final, lo que prevalece del film es más su extraordinaria capacidad para transmitir la desolación y la angustia interior de aquellos seres incapaces de sentirse miembro de un núcleo familiar que perciben como inhóspito o, directamente, ajeno y no tanto su pretendida intención de servir de plasmación verídica de la propia experiencia de la directora al toparse con la casi nula afinidad que en la edad adulta mantenía ya con el entorno de su niñez.
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