Llega mañana a las salas españolas, en un fin de semana anticipado debido a las vacaciones, La fría luz del día (The Cold Light of Day), de Mabrouk El Mechri, thriller de acción rodado prácticamente en Madrid, que pone de manifiesto la malograda situación en la que vive actualmente una de las más reputadas actrices americanas, de las de mayor aceptación entre crítica y público, Sigourney Weaver, que en tan sólo una década ha pasado de ser una estrella puntera en la órbita de Hollywood a prestar su nombre y su imagen a productos que, al menos sobre el papel, no la merecen en absoluto. Resulta irónico que la icónica teniente Ripley, a la que creíamos invencible, esté paseando su trasero últimamente por películas de clase B, alimentadas únicamente por su presencia y la de otros colegas de apellidos también rimbombantes hace un tiempo. Las cosas han cambiado de tal modo que, si bien hace unos años una película con el apellido Weaver en su reparto podía albergar cierto interés, hoy la inclusión de ese mismo apellido indique que estamos ante un film menor y, por desgracia, olvidable.
Gracias a no poseer una belleza clásica, para nada al uso, la Weaver pudo acceder al protagonismo de aquélla obra capital en el género de la ciencia-ficción, hoy elevada a clásico indiscutible del cine, llamada Alien, el octavo pasajero (Alien) (1979), de Ridley Scott. El éxito y el reconocimiento crítico y popular le llegó con los 30 años ya cumplidos, había sólo intervenido en calidad de extra en Annie Hall (1977), de Woody Allen, y en un papel secundario en Madman (1978), de Dan Cohen, pero Alien la lanzó al estrellato de la noche a la mañana e impuso la que sería su imagen fílmica más recurrida: la actualización de un tipo de mujer fuerte y autosuficiente, a lo que ayudaba un físico con rasgos algo masculinos (muy alta, grandes hombros y, sobre todo, esa mandíbula cuadrada que endurecía su expresión). Ripley, a la postre, se convertiría en su personaje insignia y por el que tiene un hueco reservado en el panteón de los dioses de la pantalla, y es que volvería a interpretarlo otras tres veces más. Pero Weaver quiso ir más allá y pasó toda la década de los ochenta intentando, sin salirse de los márgenes impuestos por esta personalidad fílmica, ahondar en otro tipo de roles y mostrar a las claras que podía ser algo más que una heronía de acción.
Alien, el octavo pasajero |
El drama El año que vivimos peligrosamente (The Year of Living Dangerously) (1984), de Peter Weir, le aportó glamour a su personaje tipo y la biografía de Dian Fossey, Gorilas en la niebla (Gorillas in the Mist) (1988), de Michael Apted, confirmó que Ripley también podía mostrar la fragilidad interior de esas mujeres arrojadas en una interpretación soberana. Hizo sus pinitos en la comedia, pero hay que reconocer que cintas como El contrato del siglo (Deal of the Century) (1983), de William Friedkin, o Los cazafantasmas (Ghost Buster) (1984) y su secuela Los cazafantasmas II (Ghostbuster II) (1989), ambas de Ivan Reitman, hicieron poco por demostrar su pericia en terrenos ligeros, o al menos no tanto como su intervención secundaria en Armas de mujer (Working Girl) (1988), de Mike Nichols, donde su arquetipo se fusionó con el de una mujer de negocios arribista y sin escrúpulos en una confirmación de sus dotes para la alta comedia. Tanto por Gorilas en la niebla como por ésta última, Weaver aspiró al Oscar, principal y secundaria respectivamente, un premio al que ya había sido candidata dos años antes por su segunda aproximación al personaje que la había hecho mito en Aliens, el regreso (Aliens) (1976), de James Cameron. Sumaba ya tres nominaciones al premio más importante de todos y se confirmaba, a punto de cumplir los 40 años, como una auténtica estrella en su momento de máximo esplendor, algo que confirmaría con creces la nueva década.
Armas de mujer |
En los noventa, Weaver volvió por terreno conocido: se volvió a meter en la piel de Ripley en la tercera entrega de la saga, Alien 3 (1992), de David Fincher, franquicia que ya no parecía tener sentido cinematográfico alguno si no lideraba ella el reparto; intervino como estrella invitada en la superproducción-homenaje 1492, la conquista del paraíso (1492: Conquest of Paradise) (1992), de nuevo con Scott, y se puso de nuevo a las órdenes de Reitman para otra comedia, esta vez disfrazada de cierto empaque clásico, en Dave, presidente por un día (Dave) (1993); para llegar al ecuador de la década y proporcionar a crítica y público suficientes razones para considerarla una de las más grandes actrices americanas de todos los tiempos gracias dos interpretaciones ásperas, duras y tocadas por esa barita mágica de la brillantez que muy pocas alcanzan en su madurez: La muerte y la doncella (Death and the Maiden) (1994), de Roman Polanski, y Copycat (1995), de Jon Amiel; en las que mostraba sin concesiones las dos caras opuestas del rol que la había lanzado a la fama. En la primera, una antigua víctima de torturas que es incapaz de enterrar su rencor y, en la segunda, una detective que padece agorafobia acosada por un homicida. Y aunque reincidió en la rudeza y la virilidad de nuevo en la piel de Ripley en Alien resurrección (Alien: Resurrection) (1997), cuarta, y más débil que ninguna, entrega dirigida por el francés Jean-Pierre Jeunet, el final de los noventa precipitó a la Weaver a variar por completo su registro. Quizás la cercanía de los 50 pudo tener algo que ver.
Copycat |
Así, estuvo pletórica como una mujer insatisfecha en plena década de los setenta en La tormenta de hielo (The Ice Storm) (1997), de Ang Lee, y en el drama emocional Mi mapa del mundo (A Map of the World) (1999), de Scott Elliot. Por ambas aspiró al Globo de Oro (secundaria y principal en drama, respectivamente), un premio al que no había sido nominada desde la temporada de 1988, cuando ganó sendos como actriz dramática por Gorilas en la niebla y como secundaria por Armas de mujer, habiendo sido candidata anteriormente sólo como mejor actriz en drama por Aliens, el regreso en 1976) y se posicionó en los primeros puestos en todas las quinielas a los Oscar. Sin embargo, la Academia desestimó su candidatura por ambos films y la Weaver perdió (ahora ya lo sabemos) sus dos últimas oportunidades de ganar un premio que, a todas luces, merece. Con el cambio de siglo retornó a la comedia y aunque no estuvo a la altura en la nefasta Héroes fuera de órbita (Galaxy Quest) (1999), de Dean Parisot, o en la desafortunada Lio en La Habana (Company Man) (2000), de Peter Askin y Douglas McGrath; en cambio, sí dio lo mejor de sí misma en la simpática Las seductoras (Heartbreakers) (2001), de David Mirkin, como una estafadora de irresistible comicidad, donde se imponía además como bomba sexual incluso por encima de su joven e insustancial compañera de reparto, Jennifer Love Hewitt. Éste pasa por ser su último gran protagonismo para el cine, pues el resto de la década (prácticamente toda ella entera) la Weaver la pasó empleando mal (y a veces muy mal) su talento. ¡No todas pueden permitirse el lujo de ser Meryl Streep!
Las seductoras |
Protagonismos desdichados - El coraje de todos (The Guys) (2002), de Jim Simpson; The TV Set (2006), de Jake Kasdan; The Girl in the Park (2007), de David Auburn-, otros poco publicitados - Héroes imaginarios (Imaginary Heroes) (2004), de Dan Harris; Snow Cake (2006), de Marc Evans -, intervenciones secundarias de cierto fuste pero poco aprovechadas - El bosque (The Village) (2004), de M. Night Shyamalan; Historia de un crimen (Infamous) (2006), de Douglas McGrath; Rebobine, por favor (Be Kind Rewind) (2008), de Michel Gondry; Avatar (2009), de Cameron-, y otras inequívocamente erróneas - La maldición de los hoyos (Holes) (2003), de Andrew Davis; En el punto de mira (Vantage Point) (2008), de Pete Travis; Baby Mama (2008), de Michael McCullers; Crazy on the Outside (2010), de Tim Allen-, salpican todo su periplo cinematográfico en los últimos diez años, donde quizás destaque su participación secundaria, pero con bastante peso, en la comedia ¿Otra vez tú? (You Again) (2010), de Andy Fickman, aunque no por su calidad intrínseca (de la que prácticamente carece la cinta), sino por su enfrentamiento artístico con otra estrella también venida a menos como ella: Jamie Lee Curtis.
¿Otra vez tú? |
Más secundarios ligeros y funcionales - en comedias como en Convención en Cedar Rapids (Cedar Rapids) (2011), de Miguel Arteta, o Paul (2011), de Greg Mottola; thrillers de acción como Sin salida (Abduction) (2011), de John Singleton, o la que ahora nos ocupa La fría luz del día; o sobrenaturales como la reciente Luces rojas (2012), de Rodrigo Cortés- la mantienen en activo, sí, evidenciando que con los años Sigourney Weaver sigue mostrándose atractiva y capaz, pero evidenciando también una total falta de tino o criterio selectivo a la hora de confeccionar una trayectoria fílmica con sustancia y peso interpretativo, al menos en consonancia con la categoría artística de la que disfrutó una de las mejores intérpretes americanas surgidas en los ochenta. Las buenas críticas a la aún sin fecha de estreno definida Rampart (2011), de Oren Moverman, de nuevo en un rol secundario, sirven de vía de escape a todos los que echamos de menos esa brillantez suya exhibida sin rubor alguno en la pantalla hasta finales de los noventa; pero tampoco garantiza el renacer de una estrella que, para nuestra desesperación, hace ya mucho tiempo que brilla en otra galaxia: la de las viejas glorias ¿acabadas?
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