martes, 26 de marzo de 2013

Quim Gutiérrez, el aprendiz de estrella


El miércoles llega a los cines una de las más esperadas (y publicitadas) películas españolas del año, Los últimos días, de David y Álex Pastor, un más que previsible bombazo de taquilla que terminará de encumbrar dentro de nuestro raquítico star system a su máximo protagonista, el barcelonés Quim Gutiérrez. Por ello, nos acercamos a la trayectoria de este, aún joven, intérprete, uno de los actores que más van a dar que hablar en el presente año, pues su rostro va a ser casi omnipresente en las carteleras de nuestro país gracias a su participación en otros tres títulos cuyos estrenos están previstos para el último cuatrimestre de este 2013.

Para los que no vivimos en territorio catalán, el rostro rudo y áspero de un joven (todavía mucho más) Quim Gutiérrez, con orejas de soplillo y dentadura separada, nariz prominente y perturbadora mirada, nos descolocó por primera vez allá por la primavera del año 2006, cuando presentó nada menos que dos títulos en la Sección Oficial del Festival de Málaga. Pero para sus paisanos, Gutiérrez hacía tiempo que se había convertido en toda una estrella gracias a la pequeña pantalla, donde había grabado la friolera de 193 episodios de la serie Poble Nou (1994), siendo todavía un niño, y otros 63, ya más entrado en años, del éxito El cor de la ciutat (2000-2005), su verdadero pasaporte a la fama. Entre una y otra, numerosas intervenciones episódicas en otras series y espacios televisivos, así como también varios cortometrajes. Los dos títulos que le presentaron a nivel nacional en aquel lejano Festival de Málaga de 2006 dejaron claro que no estábamos ante un intérprete recién llegado, que aquél joven de bonita y sugerente voz tenía a sus espaldas un amplio rodaje interpretativo. Por un lado, Sin ti (2006), de Ramón Masllorens, nos ofreció a un intérprete que lograba enternecernos en la piel de ese chaval con un escaso margen de visión, todo optimismo e inocencia y que sólo gracias a su saber hacer lograba no pasar inadvertido frente al torrente interpretativo exhibido por la protagonista del film, una magnífica Ana Fernández. Los que no le conocíamos, teníamos nuestras dudas: ¿era un actor novel? AzulOscuroCasiNegro (2006), de Daniel Sánchez Arévalo, las respondió de cuajo. No, no estábamos ante un recién llegado. La opera prima de Sánchez Arévalo permitió a Gutiérrez encajar con insospechado aplomo e inusitada precisión un personaje difícil, árido, complejo, con mil y un matices, que un novel no habría sabido resolver de forma tan sobresaliente como él hizo, ni siquiera echando mano de la tan socorrida frescura y naturalidad que ayudan a colorear algunos debuts ante las cámaras. Frescura y naturalidad que tampoco faltaron en la puesta en pie de ese Jorge, un joven en medio de una enorme crisis existencial, que se debate entre su deber (como hijo, como hermano, como amigo, como portero de una finca) o hacer realidad sus verdaderos anhelos. Este protagonismo absoluto permitió a Gutiérrez explorar múltiples registros ante la cámara, todos ellos expuestos con perfecta caligrafía, dando de sí un trabajo de silencios, de sensaciones y emociones detrás de las esquinas, escondidos en la eficacia de sus gestos, en la calma de sus acciones y en la gravedad de una voz ciertamente cautivadora, por lo que nadie pudo discutir que el Goya al mejor actor revelación recayese aquel año en sus manos.


Con o sin el cabezón bajo el brazo, las expectativas generadas en torno al futuro interpretativo más inmediato del intérprete eran difíciles de superar. Quizás por ello, Gutiérrez replegó velas, se alió con su mentor cinematográfico y participó en la vuelta al cortometraje de Sánchez Arévalo que llevaba por título Traumalogía (2007), además de regresar a la pequeña pantalla, ahora ya a un proyecto de alcance nacional, la estimable y desapercibida serie criminal Génesis: en la mente del asesino (2007). Cuando volvió al cine, lo hizo para encabezar uno de los grandes proyectos cinematográficos de los últimos años, la recreación del famoso Levantamiento del 2 de mayo madrileño con la que José Luis Garci se marcaba su película más cara. El proyecto, a todas luces muy sugestivo, permitió a Gutiérrez demostrar que su rostro adusto podía aclimatarse a personajes de cualquier época, siendo de los pocos que salió airoso, gracias a un trabajo pleno de naturalismo, del descalabro general al que terminó condenada Sangre de mayo (2008). Así, lo que parecía una garantía de posicionamiento en la industria a corto plazo (un trabajo protagónico en una gran producción a las órdenes de uno de los más reputados directores de la industria), se acabó convirtiendo en un lastre en la filmografía del joven actor, que tardó dos años en presentar nueva película.


Y cuando por fin vimos Una hora más en Canarias (2010), comedia musical de David Serrano, tardamos más de lo acostumbrado en salir de nuestro asombro. Cierto que no estábamos ante una gran película, de hecho se echaban en falta muchos más gags de los presentes y mucha más originalidad en el planteamiento y en el desarrollo de muchas situaciones para destacar mínimamente dentro del género de producción nacional. Pero no es menos cierto que Quim Gutiérrez nos dejaba literalmente atónitos desplegando una descacharrante vis cómica, heredera de los grandes galanes de la comedia americana de los años 30, aunque también visiblemente influida por los despistados y casi inocentes hombrecillos grises que tan bien personificó Hugh Grant en la comedia romántica de los años noventa. Estas referencias parecían bien asumidas por Gutiérrez, que se sacó de la manga un nuevo prototipo de galán romántico a la española algo atolondrado y, por primera vez en mucho tiempo, sumamente atractivo, demostrando que sin ser guapo a la manera convencional, lograba fascinar y enamorar a una cámara que nos lo ofrecía como el intérprete idóneo para abanderar el cambio que se estaba produciendo dentro del star system patrio.


Algo que terminó ratificando Primos (2011), su siguiente, esperado y desternillante encuentro con Sánchez Arévalo, que permitió a Gutiérrez (con la ayuda estimable de sus compañeros en el reparto, unos geniales y nominados al Goya Raúl Arévalo y Adrián Lastra) regalarnos un despliegue cómico de gran altura, donde al galán inocente de su anterior trabajo incorporaba con descarada brillantez un registro que se balanceaba entre el patetismo más negro y la ternura más nostálgica, dejando bien claro que Quim Gutiérrez jugaba en la liga de los intérpretes todo-terreno, esos que son capaces de pasar de un determinado rol a otro distinto casi sin despeinarse. Da fe de ello su protagonismo en el thriller psicológico La cara oculta (2011), de Andrés Baiz, un trabajo meramente alimenticio que, no obstante, permitió al actor mostrarse convenientemente perturbador, abordando de este modo un nuevo perfil interpretativo sumamente estimulante.


Debe ser que el talante de Gutiérrez no encaja con las necesidades de directores consagrados, pues a su poco relevante experiencia junto a Garci, hubo de sumar una más que equivocada labor a las órdenes de José Luis Cuerda, en Todo es silencio (2012), donde la acostumbrada solvencia y carisma del actor brillan por su ausencia, resultando un trabajo en exceso desvaído. Por suerte para todos, el recuerdo que esta interpretación dejara en el espectador se diluirá en cuanto el próximo miércoles aterrice en las salas Los últimos días, donde Gutiérrez vuelve a cambiar de registro para apuntarse el primer héroe de su todavía corta filmografía. La cinta, que promete batir récords de taquilla, amenaza con convertir a su protagonista en ídolo de masas el mismo año en el que su figura se perfila como una de las más destacadas dentro del panorama interpretativo español, algo en lo que aventaja al resto de compañeros de generación. Primero por poseer un físico ampliamente moldeable, que le garantiza el acceso a una nómina de personajes mucho mayor y evidentemente más rica que otros 'guapos' de nuestro cine reciente. Y segundo por disponer de una materia prima interpretativa suficientemente sólida, que promete buenos resultados en cualquier registro, aunque vayan a primar los roles decididamente cómicos: su nuevo trabajo a las órdenes de Sánchez Arévalo, en la que promete ser la comedia del año, La gran familia española, por la que bien podría ganarse una nueva nominación a los próximos Premios Goya; su participación en la disparatada trama que acaba de rodar Santi Amodeo bajo el título de ¿Quién mató a Bambi?; o la menos atrayente, a priori, Tres bodas de más, de Javier Ruiz Caldera, donde su presencia aparenta ser una mera comparsa para el lucimiento de la guapa Inma Cuesta. Mientras nuestras pesquisas se van despejando, de lo que no tenemos duda alguna es que con Quim Gutiérrez, este 2013, ha nacido toda una estrella, quizás el más preparado de la nueva hornada de actores surgidos mayoritariamente de la televisión a mediados de la década pasada y que, parece, viene a ocupar el trono vacío que dejaron vacante la generación de los noventa, capitaneada por Eduardo Noriega, Tristán Ulloa o Alberto San Juan, entre otros.


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