jueves, 8 de marzo de 2012

Ryan Gosling es el hombre del año


Después de la resaca de los Oscar y de que su nombre sonara en todas las quinielas como favorito por alguna de las tres películas que había presentado en el pasado año, por fin llega a nuestras pantallas una de ellas: Los idus de marzo (The Ides of March), dirigida por George Clooney, y que vuelve a poner de tremendísima actualidad al que es considerado unánimemente por todos como 'el actor del año'. No se puede quejar Ryan Gosling y es que, sin duda, 2011 ha sido su año. No sólo ha colmado portadas en la prensa especializada por tres cintas que han dado muestras de su tremenda versatilidad, sino que además, gracias a ellas, su cotización en la meca del cine se ha disparado como la espuma. Ahora ya no es la joven promesa de hace apenas diez años, cuando comenzó a despuntar, ni mucho menos el intérprete 'indie' siempre solvente y especializado en personajes inadaptados. Ahora el nombre de Ryan Gosling sostiene un cartel y hace caja por sí solo. Ahora Ryan Gosling es la estrella.


Lleva en el negocio del espectáculo mucho, mucho tiempo. Y es que comenzó de niño, junto a los, por aquél entonces, niños también Britney Spears, Justin Timberlake y Christina Aguilera como presentador del Mickey Mouse Club para Disney Channel. Eran los noventa y Gosling, acabada la etapa con el famoso ratón, decidió no seguir los pasos musicales de sus compañeros y continuó una labor bastante entregada y extensa en la televisión, participando en calidad de actor en series de toda índole, principalmente dirigidas al mercado familiar (fue, por ejemplo, el joven Hércules en la serie infantil). El cine tardaría en llegar. Concretamente llegó al inicio de este siglo, apareciendo en un corto papel en la película Titanes. Hicieron historia (Remember the Titans), de Boaz Yakin, drama deportivo y poco trascendente con Denzel Washington como estrella absoluta. Pero mientras otros tienen que esperar varios años tratando de hacerse un hueco, dejándose ver en papelitos de escasa importancia en producciones de todo tipo, a Gosling su oportunidad de oro le llegó materializada en el protagonismo absoluto de la que sería su segunda película: El creyente (The Believer), ópera prima del  guionista Henry Bean, sobre un joven neonazi que goza de gran popularidad dentro de los círculos neofascistas de su entorno dándose la paradoja de que él mismo es judío y se encuentra preparándose para rabino, estudiando la Torah y enseñando hebreo. El creyente triunfó en la edición del Festival de Sundance del 2001 debido a la consistencia de la propuesta, una cinta contundente, perturbadora, realmente inquietante que nunca deja indiferente. Algo a lo que ayuda la interpretación de Gosling, que se nos presenta absolutamente demoledor, y le reportó su primera nominación al Independent Spirit Award. Este trabajo, sorprendentemente inspirado y compacto tratándose de alguien que prácticamente se estrenaba en lides protagonistas (aunque tuviera tablas de sobra tras foguearse en la televisión), hizo que Hollywood se fijara en él, aunque no para auparlo como futura estrella juvenil, puesto que el físico de Ryan Gosling tampoco le hacía encajar en el arquetipo de 'guapo'; sino para desempeñar tareas algo más oscuras, empeños más escabrosos, sin lugar a dudas, una vía mucho más interesante de cara a labrarse un futuro como actor en una industria tan tendente a la superficialidad barata.


Fue así como accedió al papel del joven psicópata de Asesinato 1, 2, 3 (Murder by Numbers) (2002), de Barbet Schroeder, thriller concebido a mayor gloria de la estrella Sandra Bullock a la que Gosling le roba prácticamente toda la película. Ésta era la vía que Hollywood le ofrecía. Y Gosling la desechó de lleno y se enfrascó, por completo, en desarrollar su trayectoria en el cine independiente, donde, sin lugar a dudas, iba a encontrar mayores y mejores oportunidades para ir creciendo como intérprete y demostrando de lo que era capaz. Primero llegó el drama deportivo Tiro de gracia (The Slaughter Rule) (2002), de Alex y Andrew J. Smith, cinta de escasa repercusión vista también en Sundance; luego, El mundo de Leland (The United States of Leland) (2003), de Matthew Ryan Hoge, drama sobre un joven encerrado en un centro de detención juvenil por un asesinato y la relación que éste establece con un profesor de color que tratará de comprender su comportamiento, donde una buena parte del star system del cine indie secundaba a la joven promesa, entre ellos: Don Cheadle, Kevin Spacey, Lena Olin y Michelle Williams. Y, por último, aterrizó El diario de Noa (The Notebook) (2004), de Nick Cassavetes, cinta adscrita al indie que, sin embargo, se convirtió en un éxito rotundo, a pesar de tratarse de un drama romántico juvenil que cae en todos los tópicos del género para buscar descaradamente la emoción en el espectador (o precisamente por ello). Y aunque la película en sí sea empalagosa y absolutamente necia, Gosling se esmeró en su primer empeño de galán y aprobó con nota. Primero por no caer en el tópico de ser un guapo al uso y, segundo, porque a pesar de repetir rol de inadaptado y perdedor, tampoco se dejó llevar por la comodidad que hubiera supuesto ahondar en este otro lugar común. Estuvo seductor, sí, precisamente por no aparentar querer serlo.


El diario de Noa hizo que Hollywood volviera a fijarse en él, ahora ya sí como guapo rompecorazones, ídolo irresistible de adolescentes desamparadas. Y, fiel a sí mismo, Ryan Gosling siguió sin pasar por el aro y se apuntó un nuevo rol de perturbado en la estupenda Tránsito (Stay) (2005), de Marc Foster, donde literalmente desquiciaba al psiquiatra interpretado por Ewan McGregor y jodía la vida de éste y de su chica, a la que ponía su rostro Naomi Watts. Una película arriesgada, con interpretaciones asombrosas, donde Gosling reincidía en el arquetipo que tan bien se le venía dando: el de joven con problemas y, en este caso, desorden psicológico. Nada que ver (y es de aplaudir) con el héroe de bonitas estampas rosas de amor que Hollywood vio en él tras El diario de Noa. Ryan Gosling estaba decidido a labrarse una carrera interpretativa propia y a no seguir los designios de una industria que no sabía cómo encasillarle y encerrarlo en el redil. Así que ni corto ni perezoso, Gosling se lanzó a dar vida a un profesor de un conflictivo instituto de Brooklyn adicto a las drogas que entabla una insólita amistad con una de sus alumnas cuando ésta descubre su adicción. Esto ocurría en Half Nelson (2006), de Ryan Fleck, la cinta que, definitivamente, asentó al actor ya no sólo como un excelente intérprete, sino también en el mejor de su generación. Ganó el Independent Spirit Awards y diversos premios de la crítica USA, entre ellos el National Board of Review y, además, logró su primera (y única hasta la fecha) nominación al Oscar, así como también nominaciones al SAG y al Satellite. Un triunfo que demostró que a Gosling le sobraba inteligencia y que era un intérprete sólido, capaz de dirigir su trayectoria a espaldas de Hollywood.


A pesar de ello, aceptó la llamada de Hollywood para encararse con el mismísimo Anthony Hopkins en el entretenido thriller judicial Fracture (2007), de Gregory Hoblit, pero no renunció a su independencia y ese mismo año protagonizó la comedia negra camuflada de comedia romántica Lars y una chica de verdad (Lars and the Real Girl), de Graig Gillespie, sobre un joven tímido cuya chica ideal no es otra que una muñeca hinchable que ha encargado por Internet. Las críticas a su trabajo no pudieron ser más positivas y Gosling escaló más puestos si cabe en prestigio, descubriéndose también en él un don especial para la comedia. Nominado por primera vez al Globo de Oro, el intérprete volvió a figurar entre los candidatos al SAG y su nombre sonó en las quinielas a los Oscar. Se quedó fuera, por desgracia, pero su categoría artística se mantendría impoluta.


Contra todo pronóstico, en plena cúspide de su carrera, Gosling se apartó de los sets de rodaje durante tres largos años. Supongo que no por falta de ofertas aunque es de agradecer que antes de aceptar intervenir en productos manufacturados en Hollywood decidiera hacer este parón voluntario. Cuando volvió, ya en 2010, lo hizo de nuevo en cintas de marcado corte independiente, como el thriller psicológico All Good Things, de Andrew Jarecki, donde se marcaba un duelo interpretativo con su pareja en pantalla, Kirsten Dunst, mejor actriz que nunca; y el drama romántico Blue Valentine, de Derek Gianfrance, que le enfrentó a un nuevo tour de force en el papel de un joven padre de familia aburrido y autodestructivo, sosteniendo un mano a mano de gran altura junto a Michelle Williams que se saldó con nominaciones al Globo de Oro y al Satellite para ambos, así como una nominación al Oscar para ella. Gosling volvió a quedarse fuera de la terna (inmerecidamente), pero este retorno al cine, con tan buenos resultados artísticos, le abría las puertas a un futuro que se presagiaba colmado de satisfacciones.


Ni más ni menos que tres cintas se le acumularon en las pantallas el pasado 2011. La primera en llegar a nuestras pantallas fue Crazy, Stupid, Love, de Glenn Ficarra y John Requa, una disparatada comedia, de fino humor inteligente, realizada a mayor gloria del cómico Steve Carell, donde Gosling, a pesar de desempeñar un rol mucho menos lucido, se supo mostrar absolutamente hilarante, comiéndose de lleno al protagonista y, con él, toda la película (secundarios de lujo incluidos como Julianne Moore, Marisa Tomei o Kevin Bacon). La siguiente en aterrizar fue Drive, de Nicolas Winding Refn, cinta de acción que no lo parece, pues su envoltorio visual no es el utilizado por Hollywood para este tipo de películas, sino que Drive rebosa elegancia e inteligencia por los cuatro costados. Gosling es el protagonista, pero no es el héroe, más bien al contrario y su actuación supone uno de los puntos fuertes de la trama: introvertido y austero, su trabajo destila humanidad y sobriedad, alzándose desde ya en un personaje icónico, sin duda.


La última es Los idus de marzo, que se estrena este viernes, un drama político en el que el intérprete se mide al mismísimo Clooney y a secundarios de la talla de Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti y Marisa Tomei. Era ésta película la que más puntos tenía de meterle en la lucha por el Oscar por segunda vez. Por desgracia, tampoco este año pudo ser. Sin embargo, Gosling no sólo ha sonado como candidato en las quinielas, sino que se ha colado en la terna de prácticamente todos los premios importantes del año, ya bien sea por una u otra película. Para empezar, recibió una doble candidatura a los Globos de Oro: como actor de comedia por Crazy, Stupid, Love y como actor de drama por Los idus de marzo; y por Drive, aparte de algunas nominaciones a premios de la crítica, quedó finalista (por tercera vez) al Independent Spirit Awards y al Satellite. Ciertamente, que no consiguiera la nominación al Oscar con tres trabajos tan sobresalientes a sus espaldas puede tacharse de delito. Sí. No obstante, a Ryan Gosling aún le queda futuro. Este 2012 tiene preparadas nada menos que cuatro películas, algunas de ellas ciertamente golosas, como la cinta gangsteril Gangster Squad, de Ruben Fleischer, al lado de Sean Penn y Josh Brolin; o el nuevo proyecto del genial Terrence Malick, Lawless, junto a los ganadores del Oscar Christian Bale, Cate Blanchett y Natalie Portman. Puede que nos hayamos equivocado y no sea el 2011, sino el 2012 el año de Ryan Gosling. De lo que estoy completamente seguro es de que, afortunadamente, tenemos Gosling para rato.



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