Lo había dejado pasar bastante tiempo. Desde que vi las
primeras imágenes hace ya varios meses (como aviso de la campaña promocional de
cara a los Oscar que estaba por llegar) ya tenía ganas de visionar el trabajo
de Meryl Streep en La dama de hierro (The Iron Lady), de Phyllida
Lloyd. Sólo la caracterización externa de la actriz ya me llenaba de
curiosidad. ¿Cómo era posible que un rostro tan familiar como el de Streep se
transformase tanto y se asemejase tanto también a otro, igualmente familiar,
como el de Margaret Thatcher? Milagros
de Hollywood y de sus expertos profesionales del maquillaje y peluquería. Desde
esas primeras imágenes tuve muy claro que la Streep ganaría el Oscar este año
o, al menos, se lo iba a poner muy difícil al resto de nominadas, porque de que
entraría dentro de las cinco finalistas no me cabía la menor duda. ¡Qué raro
pensar en los Oscar al pensar en Meryl Streep! Es inevitable. Primero porque
desde que diera sus primeros pasos en esto del cine casi siempre se la ha
contado entre las cinco nominadas; segundo, porque en sus casi cuarenta años de
carrera profesional se ha convertido en la actriz que más veces ha aspirado a
una estatuilla dorada, un total de diecisiete nominaciones, superando con
creces a la histórica y grandiosa Katharine
Hepburn, quien en 1981 logró su décimosegunda y última nominación. Y
tercero, porque haga lo que haga, Streep siempre será susceptible de aspirar a
un Oscar. En este sentido, o los académicos de Hollywood carecen de criterio
selectivo (hecho puesto de manifiesto en multitud de casos) o Meryl Streep es
tan grande que, ¡qué mínimo!, nominarla por lo que sea como premio a su
aportación continuada a la industria.
Empezó muy joven. Parece raro, sobre todo a mis compañeros
de generación, pensar en Meryl Streep de joven, llevamos años viéndola como una
señora mayor, no exactamente anciana. Parece que por ella no han pasado los
años y que siempre ha sido así, tal cual la vemos ahora. O como muy joven, como
en los noventa. Sin embargo, Meryl Streep empezó a actuar a los 26 años tras
graduarse en música, arte dramático y ópera (ahí es nada) por la Universidad de
Yale. Un poco de teatro (con nominación al Premio Tony incluida), un debut
televisivo en la serie Holocausto (Holocaust) -con Premio Emmy incluido-)
y, voilá, salta al cine en 1977 con
un papel minúsculo en Julia, de Fred Zinnemann. Tenía 28 años y aquélla
chica rubia, no muy guapa, de nariz torcida y rostro angelical, se imponía a
otras actrices en los repartos. Tenía algo. Desde muy pronto las cámaras se
enamoraron de ella y Hollywood vio en ella algo completamente inusual: dentro
de aquél cuerpo que denotaba tanta fragilidad había un espíritu demasiado
inquieto como para no explotarlo con todas las consecuencias. Y talento, lo que
realmente hizo progresar su carrera a ese ritmo tan acelerado fue el talento.
Antes de finalizar los setenta, Streep asumió el papel protagonista femenino en
la crucial y estupenda El cazador (The Deer Hunter), de Michael Cimino, una de las primeras
cintas americanas en abordar sin tapujos los desastres físicos y psíquicos
soportados por los soldados americanos en la absurda Guerra de Vietnam. Se
apuntó su primera nominación al Oscar como secundaria, así como a los Globos de
Oro y al BAFTA. Tenía sólo 29 años. Es normal que al pensar en Meryl Streep
uno, automáticamente, piense en Premios.
La nominación al Oscar le abrió las puertas a papeles más
lucidos, sin olvidar un papel pequeño en la obra maestra de Woody Allen, Manhattan (1979), apareció en el drama Escalada al poder (The
Seduction of Joe Tynan), de Jerry
Schatzberg, y se marcó un duelo actoral con una de las estrellas más en
alza del momento, nada menos que Dustin
Hoffman, en Kramer contra Kramer,
de Robert Benton. Ese 1979 ganó
premios de la crítica por toda la geografía norteamericana en calidad de mejor
actriz secundaria gracias a las tres y, particularmente, a la última de ellas,
que le brindó su primer Oscar y su primer Globo de Oro, así como una nueva
nominación a los BAFTA, y todo gracias a un personaje duro y frío, ‘la mala’ en
una película excesivamente sentimental acerca de un matrimonio joven que, tras
divorciase, luchan por la custodia de su hijo pequeño. Nada más alejado de esa
dulzura inherente a su físico. Talento, sin lugar a dudas.
Kramer contra Kramer (o
el Oscar obtenido) le puso en bandeja encabezar repartos, convertirse en ‘primera
actriz’ y soportar sobre sus delicados hombros el peso de una película entera. Con
el Oscar bajo el brazo, Streep entraba en los ochenta por la puerta grande,
considerada ya entonces por muchos como una de las mejores actrices americanas
del momento, fue la primera opción de muchos directores y se le dio carta
blanca para erigirse en la intérprete más envidiada por todas sus compañeras de
generación: no hay otra actriz en los ochenta que haya podido disfrutar de tan
buenos y lucidos papeles como ella. En 1981 ya se la promocionaba como ‘actriz
de enorme talento’ para la película La
mujer del teniente francés (The
French Lieutenant’s Woman), de Karel
Reisz, una muestra de que a pesar de estar de moda, la Streep sabía lo que
se hacía e iba a priorizar su crecimiento artístico al económico. Logró el
BAFTA y un nuevo Globo de Oro, ya como actriz principal (en película
dramática), y se quedó a las puertas del Oscar, por primera vez como actriz
protagonista. Viendo la calidad descomunal de su trabajo, además en un doble
papel, sorprende que no lo ganara, aunque la vencedora fuese la mismísima
Hepburn.
Pasado el tiempo, de poco importa, puesto que tras un thriller
insignificante de nuevo a las órdenes de Robert Benton, Bajo sospecha (Still of the
Night), la Streep se granjeó la admiración general al encarnar a Sophie,
una joven polaca superviviente de un campo de concentración en La decisión de Sophie (Sophie’s Choice), de Alan J. Pakula (1982). En el aspecto
externo, Streep asombró a todos con su marcado acento polaco, así como su
maestría en el dominio de idomas, puesto que dio clases de alemán y polaco sólo
para dar credibilidad a su personaje. Y lo consigue, claro que lo consigue. La
credibilidad nace de adentro, de esa aprehensión de emociones que logra
transmitir con una sola mirada. La
decisión de Sophie fue la culminación de su escalada al Olimpo de grandes
actrices dramáticas, le dio su segundo Oscar, ahora como principal, otro Globo
de Oro y multitud de premios de la crítica y una nueva nominación al BAFTA. A partir
de aquí, la trayectoria de Meryl Streep será un estable y gradioso paseo por
una galería de personajes inabarcable e impensable en la carrera de otra actriz,
a cada cual más diferente y mejor resuelto entre sí. Como en toda trayectoria,
también en la de Meryl Streep habrá altibajos, pero la norma imperante en su
trabajo para la gran pantalla será la del ‘más difícil todavía’, con el motor
de la versatilidad como marca de fábrica.
Justo un año después se impregnó de realismo obrero para dar
entidad cinematográfica a un personaje real, Karen Silkwood, una trabajadora metalúrgica que murió en extrañas
circunstancias mientras investigaba deficiencias en la planta de procesamiento
de plutonio en la que trabajaba. La frialdad revestida de robustez en una
interpretación soberana que la volvió a meter en la lucha por el Oscar, por el
Globo de Oro y por el BAFTA por tercer año consecutivo. Tras Silkwood, de Mike Nichols, la actriz rebajó el tono, pero no la intensidad, para
compartir con Robert De Niro un
precioso drama romántico en Enamorarse
(Falling in Love), de Ulu Grosbard. Con evidentes
reminiscencias al clásico Breve encuentro
(Brief Encounter), de David Lean (1945), Streep modernizó la
esencia de actrices míticas como Deborah
Kerr o Ingrid Bergman, registro
que desarrollaría también en Plenty,
de Fred Schepisi, y encumbraría en
la superproducción de 1985 Memorias de
África (Out of Africa), de Sydney Pollack, dando vida a la
escritora danesa Karen Blixen. Fiel
a su pormenorizada preparación previa de personajes, Streep desarrolló el
acento de su personaje escuchando las grabaciones reales de la lectura de sus
obras realizadas por la propia escritora. Sorprende, pasado el tiempo y
valorando el trabajo de la actriz, conocer que Pollack no la quería para el
papel por no considerarla suficientemente atractiva y que se hizo
definitivamente con él al acudir a una reunión con el director vestida con una
blusa escotada y con un sujetador que realzaba sus encantos. Demostración del
carácter marcadamente perseverante de una actriz única, empeñada en seguir
demostrando (a los otros y a sí misma) aquello de lo que es capaz, a cualquier
precio. Hoy día, Memorias de África se
alza como uno de los trabajos más famosos de la actriz y resulta impensable
imaginar la película sin ella. Tras un año de descanso, volvió a la terna por
el Oscar, el Globo de Oro y el BAFTA a la mejor actriz, un reconocimiento
mínimo para un empeño soberbio.
Instaurada ya como toda una eminencia en lo que a actrices
dramáticas se refiere, Streep probó suerte en la comedia, sin embargo, Se acabó el pastel (Heartburn), de nuevo con Nichols no resultó ser el vehículo idóneo
para su imposición cómica, así que replegó velas y compartió frío, hambre y
miseria al lado de su compañero en la cinta anterior, Jack Nicholson, dando vida a dos vagabundos enfermos en la soledad
y la desesperanza de la noche. Tallo de
hierro (Ironweed), de Hector Babenco, se queda a mitad de sus
posibilidades, se acoge demasiado a la política narrativa imperante en el
Hollywood de los ochenta; pero, no obstante, nos proporciona un duelo actoral
de altura, donde ante la tendencia al exceso, asombrosamente reprimida, de
Nicholson se impone la naturalidad y precisión de Streep, que resuelve con
maestría el difícil cometido de interpretar a un personaje que se pasa toda la
película en estado de embriaguez sin resultar chirriante ni cargante, gracias a
un evidente dominio de la técnica, tan depurada que espanta. Asombrosamente,
sólo la Academia de Hollywood valoró su esfuerzo y la nominó por séptima vez a
los Oscar.
No ocurrió lo mismo con su siguiente protagonismo, Un grito en la oscuridad (A Cry in the Dark), de Schepisi. De
nuevo, un personaje real, la madre australiana Lindy Chamberlain, que fue encarcelada tras ser acusada casi sin
pruebas de haber asesinado a su bebé mientras pasaba la noche en un camping
donde, según su versión, su hija fue víctima de un ataque animal. El Festival
de Cannes le dio su primer premio en uno de los grandes festivales de cine
europeos, los Globos de Oro y los Oscar volvieron a verla entre las nominadas y
el Australian Film Institute (la Academia de Cine Australiana) la coronó como
la mejor actriz. De nuevo, intensidad dramática. Parecía que su capacidad para
sufrir y hacer sufrir no tenía parangón, así que decidió acabar la década
dándonos un respiro y se dejó hacer perrerías de todo tipo en la comedia Vida y amores de una diablesa (She-Devil), de Susan Seidelman, un entretenimiento intrascendente que le proporcionó
su primera nominación al Globo de Oro como actriz de comedia sin hacer nada
destacable en la piel de esa millonaria robamaridos víctima de la venganza de
la gorda y fea esposa de uno de ellos. Una decisión que marcaría un nuevo rumbo en su trayectoria con la llegada de la nueva década, los noventa, sin tambalear ni un ápice el prestigio y la consideración obtenidos de gran actriz.
Imprescindible en:
- El cazador (The Deer Hunter), de Michael Cimino (1978).
- Manhattan, de Woody Allen (1979).
- Kramer contra Kramer
(Kramer versus Kramer), de Robert
Benton (1979).
- La mujer del teniente
francés (The French Lieutenant’s Woman), de Karel Reisz (1981).
- La decisión de Sophie
(Sophie’s Choice), de Alan J. Pakula
(1982).
- Silkwood, de Mike Nichols (1983).
- Enamorarse (Falling in Love), de Ulu Grosbard (1984).
- Memorias de África
(Out of Africa), de Sydney Pollack (1985).
- Tallo de hierro
(Ironweed), de Hector Babenco
(1987).
- Un grito en la
oscuridad (A Cry in the Dark), de Fred
Schepisi (1988).
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