Parir un thriller puede parecer sencillo a simple vista pero no lo es en absoluto. Hay una serie de normas que no se deben nunca saltar sin una razón lógica o brillante que lo justifique. Por eso, muchos thrillers en el cine moderno se nos asemejan entre sí, y casi siempre para mal: porque a sus artífices no se les ha ocurrido manera alguna para saltarse las normas establecidas sin caer en tretas o argucias que jueguen con la inteligencia del espectador. Esta es la gran virtud de Séptimo, segundo largometraje de Patxi Amezcua tras la magnífica 25 kilates (2009): que a lo largo de todo su desarrollo se acoge primorosamente a las reglas impuestas por el género en el que se inscribe su pesadillesca trama, a saber, la normalidad inicial de la historia se ve sacudida por la repentina aparición de un conflicto que desencadena un suspense. A lo largo del avance en la intriga, se irán conociendo detalles o pistas que irán haciendo avanzar la historia hasta una resolución aparente y complaciente, pero siempre queda la sorpresa final.
En todo esto, Séptimo cumple con nota alta. El problema surge cuando la sorpresa final se puede descifrar llegados al primer nudo de la trama, incluso si uno sabe de qué va la película, se puede advertir quién es el culpable incluso al principio, justo durante la descripción de los personajes principales. Se puede tachar de honestidad, pero repercute negativamente al alcance final de la propuesta, que a pesar de ir deslizándose confiada en la cimentación de la intriga, ésta no nos toca la fibra sensible como debiera, adoptando las imágenes, sin interferencias o escamoteos, un tono tan reconocible como el del suspense. Y no porque su director y co-guionista (Alejo Flah) no se hayan leído la lección y nos proporcionen elementos de interés, que nos mantengan pegados a la butaca, sino por una previsibilidad aplastante, que consigue la incómoda sensación en el espectador de que él va siempre un paso por delante.
Es una pena porque, de haberse trabajado aún más el guión, de haberse pulido con cierto ingenio algunos detalles que remiten pesadamente al lugar común, Séptimo hubiera podido convertirse en una de las mejores muestras del género hecho por nuestra cinematografía. Quizás, por ejemplo, si se hubiera cercenado el punto de vista del personaje de Elia al final y sólo hubiéramos seguido asistiendo a lo acontecido según el de Sebastián, el desenlace, aunque predecible, habría ganado altura y no terminaría siendo tan trivial e insulso como es, para nada merecedor de una película cuya factura técnica resulta irreprochable y en cuya puesta en escena se aprecia el exquisito y distinguido gusto de su director en el encuadre y su habilidad para generar con muy pocos elementos la atmósfera adecuada, logrando que su cámara registre a ese edificio de viviendas como al auténtico opresor. Pero entrar en el juego de suponer cómo habría podido ganar puntos una película es ya hacerle demasiado flaco favor.
Por suerte, mientras el texto va a la baja en el discurrir del metraje, siempre nos queda el ajustado y completo trabajo de Ricardo Darín, que logra con su actuación transmitirnos de manera palpable, casi visceral, desde el desconcierto inicial de su personaje hasta el coraje de un hombre capaz de tirar por la borda toda su existencia con tal de recuperar a sus hijos, exponiendo ante la cámara a lo largo de ese viaje la angustia, el miedo, la rabia y la desesperación que van sucediéndose en el ánimo de su criatura. Logrando él solo generar en el espectador el verdadero leit-motiv para asistir sin pestañear a toda la función. Ante tan pulcro recital, su compañera en el reparto, Belén Rueda, nada puede hacer para destacar, quedando su intervención en un desaprovechado segundo plano, en el que la actriz efectúa un trabajo aplicado y sentido, pero carente de distinción alguna. Así, una vez más, Darín es la gran virtud de este académico y débil thriller.
Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actor: Ricardo Darín.
- Mejor Música Original: Roque Baños.
- Mejor Montaje: Lucas Nolla.
- Mejor Sonido: Martín Litmanovich.
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