Alacrán enamorado, segundo largo de Santiago A. Zannou, presume de ser una película ambiciosa o, por lo menos, la actitud de sus responsables en el momento de su llegada a las salas así lo manifiesta. Ambientada en un ambiente seco y hostil, basada en la novela homónima de Carlos Bardem, la película nos cuenta la salida de los infiernos de un joven de clara idología nazi, a través de su toma de cierta conciencia social y también del descubrimiento de su propia personalidad, todo ello tras ser vencido en un improvisado entrenamiento de boxeo por un contrincante de color. Con semejante punto de partida, giro sutil y efectivo en el desarrollo psicológico del personaje protagonista, Alacrán enamorado genera unas estimables y suculentas expectativas que no llega a cumplir al cien por cien a lo largo de un desarrollo demasiado convencional.
Su principal problema radica en la paradójica circunstancia de que, habiéndose anunciado su llegada a nuestras pantallas tan a bombo y platillo, la película evidencie en el discurrir de sus imágenes una absoluta falta de ambición por parte de sus creadores. Ambición entendida como el riesgo de asumir un lógico y necesario posicionamiento narrativo. En otras palabras, el problema de Alacrán enamorado es su indefinición. Porque la película es, al mismo tiempo, una cinta de iniciación, centrada en la dependiente y admirativa relación que se establece entre un maestro y su pupilo, pero también un intento de cine social que fija su mirada en el despiadado devenir de jóvenes y adiestrados grupos segregacionistas y en la cúpula de poder que les respalda y azuza. Sin olvidarnos, de que, por momentos, la película también quiere jugar a ser una versión de extrarradio de "Romeo y Julieta". Que sea tantas cosas a la vez, a priori, no es una lacra, lo es el que su guión no apueste en serio por ninguna de ellas en detrimento de las otras.
Porque como film de tintes sociales, a Zannou aún le falta mucho recorrido para conseguir que sus imágenes, siempre duras, hoscas y potentes, adquieran la eficacia necesaria para erigirse en emblema de denuncia. Por decirlo con otras palabras, la opción elegida por el director está más cerca de cierto academicismo narrativo con vistas a no perder su posible tirón comercial, que de una intención real de construir un mensaje que sacuda al espectador en su butaca, algo a lo que tampoco le ayudan algunos errores de puesta en escena, como el recurso, algo demodé, de la cámara lenta para mostrar los hechos más violentos del grupo nazi protagonista, con el que parece querer establecer una determinada metáfora visual y sólo consigue restar impacto a unas secuencias que pedían a gritos precisamente eso, impactar. Parece que no hubo huevos de lanzarse a la piscina sin red tampoco en la más sugestiva trama de iniciación. Con demasiados puntos en común con otras (ilustres) cintas del género pugilístico, Zannou pasa de puntillas por la sensible y cándida relación que se establece entre Julián y su entrenador, Carlomonte, sin (querer o saber) aprovechar las múltiples y ricas posibilidades que ofrecía una trama, mil veces vista antes, sí, pero gloriosamente sustentada en la excelente química habida entre sus dos intérpretes y en la apabullante y efectiva planificación de todo lo que rodea al mundo del boxeo, entrenamientos y combates vistos como nunca antes en una producción española.
En estas, Alacrán enamorado avanza durante todo su metraje por el cómodo y confortable terreno de la solvencia cinematográfica, esbozando sugerentes ideas sin abordar hasta sus últimas consecuencias ninguna de ellas, demostrando la incapacidad (o falta de ambición) de Zannou para saltar al ring y pelear a hierro por un material que pedía a gritos un tratamiento en cierta medida más audaz y comprometido, tanto para bien como para mal. Así, con esa falta de arrojo, Zannou lo único que consigue es que su película se termine quedando en tierra de nadie, en el molesto y decepcionante mundo de las causas perdidas cuando contaba con todos los elementos necesarios para ganar el combate en el primer asalto. Una lástima, porque el resultado último de la película ensombrece la admirable y convincente labor de su protagonista, un Álex González que detalla con aplomo minucioso todo el arco emocional que recorre su personaje a lo largo de la película. Sin duda, una excelente noticia que invita a concebir no pocas esperanzas en un actor perteneciente a una generación de intérpretes, en general, poco solventes en papeles tan rigurosos como éste.
Pero la gran jugada de Alacrán enamorado en el apartado interpretativo llega con el trabajo secundario, implacablemente humanista y sobrecogedor, que efectúa Carlos Bardem de ese acabado y fracasado boxeador retirado, redimido en entrenador, el personaje más interesante de la función a pesar de su obviedad manifiesta, y con el que Bardem se marca un tanto interpretativo que bien podría llevarle a luchar por un merecido Goya, aunque casi le ensombrezcan la revelación que supone un dinámico, confiado y natural Hovik Keuchkerian o la sublime y espléndida colaboración de su hermano, un Javier Bardem en auténtico estado de gracia, sobrio y espeluznante en sus breves y contundentes apariciones. En el lado opuesto habría que mencionar a Miguel Ángel Silvestre, que acarrea con un intenso personaje que en sus manos nunca abandona el estereotipo y el esquematismo del que nace su dibujo, o la presencia de Judith Diakhate, apechugando con un personaje mal descrito y en el que la guapa actriz no logra convencer debido a un error de imprecisión, lastrando así las remotas posibilidades de esa tercera trama romántica que apuntábamos más arriba.
Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actor: Álex González.
- Mejor Actor Secundario: Carlos Bardem.
- Mejor Actor Secundario: Javier Bardem.
- Mejor Actor Revelación: Hovik Keuchkerian.
- Mejor Guión Adaptado: Santiago A. Zannou y Carlos Bardem.
- Mejor Canción Original: Wolfrank Zannou.
- Mejor Montaje: Jaume Martí y Fernando Franco.
- Mejor Sonido: Ferrán Mengod, David Calleja y Albert Manera.
- Mejor Maquillaje/Peluquería: Esther Guillem, Piluca Guillem y Ana Guillem.
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