sábado, 28 de diciembre de 2013

Fallece la actriz Elvira Quintillá a los 85 años, ya mítica por sus trabajos a las órdenes de Berlanga.


Me apena que sea su muerte, y no otra circunstancia, la excusa para abordar la, por otro lado, no demasiado extensa, filmografía de Elvira Quintillá. Actriz eficiente y resolutiva que decoró con su presencia algunos de los títulos más emblemáticos de la Historia del Cine Español y que, pese a ello, adquiriría su máxima popularidad gracias a su trabajo para la pequeña pantalla. Dotada como pocas de una especial capacidad para abordar personajes adscritos a registros cómicos y tiernos, pasó por la cinematografía nacional dejando bien claro el desaprovechamiento artístico que padeció, pues si bien no llegó nunca a erigirse en una de las más rutilantes estrellas de nuestro cinema, sí evidenció una extraordinaria sensibilidad que, de haberse desarrollado en otras cinematografías extranjeras, la habría aupado al olimpo de las más recordadas y veneradas actrices de su época.

Nacida en Barcelona, el 19 de septiembre de 1928, ya debutaba sobre las tablas a la tierna edad de 13 años nada menos que en la prestigiosa  Compañía de los astros escénicos María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, pasando consecutivamente después por las de Tina Gascó, Rafael López Somosa y Conchita Montes. En 1947 contrae matrimonio con el actor madrileño José María Rodero, al que permanecería unida hasta la muerte de él en 1991. Con su marido, Quintillá formará Compañía propia, lo que dotará al joven y feliz matrimonio de una notable popularidad y supondrá el despegue, propiamente dicho, de la trayectoria artística de ambos. Para entonces, Elvira ya había debutado en el cine, concretamente en la película Fin de curso (1943), de Ignacio F. Iquino, amable comedia estudiantil que suponía uno de los primeros títulos de Iquino y presentaba a la Quintillá en un papel secundario. Un año más tarde, participaba también con un pequeño papel en Arribada forzosa (1944), de Carlos Arévalo, melodrama romántico y castrense al servicio de la gran estrella Alfredo Mayo; a la que seguiría otro en La gran barrera (1947), de Antonio Sau Olite, otro melodrama pasional, esta vez al servicio de Rafael Durán.

Tras estos escalonados y seguros pasos, Iquino le brindó su primera oportunidad importante de brillar en la gran pantalla al otorgarle uno de los papeles principales de la prestigiosa adaptación que llevó a cabo de Historia de una escalera (1950), célebre pieza teatral de Antonio Buero Vallejo, que acababa de revolucionar la escena nacional. La modélica adaptación la emparejó en la pantalla con el apuesto José Suárez, con el que volvería a coincidir dentro del abultado elenco de su siguiente película, Ronda española (1952), un sentimentaloide panfleto a favor de los valores catolicistas imperantes en la España del momento indigno de un director como el que tuvo: Ladislao Vajda. Acto seguido y, por fortuna para Quintillá, la actriz obtuvo uno de los papeles centrales del sólido film policíaco Juzgado permanente (1953), debut en el largometraje de Joaquín Romero Marchent, y donde también destacaba la labor desempeñada por su esposo. Ella, sin embargo, se marcó el tanto de recibir el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor actriz secundaria del año.

Con Fernando Fernán-Gómez, en Esa pareja feliz (1951).

Un año en el que, además, por fin veía la luz Esa pareja feliz, debut en la dirección de unos jóvenes Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, rodada dos años antes, intentona del todo incomprendida en su momento, de proponer una alternativa válida y eficaz al melindroso tipo de comedia que se estilaba por aquél entonces. El paso del tiempo terminó enterrando a muchas de las más populares muestras del género y alzando a Esa pareja feliz (1951) como la genial y espléndida obra maestra que es y que servía un delicioso y elogiable protagonista para Elvira Quintillá, quien repetiría con Berlanga en su siguiente película, otro de los clásicos indiscutibles de nuestro cine, Bienvenido Míster Marshall (1953), como la inolvidable maestra de Villar del Río, un trabajo loable que, junto al anterior, justifica por sí solo la entrada de Elvira Quintillá en el selecto club de las más espléndidas actrices de nuestro cine.

Bienvenido, Míster Marshall (1953).

Sin embargo, la idiosincrasia de nuestra industria llevó a que tremendas muestras de versatilidad cinematográfica no se vieran recompensadas con un merecido ascenso a la categoría estelar, con la excepción que supuso el protagonismo de la romántica Concierto mágico (1953), de Rafael J. Salvia, interpretado junto a su marido; con lo que la actriz hubo de seguir conformándose con nuevos papeles secundarios. Como en la cinta de episodios Aeropuerto (1953), de Luis Lucia, junto a, eso sí, un reparto de campanillas; en la insólita y a reivindicar comedia Manicomio (1954), debut tras la cámara del actor Fernando Fernán-Gómez, ayudado por Luis María Delgado; el interesante drama de trasfondo bélico La patrulla (1954), de Pedro Lazaga, ganador de dos premios en el Festival de San Sebastián y en cuyo reparto también podemos encontrar a su marido; o la bienintencionada comedia Un día perdido (1954), de José María Forqué, donde acarreó con el papel de una de las tres monjas protagonistas, claramente supeditado al servilismo del filme a la máxima estrella Ana Mariscal.

Se prestó a su particular concesión a las co-producciones con Italia, interviniendo en La principessa delle Canarie (Tirma) (1954), de Paolo Moffa y Carlos Serrano de Osma, melodrama mediocre donde Marcello Mastroianni efectuara uno de sus primeros papeles importantes. Luis Lucia la volvió a llamar inmediatamente después para formar parte del elenco de La hermana Alegría (1955), típico vehículo moralizante concebido para el lucimiento de su protagonista, una popularísima Lola Flores. Y volvió a coincidir con Rodero en el reparto de otra comedia, El guardián del paraíso (1955), de Arturo Ruiz Castillo, ahora sí, una espléndida cinta cargada de atmósfera y con un magnífico Fernán-Gómez soportando brillantemente el peso de toda la película, por la que Quintillá recibiría su segundo (y merecido) Premio del CEC a la mejor actriz secundaria del año.


Formó parte después de una de las comedias más populares del momento, Viaje de novios (1956), de León Klimowsky, primera película como productor de José Luis Dibildos, que inauguraría para el cine español la típica temática de "películas de parejas"; para luego ser incluida dentro del elenco de La frontera del miedo (1957), de nuevo de Lazaga, tensional y angustioso drama en torno a una tragedia aérea en el que, nuevamente, también intervenía su esposo, al que volvería a dar la réplica en su testimonial aparición, en el papel de su esposa, en la excepcional comedia Los tramposos (1959), también de Lazaga, y junto con el que volvía a obtener uno de los personajes más lucidos en la comedia La rana verde (1960), segunda y pasable realización de José María Forn.

Con Cassen, en Plácido (1961).

Inmediatamente después, obtuvo uno de los papeles destacados de la admirable comedia Sólo para hombres (1960), de Fernán-Gómez, donde la estrella femenina seguía siendo otra (Analía Gadé); y se dejó ver en el intenso drama romántico Siega verde (1961), de Rafael Gil, antes de regresar a los brazos de su gran benefactor, Berlanga, quien la volvería a reclamar para incorporar otro inolvidable personaje en otra de sus obras maestras, Plácido (1961), cinta nominada al Oscar a la mejor película extranjera en la que la actriz daba vida con maestría a la atribulada y hastiada mujer del protagonista. Tras tal nueva y grata muestra de su talento, la Quintillá consintió en su desperdicio cinematográfico al participar, sucesivamente, en tres mediocres cintas de Pedro Lazaga: el simplista melodrama, casi autobiográfico, orquestado por el director para ensalzar la figura del torero Manuel Benítez 'El Cordobés', Aprendiendo a morir (1962); la intrascendente comedia Eva 63 (1963), en la que Quintillá interpretaba una de las cinco mujeres protagonistas; y la insustancial y coral Fin de semana (1964), con Quintillá ejerciendo labores casi de protagonista.

Eva 63 (1963).

Con una intervención no acreditada también en El verdugo (1963), de Berlanga, Quintillá hizo su pertinente aparición en la pequeña pantalla con el arrollador éxito que supuso la serie Tercero izquierda (1963), de Noel Clarasó, que originaría el filme Confidencias de un marido (1963), de Francisco Prósper, protagonizado igualmente por José Luis López Vázquez, pero sin contar con la presencia de Elvira Quintillá, quien sumaba otro éxito en la televisión con la serie Escuela de maridos (1963-1964). Demostrado el éxito acaecido por su espléndida química con López Vázquez, Lazaga trató de aprovechar el tirón comercial que la pareja artística pudiera tener y los volvió a unir en El cálido verano del sr. Rodríguez (1965), comedia que comenzaba a evidenciar la intención de nuestro cine por incluir en sus tramas de manera algo más explícita la represión sexual del españolito medio.

Elvira Quintillá en TVE.

Se alejó momentáneamente de Lazaga para intervenir en el drama Lola, espejo oscuro (1966), de Fernando Merino, vehículo para una Emma Penella como una mujer algo ligera de cascos y, antes de reintegrarse a su labor para la 'caja tonta', Elvira Quintillá reincidió en el moralizante reaccionismo del cine de Pedro Lazaga, con un pequeño papel en la comedia Operación Plus Ultra (1966). La actriz, consciente quizás de que la televisión podía granjearle los papeles que ella merecía y que el cine le negaba, se dedicó casi en exclusiva desde mediados de los sesenta a su labor para la pequeña pantalla, que sólo interrumpió para colaborar brevemente en un vehículo diseñado a la medida de la comicidad de Paco Martínez Soria, El abuelo tiene un plan (1973), y en el drama En la cresta de la ola (1975), dirigidas ambas por Lazaga; aparte de una imprevista y felizmente aprovechada recuperación de la actriz, nada menos que en papel protagonista, con el drama familiar Con mucho cariño (1977), de Gerardo García, que, desgraciadamente, no tuvo continuidad debido al escaso eco suscitado por el film en el momento de su estreno.

Con su  marido, José María Rodero.

En los ochenta, la gran pantalla sólo volvió a ser testigo de su excelso encanto cuando Elvira Quintillá engrosó en las filas del abultado y prestigioso reparto de la sobria y magnífica La colmena (1982), de Mario Camus; acometió un corto papel en la comedia Los autonosuyas (1983), de Rafael Gil; otro para la típica comedia del productor Dibildos, A la pálida luz de la luna (1985), de José María González Sinde, dentro de un lujoso reparto; y el drama Nosotros en particular (1985), ópera prima del habitual operador Domingo Solano, que ha tenido la fortuna de convertirse en el deficiente testamento cinematográfico de Elvira Quintillá, quien permanecería aún en activo para la televisión hasta el año 2004. Una verdadera lástima el que la ceguera de nuestra industria no erigiera a la intérprete como una de las reinas de la comedia nacional por antonomasia, puesto para el que la Quintillá poseía una muy disfrutable e hilarante materia prima, habiendo podido demostrar de paso, cuando se lo permitieron, disponer de una encomiable y sensitiva capacidad dramática. Por fortuna, Elvira Quintillá pudo presumir de obtener tres jugosos papeles (casi protagónicos) en tres de los clásicos más importantes de nuestro cine, todos debidos al maestro Berlanga.

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