jueves, 18 de abril de 2013

Miguel Ángel Silvestre no ha vuelto a marcar "La distancia".

Con Alacrán enamorado, de Santiago A. Zannou, recién aterrizada en las salas comerciales, nos acordamos de las altas y esperanzadoras expectativas que nos hicimos en su momento sobre uno de sus actores protagonistas, el luego ídolo de adolescentes Miguel Ángel Silvestre. Y no es que el actor no merezca tremendas expectativas, sino que sus trabajos más recientes apenas han permitido aflorar todo el talento que intuíamos allá por el año 2006, cuando se presentaba en sociedad La distancia, thriller de Iñaki Dorronsoro, que permanece todavía como el mejor trabajo llevado a cabo por la estrella para la gran pantalla. 


Aunque este castellonés ya había brillado con luz propia dentro del heterogéneo reparto de Vida y color (2005), del debutante Santiago Tabernero, no fue hasta La distancia, otra ópera prima, cuando tuvo la oportunidad de desplegar todo su potencial en un papel netamente protagonista, después de haber pasado una pequeña temporada en televisión. Con su personaje en La distancia, Miguel Ángel Silvestre se colocó en el punto de mira de todos los analistas y especialistas. Y no es para menos. Su actuación (remarcada con envidiables alabanzas en la prensa) no parecía propia de un intérprete con tan poca experiencia como la que él tenía, más aún teniendo en cuenta que se trata de un personaje llevado muy al límite: un boxeador encarcelado, que comete un asesinato en prisión para poder salir cuanto antes gracias al chantaje al que le somete un policía corrupto, y que una vez fuera, busca a la mujer del hombre que mató para acabar enamorándose de ella mientras soporta las amenazas constantes del policía con oscuro pasado. En un tono lúgubre, Silvestre deambula por un abanico inmenso de registros durante un metraje que soporta estoicamente en sus fuertes espaldas. Sereno, cálido, tímido por momentos, amoroso y tierno, muda de pronto a un tipo seco y amenazante, para cambiar incluso en el mismo plano a una inseguridad descorazonadora, a un miedo atroz que se torna desesperación en cuestión de segundos. 


De físico rotundo, enormemente atractivo para la cámara gracias a una mirada explosiva y ferozmente elocuente, el intérprete dejaba traslucir a través de su rostro el sentimiento de culpa que le atormenta al personaje, el hipnótico deslumbramiento en el que va cayendo ante la presencia de la joven viuda, el miedo constante hacia una permanente amenaza de muerte a la que se encuentra sometido, y, finalmente, una rabia incontestable que sólo aflora en los combates de boxeo. La rabia da pronto paso a un derrumbe moral y emocional que congela la sangre. Sólo el dominio impecable que sobre sus emociones poseen los intérpretes más expertos podría lograr acometer tal catálogo de sentimientos de manera verosímil. Un novel apenas podría llegar más allá de una correcta y plausible asimilación de tantos y tan diferentes estados de ánimo. Silvestre no se conforma con ello y se funde con su personaje, le deja que le coma las entrañas y desde ahí lo saca fuera, en un inusual ejercicio de perfección dramática que lo situó de la noche a la mañana como uno de los mejores actores de la nueva hornada.


Sin excesos, sin estridencias, con la 'verdad' por delante en cada plano y con una absoluta falta de juicios y temores, Miguel Ángel Silvestre se desnudó como un robusto animal cinematográfico en un caso que apenas tiene precedentes en nuestra cinematografía (tal vez sólo comparable con el de Javier Bardem a principios de la década de los noventa), convirtiéndose en uno de los principales y más importantes olvidos de los muchos que tuvieron los académicos a la hora de elegir a sus nominados aquella edición del 2006. Por desgracia, la posterior trayectoria del intérprete le ha permitido afianzarse como uno de los reclamos publicitarios más destacados del cine patrio, sobre todo gracias a sus éxitos en la pequeña pantalla, pero no le ha dado la oportunidad de lucir como merecemos, abnegados espectadores, un talento que nos disuada de pensar que con lo conseguido en La distancia estábamos ante otro frustrante espejismo.


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