miércoles, 11 de diciembre de 2013

Crítica de "Memoria de mis putas tristes": tediosa memoria.


Confieso que tal vez fuera mi excesiva juventud la culpable de que, en el momento en el que se produjo mi temprano acercamiento a la novela de Gabriel García Márquez, "Memoria de mis putas tristes", las sensibles palabras del escritor no calaran en mí de la forma esperada. La lectura de sus páginas no me removió las tripas como esperaba y el recuerdo que conservo de ella, difuso ya por el acontecer del tiempo, apenas desprende un leve suspiro de desgana. Quizás no era el momento para abordar una obra semejante, lo reconozco. Por ello, cuando me dispongo a asaltar su correspondiente adaptación cinematográfica, intento no hacerlo influido por este sentimiento de pesada ambivalencia, confiando en que, tal vez, la misma historia, en su tratamiento cinematográfico, pudiera engatusarme. Sin embargo, tras el visionado de Memoria de mis putas tristes me embarga la misma desazón que recordaba tras la lectura de la novela.


La película de Henning Carlsen posee, a priori, todos los elementos inherentes a una impoluta adaptación de un prestigioso original literario. Lo que, por desgracia, tampoco es decir mucho a su favor. Memoria de mis putas tristes cuenta con el acostumbrado acabado técnico que se presume para productos de esta naturaleza (una bellísima y evocadora dirección de fotografía, una cuidadísima y esmerada dirección artística, un delicado y exquisito diseño de vestuario), que más que aportar una personalidad propia al producto final, lo que invitan es a asociarlo a una serie de títulos adscritos a un determinado cine europeo de qualité, que brilla especialmente por haber degenerado en sus niveles últimos de calidad intrínseca, sobresaliendo como filmes de perfecta y calculada, preciosista, factura técnica, pero poco consistentes en su entramado argumental.


Memoria de mis putas tristes encaja a la perfección en esta descripción, pues su guión, escrito al alimón entre su director y el respetado guionista francés Jean-Claude Carrière, no logra exponer en pantalla la particular e inusitada historia de amor entre el protagonista nonagenario y la virginal adolescente que tanta polémica había venido suscitando desde la publicación de la novela. En última instancia, lo que proporciona la película es una colección de hermosísimas estampas visuales mientras asistimos con ojos indulgentes a los desvaríos y caprichos de un anciano, enemigo acérrimo del matrimonio. No están presentes, si quiera, el discutido perfil misógino que caracterizaba al personaje central en el texto original, ni mucho menos la visión afligida y lúgubre que imperaba en la novela sobre el mundo de la prostitución, tratado en la película como un motor de esparcimiento para el lujurioso protagonista, lo que incluso resta valor al título de la película y no tarda en aparecer el inhóspito tedio como desagradable acompañante de las modélicas, pero huecas imágenes de la película.


En vista de ello, toma especial relevancia el trabajo llevado a cabo por su actor protagonista, un Emilio Echevarría que aporta a su personaje un oportuno componente ternurista que impide los posibles juicios negativos que podría suscitar su personaje, lo cual puede ser tachado también de algo negativo, pues eran precisamente los claroscuros presentes en el dibujo del personaje central, lo que hacía atractiva la historia en la novela. Para nuestra desgracia, la presencia española de Ángela Molina sólo puede describirse de insustancial y mal aprovechada, algo que también podríamos decir de su hija, Olivia Molina, muy guapa, sí, pero con una intervención plana y fugaz. Nos queda, y no es poco, el trabajo de la gran Geraldine Chaplin, en un papel que se ajusta a su medida, como esa envejecida e incapacitada madame, que la intérprete acomete con endiablada desfachatez, convirtiendo sus frecuentes secuencias en verdaderos deleites para cualquier aficionado. Demostrando, de paso, con tremendo y espléndido despliegue, derrochando una energía y un ritmo deslumbrantes y convirtiéndose en lo mejor de la función, la capacidad y el talento inherentes a las grandes intérpretes cinematográficas, capaces, como Chaplin en Memoria de mis putas tristes, de vencer y anular las limitaciones de un pobre y mal dibujado personaje.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actriz Secundaria: Geraldine Chaplin.
- Mejor Dirección de Fotografía: Alejandro Martínez.
- Mejor Dirección Artística: Roberto Bonelli.
- Mejor Diseño de Vestuario: Gilda Navarro.

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