Karra Elejalde regresa el viernes a los cines.

Repasamos la filmografía del actor cuando regresa a la comedia con "Ocho apellidos vascos".

Palmarés XXIII Premios de la Unión de Actores.

"Caníbal", de Manuel Martín Cuenca, una de las vencedoras con 2 premios.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

La Sección Oficial está compuesta por 15 largometrajes muy esperados para este 2014.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Seis títulos integran la sección paralela, competitiva, Zonazine, el espacio independiente.

17º Festival de Málaga. Cine Español.

Málaga Premiere y Estrenos Especiales completan la oferta de novedades del certamen.

sábado, 20 de abril de 2013

"El destino se disculpa", un bonito clásico a rescatar del olvido.

Continuamos nuestro acercamiento a clásicos hoy injustamente olvidados de nuestro cine acercándonos en esta segunda entrega a la figura del fundamental cineasta de nuestra cinematografía, José Luis Sáenz de Heredia, al que durante mucho tiempo la crítica le recriminó su fuerte compromiso con el bando franquista y hasta su parentesco con el mismísimo José Antonio Primo de Rivera, como si de esto último tuviese él la culpa. Obviando las inclinaciones políticas del director, hay que ser justos y reconocerle no poco mérito, pues a él debemos algunas de las obras más interesantes que dio nuestro cine después de la cruenta contienda habida en España a finales de los años 30. Un ejemplo de esto es la cinta que ahora nos ocupa, El destino se disculpa (1945), séptimo largometraje de ficción de Sáenz de Heredia (también había dirigido una serie de cortometrajes documentales).


Me enfrento a su visionado atraído por un argumento en el que se nos cuenta cómo dos pobres soñadores de pueblo deciden emigrar a la capital madrileña para así responder ante el destino que les viene dado: triunfar por todo lo alto en el mundo del espectáculo, uno como poeta o dramaturgo, el otro como actor. Tras una serie de avatares producto del azar, ambos establecerán un pacto en el que el primero en morir alertará al otro, desde el Más Allá, sobre los contras de sus futuras decisiones. Con base literaria de prestigio, original de Wenceslao Fernández FlórezEl destino se disculpa se presenta ante nuestros ojos narrada a modo de fábula por el mismísimo Destino, un anciano entrañable que a través del argumento de la cinta tratará de aleccionarnos sobre su escasa vinculación con los avatares individuales de cada uno de nosotros. La película, como no debía ser de otro modo estando realizada en el momento histórico en el que se hizo, encierra no poca moralina e incluso concluye con un mensaje bastante partidista de la ideología dominante e imperante en nuestro país. Pero para entonces, a un humilde servidor ya le ha seducido hasta el éxtasis absoluto una cinta que reboza humildad, encanto y mucha, muchísima, candidez.


Reconocemos ecos de algunos de los títulos del imprescindible Frank Capra, pues estamos ante una comedia sentimental que, pasando por encima algún tenue toque de realismo social (el tema de la emigración del ámbito rural a la gran ciudad se deja sentir en algún que otro momento, así como la corrupción en las altas esferas de poder), desemboca abiertamente en una comedia con tintes fantásticos para resultar un amable y para nada pretencioso canto a la alegría de vivir. A la alegría de vivir como Dios manda, por supuesto. Porque en el fondo, El destino se disculpa viene a ser una película-panfleto de una de las constantes en el ideario del Régimen: la familia como principal institución para el buen desarrollo de cada individuo. A El destino se disculpa se la puede tachar fácilmente de conservadora, sí, y no andaríamos muy desencaminados teniendo en cuenta la postura política de su creador, pero no hay espacio durante su visionado para reprochárselo, porque nos seducen con instantánea facilidad la sencillez, simpatía y ternura que desprenden sus imágenes, donde destaca una factura técnica ciertamente brillante, y cuya puesta en escena brilla por la invisibilidad de todo el artificio cinematográfico, en pos de una verosimilitud fílmica en permanente equilibrio entre el el cuento de hadas y la alta comedia. A este respecto, puede que alguno de sus gags no haya sobrevivido al derrumbe cómico que supone el paso del tiempo, a pesar de la agudeza exhibida en la escritura de los diálogos, pero lo que El destino se disculpa mantiene completamente intacta es su capacidad para conmover y ablandar nuestros duros corazones del siglo XXI. Estamos ante una película bienintencionada en el mejor sentido de la expresión, con la que además no podemos evitar sonreír de manera cómplice gracias al pertinente retrato de alguno de sus personajes secundarios o al inocente despliegue de unos efectos especiales que a nuestros expertos ojos nos pueden resultar pueriles, pero que en la cinta que nos ocupa adquieren no poco encanto y efectismo y, por lo menos, carecen del molesto exceso de ambición del que pecan los efectos digitales en muchas de las producciones actuales. 


Para acabar de redondear el cómputo de aciertos, cuenta la película con el protagonismo absoluto de una de las estrellas por antonomasia de nuestro cine en los años 40, un Rafael Durán para el que El destino se disculpa parece ser un vehículo perfecto, pues encontramos sorprendidos que resulta estupenda la adecuación del intérprete con su personaje cuando le teníamos por un actor en cierto modo limitado. Sin embargo, esta película de Sáenz de Heredia nos invita a variar nuestra opinión, pues Durán efectúa un trabajo sobresaliente sobre ese chico de provincias ciego de ambición por triunfar en la gran ciudad, dando la espalda a la verdadera y cotidiana felicidad. Junto a él, descubrimos entusiasmados a un jovencísimo y apuesto Fernando Fernán Gómez en uno de sus primeros mejores papeles para la gran pantalla, como ese amigo fiel, cauto y perseverante que el genio lleva a cabo con la acostumbrada soltura que luego le convertiría en uno de los imprescindibles de nuestro cine. Durán y Fernán Gómez son los capitanes impagables de una función en la que también destaca un sobrado Manolo Morán, en un papel antipático que literalmente borda, una guapísima y angelical María Esperanza Navarro y, sobre todo, una portentosa y admirable Milagros Leal, evidenciando la excelsa categoría de una actriz que lograba casi sin pestañear si quiera hacer fácil lo difícil. En suma, El destino se disculpa debería ser desde ya un clásico de nuestro cine a reivindicar por cualquier aficionado, una película emotiva y candorosa a la que otorgarle desde ya la alta consideración que se merece.

La Academia premió el mito de Verónica Forqué antes que el de Lorca.


Volvemos a 1987 para valorar cómo se merecen los mejores trabajos interpretativos protagonistas de un año que, como luego sería lamentablemente habitual, pocas actrices lograron disfrutar de papeles de justa importancia dentro de la cinematografía patria. En medio de ese panorama, la Academia contaba con poco margen de maniobra a la hora de elaborar la lista de las tres finalistas a la segunda edición de los Premios Goya. Sin embargo, hay que lamentar el hecho de que se limitase a tres el número final de candidatas, pues se quedaron fuera algunas de las mejores actuaciones femeninas de la década de los 80 y es que 1987 fue un año en el que tuvo que ser muy difícil hacer la pertinente criba. Pero también resulta hasta cierto punto condenable que, aún siendo nominados tres trabajos verdaderamente sobresalientes, resultase premiado el menos meritorio y arriesgado de ellos.


Concretamente nos referimos al protagonismo de la ganadora del Goya a la mejor secundaria del año anterior, Verónica Forqué, en La vida alegre, de su amigo Fernando Colomo, la película que terminó de instaurar las bases definitivas del personaje-tipo al que daría vida en adelante la actriz en la gran pantalla: el de una mujer ingenua y bien pensada, con gestos de niña y una sonrisa entusiasta siempre a punto. En el caso de La vida alegre, se trata de Ana, una doctora que tras conseguir un puesto en la unidad de salud social de enfermedades venéreas se implica a fondo con su trabajo hasta el punto de comenzar a vivir con autonomía fuera de su acomodado matrimonio. La facilidad de la Forqué para hacer de su iluso y algo naif personaje un ente de carne y hueso se hace manifiesta desde la primera escena, hasta el punto de que parece como si no actuara o, en otras palabras, como si hiciese de sí misma. Es asombrosa esta identificación del personaje con la intérprete y viceversa y resulta altamente delicioso contemplar un trabajo a la vez alocado y extrovertido, tanto que parece surgido de una improvisación constante (esos titubeos al parlotear que rozan la tartamudez), como sensato y relajado, fruto de la inteligencia de una actriz que se sabía poseedora de un don especial: una mirada altamente expresiva, un rostro verdaderamente atractivo y un carisma arrollador y sumamente tierno. El éxito de taquilla de la película está justificado por el hecho de que estamos ante una cinta hasta cierto punto emblemática, que aún hoy conserva parte de la frescura que la distinguió de sus coetáneas a finales de los ochenta y a la que ayuda (y mucho) el trabajo llevado a cabo por una Forqué que destila naturalidad por los cuatro costados. No obstante, y sin desmerecer el loado trabajo de la actriz, como señalábamos al principio, la actuación de Verónica Forqué no es, de lejos, la mejor de las finalistas a aquél segundo Goya a la mejor actriz.

Ganadora de la Concha de Plata a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián, así como de su segundo Fotogramas de Plata, la Victoria Abril de El Lute (camina o revienta), de nuevo con su mentor Vicente Aranda, en un papel inconfundiblemente ingrato, adscrito a un realismo sórdido, merecía mucho más que la Forqué aquél Goya, que suponía además su segunda nominación consecutiva a la mejor actriz. Sobre todo porque la actriz hacía suyo con pasmosa facilidad un personaje diametralmente distinto tanto a su persona como a todo lo que había hecho con anterioridad y, aunque la película pertenezca por derecho propio a su compañero en el reparto Imanol Arias, tal como ocurría también en Tiempo de silencio, las intervenciones de la Abril resultan impagables, sumamente sobrecogedoras por el verismo que desprenden esos ojos rabiosos y esos ademanes y gestos embrutecidos, con mención especial también a ese acento merchero que, de tan auténtico que resulta, ofrece un retrato de su Chelo absolutamente cercano y reconocible. El mérito primordial de la actriz es que, con un dominio de la naturalidad realmente pasmoso, lograba escapar del cliché arrabalero y chabacano en el que podría haber caído fácilmente su actuación. Valgan de ello dos ejemplos en los que la estrella nos obsequia con dos auténticos recitales llenos de carácter y veracidad: la secuencia en la que la actriz, presa de los dolores de parto, vela también por la seguridad de su canasto en plena calle y, sobre todo, su forcejeo con las autoridades durante su primera detención, con bebé en brazos incluido. Si su primera nominación al Goya podía resultar desmedida debido al limitado tiempo del que disfrutaba en pantalla, con El Lute (camina o revienta), Victoria Abril se ganó merecidamente su segunda nominación a la mejor actriz, aun no siendo su tiempo en pantalla mucho mayor al de su intervención en Tiempo de silencio.

Pero sobre ambas, el Goya a la mejor actriz de 1987 debía haber ido a parar a las expertas manos de Irene Gutiérrez Caba, absolutamente demoledora en La casa de Bernarda Alba, de Mario Camus. Nada menos que una de las más importantes damas del teatro español, con una filmografía exigua, fue la elegida para "representar" ante las cámaras el personaje titular de uno de los hitos del teatro español de todos los tiempos, la matrona dominante y mandona que, con toda la crueldad del mundo, obliga a sus cinco hijas a guardar el luto de su marido durante ocho años, manteniéndolas a todas encerradas entre las paredes de una casa que lentamente irá fraguando una descomunal tragedia. Su primera aparición en la pantalla, de espaldas en un luto riguroso, apoyada sobre su implacable bastón frente al féretro de su marido durante la misa de réquiem, arroja ya una certera idea de quién es Bernarda Alba. Sólo la rígida y soberana postura de la actriz da fe del carácter castrense de esa mujer que no se permite el lujo de derrumbarse ni en un momento tan difícil como ese. Más que el del marido, parece estar ante el entierro de un perro pordiosero. Ahí se encuentra la clave para entender toda la actuación de la actriz en La casa de Bernarda Alba: su frialdad, su endemoniada dureza, su represiva tiranía, quedan sintetizados en esa postura de implacable dignidad. Con semejante presentación, la Bernarda de Gutiérrez Caba no puede más que ascender de un plumazo a la perfección más absoluta durante el resto del metraje. No hay en el trabajo de la actriz reproche alguno que hacerle: su voz áspera, que cruza como un rayo la escena cada vez que resuena, está llena de un veneno atroz, que se extiende por el aire hasta colarse por los poros de las hijas; esos ojos azules que parecen dos bolas de fuego cuando la rabia los consumen y que serían capaces de acuchillar a cualquiera en un airado instante, expresan una punzante autoridad, insoportablemente estricta, capaz de acallar a una muchedumbre enfebrecida con un ligero vistazo; ese rictus avinagrado en permanente y acechante vigilancia, que hiela la sangre tras la impresión de que debajo de esa mirada, de esa piel blanquecina y decrépita, de esa agria impasibilidad en su presencia fílmica, no existe atisbo alguno de sentimientos. Estamos no ante una "representación" de la despótica protagonista 'lorquiana', sino ante la "encarnación" afilada, cruda y veraz de Bernarda Alba. La fuerza y el carácter amargo de la mujer andaluza y represora del original hechos carne en la diminuta y frágil figura de una intérprete sin igual, de una actriz colmada de recursos, de una artista capaz de hacer suya la maldad irrespirable de su personaje con total impunidad. Estamos ante una auténtica creación artística, ante la máxima exposición de talento que uno pueda llegar a imaginar delante de una cámara. Y, en definitiva, ante un error mayúsculo al comprobar cómo un trabajo como el realizado por Irene Gutiérrez Caba fue pasado por alto por los académicos a la hora de elegir la destinataria del Goya a la mejor actriz, al que, exiguo reconocimiento, era candidata.

Las Olvidadas.

Y si la lista de candidatas jugaba a gran altura, la de las olvidadas en aquella segunda edición goyesca no se queda atrás. Víctima del alarmante olvido sufrido por La ley del deseo, de Pedro Almodóvar, Carmen Maura volvió a ser ignorada por segundo año consecutivo a unos premios que pasaban una vez más por alto la gran categoría de la estrella. Apechugaba con el protagonismo “femenino” de la película más masculina de Almodóvar hasta la fecha, una transexual con ferviente instinto maternal y un extremo odio hacia los hombres, actuación que se erigió pronto en toda una lección de interpretación de primera clase: en el aspecto externo, esa voz agravada, masculinizada, ese excesivo afeminamiento y ese impostado glamour, que no consiguen ocultar la humilde y casi ordinaria condición de su personaje; y, en el interno, una constante tensión que pugna por salirse al exterior incluso en los momentos más triviales de su actuación y que sólo parece abandonar a la actriz en la mítica secuencia del riego nocturno antes del bálsamo final que supone el espléndido monólogo que se marca ante su amnésico hermano protagonista, jalonado por una conmovedora emoción. Premiada en el Festival de Cine de Bogotá, por la revista de cine italiana "Ciak" y con otro Fotogramas de Plata a la mejor actriz de cine, pero inexcusablemente ignorada por la Academia, Carmen Maura regaló para la Historia del Cine Español una soberbia interpretación que se cuenta ya entre las mejores de la década.

Algo similar a lo ocurrido en el caso de la otrora estrella de nuestra cinematografía Emma Penella, bastante desaparecida de los platós hacia finales de los ochenta y a la que, para sorpresa de todos, el irreverente Eloy de la Iglesia le ofreció un papel a su medida en esa comedia de tintes marcadamente toscos llamada La estanquera de Vallecas. Haciendo uso y abuso de su inmensidad artística, Emma Penella realizó el que probablemente sea uno de sus mejores cometidos para la pantalla grande dando vida a esta estanquera víctima de un atraco chapucero y de un posterior reclutamiento en su propia casa con los dos atracadores. Acorde con la situación límite en la que le toca jugar, la Penella se excede para bien en su creación, propinando toda una lección de carácter, de fuerza cinematográfica muy en desuso ya a finales de los ochenta. Con astucia desinhibida, la actriz se retuerce en escena profiriendo chillidos a través de esa voz ronca de inconfundible atractivo, desenvolviéndose con desorbitado temperamento y exprimiendo al máximo su estilo interpretativo (que nunca fue más basto) en los momentos de tensión, lo que aporta la necesaria carga castiza que constriñe a su personaje. Se muestra la intérprete en cada una de sus intervenciones con una aplastante holgura, desplegándose por la escena como un terremoto de arrolladora contundencia, soltándose las riendas del pudor con brutal eficacia y dando forma a un tono cómico de esperpéntica gallardía. Y, por si esto fuera poco, se permite también el lujo de relajar su registro, de suavizar enteramente esa agresividad expresiva que la caracteriza, para componer con delicada ternura y no poca hondura humana el progresivo afecto que va naciendo en su personaje hacia los captores, expuesto sin tapujos a través de una minuciosidad gestual que contrasta notablemente con los soberbios alardes que habían primado en todo su trabajo anterior. A este respecto es de destacar la emocionante actuación brindada por la actriz en la última secuencia de la película, cuando no puede contener las lágrimas ante la detención de los atracadores. Estamos ante una auténtica performance construida en clave naturalista, gratificantemente gesticulante, con un soberano apego a la tierra, a las raíces de las que nace esa borbotónica energía que domina a las mujeres populares. Un trabajo que se mantiene durante toda la función por encima de la pretenciosidad narrativa equivocadamente enfática exhibida por el cineasta y que merecía, sin lugar a dudas, una nominación al Goya a la mejor actriz que premiara como es debido el espectacular torrente artístico exhibido por la Penella en La estanquera de Vallecas.

Otra grande que obtenía un personaje a la altura de su talento aquel año era la infravalorada Florinda Chico, a la que le tocó en suerte uno de los personajes esenciales de la adaptación al cine de la obra La casa de Bernarda Alba. La Poncia de Federico García Lorca la volvía a vestir de criada, pero esta vez manejaba el embrujo poético del texto del poeta granadino. Con semejante material, no resulta un esfuerzo dejarse la piel por dar entidad dramática a un papel. Florinda Chico se desprendía de la actitud casposa que había venido protagonizando a lo largo de su extensa trayectoria y, sin abandonar el pueblo, sin renunciar a las raíces de las que nace el universo de Lorca, dio vida a La Poncia sumida en una profunda humildad, inundando la pantalla con su enorme presencia y su aún más imponente sabiduría de actriz. Sólo la larga escena que abre la obra original permite a la actriz en su trasvase cinematográfico un deslumbrante despliegue del arsenal dramático que lleva consigo. Ahí vemos a la verdadera Poncia, a esa mujer servicial y afanosa, que no se muerde la lengua y llama a las cosas por su nombre. Una mujer íntegra y humilde que no vacilaría a la hora de plantar cara a Bernarda aunque el decoro y la deuda que tiene con su ama la silencien, obligándola a actuar de espaldas, insinuando verdades, que quien advierte no es traidor. Es la suya una presencia perpetua en la película de Mario Camus: la actriz actúa como sujeto pasivo, como un mero testigo de los acontecimientos en los que no puede tomar partido, aunque se esfuerce en conciliar a ambas partes: a través de sermones a las efervescentes hijas y sinceras advertencias a la ciega sinrazón de la madre. Florinda Chico aguanta sus intervenciones con una estoica sobriedad, dejando traslucir el sumo respeto, por no decir cariño, que su personaje profesa a la familia. El enorme carácter imprimido a cada paso de su deambular por esa casa en penumbras sostiene con firmeza la perfección de un trabajo supremo, de una composición de ajustada caligrafía en la que no sobra ni falta nada y en la que las réplicas que escribiera Lorca para su personaje suenan con potencia tensional e hiriente contención, consecuencia visible de la enorme confianza que posee la intérprete en sí misma. Aparece agria, dura como una roca, con una sutil intensidad dominadora en sus ojos, esa que otorga el saberse en posesión de la razón y la lógica. Es el suyo un retrato exacto de la mujer de pueblo, de la intachable dignidad de esa mujer de costumbres apegada a los recuerdos y a los antepasados, a la que no resulta difícil adivinar qué se cuece en los pechos de las jóvenes porque ella sigue siendo, ante todo, una mujer con vísceras removiéndose en su interior. Una mujer sabia, cauta, de esas que huelen la tormenta en el viento y mascan la tragedia a través de los ladridos de los perros, que en las manos de esta formidable intérprete, de natural y experta desenvoltura, se hace inolvidable. Injusto resulta que una interpretación tan soberbia no figurara entre las finalistas al Goya a la mejor actriz, aunque la nominación de su compañera de reparto, Irene Gutiérrez Caba, ensombreciera visiblemente las posibilidades de Florinda Chico.

En otro nivel a las anteriormente mencionadas, tampoco debemos olvidar el olvido padecido por Rosa María Sardá en su primer papel importante, que se lo dio el director que mejor provecho ha sabido sacar siempre a nuestros cómicos: Luis García Berlanga, en Moros y cristianos. Para el que compuso ya una de sus luego famosas señoras pudientes, frívolas y mezquinas en una parodia de las mismas francamente desternillante. Esa política a la que una noche se le presentan en Madrid toda su familia turronera y cateta pidiéndole ayuda mientras prepara una campaña para diputada parece, una vez vista la película, un personaje escrito exclusivamente para ella y es que la fabulosa exposición que realiza la actriz de la miserable y ruin condición de su rol resulta soberbia. Sin perder una pizca de clase y con una tronchante mala uva escapándose por cada una de sus intervenciones, la Sardá se adueñaba de la pantalla y se hacía indispensable en Moros y cristianos, razón por la que bien merecía una nominación al Goya a la mejor actriz.

Por último, apuntamos a la bellísima Ángela Molina, por su protagonismo en Laura (del cielo llega la noche), de Gonzalo Herralde, drama prácticamente desaparecido hoy en día, que en actoresSinVergüenza hemos buscado por doquier y nos hubiera gustado llegar a visionar para una más certera redacción de este repaso a los mejores trabajos femeninos protagonistas de 1987, pero cuyas reseñas hemos consultado destacan el notable trabajo de sus intérpretes protagonistas. Nos quedamos con las ganas de visionar este trabajo de la Molina, que por aquella época disfrutaba de su mejor momento interpretativo.

viernes, 19 de abril de 2013

Sacristán se hace con su tercer Sant Jordi y Dolera con su primer premio importante.

Ahora sí que sí podemos afirmar que el 2012 es un año que pertenece, por derecho propio, a José Sacristán y es que el veterano intérprete lo ha venido ganando todo (o casi todo) desde mucho antes de que comenzara la temporada de premios. Ya el pasado septiembre se hacía con su segundo premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián por su espléndido trabajo en El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, película que además le brindó la oportunidad de ganar un más que merecido Goya al mejor actor, en la que era su primera nominación (una deuda que la Academia pagaba al fin). Pero su otra película del año, la estupenda Madrid, 1987 (2011), de David Trueba, tampoco ha dejado de reportarle alegrías. Dejando a un lado las excelentes críticas recibidas por su trabajo (literalmente, impagable), Madrid, 1987 le dejó a las puertas de ganar un Premio del CEC y le ha reportado su tercer Premio Sant Jordi al mejor actor (posee dos anteriores ganados en los años 70), que concede cada año RNE a través de su delegación en Barcelona y que elige un jurado compuesto por distintos críticos de cine. El pasado 15 de abril, se le hacía entrega de un premio cuyo fallo se conocía hace ya unos meses y que tiene el honor de ser el premio cinematográfico más antiguo de nuestra industria que sigue vigente en la actualidad.


El premio Sant Jordi a la mejor actriz del año 2012 ha ido a parar, de manera insólita, a las manos de la joven Leticia Dolera. Decimos de manera insólita pues el Sant Jordi significa el primer premio cinematográfico importante para una intérprete que no contó en las quinielas de la pasada temporada de premios. Desde actoresSinVergüenza nos alegramos enormemente de este reconocimiento merecido gracias a la enorme y entusiasta versatilidad demostrada por la actriz a lo largo de 2012, donde primeramente nos conmovió con muy pocos elementos en la bonita De tu ventana a la mía (2011), de Paula Ortiz, y más tarde nos dejó a todos absolutamente perplejos sacándose de la manga (y de ese cuerpecito frágil) una interpretación descomunalmente salvaje, inmensa y pasmosamente expresiva, en la fantástica [·REC]3 Génesis, de Paco Plaza. Merecido este Sant Jordi por ambos trabajos, primero porque viene a paliar el injusto olvido sufrido por el último en el resto de premios cinematográficos y, segundo, porque reconoce la categoría de una intérprete a la que deberíamos empezar a tener mucho más en cuenta.


Los premios al mejor director y a la mejor película han venido a ratificar lo que todos ya sabíamos debido al reparto de anteriores galardones en nuestra cinematografía: las grandes cintas (en todos los sentidos) del pasado año fueron Lo imposible (Sant Jordi al mejor director) y Blancanieves (mejor película). Como cada año (y cada galardón que se precie), los Sant Jordi también conceden un premio honorífico, que esta edición ha ido a parar a las veteranas y seguras manos de un grande de la interpretación, nada menos que Emilio Gutiérrez Caba. Pronto, debido a este homenaje maravilloso, dedicaremos un amplio recorrido a la trayectoria de tan importante y espléndido intérprete de nuestro cine.

"Somos gente honrada" ya presume de tráiler.

Ya hemos visto la pinta que tiene (muy buena) otra de las cintas a concurso dentro de la Sección Oficial del 16º Festival de Málaga Cine Español. Se trata de Somos gente honrada, ópera prima de Alejandro Marzoa, que producen El Terrat y Vaca Films, en colaboración con Persona Non Grata Pictures (Portugal) y que cuenta con la participación de TVE, Televisió de Catalunya (TVC), el ICAA y el ICEC, así como también del programa Base New Talent de la ESCAC.


La película, rodada durante cinco semanas del pasado verano de 2012 íntegramente en localizaciones de A Coruña, nos pondrá en la piel de Carlos y Miguel, dos padres de familia y amigos de toda la vida, que no pasan por su mejor momento: con los cincuenta ya cumplidos, están sin trabajo y sin dinero. Cuando la situación es prácticamente insostenible es cuando sucede el milagro: en un día de pesca, se encuentran un paquete con diez kilos de cocaína. Los dos amigos deciden comenzar a vender la droga para conseguir salir de la miseria que están viviendo. Pero el dilema moral no es su único problema: ¿qué saben dos cincuentones como ellos del negocio de la cocaína?

Marzoa junto a De Lira y Tous en un momento del rodaje.

A Carlos y Miguel les darán vida en la pantalla el televisivo Paco Tous y el secundario gallego Miguel de Lira, que ya coincidieron en la serie Los hombres de Paco (2008-2010) y que podrían encontrar en Somos gente honrada el empujón definitivo para una más continuada y destacada trayectoria cinematográfica. Les secundan el siempre convincente Unax Ugalde, la magnífica Manuela Vellés y la estupenda secundaria (tanto en cine como en televisión) Marisol Membrillo, veterana actriz cordobesa que apunta maneras de ser lo mejor de la película tras ver el tráiler.


La película, cuya canción original han compuesto el dúo Estopa bajo el título "Somos gente honrada", podrá verse el martes que viene, día 23 de abril, en la ciudad andaluza y cuenta ya con fecha oficial de estreno en salas para el próximo 7 de junio. Mientras tanto, nos quedamos con un tráiler bastante jugoso que huele a Premio del Público en Málaga.

Demasiadas novedades para un fin de semana lúgubre por el cierre de Alta Films


¡¡Ya es viernes!! Aunque esta semana no estamos muy de enhorabuena. Vale, sí, ha llegado el buen tiempo. Por fin disfrutamos de la temperatura y el clima propios de la estación en la que vivimos. Pero no estamos aquí para dar el parte metereológico, sino para contaros qué novedades llegan a las salas de cine. Y decíamos que no estamos de enhorabuena sobre todo porque este fin de semana llega tras la terrible conmoción sufrida ayer por el mundo del cine español, que vuelve a estar de luto. Esta vez no nos ha dejado ninguna estrella ni ningún director, sino que abandona este duro negocio que es el Cine en España una distribuidora de alta categoría: Alta Films, propiedad de Enrique González Macho (presidente también de la Academia de Cine) echa el cierre. La noticia nos sacudía ayer mismo por la mañana. Alta Films no ha podido contra una crisis generalizada en el sector y que se ha venido cebando muy especialmente con el ámbito de negocio de la productora, distribuidora y exhibidora: el cine de autor español y extranjero. De este modo, se cierra una ventana en nuestro país a un tipo de cine diferente, minoritario, pero mil veces más válido que el que circula por ámbitos más convencionales. Una ventana que enclaustra, aún más si cabe, el precario estado de la Cultura en nuestro agónico país. Con el cierre de Alta Films no sólo se pone en peligro la llegada a las salas de un tipo de cine que sin su respaldo ahora lo va a tener aún más difícil para su distribución en nuestro territorio, sino que además corre peligro la cadena de exhibición propiedad de la empresa, los fundamentales Cines Renoir, auténticos y gratificantes oasis en la exhibición cinematográfica de cine independiente en España. Una mala noticia que llega después de conocer los malos resultados obtenidos en su fin de semana de estreno por la última (y gran) apuesta de la compañía, Alacrán enamorado y justo antes de un fin de semana en verdad desalentador, repleto de muchos y muy variados estrenos, alguno que otro de mediano interés procedente de la macropoderosa Hollywood, y donde no destaca, en modo alguno, el título español que apuesta por aventurarse a una más que probable exigua carrera comercial.

La peli del finde.


Presente en la Sección Oficial del pasado Festival Internacional de Gijón 2012, donde no levantó un significativo entusiasmo, llega a los cines (sin mucho ruido, obviamente) La venta del paraíso, nueva película "a contracorriente" de Emilio Ruiz Barrachina, que ha optado esta vez por darle a su cinta el aspecto de cierto realismo mágico para contar la historia del viaje de una joven mexicana en busca de una vida mejor en España y que se tiñe de un inconfundible aroma surrealista gracias a los encuentros y desencuentros a los que tendrá que hacer frente en nuestro país con una galería de personajes ciertamente estrambóticos: un mendigo que sueña en arpegios, un cura con una cruz capaz de disparar balas y una posadera que encubre un negocio de línea caliente, en el que trabaja el personaje al que encarna Mariví Bilbao, recientemente fallecida. Aparte de contener el último trabajo llevado a cabo por Bilbao ante una cámara, La venta del paraíso cuenta con la mexicana Ana Claudia Talancón en el papel protagonista, secundada por un reparto lleno de caras conocidas, aunque un tanto devaluadas (cinematográficamente hablando), como Carlos Iglesias, Jorge Roelas, María Garralón, Juanjo Puigcorbé (desconcertantemente travestido), Saturnino García, Lola Marceli, Txema Blasco o William Miller. La película está basada en la novela homónima que Barrachina presentó en 2005.

¿Bienvenido, Mr. Marshall?

No sé muy bien qué deciros, queridos amigos y amigas. De primeras, el que un director de la categoría de Gus Van Sant estrene película siempre es digno de remarcar. En este caso, toca guión de Matt Damon y John Krasinski, principales intérpretes de Promise Land (Tierra prometida), de la misma manera que en su momento Van Sant accedió al cine digamos mainstream gracias al guión escrito entre Damon y Ben Affleck (ganadores del Oscar) de Good Will Hunting (El indomable Will Hunting) (1997). Van Sant es de lejos uno de los directores mejor y más justamente valorados de Estados Unidos, pero Tierra prometida guarda un tufillo a telefilme un tanto sospechoso. La historia se centra en el personaje de Damon, Steve Butler, un ejecutivo de una gran empresa, que llega a un pueblo para comprar los derechos de perforación a los propietarios de las tierras, casi todos ganaderos. En esa población, asolada por la crisis económica de los últimos años, Steve intentará convencer a la gente de los beneficios de perforar sus tierras, pero también tendrá ocasión de reconsiderar lo que ha sido su vida hasta ese momento. Vale, sí, habrá que darle un voto de confianza a un director de su valía, que a buen seguro no defrauda, pero tras los comentarios bastante tibios recibidos por la película en su presentación oficial en el pasado Festival de Berlín de dónde salió con una (triste) Mención Especial del Jurado, a uno le da por pensar que no estamos ante la mejor película del director de Elephant (2004). Cuenta, a pesar de todo, con un gancho difícil de pasar por alto para un servidor y es la recuperación para la gran pantalla, además en un papel bastante lucido, de la magnífica actriz Frances McDormand.

Ciertamente estoy desconcertado. Desconcertado conmigo mismo. Resulta que me atrae el estreno de Warm Bodies, titulada horriblemente para su distribución en nuestro país como Memorias de un zombie adolescente. Claro, que entiendo algo más mi asombro cuando descubro que detrás de ella se encuentra el responsable de esa interesante comedia que fue 50/50 (2011): Jonathan Levine. La película es una descarada comedia romántica adolescente que se atreve, además, a darle la vuelta a un mito moderno como el de los zombies dentro de un género, el de terror, que lo ha explotado hasta la saciedad. La cosa no deja de tener su gracia y la crítica estadounidense, tan entusiasta siempre que alguien es tan "valiente" como para vulnerar las normas de lo establecido (debe ser que no ven mucho cine europeo o asíático, por ejemplo), la ha colmado de elogios desde todos los frentes: desde la influyente Entertainment Weekly hasta la revista Time, pasando por publicaciones del prestigio de Los Angeles Times o el New York Times. Auténtico bombazo de taquilla en USA, está protagonizada por una pareja de actores desconocidos a los que secunda el siempre perfecto e interesante John Malkovich y cuenta con el trabajo del director de fotografía español Javier Aguirresarobe.

El último de los estrenos norteamericanos que nos visitan este fin de semana llega para terminar de descolocarnos sobremanera. Se trata de la pastelada Save Haven (Un lugar donde refugiarse), que adapta la novela de Nicholas Sparks, célebre autor gracias a El diario de Noa. Hasta aquí, tufillo de cine poco exigente y hasta vomitivo, si no fuera porque la firma un veterano como Lasse Hallström, director de cintas muy similares en tono a la que ahora nos ocupa, como Las normas de la casa de la sidra (1999), Chocolat (2000) o la más reciente La pesca del salmón en Yemen (2011) y que con Un lugar donde refugiarse ve, más que nunca, ninguneado su oficio (porque Hallström es un director de muy buen oficio, pero nunca un especial talento) al afrontar un material de estas características, en donde se nos cuenta la edulcorada historia de amor que surge entre una bella joven con un oscuro pasado y un apuesto viudo en un pequeño pueblo costero de Carolina del Norte. En fin... ¡allá que vamos al cine a ver la del zombie adolescente esa! Obviamente, la crítica la ha literalmente vapuleado (ahí os dejo algunos links de interés, como el de el New York Observer o el del Daily Telegraph) y a nosotros directamente nos repele una película cuya publicidad parece responder más a las exigencias de un anuncio de perfume (porque lo que prima en su campaña es el alardeado atractivo físico de su pareja protagonista). Si aún conservábamos alguna esperanza sobre Hallström, creo que este 2013 acabamos de desterrarla de nuestra memoria cinéfila.

Con más ruido que furia llega a las pantallas la esperada co-producción entre Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Brasil, On the Road (En el camino) (2012), la célebre adaptación de la fundamental novela itinerante del mismo título de Jack Kerouac que desde su publicación a finales de los años 50 ha contado con prestigiosos pretendientes cinematográficos como Francis Ford Coppolla, Joel Schumacher o Gus Van Sant, pero que finalmente ha terminado firmando el brasileño Walter Salles, famoso por la estupenda Diarios de motocicleta (2004). La película, debido a la complejidad misma de una (imposible) transcripción literal de la novela, opta por intentar atrapar algo tan difícil de plasmar en imágenes como es el espíritu del texto original. Y, claro, ahí es donde la versión fílmica de En el camino naufraga en todos los sentidos. Vista en el Festival de Cannes 2012, de donde salió con bastantes detractores, como nuestros críticos españoles de cabecera, Carlos Boyero en El País y Luis Martínez en El Mundo, y ningún premio, la película además se permite el lujo de dar mucha mayor cancha a los muy secundarios personajes femeninos en el libro, sólo para que se luzcan las famosas actrices que les dan vida: Kristen Stewart, Kirsten Dunst o Amy Adams. En otras palabras, una ocasión perdida y, como suele ocurrir muchas veces, mejor releer o descubrir el libro que pagar por ver la película.

También de Brasil nos llega esta semana un producto del todo diferente al anterior. Se trata de O palhaço (El payaso) (2011), de Selton Mello, donde el propio director se mete en la piel de uno de los miembros de una fabulosa pareja de payasos y donde Benjamim (Mello) es un payaso sin documento de identidad ni certificado de residencia. Lleva una vida ambulante en compañia del divertido grupo del circo Esperanza. Pero Benjamim cree que perdió la gracia en una aventura vivida durante un sueño. Según palabras textuales de Carlos Tejada en su crítica a la película en el nº432 de la fundamental revista Dirigido por... estamos ante "una fábula sugerente y equilibrada, rebosante de matices y salpicada con notas de humor, a veces surrealista, y otras algo más dramáticas, pero un drama contenido, más bien tragicómico". Ganadora de nada menos que 12 premios de la Academia de Cine de Brasil, representante de su país a los Oscar, la película pasará lamentablemente desapercibida entre el maremagnum de estrenos en inglés de este fin de semana.

Cruzamos el charco de vuelta a Europa para afrontar de lleno los últimos tres títulos que se estrenan en las marquesinas españolas: dos procedentes de la vecina Francia y un tercero parido por Dinamarca. Nana (2011), ópera prima de Valérie Massadian, nos cuenta la historia del personaje titular, una niña de cuatro años que vive con su madre en una casa en el bosque. Una tarde, cuando vuelve del colegio, descubre la soledad: su madre no está y todo es silencio. A partir de entonces no tendrá más remedio que arreglárselas por sí misma, utilizando su precoz libertad para adueñarse del mundo. La película llega a las salas españolas sin levantar mucha expectación, a pesar de las críticas ligeramente positivas que hemos podido encontrar sobre ella en el New York Times o en el Seattle Times. El otro estreno francés de la semana nos devuelve a la primera línea de fuego a la monumental Monica Belucci. Se trata de Un été brûlant (Un verano ardiente) (2011), de Philippe Garrel, cuya presentación oficial en el Festival de Venecia 2011 se saldó con una acogida, en general, favorable, aunque su recepción posterior ha ido siendo más visiblemente negativa, como vaticinaba Boyero en El País. Su sinopsis es la siguiente: Paul conoce a un pintor llamado Frédéric que está profundamente enamorado de su pareja, la bella actriz Angèle. Paul acude a verla a un rodaje y se fija en otra mujer: Élisabeth. Las dos parejas deciden pasar unos días en Roma para conocerse mejor. Pero la aparición de otro personaje, Roland, provocará la ruptura de Angèle con Frédéric y el inicio de una tormenta de verano que tendrá consecuencias imprevisibles.


Por último, cerramos este nuevo capítulo de estrenos con el aterrizaje, casi un año después, de una de las cintas triunfadoras de la pasada edición del Festival de Cannes, Jagten (The Hunt/La caza) (2012), del prestigioso Thomas Vinterberg. La película, que ganó el premio al Mejor Actor del Festival para su protagonista, Mads Mikkelsen, una auténtica estrella en su país, nos pone en la piel de Lucas, de cuarenta años, que tras un divorcio difícil, ha encontrado una nueva novia, un nuevo trabajo y se dispone a reconstruir su relación con Marcus, su hijo adolescente. Hasta que un leve comentario, una mentira fortuita, destapa el rumor de posibles abusos sexuales y que se extenderá como la pólvora entre la pequeña comunidad en la que vive. Indiscutiblemente bien recibida por la prensa internacional, ahí quedan las opiniones vertidas en Hollywood Reporter, la británica Empire Magazine o el español Gregorio Belinchón en El País, sin lugar a dudas nos encontramos ante el estreno más certeramente interesante del presente fin de semana, aunque sólo sea por asistir al despliegue dramático de su afamado protagonista, que aún tiene en nuestras carteleras la espléndida rareza que supone la existencia de una película como Un asunto real (2012), de Nikolaj Arcel.


Concluimos aquí este breve y rapidísimo repaso a los (demasiados) estrenos de este fin de semana, invitándoos a elegir alguno de los Cines Renoir, a modo de homenaje a la triste noticia que comentábamos al principio, para ver la película que se os antoje ver de la muy variada y completa oferta que pulula por nuestras marquesinas (si es cine independiente y en VOS, mucho mejor).

¡¡¡Un saludo, SinVergüenzas!!!

jueves, 18 de abril de 2013

Miguel Ángel Silvestre no ha vuelto a marcar "La distancia".

Con Alacrán enamorado, de Santiago A. Zannou, recién aterrizada en las salas comerciales, nos acordamos de las altas y esperanzadoras expectativas que nos hicimos en su momento sobre uno de sus actores protagonistas, el luego ídolo de adolescentes Miguel Ángel Silvestre. Y no es que el actor no merezca tremendas expectativas, sino que sus trabajos más recientes apenas han permitido aflorar todo el talento que intuíamos allá por el año 2006, cuando se presentaba en sociedad La distancia, thriller de Iñaki Dorronsoro, que permanece todavía como el mejor trabajo llevado a cabo por la estrella para la gran pantalla. 


Aunque este castellonés ya había brillado con luz propia dentro del heterogéneo reparto de Vida y color (2005), del debutante Santiago Tabernero, no fue hasta La distancia, otra ópera prima, cuando tuvo la oportunidad de desplegar todo su potencial en un papel netamente protagonista, después de haber pasado una pequeña temporada en televisión. Con su personaje en La distancia, Miguel Ángel Silvestre se colocó en el punto de mira de todos los analistas y especialistas. Y no es para menos. Su actuación (remarcada con envidiables alabanzas en la prensa) no parecía propia de un intérprete con tan poca experiencia como la que él tenía, más aún teniendo en cuenta que se trata de un personaje llevado muy al límite: un boxeador encarcelado, que comete un asesinato en prisión para poder salir cuanto antes gracias al chantaje al que le somete un policía corrupto, y que una vez fuera, busca a la mujer del hombre que mató para acabar enamorándose de ella mientras soporta las amenazas constantes del policía con oscuro pasado. En un tono lúgubre, Silvestre deambula por un abanico inmenso de registros durante un metraje que soporta estoicamente en sus fuertes espaldas. Sereno, cálido, tímido por momentos, amoroso y tierno, muda de pronto a un tipo seco y amenazante, para cambiar incluso en el mismo plano a una inseguridad descorazonadora, a un miedo atroz que se torna desesperación en cuestión de segundos. 


De físico rotundo, enormemente atractivo para la cámara gracias a una mirada explosiva y ferozmente elocuente, el intérprete dejaba traslucir a través de su rostro el sentimiento de culpa que le atormenta al personaje, el hipnótico deslumbramiento en el que va cayendo ante la presencia de la joven viuda, el miedo constante hacia una permanente amenaza de muerte a la que se encuentra sometido, y, finalmente, una rabia incontestable que sólo aflora en los combates de boxeo. La rabia da pronto paso a un derrumbe moral y emocional que congela la sangre. Sólo el dominio impecable que sobre sus emociones poseen los intérpretes más expertos podría lograr acometer tal catálogo de sentimientos de manera verosímil. Un novel apenas podría llegar más allá de una correcta y plausible asimilación de tantos y tan diferentes estados de ánimo. Silvestre no se conforma con ello y se funde con su personaje, le deja que le coma las entrañas y desde ahí lo saca fuera, en un inusual ejercicio de perfección dramática que lo situó de la noche a la mañana como uno de los mejores actores de la nueva hornada.


Sin excesos, sin estridencias, con la 'verdad' por delante en cada plano y con una absoluta falta de juicios y temores, Miguel Ángel Silvestre se desnudó como un robusto animal cinematográfico en un caso que apenas tiene precedentes en nuestra cinematografía (tal vez sólo comparable con el de Javier Bardem a principios de la década de los noventa), convirtiéndose en uno de los principales y más importantes olvidos de los muchos que tuvieron los académicos a la hora de elegir a sus nominados aquella edición del 2006. Por desgracia, la posterior trayectoria del intérprete le ha permitido afianzarse como uno de los reclamos publicitarios más destacados del cine patrio, sobre todo gracias a sus éxitos en la pequeña pantalla, pero no le ha dado la oportunidad de lucir como merecemos, abnegados espectadores, un talento que nos disuada de pensar que con lo conseguido en La distancia estábamos ante otro frustrante espejismo.


Fin de semana nefasto para un cine español en alarmante declive.

Hemos dejado atrás el peor fin de semana de la historia para la taquilla española. Ha sido, con mucha diferencia, el primer fin de semana del año con buen tiempo y los españoles han optado por saborearlo antes de meterse en una sala oscura. La recaudación total ha sido de solo 5,3 millones de €, el peor dato desde hace nueve meses. Y el 42% del total del mercado ha ido a parar a las arcas del mastodóntico estreno del finde, con 516 pantallas, Oblivion, que ha recaudado él solito 2,25 millones de €, convirtiéndose de paso en el cuarto mejor estreno de lo que llevamos de año, tras Mamá, Django desencadenado y la reciente Los Croods, que no ha podido resistir el envite de la máquina de hacer dinero Tom Cruise y ha caído un 59%, abandonando el primer puesto del ránking y recaudando sólo 578.000€, pero alcanzando una cifra total de 11,11 millones, lo que la convierte en el título más taquillero del año, con notable diferencia.



Y en medio de este panorama tan desolador, ¿cómo le habrá ido a los distintos títulos nacionales a su paso por las carteleras? Pues, ciertamente, peor de lo esperado. Así, la gran apuesta de nuestra cinematografía para este segundo trimestre ha sorprendido por la escasa atención que ha despertado. Podemos echarle la culpa al buen tiempo y ejemplificarlo con las pésimas cifras generales de venta de entradas, pero también es cierto que Alacrán enamorado, de Santiago A. Zannou, parece no haber sabido encontrar su público. Si en nuestra crítica a la película planteábamos como su principal error cierta indefinición narrativa, quizás esto se pueda extrapolar también a su audiencia. La segunda cinta de Zannou llegaba a los cines con un despliegue nada habitual para este tipo de productos, 206 copias de salida y una aceptable y ruidosa campaña promocional. Cuenta además en su reparto con dos de los más destacados ídolos del público adolescente español (Álex González y Miguel Ángel Silvestre) y la presencia de prestigio que aportan los hermanos Bardem a un público más adulto, todos ellos para una trama de interés social que no ha sabido llegar ni a unos ni a otros, quizás por tratarse de un producto alejado de los cauces más convencionales. En total, sólo 20.000 espectadores se han acercado a los cines a ver Alacrán enamorado, que se estrella en la tabla con la peor entrada de un título español en lo que va de año, en la séptima plaza. Con una recaudación de 146.400€ y una media por sala de 711€, la cinta de Zannou protagoniza el primer gran fiasco de nuestro cine en 2013 y es que comparados con los estimados 500.000€ que se preveían antes de su estreno, la cifra real resulta un mal dato en todos los sentidos. Quizás un estimable boca-oreja logre solventar este primer mal paso por las carteleras de una película que, siendo muy optimistas, aún podría alcanzar una recaudación total de 400.000€, ciertamente una minucia comparado con las previsiones.



Doble mala noticia para Morena Films, productora de Alacrán y también de Los últimos días, de los hermanos Pastor, que en su tercer fin de semana se ha casi desplomado del Top10, quedándose al borde del abismo, en la novena posición, al perder un 66% de espectadores, con una recaudación de 120.000€. A la vibrante cinta de Ciencia Ficción protagonizada por Quim Gutiérrez y Jose Coronado le ha sentado muy mal la llegada a los cines de Oblivion, film de Universal dirigido directamente al mismo sector de audiencia de Los últimos días. No obstante, la película roza ya una recaudación total de casi 2 millones de € gracias a los 110.000 recaudados este fin de semana y podría llegar a los 2,1 el fin de semana próximo. Sea como sea, hablamos de un nuevo fracaso para nuestro cine de un título que tampoco ha logrado cumplir con las expectativas.



El tercer título hispano en el Top10 ha logrado mantener las posiciones y ha terminado dejando buen sabor de boca en los ánimos de los aficionados. Hablamos de Tesis sobre un homicidio, de Hernán A. Goldfrid, que ha perdido un 55% de espectadores, pero se mantenido fuerte en la quinta plaza de la tabla, pese a la gran competencia que suponía el compartir marquesinas con un título como Efectos secundarios, de Steven Soderbergh, cuarta en la tabla, dirigido como Tesis... al mismo sector de audiencia. Ambas han aguantado el tipo, recaudando cada una 275.000€, llegando la cinta de Goldfrid a una recaudación total de 1,03 millones en su segundo fin de semana. Es un dato, en cierta medida, alentador que pone de manifiesto el tirón en nuestro país de la estrella argentina Ricardo Darín.

Así las cosas, el futuro de la taquilla para el cine español no resulta muy halagüeño, en vista de que el estreno nacional de mañana, La venta del paraíso, de Emilio Ruiz Barrachina, se hará con pocas copias en circulación y apenas hará ruido. No obstante, ojalá podamos hablar la semana que viene de un cambio en esta tendencia a la baja del público nacional hacia los títulos españoles.

miércoles, 17 de abril de 2013

Roger Gual también estará en Málaga Premiere.

Otra de las cintas más esperadas del próximo cine español también podrá verse en la ya al caer 16ª Edición del Festival de Málaga Cine Español. Se trata de Menú degustació (Menú degustación), la nueva película del interesante director Roger Gual, al que le debemos la estupenda Smoking Room (2002), dirigida junto a Julio D. Wallovits, y la estimable Remake (2006) -ambas presentadas en sociedad en su momento también dentro del Festival andaluz-. Menú degustación podrá verse dentro de la primeriza sección Málaga Premiere, de carácter no competitivo, que ofrece en primicia algunos de los títulos más esperados de los próximos meses.


Abandonando el tono de denuncia de su primera película y el generacional de la segunda, Gual acomete su primera comedia tras la cámara, que nos contará cómo justo antes de su ruptura, Marc y Raquel consiguieron reservar mesa en uno de los mejores restaurantes del mundo. En ese rincón increíble de la Costa Brava tendrán que compartir una de las mejores experiencias sensoriales de su vida junto con otros comensales. Pero lo que prometía ser la velada perfecta, acabará siendo inolvidable… para todos. “Menú Degustación”, que ha obtenido ayuda Eurimages, ICAA e ICEC es una producción de David Matamoros para ZENTROPA, en co-producción con TVC y la irlandesa Subotica, y el apoyo del Patronat de Turisme Girona-Costa Brava.


Como toda comedia coral que se precie, Menú degustación tiene un reparto de altura, encabezado por el ganador del Goya revelación del 2011 Jan CornetVicenta N´Dongo y Santi Millán, acompañados de las televisivas Marta Torné y Claudia Bassols. Pero lo mejor del reparto viene de la participación de las estrellas foráneas Stephen Rea y la veterana Fionnula Flanagan. Rodada, por tanto, en catalán e inglés,  y promete no poco humor sobre un trasfondo romántico en un guión del propio Gual y Javier Calvo, a partir de una idea original de Silvia González Laá, cuya fecha de estreno aún está por determinar, aunque estaremos atentos, pues no son pocas las ganas que hay de volver a ver lo nuevo de un director que no hay que perder de vista.

Trío de ases para "El Niño", lo nuevo de Daniel Monzón.

Si a estas alturas del año todavía resultan en exceso espectulativos todos los pronósticos que se puedan llevar a cabo sobre la próxima edición de los Premios Goya 2014, no hablemos ya de los del 2015. Sin embargo, en actoresSinVergüenza amamos las especulaciones y más las que rodean a los premios más significativos de nuestra industria. Pues bien, ya tenemos unos cuantos favoritos a engrosar las listas de nominados a los Goya del 2015. Y no son otros que los actores protagonistas de la nueva película de Daniel Monzón, director que tras arrasar en los Goya de 2009 gracias a la potente Celda 211, se ha convertido en un aval seguro de cara a recibir el favor de los académicos.


La cinta llevará por título El Niño y justo el pasado domingo se daba luz verde a su rodaje en La Línea (Cádiz) y es que su trama girará en torno a un grupo de veinteañeros que se introducen en el mundo del narcotráfico y atraviesan la distancia entre África y España en una lancha motora cargada de hachís que sobrevuela el fuerte oleaje del estrecho. El director mallorquín retratará en este thriller de acción los vértices de ese mundo, desde consumidores a policías de aduanas pasando por traficantes de distinto calado. "La historia es apasionante y además cuenta casos que la gente desconoce. Será una película de aventuras, policial, un gran entretenimiento”, declaraba el propio director cuando se anunció el proyecto hace casi dos años y es que, la incertidumbre acerca del sistema de subvenciones de la nueva Ley del Cine, unido al alto coste del presupuesto manejado para su puesta en pie (7 millones de €), hizo que Telecinco Cinema, su principal impulsora, pospusiese su ejecución. Además de la productora del gigante televisivo, El Niño estará producida por Ikuro, Vaca Films, El Toro y La Ferme y será una co-producción entre España, Reino Unido y Marruecos.


El guión, co-escrito entre Monzón y Jorge Guerricaechevarría, con el que ya colaboró en la escritura de sus anteriores cintas, se inspira en un caso real, el de Ahmed Ouazzani, El nene, uno de los traficantes de hachís que más ha aparecido en los medios de comunicación, con doble nacionalidad, fugado y detenido en varias ocasiones de penales españoles o marroquíes y cuya fortuna asciende a los 30 millones de €. El personaje central de El Niño también tomará aspectos del protagonista de otro caso real, el de  Mounir Remach, un narco que incluso llegó a colgar en YouTube algunos de los videos que él mismo se grababa con su móvil huyendo de la policía en lancha motora cruzando el Estrecho. Con semejantes materiales de partida, la nueva película de Daniel Monzón promete ser uno de los títulos clave del cine español del próximo año.


Por esto mismo, no resulta baladí pensar que sus actores podrían liderar las quinielas a los Premios Goya de dentro de dos años. ¿Y quiénes son ellos? Pues, de momento, se conocen los nombres de un trío bastante sugerente: Luis TosarSergi López y Bárbara Lennie. Tosar le debe nada menos que su tercer cabezón y una nominación a los Premios del Cine Europeo a Monzón, por Celda 211, por lo que bien podría repetirse la jugada gracias a esta nueva colaboración, sobre todo teniendo en cuenta la extraordinaria categoría interpretativa de Luis Tosar. López ha estado nominado en dos ocasiones sin éxito y es uno de nuestros actores con mayor proyección internacional (sobre todo en Francia), así que participar en una película tan ambiciosa como El Niño bien podría ser la excusa perfecta que tomase nuestra Academia para darle un Goya que ya lleva tiempo mereciendo. Y respecto a Lennie, tras ser candidata en la categoría revelación por Obaba (2005), de Montxo Armendáriz, se dio con entusiasmo a cometidos televisivos, participando escasamente y con poca proyección en el cine y casi siempre en roles demasiado pequeños como para considerarla una estrella de nuestro cine con todas las de la ley. Quizás un papel en una gran producción de este calibre la termine de consolidar en la gran pantalla, como desafortunadamente no logró hacerlo su delicioso protagonismo en la independiente Todas las canciones hablan de mí (2010), de Jonás Trueba.


martes, 16 de abril de 2013

Tony Leblanc (II): tras devaluar su talento protagonizó uno de los "come backs" más sonados del Cine Español.


El éxito obtenido en Los tramposos (1959), de Pedro Lazaga, aún tardaría un poco en verse reflejado en la trayectoria cinematográfica de un Tony Leblanc que ya figuraba con honores de estrella en los repartos de algunas de las películas más importantes de la producción oficial (y oficialista) del momento, de lo que da fe también el considerable aumento de su actividad laboral con el inicio de la década de los 60, que inauguró con el drama bélico, de cierto impacto por la crueldad de la acción bélica que se mostraba (para la época) La fiel infantería (1960), de Lazaga, donde Leblanc cumplía incluso cantando y tocando la guitarra. Regresó a un cometido de co-protagonista en la comedia El hombre que perdió el tren (1960), de León Klimovsky, y formó una divertida pareja cómica junto al gran José Isbert en la coral Días de feria (1960), de Rafael J. Salvia. Emparejamiento artístico que obtuvo sus mejores resultados en la gran pantalla con la apreciable comedia Don Lucio y el hermano Pío (1960), dirigida por el estupendo José Antonio Nieves Conde en clave neorrealista y en la que Leblanc volvía a las andadas con el registro que más y mejores resultados le venía dando, heredero de Los tramposos, esta vez en la piel de un ladronzuelo barato recién salido de la cárcel, tratando de timar al humilde y confiado limosnero (Isbert) de unas monjas que sostienen un orfanato. El éxito de la asociación de Leblanc con esta imagen fílmica lo corroboró el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo al mejor actor que ganó por Don Lucio y el hermano Pío.

Don Lucio y el hermano Pío (1960).
Reincidió en el rol de galán chuleta madrileño, su otro registro de éxito contrastado, en la comedia romántica Amor bajo cero (1960), de Ricardo Blasco, y recuperó su rol de ladronzuelo, amoldándolo a cierta sobriedad expositiva en la comedia policíaca 091, policía al habla (1960), de José María Forqué. Todo ello para tirar de gancho popular de nuevo a las órdenes de Lazaga en la comedia futbolística Los económicamente débiles (1960) o como mero sustento cómico de vehículos para el lucimiento del desparpajo y la belleza de Concha Velasco, Mi noche de bodas (1961), de Tulio Demicheli, o la olvidable Julia y el celacanto (1961), de Antonio Momplet. Tras participar en uno de los principales papeles de Fantasmas en la casa (1961), remake de Los habitantes de la casa deshabitada, realizada en los años 40 por Gonzalo Delgrás según la pieza teatral homónima de Enrique Jardiel Poncela, obra esta vez del anodino Pedro Luis Ramírez, Tony Leblanc se lanzó a la producción y dirección cinematográficas con la intención de favorecer la puesta en pie de productos para el exclusivo lucimiento de su faceta cómico-castiza. Así, produjo, escribió y dirigió El pobre García (1961), truño que mezclaba sin rubor alguno y de una forma harto torpe las constantes estilísticas y argumentales que habían dado el éxito a la estrella. Mismo tono e intencionalidad se descubrían en Los pedigüeños (1961), su segunda experiencia tras la cámara, superior a la primera más por el concurso en su reparto de los solventes José Luis López Vázquez y Gracita Morales, que por la habilidad del Leblanc director y guionista. Cerró, afortunadamente, su ambiciosa y soberbia carrera como director y guionista con el fracaso de la nefasta Una isla con tomate (1962).

Tres de la Cruz Roja (1961).

Mientras la estrella se daba cancha en sus propias películas como director, también se apuntaba éxitos en productos ajenos, como fue el de Tres de la Cruz Roja (1961), de Fernando Palacios, lógica continuación del éxito anterior de Las chicas de la Cruz Roja (1959) y que se convirtió en una de las comedias más taquilleras de la época, donde se recuperaba la vena picaresca de Tony Leblanc para un argumento con demasiadas buenas intenciones. La excelente acogida popular de ésta, propició el vehículo para el despliegue de la comicidad de Leblanc en Torrejón City (1962), de Klimovsky, parodia del cine de westerns con la estrella en (nefasto) doble papel como el honrado sheriff Tom y el peligroso bandido Tim. Mucho más acertado estuvo, incorporando una tierna vena de patetismo a su imagen cinematográfica, en la comedia Las estrellas (1962), de Miguel Lluch, en el papel de un barbero soñador, que no quiere frustrar los sueños de sus hijos y que hará todo lo que pueda por conseguir que éstos triunfen, siendo pasto, de paso, de toda suerte de timadores. No hablemos ya de su protagonismo en la parodia Sabían demasiado (1962), inspirada y agradecida buena comedia debida a Lazaga, donde Leblanc literalmente lo clavaba como ese líder de una banda de carteristas que trata de actualizar los métodos toscos de su clan tras su viaje a Chicago y su toma de contacto con los gángsters norteamericanos.

Sabían demasiado (1962).

Al incuestionable éxito de sus protagonismos cinematográficos, con una legión de admiradores impensable en otros cómicos de la época, Leblanc sumaba una más que notable popularidad obtenida a través de sus habituales incursiones en programas de variedades para la pequeña pantalla, algo que le convertía en una de las estrellas más cercanas a un público bastante heterogéneo, aunque por lo común de clase media-baja, que disfrutaba enormemente con un intérprete que representaba a las mil maravillas el tipismo del folklore más castizo. Así, mientras se iba a pique su productora cinematográfica, Leblanc veía reforzada su posición en la industria gracias al más que estimable respaldo del público. No es de extrañar, por tanto, que capitaneara un reparto de campanillas para la puesta en pie de Historias de la televisión (1965), comedia surgida a rebufo del precedente éxito de Historias de la radio (1955), también con José Luis Sáenz de Heredia al mando. O que el todavía poco vomitivo Mariano Ozores de su primera etapa le llamara para liderar el reparto de la insólita y extraña comedia Hoy como ayer (1966). Sin embargo, el terrible tirón comercial de la estrella también comenzó a amenazar el cierto prestigio de una trayectoria que siempre había jugado peligrosamente con el encasillamiento, que comenzó a acentuarse hacia finales de los sesenta, cuando el intérprete encadenó el protagonismo de algunas de las típicas comedietas del productor José Luis Dibildos, como Los subdesarrollados (1968) o La dinamita está servida (1968), ambas de Fernando Merino. El colmo de esta tendencia a devaluar su talento llegó con el protagonismo de Los que tocan el piano (1968), de Javier Aguirre, también bajo el mandato de Dibildos, y donde literalmente retomaba en fondo y forma su personaje de Sabían demasiado, aunque ahora visiblemente mal interpretado a través de una sucesión de tics.

El astronauta (1970).

Tampoco tuvo suerte Leblanc con su protagonismo en el remake del clásico del cine español El hombre que se quiso matar (1942), que Rafael Gil volvió a dirigir bajo el mismo título devaluando el material original para el lucimiento de una estrella que acusaba ya las consecuencias de la reiteración y el acomodamiento interpretativos, dando de sí una comicidad algo burda y tosca, donde antes había sabido brillar con inusitada frescura. El astronauta (1970), de Javier Aguirre, permite hablar de cierta recuperación del genio del actor, que efectuaba una divertida composición dentro de esta disparatada y surrealista comedia que trataba de aprovechar el tirón de la reciente llegada del Hombre a la Luna. Sin embargo, se quedó en un espejismo pues en El dinero tiene miedo (1970), de Lazaga, encontrábamos el lado más superficial y gesticulante de la estrella, que se prestaba también a participar en productos concebidos para el lucimiento de las piernas de su partenaire, Esperanza Roy, en la comedia ambientada en el mundo de la Revista, El sobre verde (1971), de Rafael Gil. Aunque, lo peor estaba por llegar: Ligue Story (1972), de Alfonso Paso, aberrante comedia erótica de nefasto tufo puritano; Celos, amor y Mercado Común  (1973), también de Paso, comedia casi pornográfica compuesta por unos exageradísimos episodios de celos que rozan lo absurdo; y Tres suecas para tres Rodríguez (1975), bodrio de Lazaga con algunos de los clichés cinematográficos más desagradables de las comedias erótico-reaccionarias del período tardo-franquista, devaluaron hasta el límite de lo grotesco y lo deplorable el alcance cómico de la estrella, servido con casposa gracia y penosa eficacia.


Tras el giro hacia la vulgaridad más acérrima que había experimentado su trayectoria de manera inesperada, Leblanc decidió retirarse de la pantalla grande tras rodar Tres suecas para tres Rodríguez, cuando se agrava una antigua dolencia que le deja medio inválido. Para colmo de males, tras recibir la Medalla al Mérito en el Trabajo en 1980, sufrió un grave accidente de tráfico en 1983 que le dejaría completamente incapacitado y terminaría de truncar su trayectoria teatral, medio en el que se había mantenido en activo. En 1993 reapareció con todos los honores para recoger el Goya de Honor que la Academia le entregó como homenaje a su indiscutible aportación a la Historia del Cine Español. Fue en esa gala, cuando se fraguó el personaje que conseguiría el regreso inesperado de Tony Leblanc a la pantalla grande. El ganador del Goya al mejor cortometraje de ficción, el actor Santiago Segura, admirador inefable de la otrora estrella, le ofrecía entre bambalinas el personaje del inválido padre de su ópera prima Torrente, el brazo tondo de la ley (1998). Retomando el humor casposo de sus últimas intervenciones cinematográficas, pero aportando no poca carga de ternurismo casi neorrealista, Leblanc supo aprovechar la ocasión que le brindaban y alzarse en lo mejor de una función que bordeaba el límite entre lo "freak" y el costumbrismo más castizo y que, inesperadamente, obtuvo un sonoro éxito popular que inspiró a su creador a intentar repetir la jugada instaurando una inefable e insufrible saga de películas que ya en su segunda entrega, Torrente 2: misión en Marbella (2001), tiraba por la borda los elementos que hacían de la película seminal una obra medianamente estimable para lanzarse a construir un producto burdo y rastrero cuya finalidad máxima es la comercialidad más abominable. Tanto en ésta, como en Torrente 3, el protector (2005) y Torrente 4: Lethal Crisis (Crisis Letal) (2011), Tony Leblanc, muerto su personaje inicial en la saga, acometió a distintos tíos del personaje titular basándolos todos ellos en el mismo perfil del primero, aunque ahondando en la mala uva y la safiedad con cada nueva entrega, hasta el punto literalmente jocoso de efectuar también el papel de la abuela de Torrente en la tercera entrega.

Torrente, el brazo tonto de la ley (1998).

El Goya al mejor actor de reparto por la primera entrega de Torrente (1998) dio la bienvenida a la industria a la gran estrella cuando nadie le esperaba. Y Leblanc disfrutó de una última y gloriosa etapa laboral en la que su popularidad siguió manteniéndose impoluta entre el gran público, favorecida ahora por el acceso de la vieja gloria a la memoria referencial de las nuevas generaciones en virtud a sus aportaciones para la taquillera saga de Santiago Segura y a su recuperación para la pequeña pantalla, donde disfrutó de un entrañable papel fijo en la serie de éxito Cuéntame cómo pasó (2001-2008). En esta etapa se sucedieron los homenajes: la Medalla de Honor del Círculo de Escritores Cinematográficos y la Estrella en el Paseo de la Fama de Madrid figuran entre los reconomientos más importantes que saludaron a Tony Leblanc en las postrimerías de su trayectoria cinematográfica. El pasado 24 de noviembre de 2012, un paro cardíaco nos dejó para siempre sin el encanto y la picardía de un venerable actor que antes de formar parte del chascarrillo taquillero del universo Torrente, fue uno de los más representativos y queridos estandartes del finado y nunca consolidado star system español y al que podemos volver a disfrutar en pantalla grande gracias al ciclo que durante este mes de abril le dedica la Filmoteca Española.