El éxito obtenido en Los tramposos (1959), de Pedro Lazaga, aún tardaría un poco en verse reflejado en la trayectoria cinematográfica de un Tony Leblanc que ya figuraba con honores de estrella en los repartos de algunas de las películas más importantes de la producción oficial (y oficialista) del momento, de lo que da fe también el considerable aumento de su actividad laboral con el inicio de la década de los 60, que inauguró con el drama bélico, de cierto impacto por la crueldad de la acción bélica que se mostraba (para la época) La fiel infantería (1960), de Lazaga, donde Leblanc cumplía incluso cantando y tocando la guitarra. Regresó a un cometido de co-protagonista en la comedia El hombre que perdió el tren (1960), de León Klimovsky, y formó una divertida pareja cómica junto al gran José Isbert en la coral Días de feria (1960), de Rafael J. Salvia. Emparejamiento artístico que obtuvo sus mejores resultados en la gran pantalla con la apreciable comedia Don Lucio y el hermano Pío (1960), dirigida por el estupendo José Antonio Nieves Conde en clave neorrealista y en la que Leblanc volvía a las andadas con el registro que más y mejores resultados le venía dando, heredero de Los tramposos, esta vez en la piel de un ladronzuelo barato recién salido de la cárcel, tratando de timar al humilde y confiado limosnero (Isbert) de unas monjas que sostienen un orfanato. El éxito de la asociación de Leblanc con esta imagen fílmica lo corroboró el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo al mejor actor que ganó por Don Lucio y el hermano Pío.
Don Lucio y el hermano Pío (1960). |
Reincidió en el rol de galán chuleta madrileño, su otro registro de éxito contrastado, en la comedia romántica Amor bajo cero (1960), de Ricardo Blasco, y recuperó su rol de ladronzuelo, amoldándolo a cierta sobriedad expositiva en la comedia policíaca 091, policía al habla (1960), de José María Forqué. Todo ello para tirar de gancho popular de nuevo a las órdenes de Lazaga en la comedia futbolística Los económicamente débiles (1960) o como mero sustento cómico de vehículos para el lucimiento del desparpajo y la belleza de Concha Velasco, Mi noche de bodas (1961), de Tulio Demicheli, o la olvidable Julia y el celacanto (1961), de Antonio Momplet. Tras participar en uno de los principales papeles de Fantasmas en la casa (1961), remake de Los habitantes de la casa deshabitada, realizada en los años 40 por Gonzalo Delgrás según la pieza teatral homónima de Enrique Jardiel Poncela, obra esta vez del anodino Pedro Luis Ramírez, Tony Leblanc se lanzó a la producción y dirección cinematográficas con la intención de favorecer la puesta en pie de productos para el exclusivo lucimiento de su faceta cómico-castiza. Así, produjo, escribió y dirigió El pobre García (1961), truño que mezclaba sin rubor alguno y de una forma harto torpe las constantes estilísticas y argumentales que habían dado el éxito a la estrella. Mismo tono e intencionalidad se descubrían en Los pedigüeños (1961), su segunda experiencia tras la cámara, superior a la primera más por el concurso en su reparto de los solventes José Luis López Vázquez y Gracita Morales, que por la habilidad del Leblanc director y guionista. Cerró, afortunadamente, su ambiciosa y soberbia carrera como director y guionista con el fracaso de la nefasta Una isla con tomate (1962).
Tres de la Cruz Roja (1961). |
Mientras la estrella se daba cancha en sus propias películas como director, también se apuntaba éxitos en productos ajenos, como fue el de Tres de la Cruz Roja (1961), de Fernando Palacios, lógica continuación del éxito anterior de Las chicas de la Cruz Roja (1959) y que se convirtió en una de las comedias más taquilleras de la época, donde se recuperaba la vena picaresca de Tony Leblanc para un argumento con demasiadas buenas intenciones. La excelente acogida popular de ésta, propició el vehículo para el despliegue de la comicidad de Leblanc en Torrejón City (1962), de Klimovsky, parodia del cine de westerns con la estrella en (nefasto) doble papel como el honrado sheriff Tom y el peligroso bandido Tim. Mucho más acertado estuvo, incorporando una tierna vena de patetismo a su imagen cinematográfica, en la comedia Las estrellas (1962), de Miguel Lluch, en el papel de un barbero soñador, que no quiere frustrar los sueños de sus hijos y que hará todo lo que pueda por conseguir que éstos triunfen, siendo pasto, de paso, de toda suerte de timadores. No hablemos ya de su protagonismo en la parodia Sabían demasiado (1962), inspirada y agradecida buena comedia debida a Lazaga, donde Leblanc literalmente lo clavaba como ese líder de una banda de carteristas que trata de actualizar los métodos toscos de su clan tras su viaje a Chicago y su toma de contacto con los gángsters norteamericanos.
Sabían demasiado (1962). |
Al incuestionable éxito de sus protagonismos cinematográficos, con una legión de admiradores impensable en otros cómicos de la época, Leblanc sumaba una más que notable popularidad obtenida a través de sus habituales incursiones en programas de variedades para la pequeña pantalla, algo que le convertía en una de las estrellas más cercanas a un público bastante heterogéneo, aunque por lo común de clase media-baja, que disfrutaba enormemente con un intérprete que representaba a las mil maravillas el tipismo del folklore más castizo. Así, mientras se iba a pique su productora cinematográfica, Leblanc veía reforzada su posición en la industria gracias al más que estimable respaldo del público. No es de extrañar, por tanto, que capitaneara un reparto de campanillas para la puesta en pie de Historias de la televisión (1965), comedia surgida a rebufo del precedente éxito de Historias de la radio (1955), también con José Luis Sáenz de Heredia al mando. O que el todavía poco vomitivo Mariano Ozores de su primera etapa le llamara para liderar el reparto de la insólita y extraña comedia Hoy como ayer (1966). Sin embargo, el terrible tirón comercial de la estrella también comenzó a amenazar el cierto prestigio de una trayectoria que siempre había jugado peligrosamente con el encasillamiento, que comenzó a acentuarse hacia finales de los sesenta, cuando el intérprete encadenó el protagonismo de algunas de las típicas comedietas del productor José Luis Dibildos, como Los subdesarrollados (1968) o La dinamita está servida (1968), ambas de Fernando Merino. El colmo de esta tendencia a devaluar su talento llegó con el protagonismo de Los que tocan el piano (1968), de Javier Aguirre, también bajo el mandato de Dibildos, y donde literalmente retomaba en fondo y forma su personaje de Sabían demasiado, aunque ahora visiblemente mal interpretado a través de una sucesión de tics.
El astronauta (1970). |
Tampoco tuvo suerte Leblanc con su protagonismo en el remake del clásico del cine español El hombre que se quiso matar (1942), que Rafael Gil volvió a dirigir bajo el mismo título devaluando el material original para el lucimiento de una estrella que acusaba ya las consecuencias de la reiteración y el acomodamiento interpretativos, dando de sí una comicidad algo burda y tosca, donde antes había sabido brillar con inusitada frescura. El astronauta (1970), de Javier Aguirre, permite hablar de cierta recuperación del genio del actor, que efectuaba una divertida composición dentro de esta disparatada y surrealista comedia que trataba de aprovechar el tirón de la reciente llegada del Hombre a la Luna. Sin embargo, se quedó en un espejismo pues en El dinero tiene miedo (1970), de Lazaga, encontrábamos el lado más superficial y gesticulante de la estrella, que se prestaba también a participar en productos concebidos para el lucimiento de las piernas de su partenaire, Esperanza Roy, en la comedia ambientada en el mundo de la Revista, El sobre verde (1971), de Rafael Gil. Aunque, lo peor estaba por llegar: Ligue Story (1972), de Alfonso Paso, aberrante comedia erótica de nefasto tufo puritano; Celos, amor y Mercado Común (1973), también de Paso, comedia casi pornográfica compuesta por unos exageradísimos episodios de celos que rozan lo absurdo; y Tres suecas para tres Rodríguez (1975), bodrio de Lazaga con algunos de los clichés cinematográficos más desagradables de las comedias erótico-reaccionarias del período tardo-franquista, devaluaron hasta el límite de lo grotesco y lo deplorable el alcance cómico de la estrella, servido con casposa gracia y penosa eficacia.
Tras el giro hacia la vulgaridad más acérrima que había experimentado su trayectoria de manera inesperada, Leblanc decidió retirarse de la pantalla grande tras rodar Tres suecas para tres Rodríguez, cuando se agrava una antigua dolencia que le deja medio inválido. Para colmo de males, tras recibir la Medalla al Mérito en el Trabajo en 1980, sufrió un grave accidente de tráfico en 1983 que le dejaría completamente incapacitado y terminaría de truncar su trayectoria teatral, medio en el que se había mantenido en activo. En 1993 reapareció con todos los honores para recoger el Goya de Honor que la Academia le entregó como homenaje a su indiscutible aportación a la Historia del Cine Español. Fue en esa gala, cuando se fraguó el personaje que conseguiría el regreso inesperado de Tony Leblanc a la pantalla grande. El ganador del Goya al mejor cortometraje de ficción, el actor Santiago Segura, admirador inefable de la otrora estrella, le ofrecía entre bambalinas el personaje del inválido padre de su ópera prima Torrente, el brazo tondo de la ley (1998). Retomando el humor casposo de sus últimas intervenciones cinematográficas, pero aportando no poca carga de ternurismo casi neorrealista, Leblanc supo aprovechar la ocasión que le brindaban y alzarse en lo mejor de una función que bordeaba el límite entre lo "freak" y el costumbrismo más castizo y que, inesperadamente, obtuvo un sonoro éxito popular que inspiró a su creador a intentar repetir la jugada instaurando una inefable e insufrible saga de películas que ya en su segunda entrega, Torrente 2: misión en Marbella (2001), tiraba por la borda los elementos que hacían de la película seminal una obra medianamente estimable para lanzarse a construir un producto burdo y rastrero cuya finalidad máxima es la comercialidad más abominable. Tanto en ésta, como en Torrente 3, el protector (2005) y Torrente 4: Lethal Crisis (Crisis Letal) (2011), Tony Leblanc, muerto su personaje inicial en la saga, acometió a distintos tíos del personaje titular basándolos todos ellos en el mismo perfil del primero, aunque ahondando en la mala uva y la safiedad con cada nueva entrega, hasta el punto literalmente jocoso de efectuar también el papel de la abuela de Torrente en la tercera entrega.
Torrente, el brazo tonto de la ley (1998). |
El Goya al mejor actor de reparto por la primera entrega de Torrente (1998) dio la bienvenida a la industria a la gran estrella cuando nadie le esperaba. Y Leblanc disfrutó de una última y gloriosa etapa laboral en la que su popularidad siguió manteniéndose impoluta entre el gran público, favorecida ahora por el acceso de la vieja gloria a la memoria referencial de las nuevas generaciones en virtud a sus aportaciones para la taquillera saga de Santiago Segura y a su recuperación para la pequeña pantalla, donde disfrutó de un entrañable papel fijo en la serie de éxito Cuéntame cómo pasó (2001-2008). En esta etapa se sucedieron los homenajes: la Medalla de Honor del Círculo de Escritores Cinematográficos y la Estrella en el Paseo de la Fama de Madrid figuran entre los reconomientos más importantes que saludaron a Tony Leblanc en las postrimerías de su trayectoria cinematográfica. El pasado 24 de noviembre de 2012, un paro cardíaco nos dejó para siempre sin el encanto y la picardía de un venerable actor que antes de formar parte del chascarrillo taquillero del universo Torrente, fue uno de los más representativos y queridos estandartes del finado y nunca consolidado star system español y al que podemos volver a disfrutar en pantalla grande gracias al ciclo que durante este mes de abril le dedica la Filmoteca Española.
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