sábado, 20 de abril de 2013

"El destino se disculpa", un bonito clásico a rescatar del olvido.

Continuamos nuestro acercamiento a clásicos hoy injustamente olvidados de nuestro cine acercándonos en esta segunda entrega a la figura del fundamental cineasta de nuestra cinematografía, José Luis Sáenz de Heredia, al que durante mucho tiempo la crítica le recriminó su fuerte compromiso con el bando franquista y hasta su parentesco con el mismísimo José Antonio Primo de Rivera, como si de esto último tuviese él la culpa. Obviando las inclinaciones políticas del director, hay que ser justos y reconocerle no poco mérito, pues a él debemos algunas de las obras más interesantes que dio nuestro cine después de la cruenta contienda habida en España a finales de los años 30. Un ejemplo de esto es la cinta que ahora nos ocupa, El destino se disculpa (1945), séptimo largometraje de ficción de Sáenz de Heredia (también había dirigido una serie de cortometrajes documentales).


Me enfrento a su visionado atraído por un argumento en el que se nos cuenta cómo dos pobres soñadores de pueblo deciden emigrar a la capital madrileña para así responder ante el destino que les viene dado: triunfar por todo lo alto en el mundo del espectáculo, uno como poeta o dramaturgo, el otro como actor. Tras una serie de avatares producto del azar, ambos establecerán un pacto en el que el primero en morir alertará al otro, desde el Más Allá, sobre los contras de sus futuras decisiones. Con base literaria de prestigio, original de Wenceslao Fernández FlórezEl destino se disculpa se presenta ante nuestros ojos narrada a modo de fábula por el mismísimo Destino, un anciano entrañable que a través del argumento de la cinta tratará de aleccionarnos sobre su escasa vinculación con los avatares individuales de cada uno de nosotros. La película, como no debía ser de otro modo estando realizada en el momento histórico en el que se hizo, encierra no poca moralina e incluso concluye con un mensaje bastante partidista de la ideología dominante e imperante en nuestro país. Pero para entonces, a un humilde servidor ya le ha seducido hasta el éxtasis absoluto una cinta que reboza humildad, encanto y mucha, muchísima, candidez.


Reconocemos ecos de algunos de los títulos del imprescindible Frank Capra, pues estamos ante una comedia sentimental que, pasando por encima algún tenue toque de realismo social (el tema de la emigración del ámbito rural a la gran ciudad se deja sentir en algún que otro momento, así como la corrupción en las altas esferas de poder), desemboca abiertamente en una comedia con tintes fantásticos para resultar un amable y para nada pretencioso canto a la alegría de vivir. A la alegría de vivir como Dios manda, por supuesto. Porque en el fondo, El destino se disculpa viene a ser una película-panfleto de una de las constantes en el ideario del Régimen: la familia como principal institución para el buen desarrollo de cada individuo. A El destino se disculpa se la puede tachar fácilmente de conservadora, sí, y no andaríamos muy desencaminados teniendo en cuenta la postura política de su creador, pero no hay espacio durante su visionado para reprochárselo, porque nos seducen con instantánea facilidad la sencillez, simpatía y ternura que desprenden sus imágenes, donde destaca una factura técnica ciertamente brillante, y cuya puesta en escena brilla por la invisibilidad de todo el artificio cinematográfico, en pos de una verosimilitud fílmica en permanente equilibrio entre el el cuento de hadas y la alta comedia. A este respecto, puede que alguno de sus gags no haya sobrevivido al derrumbe cómico que supone el paso del tiempo, a pesar de la agudeza exhibida en la escritura de los diálogos, pero lo que El destino se disculpa mantiene completamente intacta es su capacidad para conmover y ablandar nuestros duros corazones del siglo XXI. Estamos ante una película bienintencionada en el mejor sentido de la expresión, con la que además no podemos evitar sonreír de manera cómplice gracias al pertinente retrato de alguno de sus personajes secundarios o al inocente despliegue de unos efectos especiales que a nuestros expertos ojos nos pueden resultar pueriles, pero que en la cinta que nos ocupa adquieren no poco encanto y efectismo y, por lo menos, carecen del molesto exceso de ambición del que pecan los efectos digitales en muchas de las producciones actuales. 


Para acabar de redondear el cómputo de aciertos, cuenta la película con el protagonismo absoluto de una de las estrellas por antonomasia de nuestro cine en los años 40, un Rafael Durán para el que El destino se disculpa parece ser un vehículo perfecto, pues encontramos sorprendidos que resulta estupenda la adecuación del intérprete con su personaje cuando le teníamos por un actor en cierto modo limitado. Sin embargo, esta película de Sáenz de Heredia nos invita a variar nuestra opinión, pues Durán efectúa un trabajo sobresaliente sobre ese chico de provincias ciego de ambición por triunfar en la gran ciudad, dando la espalda a la verdadera y cotidiana felicidad. Junto a él, descubrimos entusiasmados a un jovencísimo y apuesto Fernando Fernán Gómez en uno de sus primeros mejores papeles para la gran pantalla, como ese amigo fiel, cauto y perseverante que el genio lleva a cabo con la acostumbrada soltura que luego le convertiría en uno de los imprescindibles de nuestro cine. Durán y Fernán Gómez son los capitanes impagables de una función en la que también destaca un sobrado Manolo Morán, en un papel antipático que literalmente borda, una guapísima y angelical María Esperanza Navarro y, sobre todo, una portentosa y admirable Milagros Leal, evidenciando la excelsa categoría de una actriz que lograba casi sin pestañear si quiera hacer fácil lo difícil. En suma, El destino se disculpa debería ser desde ya un clásico de nuestro cine a reivindicar por cualquier aficionado, una película emotiva y candorosa a la que otorgarle desde ya la alta consideración que se merece.

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