martes, 28 de mayo de 2013

Jose Coronado, el guaperas del que nació un actorazo.


Este viernes llega a las salas Fill de Caín (Hijo de Caín), ópera prima de Jesús Monllaó Plana, que nos devuelve a la actualidad cinematográfica a Jose Coronado, todavía en algunos cines con Los últimos días, de los hermanos Pastor, por la que figura entre nuestras previsiones de mayo a los próximos Premios Goya. El estreno de la estrella de nuevo en un papel netamente oscuro, nos sirve de excusa en actoresSinVergüenza para repasar su ya larga filmografía, iniciada inequívocamente tarde para lo que estamos acostumbrados. Y es que Coronado antes que actor era modelo y llegó a resultar un eficiente empresario, tras montar con éxito una agencia de modelos primero, otra de viajes después y luego también un restaurante. Así, cuando decide inscribirse en la escuela de Cristina Rota para recibir clases de interpretación cuenta ya con los 29 años cumplidos.

Yo soy ésa (1990).

Sus primeros trabajos ante las cámaras cinematográficas datan de finales de los años ochenta y no llamaron mucho la atención, al menos no más que su sonada relación sentimental con Paola Dominguín, con la que, precisamente compartía pequeñas escenas casi al final de la atmosférica ópera prima Brumal (1988), de Cristina Andreu. Directores de alta categoría en el cine español finisecular quisieron contar con los servicios del recién llegado y así, Jose Coronado, accedió casi de inmediato a la producción de prestigio de nuestra cinematografía: Jarrapellejos (1988), de Antonio Giménez Rico, Berlín Blues (1988), de Ricardo Franco, La luna negra (1989), de Imanol Uribe, El tesoro (1990), de Antonio Mercero. En todas, ejerciendo, en virtud de su innegable apostura física, roles emparentados directamente con los galanes clásicos. En El tesoro, además, lograba permitirse el lujo de salirse un poco del estereotipo con su personaje de un profesor de arqueología acosado por la hostilidad rural en un film, desgraciadamente, deficitario de un tratamiento algo más contundente. Pero el Cine Español no estaba dispuesto a perder un filón tan rentable como lo era Jose Coronado para el público eminentemente femenino, puesto de manifiesto tras la notoriedad popular que había adquirido gracias a un papel fijo en la serie Brigada central (1989-1990), por lo que optó por encasillarle por su físico dentro de la producción comercial de comienzos de los noventa. De este modo, pudimos ver a Coronado como el prototípico y semental objeto de deseo de la fémina de turno, ya fuera una pasional Isabel Pantoja, en su olvidable debut cinematográfico Yo soy ésa (1990), de Luis Sanz; o una ingenua y divertida Verónica Forqué en la hoy arcaica comedia con la que debutaba Manuel Gómez Pereira, Salsa rosa (1991); así como dos engendros pretendidamente cómicos que remitían a un sentido del humor directamente desfasado ya como fueron Aquí el que no corre, vuela (1992), de Ramón Fernández, y El cianuro... ¿solo o con leche? (1993), de José Luis Ganga. Por no hablar de su inadecuación manifiesta para el personaje protagonista de ese escritor en crisis profesional y personal de la fallida comedia, ópera prima también, Cràpules (Cucarachas) (1993), de Toni Mora.

La vuelta del Coyote (1998).

Tampoco es que su siguiente paso cinematográfico, de nuevo como galán en registro cómico para Una chica entre un millón (1994), de Álvaro Sáenz de Heredia, aventaje a las anteriores, pero por lo menos ésta cinta poseía cierta gracia a partir de una temática demasiado recurrente en el cine español coetáneo. Sin perder de vista la pantalla grande, Coronado reincidió en el estereotipo en un nuevo vehículo televisivo para la comicidad obsoleta de Lina Morgan, Compuesta y sin novio (1994), y se hacía con uno de los personajes protagonistas de la serie Hermanos de leche (1994-1996), donde volvía a utilizar su deseable físico con fines meramente cómicos al contrastarlo con el de su compañero en el reparto Juan Echanove. Verdadero e imprevisible éxito nacional, Hermanos de leche le mantuvo ocupado durante tres temporadas, lo que le otorgó además de cierto ritmo y bagaje para nuevos y futuros empeños cómicos, también una considerable popularidad que lo erigió en un auténtico ídolo de masas. Con semejante estatus, su regreso al cine se produjo de forma un tanto tímida e incierta al principio, con un pequeño papel en la superproducción internacional The Disappearance of Garcia Lorca (Muerte en Granada) (1996), de Marcos Zurinaga, con un imposible Andy García tratando de convencer en la piel del poeta andaluz; para  acometer luego tres promocionados y prestigiosos protagonistas para directores de importancia: Vicente Aranda, en La mirada del otro (1998), uno de los menos conseguidos títulos del director catalán; Gerardo Herrero, en Frontera Sur (1998), pobre y desvaída adaptación de la novela de Horacio Vázquez Rial; y Mario Camus, en la curiosa La vuelta de El Coyote (1998), intento loable de construir un film de aventuras clásico en nuestro país con el excelente material de José Mallorquí de base, que figura como uno de los grandes fiascos del cine español de los noventa, amén de una de las peores actuaciones de la estrella.

Goya en Burdeos (1999).

No es de extrañar, que Coronado volviese a la televisión para encabezar el reparto de una serie de pronto prestigio como fue Periodistas (1998-2002), apegada a un tono decididamente melodrámatico. Por suerte, llegó en su rescate, para su carrera cinematográfica, el gran Carlos Saura, con el claro objetivo de sacar partido de su incuestionable galanura para dar entidad dramática a un seductor Francisco de Goya joven, en la espléndida, onírica, simbolista y fundamental Goya en Burdeos (1999), con la que obtuvo una inesperada y flamante nominación al Goya como mejor actor secundario. El gran galán de los últimos años de nuestro cine evidenciaba de este modo la escalada proporcional que había venido haciendo en la industria, pasando de un insustancial guaperas de turno a un intérprete cabal con un creciente reconocimiento artístico. Algo que siguieron confirmando sus siguientes empeños para la gran pantalla: el obrero algo rudo y seductor en la agridulce Anita no perd el tren (Anita no pierde el tren) (2001), de Ventura Pons, o en el drama social Poniente (2002), de Chus Gutiérrez. Aunque, por encima de ambas, queda su primer encuentro con el director Enrique Urbizu en el fabuloso thriller La caja 507 (2002), con un Coronado, por primera vez, en un registro completamente opuesto a todos los anteriores, el de un sádico y frío asesino con el que el actor lograba dar un salto cualitativo de enorme envergadura en su trayectoria cinematográfica, quedando nueva y merecidamente candidato a los Goya como actor secundario, así como también, por primera vez, a los Fotogramas de Plata como mejor actor de cine.

La vida de nadie (2002).

A pesar de la nominación al Goya, hubo innumerables voces que se alzaron pidiendo justicia ante su olvido, en la categoría principal, por su protagonismo en el drama familiar La vida de nadie (2002), de Eduard Cortés, donde llevaba a cabo un trabajo de una contención y brillantez estremecedoras, logrando un matizadísimo retrato de ese hombre que comienza a vivir nuevamente mientras mantiene engañada a toda su familia. Los ecos de una nueva nominación al Goya volvieron a estar presentes tras el estreno de La vida mancha (2003), de nuevo para Urbizu y de nuevo en un personaje oscuro y ambiguo como ese familiar con pasado misterioso que nos aportó una nueva muestra de la notable mejoría que había experimentado la técnica interpretativa de un actor que, ahora, parecía estar en plenas facultades para controlar cada uno de sus movimientos, gestos y miradas. No fue nominado al Goya, por desgracia, pero el actor recibió una nominación como protagonista a los Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos. El Cine Español tenía ante sí a un intérprete finalmente curtido en la batalla, que acallaba de una vez por todas a los escépticos que aún dudaban de su capacidad dramática, viéndose abocado a iniciar una envidiable etapa de madurez interpretativa en la gran pantalla. Por ello, daba tanto igual que sus intentonas por instaurarse de nuevo en la pequeña no dieran resultado, como sucedió con las ramplonas series Código fuego (2003) o Los 80 (2004).

La caja 507.

Inesperadamente, la posterior trayectoria cinematográfica de Coronado tras estos estupendos éxitos personales en calidad de protagonista, se vio sustentada mayormente por cometidos claramente secundarios, supeditados al protagonismo de estrellas procedentes de nuevas generaciones, como ocurrió en la estimable y recomendable ópera prima Fuera del cuerpo (2004), de Vicente Peñarrocha; la efectista El Lobo (2004), de Miguel Courtois; o la magnífica La distancia (2006), de Iñaki Dorronsoro, donde llevaba a cabo un trabajo esencialmente grave, agrio y austero, una actuación controlada y muy estudiada que tampoco hubiera desmerecido de figurar candidata a un Premio Goya. Sin embargo, el no soportar sobre sus hombros el peso de tan imponentes films, le permitió a la estrella relajarse y recuperar para la gran pantalla aquél traje de galán que parecía haber colgado y guardado definitivamente. Ahora, eso sí, dotando a sus intervenciones de mayor envergadura y no poco aplomo, como sucedía en Animals ferits (Animales heridos) (2006), que lo volvió a reunir con Ventura Pons, o en la adaptación del clásico teatral de Lope de Vega La dama boba (2006), de Manuel Iborra, donde, a pesar de su esfuerzo, su desapego con el verso barroco y la diferencia notoria en edad entre él y su amada (interpretada por Silvia Abascal) le convertían en un intérprete poco apropiado para el papel de Laurencio.

La vida mancha (2003).

Mucho mejor estuvo, claro está, cuando retomó la atmósfera turbia de un personaje tan inquietante como el del secundario que incorporó en la aceptable cinta de cine negro que fue Tuya siempre (2007), de Manuel Lombardero, pero mucho más cuando asumió el papel de un profesor de universidad amenazado por ETA en la valiente y brillante Todos estamos invitados (2008), de Manuel Gutiérrez Aragón. En ésas, ya había vuelto a la tele con la serie R.I.S., Científica (2007), con la que trataba de trasladar a la pequeña pantalla su ya instaurada imagen cinematográfica con personajes sobrios y templados y que terminó de conseguir con su despreciable antagonista en Acusados (2009). En el cine, volvió al universo de Vicente Aranda para un papel secundario en la atropellada e inverosímil Luna caliente (2009) y, tras dos años de silencio, Urbizu le recuperó para poner en pie su obra magna No habrá paz para los malvados (2011), regalándole a Coronado un fantástico papel protagonista al que el intérprete, cuya estrella venía acusando ya cierto deterioro en nuestra industria, se aferró con uñas y dientes, sacándose de la manga la, probablemente, mejor actuación para el cine que hayamos visto hasta la fecha de Jose Coronado. Ese inspector de policía acabado y desagradable Santos Trinidad se erige desde la primera escena en el trabajo más complejo y arriesgado del actor, que brilla a lo largo de todo el metraje gracias a una sobrecogedora economía gestual y a una demoledora dureza expositiva. Favorito a ganar la Concha de Plata al mejor actor en el Festival de San Sebastián donde fue presentada la película, Coronado arrasó, por el contrario, en una temporada de premios en la que no hubo ni uno que no ganara: el del CEC, el Fotogramas de Plata, el de la Unión de Actores, el Sant Jordi y, obviamente, un merecido Goya al mejor actor protagonista.

No habrá paz para los malvados (2011).

Después de la resaca de los Goya, Coronado se hizo desear. Hasta casi un año después no le volvimos a ver por una pantalla grande y fue con otra ópera prima, El cuerpo (2012), de Oriol Paulo, interesante aunque finalmente fallido thriller con la estrella ciertamente desaprovechada en un nuevo rol secundario, de apoyo al joven y guapo protagonista de turno. Lo mismo sucedía en la todavía en cartel Los últimos días, donde su intervención quedaba reducida a mera comparsa en la odisea que emprende el protagonista en esta interesante y eficaz cinta apocalíptica, donde Coronado sabía imponerse al lugar común y al esquematismo reinante en el dibujo de los personajes. Después de pasar por el Festival de Málaga, que este año le hizo entrega del Premio Málaga-Sur a toda una vida al mismo tiempo que presentaba allí sus dos nuevas películas, llega por fin este viernes a las salas un Coronado que vuelve a ejercer de protagonista, esta vez de un thriller psicológico, como padre de un adolescente realmente rebelde, aunque reincidiendo con una nueva ópera prima que le llevó a figurar en las pertinentes quinielas al palmarés final. En Málaga se pudo ver también su pequeña intervención en otro debut, la comedia sentimental y coral El amor no es lo que era, de Gabi Ochoa, en la que comparte cartel con su hijo, Nicolás Coronado, y de la que aún se desconoce su fecha definitiva de estreno. Lo mismo sucede con su otro proyecto, sin duda el más interesante, para este presente curso, la comedia Murieron por encima de sus posibilidades, de Isaki Lacuesta, que unirá a Coronado con un reparto de auténtico lujo en el que figuran Eduard Fernández, Sergi López, Ariadna Gil, Emma Suárez, Raúl Arévalo, Josep María Pou y Jordi Vilches y que, parece ser, anda estancada en fase de post-producción por problemas de financiación. Para el futuro, le veremos en la superproducción europea En solitaire, de Christophe Offenstein, prevista para el primer trimestre del 2014, así como también en el drama estadounidense What About Love, de Klaus Menzel, y que le hará compartir plano nada menos que con Sharon Stone. ¿Significarán estos proyectos nuevos saltos, nuevas vías, en la trayectoria cinematográfica de Jose Coronado? Como no somos adivinos, dejamos la pregunta en el aire mientras contenemos las ganas de ver a partir del próximo viernes en los cines a este ya imprescindible actor de nuestro cine.

What About Love (2014).


Hijo de Caín - Tráiler por keane43


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