martes, 9 de abril de 2013

Javier Bardem, el animal más inclasificable del cine español.



Como cada semana, la actualidad cinematográfica manda y si esta semana hay alguien que lidere el protagonismo de la misma, no es otro que Javier Bardem. La estrella, quizás el mayor descubrimiento artístico del recientemente finado Bigas Luna, llegará a los cines el viernes con nada menos que dos títulos: su vuelta a la producción nacional con el drama Alacrán enamorado, de Santiago A. Zannou, basado en la novela de su hermano, Carlos Bardem, y su esperado encuentro con uno de los directores más importantes, uno de los imprescindibles, de la cinematografía mundial, To the Wonder (2012), de Terrence Malick, que pone de manifiesto el estatus de prestigio en el panorama internacional adquirido por el intérprete español más premiado y reverenciado de la Historia. Por ello, es buen momento para hacer un repaso exhaustivo a la trayectoria de un intérprete que no quería serlo pero que, con el permiso de otros tantos y tan grandes de nuestro cine, se ha ganado a pulso la etiqueta del Mejor Actor Español de todos los tiempos.

Las edades de Lulú (1990).

Descendiente de una de las dinastías más importantes del teatro y del cine españoles, hijo de la actriz Pilar Bardem, sobrino del fundamental director Juan Antonio Bardem, nieto, por tanto, de los emblemáticos Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro, había nacido en Las Palmas de Gran Canaria, pero se mudó a los dos años de edad a Madrid con su familia donde, a los cuatro, ya debutaba para la pequeña pantalla, haciendo un pequeño papel en la serie El pícaro (1974), de Fernando Fernán Gómez. Sin ninguna intención de ser actor, en su adolescencia comienzó estudios de Bellas Artes que no finalizó al ser contratado por una empresa de diseño publicitario. Fanático del rugby, deporte con el que llegó a formar parte de la selección española, Javier Bardem iría haciendo pequeñas incursiones televisivas en Segunda enseñanza (1986), con papel fijo, y Brigada central (1990), ambas de Pedro Masó, junto con trabajos de figuración para ganarse un dinero extra. Fue así como le llegó un papel secundario en Las edades de Lulú (1990), de Bigas Luna, que marcó su debut oficial en el cine, causando una enorme conmoción gracias a un físico verdaderamente potente, nada habitual en el panorama interpretativo del momento, y, sobre todo, por una capacidad de riesgo admirable en un novel, de la que da sobrada constancia la explítica secuencia de la orgía sadomasoquista que protagonizaba y donde se comía con patatas a la mismísima estrella de la película, una poco convincente Francesca Neri. A Las edades de Lulú le seguirían otras intervenciones algo más pequeñas en Tacones lejanos (1991), de Pedro Almodóvar, y Amo tu cama rica (1991), de Emilio Martínez Lázaro. Bigas Luna, todavía impresionado por el chico desde que le dirigiera en 1990, le volvió a convocar para dar vida a Raúl, el prototipo canalla y caradura de "macho ibérico" con el que Bardem causó un enorme impacto cinematográfico en 1992. Jamón, jamón le abrió de par en par las puertas de una industria deseosa de contar entre su nómina de actores con un intérprete que se alejaba por completo del cliché casi mojigato al que parecían responder otros actores de su generación. El entusiasta recibimiento a un Bardem, que con su mirada intensa y su aspecto asalvajado, representaba un auténtico filón para un nuevo tipo de cine más expícitamente agresivo, se percibe en la abultada galería de premios y nominaciones que recibió gracias a Jamón, jamón: mejor revelación por la Unión de Actores, mejor actor en los Sant Jordi, y en los Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), así como nominaciones al Fotogramas de Plata y, finalmente, al Goya al mejor actor principal. 

Jamón, jamón (1992).

Conscientes de su enorme magnetismo y de su ya más que contrastada competencia en personajes rudos, sus siguientes papeles siguieron emparejándole con esa imagen hortera y primaria que le había llevado a la fama: El amante bilingüe (1993), de Vicente Aranda, en una corta intervención, y, sobre todo, Huevos de oro (1993), de nuevo con Bigas Luna, donde quedaba impresa la capacidad de aprehensión del actor en un tipo de personaje sumamente visceral y de bajo entendimiento intelectual y moral, sobrepasado por una enorme ambición y que permitía al actor realizar un meritorio tour de force, con un climax dramático de altura, sorprendente en un joven intérprete como él. Aunque premiado con un Fotogramas de Plata y de nuevo nominado al mejor actor en los Goya, Bardem acusaba ya no poco temor de un más que probable encasillamiento artístico en este tipo de personajes, por lo que se aventuró a dar un giro radical a su trayectoria afrontando dos retos interpretativos de muy diferente signo y que, fiel a su desproporcionada inventiva, finalmente superó con excelente nota: el papel secundario de un yonqui mugriento en Días contados (1994), de Imanol Uribe, y el detective protagonista en búsqueda desesperada de su amante en la magnífica y fascinante El detective y la muerte, de Gonzalo Suárez, por las que fue galardonado en el Festival de San Sebasián con el premio Fernando Rey al mejor actor europeo de reparto y la Concha de Plata al mejor actor, respectivamente, convirtiéndose en el intérprete más joven recompensado con semejante distinción. Por ambas queda finalista a los Fotogramas de Plata como mejor actor de cine y recibe, además, el Premio de la Unión de Actores a la mejor interpretación secundaria por Días contados, película que le sirve en bandeja un Goya en su tercera nominación consecutiva, la primera en la categoría de reparto. Se daba forma así a un impresionante palmarés que avalaba la pequeña pero arriesgada trayectoria de este monstruo cinematográfico de ojos oscuros, cuerpo bravo y potente voz cavernosa que en sólo dos años había pasado de ser una imponente promesa a un consolidado e impresionante actor.

Días contados (1994), junto a Karra Elejalde.

Sólo un año después de ganar su primer Goya, Javier Bardem lograba el segundo, esta vez en la categoría protagonista, por un rol situado en un extremo completamente opuesto a todos los anteriores, el protagonista de una comedia de corte clásico como Boca a boca (1995), de Manuel Gómez Pereira, a priori nada menos idóneo para las facultades exhibidas por la joven estrella hasta el momento. Sin embargo, al intérprete aún le perseguía su imagen de sex-symbol ibérico, por lo que no dudó a la hora de lanzarse, casi sin red, a esta divertida historia de equívocos, demostrando de paso poseer una formidable vis cómica, del todo inesperada, y logrando un merecido aplauso tanto del público como de la crítica. También por parte de una industria ya prácticamente rendida a sus pies, que además del Goya, le premió con el Premio del CEC, otro nuevo Fotogramas de Plata, un Premio Ondas, otro de la Asociación de Críticos Españoles de Nueva York, y el del Festival de Cine de Comedia de Peñíscola. Enorme triunfo, por tanto, este salto cualitativo que evidenciaba la jugosa versatilidad de un actor que, con una todavía corta trayectoria, alcanzaba una alta consideración en la industria y aventajaba (con mucho) a muchos otros (y veteranos) intérpretes, no hablemos ya de sus compañeros de generación, y todo ello debido a un autoexigente talante de superación y un temperamental talento interpretativo de la mejor ley. 

Con Aitana Sánchez Gijón en Boca a boca (1995).

Con dos Premios Goya y una Concha de Plata en su vitrina, este animal cinematográfico podía presumir de tener a todo el Cine Español a sus pies ya a sus 26 años. No obstante, antes que relajarse y seguir una trayectoria fílmica acomodaticia y facilona, Javier Bardem siguió optando por el riesgo en sus siguientes trabajos ante las cámaras, labrándose un merecido respeto en la profesión gracias a la incontable cantidad de registros que se empeñó en ir exhibiendo de forma magistral a su paso por algunas de las películas más destacadas de nuestro cine en los noventa. En Éxtasis (1996), de Mariano Barroso, thriller intenso y recomendable, se apuntó un trabajo verdaderamente inmenso, subrayado por un escrupuloso descontrol, midiéndose nada menos que al gran Federico Luppi y quedando finalista a los Premios de la Unión de Actores y a los Fotogramas de Plata. Y mientras hacía cameos del todo descacharrantes para algunos amigos, que evidenciaban su entusiasta y despreocupada inclinación para también reírse de sí mismo, en El amor perjudica seriamente la salud (1996), de Gómez Pereira, Airbag (1997), de Juanma Bajo Ulloa, o Torrente: el brazo tonto de la ley (1998), de Santiago Segura, fue subiendo peldaños, a cada cual más complejo, conformando una filmografía selecta y, a todas luces, envidiable. Estuvo inconmensurable en su definitivo encuentro con Almodóvar, Carne trémula (1997), comiéndose otra vez a Francesca Neri como ese ex policía en silla de ruedas, que puso de manifiesto la obsesión del actor por llevar hasta el límite más recóndito su desaparición dentro de las pieles de sus personajes en un trabajo marcadamente trágico y dramático. Ganador del Premio del Público al mejor actor en los Premios del Cine Europeo y, de nuevo, candidato al Goya, acometió su labor más estrambótica, histérica y desfasada hasta la fecha, en Perdita Durango (1997), de Álex de la Iglesia, en una interpretación literal y excelentemente pasada de rosca, que le valió una nominación a los Premios de la Unión de Actores y junto a la anterior, un nuevo Fotogramas de Plata al mejor actor de cine.

Carne trémula (1997).

Terminaba la década y Bardem parecía tener ya poco que demostrar. Por ello, tampoco se le exigió más que lograra mantener el tipo ante una magnífica Victoria Abril en el estupendo thriller rodado por Gómez Pereira, Entre las piernas (1999), al que siguió otro guión espléndido enmarcado en el mismo género, de nuevo a las órdenes de Mariano Barroso, Los lobos de Washington (1999), por el que recibió el Premio Ondas al mejor actor (compartido con su compañero en el film, Eduard Fernández). Y si no teníamos suficiente, nos regaló una emotiva y sentida encarnación de un homosexual sin complejos en el drama Segunda piel (1999), de Gerardo Vera. En el año 2000 Bardem acudió a la llamada de la Meca del Cine e hizo las maletas para rodar en inglés un biopic sobre el poeta cubano homosexual Reinaldo Arenas, centrado en su enfrentamiento con la Cuba castrista. A las órdenes de Julian Schnabel, Javier Bardem se mostró entusiasta y entregado, consiguiendo sin mucho esfuerzo convertirse en el único aval de una película mediocre llamada Before Night Falls (Antes que anochezca) (2000), que le elevaría allá dónde no había conseguido llegar ningún otro intérprete español. Su admirable, pormenorizada y ciertamente cruda, por su intangible verismo, caracterización le valió la Copa Volpi al mejor actor en el Festival de Venecia, así como nominaciones a algunas de las Asociaciones de Críticos más importantes del territorio estadounidense (Boston, Chicago, Los Ángeles, Phoenix), el premio al mejor actor concedido por la máxima autoridad crítica del país, el National Board of Review (NBR) y también por el círculo independiente, el Independent Spirit Award. Pero la lista de menciones no terminaría ahí. En un hito nunca antes logrado por un intérprete español, Javier Bardem quedó finalista a los popularísimos Globos de Oro, en la categoría de mejor actor dramático (anteriormente, sólo Antonio Banderas había logrado tal hazaña, dos veces, en la categoría de comedia o musical) y, por si esto no fuera poco ya, confirmó las entusiastas expectativas convirtiéndose en el primer actor nacional nominado al Oscar, sentando un altísimo punto de inflexión en su trayectoria.

Antes que anochezca (2000).

Tras el subidón de los Oscar, la cotización de Javier Bardem ascendió como la espuma, sobre todo en Estados Unidos, donde los productores se rifaban a tan sugestivo talento. Lejos de lo que hubiera cabido esperar en una situación semejante, Bardem rechazó todas las ofertas recibidas desde el otro lado del Atlántico, disminuyendo considerablemente su actividad cinematográfica, reducida entonces a un nuevo cameo para Agustín Díaz Yanes en Sin noticias de Dios (2001) y a la única oferta procedente de América que aceptó protagonizar, el debut tras las cámaras del genial actor John Malkovich. A pesar del fallido resultado del conjunto, la labor de Bardem en The Dancer Upstairs (Pasos de baile) (2002) confirmaba que lo suyo no había sido algo fortuito, sino completamente merecido, dada la impresionante categoría de su arsenal interpretativo, y que volvió a quedar convenientemente expuesta en la que se convirtió, sin lugar a dudas, en la mejor actuación que el intérprete había realizado hasta el momento: su ex-huelguista obeso de Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa. Modélico en la sinceridad y el aplomo con el que efectúa todo su trabajo en la cinta, ciertamente asombroso, una auténtica joya de la creación interpretativa literalmente digna de estudio, fue favorito a ganar la Concha de Plata en San Sebasián, festival donde compitió una película que se alzaría con la preciada Concha de Oro. Por el contrario, fue el vencedor indiscutible de aquélla temporada de premios en nuestra cinematografía: un nuevo Fotogramas de Plata, otro Premio del CEC, otro de la Unión de Actores y un tercer Goya (que lo equiparaba ya en cabezones interpretativos con el maestro Fernán Gómez: dos como principal y uno como secundario), así como una nominación a los Premios del Cine Europeo. Bardem lograba con Los lunes al sol subir el escalón definitivo para alcanzar la consideración de gran actor a la que llevaba tiempo aspirando. 

Los lunes al sol (2002).

Considerado ya como el Marlon Brando español por su ejemplar mutabilidad, volvió a hacer honor a su fama de selecto a la hora de elegir los proyectos en los que embarcar su cotizado talento. Salvo un cameo en la piel de un peligroso narcotraficante en la estilizada película de Michael Mann, Collateral (2004), siguió rechazando las ofertas que se le presentaban desde el otro lado del Atlántico, deseosos de contar con sus servicios casi en exclusiva y se decantó por trabajar con uno de nuestros directores con más proyección internacional, Alejandro Amenábar, en la reconstrucción de los últimos meses en la vida del tetrapléjico Ramón Sampedro, interpretación que, obviamente, causó estragos. La sorprendente caracterización que lucía el actor, que le hacía irreconocible, y el efectismo lacrimógeno que impregnaba toda Mar adentro (2004), sumados a la consabida buena mano del director en lo que a manejo de actores se refiere y al hecho de que, en esta ocasión, se encontraba frente al más camaleónico, inteligente y preparado intérprete del país, hizo posible que Bardem ganara una segunda Copa Volpi en el Festival de Venecia y fuese proclamado como mejor actor europeo, volviera a figurar entre los nominados al Globo de Oro al mejor actor dramático y sonase fuerte su nombre como aspirante nuevamente al mejor actor en los Oscar. La cinta consiguió el Oscar relativo al mejor film extranjero, y aunque Bardem no entró esta vez en la terna por la preciada estatuilla, la colección de premios cosechada por el actor en nuestro país fue de escándalo: Premio de la Unión de Actores, un nuevo Fotogramas de Plata, otro del CEC y otro Goya, el tercero como principal de un total de cuatro. 


Mar adentro (2004).

Semejante éxito contrastó notablemente con el escaso entusiasmo que acogió su siguiente trabajo, el promocionado rodaje en España de Goya's Ghosts (Los fantasmas de Goya) (2006), superproducción dirigida por el prestigioso Milos Forman, que tontamente desaprovechó el carisma y la soltura de Bardem en un desgraciado papel de inquisidor católico que invita a hablar de la primera mala actuación de la estrella, que aún no siéndolo al cien por cien, merece tal calificativo en comparación con el altísimo nivel impuesto por sus actuaciones hasta aquél momento. Por suerte para todos, los imprescindibles Joel y Ethan Coen vinieron en su rescate y le regalaron el papel más al límite de toda su carrera, el del asesino a sueldo, sin escrúpulos y sin humanidad aparente, de No Country for Old Men (No es país para viejos) (2007), al que Bardem supo agarrarse con el ahínco acostumbrado, sacándose de la manga una apoteósica y memorable interpretación, absolutamente detallada, que literalmente congela la sangre del espectador por la escabrosa y sanguinaria frialdad exhibida sin alardes, con implacable crudeza, por el actor español. En el círculo internacional de premios, Bardem logró ir un paso más allá de adonde había llegado hacía unos años con Antes que anochezca: prácticamente todas las asociaciones de críticos de Estados Unidos le premiaron como el mejor secundario del año, le dieron el BAFTA y no sólo le nominaron al Globo de Oro, sino que además lo ganó. Y si esto no bastaba, se erigió en el actor español más importante no sólo del momento, sino de la Historia de nuestra cinematografía misma al ser el primero en ganar el tan ansiado y preciado Oscar. Supuso una marca difícil de igual para cualquier intérprete de habla hispana y sentó un precedente que, aparentemente, sólo él podrá superar en un futuro próximo.

No es país para viejos (2007).

Y aunque se equivocara de lleno al aceptar el bonito y alimenticio protagonismo de la adaptación de la novela de Gabriel García Márquez, Love in the Time of Cholera (El amor en los tiempos del cólera) (2007), de Mike Newell, que evidenciaba una infrecuente y molesta concesión de la estrella hacia la taquilla, quizás un necesario aunque discutible primer paso de afianzamiento estelar al otro lado del charco, no estábamos acostumbrados a ver a nuestro Javier Bardem vendiendo tan alegremente y a tan bajo coste su inmenso talento. En su incipiente carrera ya netamente internacional, vino a rescatarle el genio de Nueva York, un Woody Allen que le ofreció la oportunidad de convertirse en un auténtico galán de comedia romántica en su producción, rodada en España y con dinero español, Vicky Cristina Barcelona (2008), que aparte de granjearle una nueva nominación a los Globos de Oro, como actor de comedia, así como a los Independent Spirit Award, pasó prácticamente inadvertido ante el robo a mano armada que sufría toda la película por el despliegue arrabalero de una magnífica Penélope Cruz, ganadora justa de un Oscar a la mejor actriz secundaria. La incertidumbre en su devenir cinematográfico fuera de nuestras fronteras nos llegó gracias a su participación en el execrable vehículo para la recuperada estrellona Julia Roberts, Eat Pray Love (Come Reza Ama) (2010), de Ryan Murphy, donde todo quedaba explícitamente dispuesto para el correcto y ensalzador servilismo a la protagonista, incluso un perdido y desorientado Bardem que no daba el tipo como galán latino.

Con Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona (2008).

De regreso en España, se aferró con fuerza a su protagonismo a las órdenes del mexicano Alejandro González Iñárritu en la imperfecta Biufiful (2010), donde Javier Bardem volvió a dejar constancia de la alta categoría que poseía como intérprete, desenvolviéndose con impactante veracidad en la piel de un personaje sumamente complejo y al que la estrella aportaba una palpable humanidad, logrando un trabajo cargado de un hondo y profundo dolor tan cercano al realismo que se hace incluso insoportable visionar. Con todo el merecimiento del mundo, este trabajo le dio a Bardem uno de los pocos galardones que ya le faltaban: el del mejor actor en el Festival de festivales, Cannes. Nuevamente nominado al BAFTA, supuso la confirmación definitiva de nuestro actor en Hollywood, donde le regalaron una magnífica y brillante tercera nominación al Oscar. En nuestro país, impuso un récord que será muy difícil de igualar, no digamos ya superar, por cualquier actor español en el futuro: hacerse con su quinto Goya, el cuarto como principal.

Biutiful (2010).

Muy esquivo y tremendamente selectivo desde unos años para acá, sorprendió a todas luces el que aceptara dar vida al villano de un producto tan marcadamente mainstream como era una nueva entrega de la saga de James Bond. Sin embargo, tras toda la operación de marketing, se escondía una honesta intención de abandonar por una vez la intensa carga de sus habituales cometidos cinematográficos. Lo que no esperábamos es que, por primera vez en la historia de semejante saga blockbuster, un malo iba a dar tanto que hablar. Skyfall (2012), aparte de resultar un reconfortante espectáculo que proporciona al respetable un más que agradecido entretenimiento, supone también la mejor y más depurada película de una saga que nunca conoció un capítulo como éste. Su director, el excelente Sam Mendes, aprovechó la oportunidad para, con su película, impartir una clase magistral de cómo hacer cine palomitero sin perder una cierta autoría cinematográfica, impregnando toda la puesta en escena de un personalísimo estilo propio, que además no traicionaba, sino que veneraba, los códigos tan manidos de una saga con lenguaje propio. Bardem no sólo daba el tipo, sino que literalmente se hacía con todos los aplausos en un papel de villano ciertamente ejemplar, debido a la alta cancha que otorgaba el director a unos actores que, por primera vez en una película de este tipo, eran priorizados por encima de la acción truculenta. En un hecho sin precedentes, Bardem logró ser finalista como secundario a los premios del Sindicato de Actores norteamericanos, galardones vetados para producciones de esta índole, y sonó fuerte para unos Oscar donde finalmente no fue nominado, aunque se resarciría gracias a su presencia entre los candidatos al BAFTA. 

Skyfall (2012).

Con semejante panorama, nos llega este mismo viernes a las salas su esperado reclutamiento en el personal y atractivo universo del cineasta Terrence Malick, To the Wonder (2012), vista en el pasado Festival de Venecia, donde fue acogida con una notable división de opiniones por parte de una crítica especializada que, si ha coincidido en algo, ha sido en su aplauso generalizado hacia el trabajo de un Bardem en papel de párroco, nuevo registro (del todo inusual en él) para una estrella que, de seguro, logrará cumplir las expectativas. De tono prácticamente opuesto será su otro papel a punto de estreno, el de un ideólogo neonazi en la adaptación de la novela de su hermano, Alacrán enamorado (2013), que aterriza en los cines también este viernes y en donde su sola presencia, promocionada como de colaboración, se alza como el gancho ineludible para arrastrar al público a las salas. A tenor de las expectativas, estamos seguros de que el trabajo secundario de Bardem en Alacrán enamorado volverá a dar motivos más que suficientes para convertirle en uno de los ineludibles en la próxima temporada de premios cinematográficos en España, con los Goya a la cabeza. En la recámara, tiene casi a punto su participación en una de las grandes superproducciones del futuro próximo, el thriller The Counselor, de Ridley Scott, rodada en suelo español y en la que volverá a coincidir con su pareja, Cruz, secundando a un reparto de campanillas (Brad Pitt, Cameron Diaz y Michael Fassbender), proyecto que terminará de asentar de forma claramente definitiva a Javier Bardem en el puesto que merece dentro de la cinematografía internacional como una de sus más brillantes y sólidas estrellas, difícilmente clasificable con otra etiqueta que no sea la de 'un pedazo de actor como la copa de un pino'.




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