lunes, 27 de mayo de 2013

"Chaika" es poesía helada en el Cine Español.


Estrenado de tapadillo, visible únicamente para aquellos espectadores más avispados, en los que aún permanezca intacto un espíritu inabarcablemente curioso, Chaika, el segundo largometraje del madrileño Miguel Ángel Jiménez, abre espacios y temas para el, a veces, tan denostado cine patrio. Ejemplo de la capacidad sin límites de nuestros cineastas, Chaika es, por desgracia, una excepción en toda regla de lo que tan acostumbrados estamos a entender como Cine Español. Rodada entre Georgia y Kazajistán, con intérpretes de allí, absolutamente desconocidos aquí, Chaika tampoco parece española. Porque, sin menospreciar el cine autóctono más popular, los usos y modos de esta película parecen nacer de una filmografía completamente ajena. En ese sentido, un título como Chaika parece llegar a las salas procedente de alguna sección oficial o paralela de algún festival internacional de prestigio (no hubiera desentonado en absoluto dentro de la programación de una Berlinale, por ejemplo), a donde siempre tienen acceso algunas escasas y puntuales muestras de cinematografías con poca o nula proyección internacional, como bien podría ser la georgiana.


Pero no. Chaika es un título netamente español. Y es de agradecer su existencia porque evidencia que aquí también existen cineastas capaces de querer e intentar salirse de las normas establecidas en los estilemas más arraigados de nuestro cine. De este modo, Chaika pronto adquiere autonomía y se convierte en un título de alcance universal, aunque, en modo alguno, pierde la imponente personalidad que la desmarca, para bien, del grueso de 'cine festivalero' que suele llegar a nuestras salas. Algo en lo que tiene mucho que ver el tono decididamente áspero y gélido de la película, sin duda muy influenciado por el paisaje helado y desamparado que enmarca buena parte de la historia. De este modo, este triple retorno al hogar que contiene el argumento de Chaika siempre se nos muestra desde una incómoda distancia, provocando sobre nosotros un enorme sentimiento de impotencia como testigos voluntarios de la decrepitud y la amargura de unos seres terriblemente solos, indigentes de cariño, como esa hosca familia viviendo en una granja apartada de cualquier tipo de civilización, con comportamientos y actitudes rayando en lo patológico.


Hermosamente fotografiada por Gorka Gómez Andreu, Chaika pone de manifiesto también el gusto exquisito de su director a la hora de encuadrar y planificar, no perdiendo nunca de vista cierto estilo minimalista y sobrio, con planos fijos y en movimiento ciertamente sugestivos por el ritmo entre pausado y dilatado que contienen, pero también revelando cierta influencia del western e incluso de las vanguardias rusas del cine mudo, con esos expresivos, constringentes y contundentes primeros planos en los que quedan atrapados los personajes en momentos terriblemente decisivos. Todo ello, unido a la triste y degenerada desnudez con la que el director nos expone esa (falsa) doble trama, sucia y embarrada, invariablemente desagradable, confieren a Chaika una extraña poesía que nace de la fosa séptica de unos seres abruptos, desolados, que aprenden a amarse superando cualquier prejuicio.


Lógico, por tanto, que hacia el final nos embargue el pesimismo ante la instintiva actitud de la protagonista, Aysha, incapaz de abandonar su condición nómada, aunque ello implique renunciar a una felicidad establecida y antinatural. Por desgracia, hasta llegar a ese punto, Jiménez nos ha obsequiado con algunas redundancias en el malsano carácter de su protagonista, lo que invita a pensar en cierto estiramiento de la trama en aras de la 'sorpresa' final. Único lapsus narrativo en esta película, incomprensiblemente pasada por algo por la Academia en la pasada edición de los Premios Goya, donde no figuró nominada en ningún apartado siendo, como es ante todas las cosas, un desbordante e imponente ejercicio de contención cinematográfica, impresionantemente serena y perturbadora al mismo tiempo, beneficiada además por la enfermiza belleza de la actriz debutante Salome Demuria.


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