jueves, 25 de abril de 2013

"Los jueves, milagro": esbozo de una obra maestra.


Acercarse a la obra de Luis García Berlanga resulta una tarea siempre satisfactoria, salvo en el caso del título que nos ocupa, Los jueves, milagro (1957), forzosamente uno de los títulos menores en la filmografía de tan grande cineasta y no porque la película le saliera rana, sino porque se empeñaron en que así fuera. Visionando Los jueves, milagro a uno le entra no poco cabreo al atisbar lo que pudo llegar a ser una película de estas características de haberse podido llevar a cabo en otro contexto político y social diferente al que imperaba en la España de finales de los cincuenta. Estamos ante la película más masacrada de Berlanga, por ello, también la menos berlanguiana de todos sus títulos, aunque la práctica totalidad de la primera parte de la película permita reconocer la mano infalible del director, lo que da de sí una más que entusiasta, del todo disfrutable, aproximación a una historia que termina decepcionando, sorprendiendo con unos giros de guión del todo inesperados y absolutamente inapropiados tanto para la trama como para los personajes, nada habituales en un director que veía mutilada y mancillada la que a buen seguro podía haber sido una de sus obras cumbres.


Los jueves, milagro se inicia sobre el esquema básico de todas las películas de Berlanga en su primera etapa: un grupo de perdedores trata de mejorar su condición social. Para el caso, las fuerzas vivas del pequeño pueblo de Fontecilla, que vivió tiempos de esplendor gracias a la fama de su balneario, urden un plan para recuperar el turismo perdido: organizar una "aparición mariana". Con semejante punto de partida, no es de extrañar que la Censura quisiera meter mano, siempre velando por los idearios de la impositiva Iglesia Católica del momento. Sin ir más lejos, durante la escritura del guión, el productor de la película, Ángel Martínez, vendió la compañía a una empresa vinculada al Opus Dei, a la que no le gustó en absoluto el mal lugar en el que quedaba la institución religiosa, designando a un padre dominico para la supervisión del guión. Fue así cómo Berlanga y su co-guionista, José Luis Colina, se vieron obligados a elaborar un desarrollo diferente al pensado en un principio, incluyendo un personaje como el incorporado por la estrella foránea Richard Basehart para, a través de él, lanzar un mensaje harto moralizante. Pero la cosa no quedó ahí. Se contrató al director Jorge Grau para que rodara escenas adicionales y se cambiaron incluso algunas líneas de diálogo en la fase de doblaje, desvirtuando (y manipulando de paso) el alcance último de la película en aras del respeto a la ortodoxia cristiana. 


Así, nos llega a nuestros días una película coja, que posee sus grandes (enormes) aciertos en la disección impune de la condición humana que lleva a cabo Berlanga, con malicioso tino no exento de una complaciente ternura. Con un ritmo ágil y desenfadado, el director cabalga por la puesta en escena de Los jueves, milagro arremetiendo a diestro y siniestro: contra la iglesia, contra la educación, contra la corrupción en las altas esferas de poder, contra las mujeres, incluso, que Berlanga era un confeso misógino (¡no se puede ser perfecto!); y siempre con un descacharrante cinismo y un espíritu crítico que de mordaz se nos hace inevitablemente divertido incluso a nuestros modernos ojos del siglo XXI. Porque de no ser por ese tono entre la fábula y el chiste, que invita a visionar Los jueves, milagro siempre con una sonrisa en los labios, a veces incluso una sonora carcajada, seríamos incapaces de mantener el tipo ante una película que nos lanza, como si de misiles se trataran, auténticos dardos acerca de nuestra naturaleza misma, reforzados por una puesta en escena que rebosa influencias de ese Neorrealismo italiano al que la obra de Berlanga fue siempre tan cercana.


Ayuda a la inmediata consecución de estas virtudes el concurso de un nutrido y excelente reparto: Juan Calvo, perfecto y rotundo como ese alcalde de doble moral, Alberto Romea, que exprime al máximo su aristocrática presencia como el dueño del ruinoso balneario, José Luis López Vázquez, actuando en clave naturalista, sin sus luego habituales y reconocibles tics, como ese cura escéptico, Guadalupe Muñoz Sampedro, magistral como esa beata convencida, tronchante diana del realizador durante toda su intervención, Manuel Alexandre, literalmente impagable como el vagabundo testigo de las apariciones del santo. Pero, sobre todos ellos, destaca por razones obvias el gran José Isbert, deliciosamente cómico, desternillante en cada aparición como ese acaudalado y cicatero propietario del pueblo obligado a ejercer del pertinente santo aparecido, protagonizando momentos imborrables ya para la Historia del Cine como la primera y delirante aparición mariana o su conversión drástica al altruismo monetario bajo el influjo pertinente del poder divino.


Una pena que, ante tremenda brillantez, a Berlanga le obligaran a transformar de golpe y porrazo las motivaciones de la práctica totalidad de los personajes hacia el final del metraje, lo que da al traste con el alcance último de una sátira a la que de haber dejado fluir por sus cauces previstos, desde el argumento original creado por el director, bien pudiera haber sido demasiado corrosiva para una España que no estaba dispuesta ni preparada para asimilar un retrato tan descarnado de sí misma, ni aún maquillado a través de la chanza y el esperpento. De este modo, el "final feliz" impuesto por la Censura, así como la alargada y moralista resolución de los conflictos planteados irrita precisamente por despojar a la obra de una conclusión a la altura de su innegablemente gozoso planteamiento, a lo que ayuda la molesta interpretación de un desubicado Basehart, estrella en alza por aquél entonces y cuya presencia no logra ni siquiera rozar la extraordinaria labor del elenco español, algo que también sucede con la intervención (en exceso protagonista) del intérprete italiano Paolo Stoppa, ligeramente sobreactuado y caricaturesco. Queda pues, la sospecha de que estamos ante una de las más vitriólicas y espinosas sátiras del genio de Berlanga, que termina quedando reducida a una sombra lejana tras la "fortuita" intervención de la divina providencia.


Premios obtenidos:

Festival Internacional de Cine de Valladolid:
1958. Mención Especial: Luis García Berlanga.

Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos:
1960. Mejor Argumento Original: Luis García Berlanga.

2 comentarios:

Benigno dijo...

Es una película muy interesante, a mi modo de ver, no es de lo mejor de Berlanga, pero ahí está todo su estilo plasmado en la pantalla. Lejos de ser una de sus obras cumbre la disfruté, y me pareció dueña de un ingenio fuera de discusión.

Unknown dijo...

Sintetizando mi crítica, yo no lo hubiera dicho mejor! XD