jueves, 6 de febrero de 2014

Crítica de "Casi inocentes": casi "tv-movie".


No son pocos los profesionales técnicos de nuestro cine que se atreven a cruzar el umbral profesional y tomar las riendas de un proyecto (incluso más) en calidad de director. La última en llegar ha sido la hasta ahora directora artística Papick Lozano, que se ha lanzado a la dirección de largometrajes llevando a la pantalla, para la ocasión, un material ajeno, la novela del escritor vasco Pedro Ugarte "Casi inocentes", en la que, a medio camino entre el thriller psicológico y el drama familiar, se entretejía una reflexión sobre las relaciones familiares, en concreto el papel de la paternidad, y el recelo congénito que todos padecemos ante lo desconocido, en este caso personificado en la figura de un inmigrante ruso con el que nuestro protagonista se sentirá en continua deuda por haber rescatado de un incendio a su hijo.


Por desgracia, en su traspaso a imágenes, las páginas de la novela pierden fuerza y efectividad, debido a una puesta en escena que, tratando de ser fiel a la distanciada perspectiva del original, se torna pronto en mera ilustración de los hechos, quedando prácticamente toda ella a merced del trabajo actoral, con una abundancia de primeros planos, y denotando una alarmante falta de personalidad por parte de su creadora. Casi inocentes avanza, tras un inicio un tanto insípido, a través de una, siempre, bastante correcta planificación, que no depara al espectador sorpresa alguna, ni tan siquiera un mínimo de emoción; es más, que tiende incluso por momentos a una esquemática representación con referentes harto televisivos, que en su estandarizado mecanismo diluyen las posibilidades analíticas de la trama y la reducen a una mera colección de estereotipos, filmados de forma previsible y lastrada su intencionalidad narrativa por innecesarios e inmaduros subrayados estilísticos (ralentís, grúas, algún traveling virtuosista).


Todo ello en conjunción nos brinda la sospecha de que Lozano no ha sabido (o ha podido) disponer de todos los elementos que hubiera deseado para llevar a cabo sus propósitos. O que, aún con el conocimiento adquirido en la técnica, no ha logrado manejarlos en beneficio de la historia. Así, Casi inocentes llega a nosotros como una obra del todo imperfecta, que no consigue brillar ni en su vertiente de thriller psicológico, con ese padre angustiado por saldar la deuda contraída con el hombre que salvó a su hijo y que se convierte pronto en una insustancial y sosa bajada a los infiernos, ni en el persistente conflicto familiar, donde el papel de la paternidad y la entrega y atención para con los hijos que éste conlleva, son mostrados desde una óptica aséptica, afortunadamente alejada del ternurismo de manual, pero dada la impersonalidad del conjunto, carente de verdadero interés (a este respecto, para este servidor, sobran los flash-backs que explicitan la triste relación del protagonista con su progenitor).


La función, ni siquiera, la logra salvar un reparto verdaderamente entregado, donde sobresale por motivos obvios el protagonismo de Fernando Cayo, que evidencia una implicación con todas las aristas de su personaje digna de mejores causas. Y es que el tratamiento tan molestamente desapasionado que evidencia toda la obra se ceba muy particularmente con la sincera emoción que le imprime el intérprete a todas sus intervenciones. Tampoco la siempre estupenda Ana Fernández ofrece en Casi inocentes un trabajo digno de recordar, más por el superficial perfilado sufrido por el dibujo de su personaje, ante lo cual la actriz, comprensiblemente, brinda una actuación desvaída y no poco ensimismada. Jaroslaw Bielski logra aprovecharse de la coyuntura para hacer sobresalir sus secuencias sobre las demás, aunque la inhóspita rigidez corporal de su trabajo no basta para sacar del tópico a su rol. Por último, es obligado señalar el desaprovechamiento que padece una fugaz y ajustada Alexandra Jiménez en un filme de parsimonioso acontecer e insignificante alcance.


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