lunes, 22 de abril de 2013

Vuelve la estrella de extrarradio: Candela Peña.


Lo dijo ella misma, a modo de broma, tras recoger su tercer Goya en la última edición de los Premios de la Academia: tres años sin trabajar y cuando vuelve, con un trabajo de apenas de tres días de duración, le daban otro Goya. Eso es una prueba fehaciente de una auténtica carrera de fondo. Quedaba claro que el Cine Español echaba de menos a una de sus estrellas más representativas de los últimos veinte años y es que nuestra industria, siempre tan proclive a encasillar a sus actores, parecía no haber respetado el estigmatizado hueco que ocupaba Candela Peña dentro de su panorama artístico, últimamente renovado de manera algo forzosa para erigir como baluartes del mismo a intérpretes cuyo gancho tiene más que ver con su contrastado poder de convocatoria desde la pequeña pantalla que con una solvencia interpretativa de alto nivel. Así, en medio de esta reestructuración, actores hasta hace poco indispensables de nuestra cinematografía perdieron (por imperativo categórico) el puesto de honor que tanto esfuerzo les había llevado labrarse y prácticamente desaparecieron de un mapa cinematográfico en el que más que como veteranos del sector se les trataba como (prematuras) viejas glorias. El tercer Goya de Candela Peña por Una pistola en cada mano (2012), de Cesc Gay, ponía de manifiesto no sólo el desaprovechamiento artístico de la que durante un breve espacio de tiempo, hace tan sólo 10 años, figuraba entre las grandes sin discusión de nuestro cine, sino también la urgente y balsámica necesidad de reposicionar en el lugar que merecen el contrastado concurso de (no pocos) intérpretes ninguneados por una industria caprichosa, más pendiente de la urgente recuperación de lo invertido en sus productos cinematográficos que en consolidar el prestigio de eso que llamamos Cine Español.


Resulta paradójico esta introducción cuando atendemos a la eclosión artística de una Candela Peña que lideró, sin planteárselo, el importantísimo cambio generacional producido en el star system patrio a mediados de los noventa del siglo pasado. Sin embargo, mientras en el presente los nuevos rostros prácticamente monopolizan la producción de primera fila y gozan de una estima y repercusión hasta cierto punto excesiva, en los noventa, la nueva hornada de intérpretes supo convivir sin desplazarlas con las generaciones anteriores, que mantuvieron incólume el crédito que merecían. Eran, indiscutiblemente, otros tiempos. El cine en los años noventa vivió una época de resurgimiento (a todos los niveles) que le dio alas en el ideario popular. Ahora (podemos culpar a la crisis) el cine español parece algo bizarro y la televisión ha adquirido no poca notoriedad mediática. En los noventa, si hacías cine obtenías notoriedad de forma inmediata y la televisión quedaba para aquéllos que no tenían nada mejor que hacer. Ahora, hacer cine en España es un privilegio, goza de una exclusividad a la que sólo tienen acceso aquellos que se preven rentables gracias al tirón popular que otorga la televisión, medio que reporta además de importantes ingresos, también una estabilidad laboral que el cine ya no puede (o quiere) garantizar. 

Días contados (1994).
Candela Peña se reveló a lo grande en el Cine Español. Nacida Mª del Pilar Peña Sánchez en Gavá (Barcelona) allá por 1973, debe su nombre artístico a un fragmento de "La casa de Bernarda Alba" de Federico García Lorca, revelando la atracción de la intérprete hacia los personajes de raza y con raíces. Esto podría explicar por qué siendo tan joven, tras terminar COU, se fue a Sevilla a estudiar en el Centro Andaluz de Teatro. Fue de las primeras alumnas del luego reputadísimo Estudio de Juan Carlos Corazza en Madrid, de donde saldría su primer trabajo como profesional y su auténtica eclosión como actriz con tan sólo 21 años. Se trataba del thriller Días contados (1994), de Imanol Uribe, importante y fundamental éxito crítico y comercial del Cine Español de los noventa que dio a conocer de manera rotunda a la práctica totalidad de su reparto, compuesto en su mayoría por caras nuevas. Si todos comentaron en primera instancia las aptitudes de Ruth Gabriel, no es menos cierto que su compañera de reparto tampoco pasó desapercibida gracias a la efervescente y barriobajera naturalidad que desprendía en cada una de sus intervenciones Candela Peña, favorecidas por la confortable ternura que la actriz imprimía a su denostado personaje. Sin embargo, mientras Gabriel ascendía de golpe y porrazo a la notoriedad mediática más abrupta (el primer Goya revelación de la historia incluido), Candela Peña tampoco dejó pasar la posibilidad de escalar posiciones en la industria aprovechando las dobles nominaciones recibidas como actriz revelación y secundaria tanto a los Goya como a los Premios de la Unión de Actores. De este modo, tras intervenir con un corto papel en la comedia Boca a boca (1995), de Manuel Gómez Pereira, se encaramó al importante y notable debut cinematográfico de la actriz Icíar Bollaín, Hola, ¿estás sola? (1995), ejerciendo ahora de co-protagonista a la sombra del concurso de su también debutante compañera, Silke, a la que fácilmente le roba la película merced a su irresistible naturalidad y ternura en la piel de un práctico y desinhibido personaje  representado ante la cámara con un inusitado carisma para una casi recién llegada que, además, se hacía con el premio a la mejor actriz en el Festival de Comedia de Peñíscola.

Hola, ¿estás sola? (1995).
Si en la producción independiente de nuestro país se postulaba como una cabeza visible en el terreno interpretativo, en la llamémosla producción de alto alcance o comercial, se la requirió pronto para acometer coloridas labores de apoyo. Ocurrió así en la frustrada adaptación de La Celestina (1996) llevada a cabo por Gerardo Vera, donde Peña volvía a figurar rodeada de otro reparto absolutamente generacional adaptando su efectivo deje de extrarradio a las necesidades de un personaje como el de Elicia, una prostituta pupila de la pordiosera protagonista. El batacazo a todos los niveles de esta gran producción hizo poco por su carrera, todo lo contrario a lo que supuso su primer encuentro con el guionista Joaquín Oristrell para su ópera prima ¿De qué se ríen las mujeres? (1997), tierna comedia, aunque un tanto insustancial, que aparte de permitirle echar un notable pulso con las más veteranas, expertas y magníficas Verónica Forqué y Adriana Ozores, componiendo un trío de lo más irresistible, la enfrentó por primera vez al "personaje-tipo" al que la Peña parecía estar predestinada: chica humilde (de media o baja estracción social) que sueña con triunfar en el futuro como una gran actriz y a la que se le tuercen los sueños de manera imprevista siempre. Pero lo que más puso sobre la mesa la cinta de Oristrell fue la enorme capacidad de la actriz para hacer suyos personajes absolutamente disparatados, otorgándoles una conveniente pátina de humildad y ternura, pero encajándonos a nosotros, humildes espectadores, una reconfortante sonrisa ante su visionado, como dejaron claro su depresivo personaje en la estimable comedia de Chus Gutiérrez, Insomnio (1998), o su enamorada y algo naif ayudante de cocina en Novios (1999), de nuevo con Oristrell en una comedia al servicio, una vez más, de las consolidadas estrellas de la función: Juanjo Puigcorbé y María Barranco.

Todo sobre mi madre (1999).
Inesperadamente, la actriz fue reclamada por el director de actrices por antonomasia del cine español, Pedro Almodóvar, para dar vida a una joven actriz presa de una irrefrenable adicción a las drogas en la obra maestra que terminó siendo Todo sobre mi madre (1999). La cinta, ganadora del Oscar a la mejor película de habla no inglesa, puso contra las cuerdas el alcance dramático de una actriz que jamás había tenido la oportunidad de moverse en tales lides. Con una sequedad apabullante y una aspereza sin concesiones, Peña superó con nota el cambio de registro, apostando por mantener intacta la naturalidad y la humildad tan inherentes a su corpus artístico para desde ellas hacer aún más insondable la tragedia emocional de su personaje. Con menos tiempo en pantalla que el resto del acertado elenco femenino, la actriz logró quedar grabada a fuego en la retina de los espectadores y de una industria que supo premiar su debut netamente dramático con nuevas nominaciones a los Premios de la Unión de Actores (actriz de reparto) y a los Goya (actriz secundaria). Tras el subidón de ser ya una 'chica Almodóvar', la actriz se tomó un descanso que aprovechó para, animada por el director manchego, escribir y publicar su primera novela "Pérez Príncipe, María Dolores", una especie de diario de una chica aparentemente normal que podría servir de voz a cualquiera de los personajes que estaban por llegarle desde la pantalla grande.

Torremolinos 73 (2003).
Cuando volvió, lo hizo de la mano de Oristrell, formando parte de un reparto de cómicos de altura y brillando seductoramente, abandonando por un alividado instante la constante de 'chica de barrio' para dar entidad fílmica a esa engreída pero también soñadora actriz de teleserie en busca de un papel cinematográfico que le reporte el prestigio que tanto anhela, mezclando la autoironía y la ternura al unísono en este trabajo secundario de Sin vergüenza (2001). Menos unánime resultó su siguiente trabajo en la desafortunada ópera prima del actor Jordi Mollà, No somos nadie (2002), para unos frágil y emotivo, para otros directamente vacío y teatral, pequeño paso en falso sin importancia previo al estallido de talento que estaba por venir y que se inauguró con la presentación en el Festival de Málaga de Torremolinos 73 (2003), de Pablo Berger, nueva y espléndida ópera prima que extraía de Candela Peña un registro absolutamente novedoso: a su habitual eficacia cómica se le añadía esta vez una nostálgica y cotidiana vena de patetismo, lo que unido a su proverbial química con su partenaire, Javier Cámara, daba de sí un extraordinario trabajo desbordado por los sentimientos. Pocos meses después, llegaba a las cartelaras la comedia castiza Descongélate! (2003), la mejor película dirigida hasta el momento del dúo Félix Sabroso y Dunia Ayaso, volviendo a lucir estrato de barrio con la soltura acostumbrada. 

Te doy mis ojos (2003).
Y para cerrar el (glorioso) año, Peña se convirtió en el tercer e imprescincible vértice de un trío interpretativamente demoledor en el extraordinario y necesario drama sobre violencia machista que es Te doy mis ojos (2003), de nuevo junto a Icíar Bollaín. Sobrecogedora, fría e incorrumptible, sin una ni tan siquiera lejana reminiscencia de la ternura y la empatía que tan bien había venido fraguando a lo largo de sus anteriores trabajos para la gran pantalla, Candela Peña se marcaba un trabajo secundario de absoluto pavor como la hermana inflexible e impotente de la protagonista, una descomunal Laia Marull acosada ante los malos tratos de un inconmensurable Luis Tosar. Casi todos los parabienes fueron a parar a su pareja protagonista, como es norma, pero a Candela tampoco la dejaron de lado en una temporada de premios en la que su nombre brilló como nunca, tanto por una u otra película. Primero fue la Biznaga de Plata a la mejor actriz en Málaga por Torremolinos 73, por la que además fue reconocida como la mejor actriz en los festivales de Toulouse y de Miami, además de lograr candidaturas a los Fotogramas de Plata, a los Premios del CEC y a los de la Unión de Actores, quedando a su vez finalista como secundaria a los segundos y ganando en los terceros por Te doy mis ojos, película que además le dio el premio de la Asociación de Cronistas del Espectáculo de Nueva York a la mejor actriz secundaria y un Goya que no admite discusión alguna. Por último, ganó el Premio Ondas a la mejor actriz del año por toda su labor interpretativa en aquel 2003.

Princesas (2005).
A la fuerza, su primer protagonista neto tenía que llegar por fin. Y este se lo brindó Fernando León de Aranoa a través de la película Princesas (2005), cinta que marcaría un nuevo y definitivo hito interpretativo en la ya consolidada trayectoria de la estrella al que sólo ensombrece el aire trascendental de unos soliloquios que desvirtuan el alcance barriobajero y de arrabal de una actuación dramática que ponía de manifiesto la extraordinaria capacidad de la actriz para infundarse las pieles de personajes desafortunados, con la suerte de espaldas y los sueños de frente. Mágica y cercana a partes iguales, el trabajo de Peña salva del derribo a una película en demasía artificiosa y que, no obstante, le reportó prácticamente todos los premios interpretativos del año: el Fotogramas de Plata, el de la Unión de Actores, el del CEC y un segundo Goya, ahora como protagonista, que desde el mismo anuncio de las candidaturas jamás tuvo otra dueña, a pesar del excelente nivel de sus oponentes. Contra todo pronóstico, el éxito personal que supuso Princesas, en lugar de lanzarla a un estrellato sin concesiones, la acometió al más ingrato de los olvidos. La figura diminuta y el enorme carisma de Candela Peña desaparecieron de las pantallas cinematográficas tras ganar el Goya, haciéndonos pensar en la realidad de la maldición que arrastraba ya por aquel entonces el famoso cabezón y que también se había cebado con otras reputadas intérpretes.

Los años desnudos (2008).
Así, cuando regresó tres años más tarde y encima con un papel de soporte a otra recién llegada estrella, Verónica Echegui, en el drama carcelario El patio de mi cárcel (2008), de Belén Macías, buena parte del público había olvidado o no tenía muy en cuenta el talento y el oficio de una intérprete que había desaprovechado la brillante oportunidad de hacerse perdurable en la gran pantalla tras el empujón que debió suponer su Goya a la mejor actriz. Poco importaba que ahora retomase Candela Peña uno de sus habituales roles de mujer humilde frustrada ante un deseo juvenil de ser actriz y que lo hiciese con notoria convicción y aplomo como en El patio de mi cárcel, ahora la película pertenecía a otra, como ocurrió también en su otro título estrenado aquel año, Los años desnudos. Clasificada S (2008), comedia nostálgica del tándem Sabroso y Ayaso, en la que el morbo de ver a la popular Mar Flores interpretando a una actriz de cine S en pleno destape de nuestro cine, resultó ser un gancho comercial mucho más plausible que un nuevo, estupendo y valiente trabajo llevado a cabo por Candela. La pareja de directores lograría resarcirse de tremenda afrenta al regalarle el protagonismo de su siguiente película, la contundente y magnífica La isla interior (2009), en la que volvían a extraer de la actriz un soberbio despliegue dramático con clímax tensional en la durísima secuencia donde su personaje irrumpe sin concesiones en la habitación de su padre lanzando reproches. El único reproche que hay que hacerle a La isla interior fue su lamentable distribución comercial que, literalmente, dilapidó las posibilidades de la práctica totalidad del elenco de figurar candidatos a todos los premios de la temporada.

La isla interior (2009).
Y de nuevo, la nada. Una nada que, en plena crisis, sorprende a Candela Peña pasándose al otro lado de la cámara para desnudar a una serie de actores en su cortometraje 9 (2009) y la aleja irremisiblemente de nuestras pantallas por otros largos, insoportables tres años. Tres años en los que, como decíamos más arriba, el Cine Español la ha echado mucho, muchísimo de menos. Y nosotros, admirados y concienciados espectadores, aún más, porque un talento tan visceral como el suyo, que hemos ido viendo cómo se pulía pormenorizadamente a lo largo de estos últimos (casi) veinte años merecía a todas luces mucha más cancha interpretativa de la que ha venido gozando; en una industria donde cualquier estrella de la pequeña pantalla puede acumular dos o tres rodajes con total naturalidad, pero donde una indiscutible fiera de ese arte que es, en definitiva, la actuación ante una cámara se ve obligada a olvidar su discurso de aceptación de su tercer Goya (tres, nada menos) para pedir trabajo de manera pública. ¿Por qué? ¿Tan mal están las cosas? ¿Entonces por qué se critica la beligerante e indignada postura de la actriz a la hora de recoger su Goya, en lugar de revertir esos esfuerzos para meditar sobre la triste situación de unos actores que, como ella, no logran encontrar trabajo?

Una pistola en cada mano (2012).
Este tercer Goya de Candela Peña por su pequeña y breve, pero entusiasta y detallada participación en la coral Una pistola en cada mano (que la ha devuelto a la temporada de premios, siendo nominada también a los CEC y por la Unión de Actores como actriz de reparto, así como haberle reportado un Premio Gaudí de la Academia de Cine Catalán), parece haberle abierto una remota posibilidad de inaugurar una segunda etapa en su trayectoria como actriz. Algo a lo que contribuirá de forma decisiva su siguiente trabajo, como protagonista absoluta de la nueva película de la reputada Isabel Coixet, Ayer no termina nunca, presentada con entusiasmo en el pasado Festival de Berlín y en el presente Festival de Málaga, en donde se la cuenta ya entre las favoritas a ganar la Biznaga de Plata a la mejor actriz (¿cuarto Goya a la vista?). El próximo viernes aterrizará en las salas la película que (esperemos) logre instaurar de una manera feliz la figura de Candela Peña dentro de nuestra cinematografía y como su talento hace tiempo merece. ¿O estaremos ante otra frustrante ensoñación del legítimo afianzamiento artístico de la estrella? Desde aquí deseamos que se sucedan a Ayer no termina nunca más y mejores protagonismos que enfaticen y doten de dinamismo la trayectoria de una de las mejores actrices de su generación. Que más vale una candela de extrarradio que un fuego fatuo de moda.


2 comentarios:

Benigno dijo...

Candela es de lo mejor del cine español, es una actriz que nos ha regalado unas interpretaciones absolutamente sublimes desde mediados de los noventa hasta hoy. La echábamos de menos y no queremos volver a perderla de vista.

Unknown dijo...

Que el Dios del Cine Español te oiga amigo!!!