jueves, 9 de mayo de 2013

Un espectáculo presuntuoso que ni arde ni quema.


En cierto modo, los amantes del Cine Español hemos de congratularnos de que exista una película como Combustión, lo último de Daniel Calparsoro. Primero y más que nada, por erigirse en ejemplo indiscutible de que también aquí, en España, con menos medios y menos dinero que en otras cinematografías, con la megalómana Estados Unidos a la cabeza siempre, somos capaces y tenemos el suficiente don del riesgo como para lanzarnos a fabricar un producto de obvia vocación puramente comercial. Y hacerlo, además, bastante bien, sabiendo conjugar de modo atractivo y sugerente los poco diversos elementos que convierten un título cualquiera en una bomba de relojería a su llegada a los cines. La teoría se la sabe muy bien Calparsoro, director experto, como casi ningún otro en nuestra industria, a la hora de concebir la acción cinematográfica. El punto fuerte de Combustión es, sin duda, la mano firme con la que su director filma y monta las escenas de acción de su película, porque aparte de seguir a rajatabla los patrones establecidos, como si aplicara de manera obediente pauta por pauta del "Manual para Directores de Acción", también sabe imprimir un tono, entre sobrio y sofisticado, a las imágenes más trepidantes de su filme.


He aquí la gran sorpresa que nos depara el visionado de Combustión. Y, lamentablemente, la única. Bueno, no exactamente la única, pero sí la más destacable. Porque sorpresa es también, aunque de un modo diametralmente contrario, el que el responsable de un título tan recomendable como Invasor (2012) haya tirado por la borda las posibilidades que el nuevo material le ofrecía para seguir demostrando que hacer cine de acción (en España) no estaba reñido con hacer buen cine. Y es que bajo el imponente y espectacular armazón formal de Combustión, un espectador mínimamente exigente apenas puede hallar más que chamusquina. Es tanta la memez y la obviedad que se ocultan tras ese colorista dispositivo visual que cabrea reconocer en algunos momentos la inmodesta intención del director por emular con su criatura una obra maestra como Drive (2011), de Nicolas Winding Refn, intentando con ello alejar su película de la tan socorrida comparación con la saga The Fast and the Furious (2001), iniciada por Rob Cohen. Sin embargo, para desgracia de Calparsoro (y, por extensión, de nosotros, decepcionados espectadores), la cinta está más cerca de la hueca e insustancial propuesta de la segunda, que de la atmosférica y conceptual aportación de la primera.


Por ello, es obligado lamentarse de la existencia de un producto como Combustión dentro de la cinematografía patria por la alta presunción de una cinta que, por momentos, trata de trascender la vacua superficialidad que le da origen: un guión lleno de clichés y lugares comunes, con giros argumentales raquíticos por su obviedad manifiesta y unos personajes arquetípicos, de una pieza, nada trabajados y que meramente responden a tipos vulgarmente establecidos, que intentan hacernos creer que nos están ofreciendo un espectáculo arrollador, distinto, cuando únicamente nos proporcionan lo mismo que cualquier serie de televisión para adolescentes de la actual parrilla nacional, sólo que condensado en poco más de hora y media y no es gratis. Poca culpa de todo esto tienen los incautos intérpretes de esta historia, que con semejantes roles tratan de hacer lo que pueden o mejor saben. Así, Álex González da el tipo de chico embaucado y trata de dar cordura emocional al giro pueril y autómata de su personaje; Alberto Ammann tira de carisma para componer al, de lejos, el más monocorde y estereotipado de los personajes; y Adriana Ugarte logra quitarnos los prejuicios sacándose de la manga (o de debajo de esas diminutas faldas) un erotismo absolutamente potente al que le roban toda la credibilidad las caídas de su personaje en los terrenos puramente románticos. Hay que detenerse, eso sí, a observar de cerca el trabajo de María Castro, la mejor de todo el elenco, precisamente por lograr, con muy pocos elementos -sólo una serie de sutiles detalles-, alejar a su también muy estándar personaje de la vulgaridad interpretativa.


Cabe preguntarse ahora primero por qué de la necesidad de emprender aventuras cinematográficas que, en modo alguno, tienen relación directa con la cultura imperante en nuestro país, tratando de hacer caja en un terreno que no es el nuestro y que no impulsa ni enriquece nuestra identidad cinematográfica. Pero también, alejándonos de este tremendo radicalismo, tenemos que preguntarnos el que, siendo conscientes de nuestras limitaciones, ya que nos disponemos a abordar temáticas y estilos que nos son tan ajenos, como creadores cinematográficos, por qué hacerlo según los modos y usos establecidos por el cine foráneo, por qué no aportar nuestro pequeño granito de arena tratando de virar el género con una propuesta, de algún modo, diferente, desmarcándose así de evidentes comparaciones, más destructivas que otra cosa. Y, teniendo en cuenta el desconcertante rendimiento de la película en la taquilla, también habría que preguntarse por qué, aún asumiendo y presumiendo de los mismos leitmotiv que convierten en oro puro productos similares llegados desde Hollywood, un título como Combustión no convence a su audiencia predeterminada. Quizás porque, por momentos, Combustión, más que un espécimen autosuficiente dentro del género, parece una parodia del mismo. Tal es el grado de disparate que se alcanza en su marco argumental. Y, por último, es lícito preguntarse también por qué ese mal uso y abuso de una banda sonora tan ruidosamente rimbombante, tratando de lograr con ella el mismo efecto que la usada por Winding Refn para su Drive. Lo que Calparsoro y Carlos Jean no parecen haber sabido entender de aquélla, es que la música electrónica empleada por el director danés daba fuerza a la potencia visual de las imágenes, reconvirtiendo de paso la atmósfera intrínseca de las mismas y elevándola a niveles incluso abstractos. En Combustión, sin embargo, la música escogida para acompañar a las imágenes parece querer entablar con ellas un diálogo prestidigitador similar al sucio y achacoso lenguaje videoclipero.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actriz Revelación: María Castro.
- Mejor Montaje: Antonio Frutos y David Pinillos.
- Mejor Sonido: Sergio Bürmann y James Muñoz.
- Mejores Efectos Especiales: Ferran Piquer.

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