lunes, 30 de diciembre de 2013

Lista de nuestras 10(+1) mejores películas españolas de 2013.


Estamos a punto de clausurar un nuevo curso cinematográfico, lamentablemente, marcado por la alarmante pérdida de espectadores en las salas de cine, achacable (entre otras muchas causas) al alto coste que para un ciudadano normal supone una entrada de cine, teoría que refrendaron las largas colas vistas en Madrid tras la puesta en marcha de la muy comentada Fiesta del Cine y otras iniciativas similares. Hemos vivido un 2013 convulso, con frecuentes ataques a la profesión por parte de un gobierno que, para más inri, ha seguido manteniendo el 21% de IVA en el sector. Sin embargo, frente a la muy cuestionada calidad de nuestro cine, la industria ha sabido responder como tan bien sabe: no son pocas las películas españolas cuya calidad supera (y con creces) la mera corrección. Como en todas las cinematografías, el Cine Español ha parido este año muy malas, malas, correctas, buenas e, incluso, muy buenas películas. El problema, insistimos, no es la calidad, sino el complicado y cada vez más tortuoso viaje que han de soportar para llegar a las salas, muchas veces en condiciones de distribución y exhibición realmente lamentables. Siempre supeditado al magno posicionamiento que el cine extranjero (primordialmente estadounidense) posee en nuestras pantallas, nuestro cine ha debido conformarse con acceder a protagonizar una presencia francamente insignificante en las marquesinas que, salvo excepciones de renombre (Almodóvar, De la Iglesia) o producciones apoyadas por las todopoderosas televisiones privadas, no han logrado trascender la mera anécdota. 2013, además, ha sido el año en el que nos hemos familiarizado con el crowdfunding, en el que despedimos entre apenados y furiosos a uno de los sinónimos de Cine Español por antonomasia con el cierre de Alta Films y donde más buen cine español hemos visto en los circuitos independientes o, directamente, en los márgenes de la industria. Como no podía ser de otro modo, despedimos el año recordando las 10(+1) mejores cintas ofrecidas por el cine español a lo largo de estos infatigables doce meses para ActoresSinVergüenza.

10(+1). Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba.


Nos encontramos ante un guión complejo, repleto de situaciones del todo verosímiles y de soberbios diálogos, de una capacidad de análisis sentimental elogiable, que no siente pudor en demostrar un profundo amor por cada uno de los personajes y que esconde un competente estudio de una España atrasada con respecto al exterior, un país enclaustrado en sí mismo, incapaz siquiera de atisbar, aún menos de comprender, sus propias carencias. Y, como contrapunto, Vivir es fácil con los ojos cerrados también contiene una agridulce perspectiva de los anhelos y esperanzas de una juventud que pugna por desmarcarse de las oscuras y arcaicas normas establecidas, a lo que la película arroja como vía de salvación el camino de la educación, representada en ese gris y acomodado profesor de inglés protagonista, al que da vida con plena convicción Javier Cámara. Leer íntegra.

10. Chaika, de Miguel Ángel Jiménez.




Hermosamente fotografiada por Gorka Gómez Andreu, Chaika pone de manifiesto también el gusto exquisito de su director a la hora de encuadrar y planificar, no perdiendo nunca de vista cierto estilo minimalista y sobrio, con planos fijos y en movimiento ciertamente sugestivos por el ritmo entre pausado y dilatado que contienen, pero también revelando cierta influencia del western e incluso de las vanguardias rusas del cine mudo, con esos expresivos, constringentes y contundentes primeros planos en los que quedan atrapados los personajes en momentos terriblemente decisivos. Todo ello, unido a la triste y degenerada desnudez con la que el director nos expone esa (falsa) doble trama, sucia y embarrada, invariablemente desagradable, confieren a Chaika una extraña poesía que nace de la fosa séptica de unos seres abruptos, desolados, que aprenden a amarse superando cualquier prejuicio. Leer íntegra.

9. A puerta fría, de Xavi Puebla.


La impasibilidad y apatía de la puesta en escena de Puebla dan fe de la enorme inteligencia del realizador, dotado de una más que evidente capacidad autoral, que parece querer dar forma a un discurso eminentemente anti-capitalista, muy poco común en nuestra cinematografía y del que sería su anterior película (Bienvenido a Farewell-Gutmann) una clara antecesora. A puerta fría acaba siendo un paso adelante respecto a aquélla y es que Puebla ha logrado contenerse en su labor como guionista y ha sustituido la explicitud de la primera por un uso magistral de la elipsis y de la sugerencia en la que ahora nos ocupa, permitiendo que los personajes hablen más con los ojos que con los labios, para así poner en pie un contundente drama que, desde la frialdad de sus imágenes, nos retuerce el alma para estamparnos en la cara la degradante y mísera condición humana. Estamos ante una obra sumamente adulta, atípica por desgracia dentro del panorama cinematográfico español de la actualidad, más pendiente de construir a través de sus imágenes un discurso y un mensaje que de recuperar el dinero invertido en su puesta en pie; más interesada en hacer dudar, cuestionar, pensar y debatir al espectador que de meramente entretenerle. Leer íntegra.

8. La fotógrafa, de Fernando Baños Fidalgo.


Es precisamente esta falta de ambición que se desprende de absolutamente todo el metraje de su película lo que hace de La fotógrafa el mejor debut cinematográfico en lo que llevamos de año y, probablemente, muy difícil será que no termine el curso entre los mejores. Porque, a pesar de no contarnos nada que no nos hayan contado antes en tantas películas sobre secretos familiares en difíciles períodos históricos, en La fotógrafa predomina la sana y honesta intención de contar bien la historia, con un guión perfectamente medido y calculado para aportar y desvelar siempre la información justa y necesaria, sin caer nunca en efectismos dramáticos ni complacientes con los personajes, y que se distingue de otras producciones por no andarse por las ramas, incorporando al metraje únicamente las historias y situaciones más adecuadas para lograr contar y transmitir su historia de la forma más clara y concisa posible". Leer íntegra.

7. Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen.


Stockholm, con la frialdad y la sequedad como grandes aliadas, se embarca entonces en una incómoda y brusca batalla campal por la supervivencia del ego, de ese "yo" humillado que tratará de recomponer como sea la dignidad herida. Aquí emerge el otro referente tan mencionado de Stockholm, que por su distinguida y áspera forma de reflejar lo violento de muchas situaciones, está cerca del Michael Haneke de Caché, consiguiendo, como aquélla, ser ferozmente brutal en algunos momentos de imprevisible y descomunal impacto. Leer íntegra.

6. Todos queremos lo mejor para ella, de Mar Coll.


Con mayor sutileza que en la anterior, Mar Coll y su coguionista habitual, Valentina Viso, han rebajado el tono analítico de Tres días con la familia y, en una opción que las honra, han optado por escribir una historia en la que cada personaje posee aire a su alrededor para exponerse, donde ninguno de ellos se halla constringido ni por la acción ni mucho menos por un discurso que brilla por su ausencia. Y este es uno de los grandes aciertos del inteligentísimo guión de la película, que el texto jamás tomará partido por ninguno de los polos expuestos alrededor del personaje central y, gracias a esto, tampoco el espectador se verá obligado a posicionarse ni a favor ni en contra. Lo único que se pretende es el, por otro lado, doloroso ejercicio de observación sobre el comportamiento de una mujer que trata de dilucidar qué lugar ocupa en la pequeña parcela del mundo en la que le ha tocado vivir. Leer íntegra.

5. La por (El miedo), de Jordi Cadena.


La economía, en todos los sentidos, viene a ser una de las mayores virtudes de un filme que, por ejemplo, apenas supera la hora y cuarto de metraje. En tan poco tiempo, Cadena consigue, con escasos pero eficaces recursos, construir una de las películas más desalentadoramente incómodas de visionar del cine actual. La asepsia y distanciamiento con el que la cámara asiste al devenir de los tres personajes protagonistas duele por la sensación de impotencia que genera la sobria y elegante planificación de Cadena, así como también el hábil manejo de ciertos procedimientos (los desenfocados, el magnífico y terrorífico empleo del fuera de campo, los planos fijos mantenidos por largo tiempo y que infunden una considerable tensión), que logran zarandearnos hacia una perturbadora implicación no exenta de recelo. Leer íntegra.

4. Gente en sitios, de Juan Cavestany.


Gente en sitios, a través de un lenguaje felizmente rudimentario, de tono absolutamente amateur, directo y eficaz, nos viene a abrir los ojos ante esta desagradable realidad con un cúmulo de situaciones que, bien a modo de símbolos o de una forma algo más ilustrativa y convencional, deberían servir de acicate para sugestionar, como mínimo, nuestras conciencias. Aunque sea por la vía de unos gags enquistados en el terreno de lo abstracto, a través de un humor casi metafísico, que tiene sus mejores bazas en la contraposición exhaustiva de la lógica con lo impensable y donde el guiño al espectador nace de la ausencia premeditada de clausura en cada una de las historias, como invitándole también a él a formar parte, con sus neuras, sus problemas y sus particularidades, de este cúmulo de gente en sitios. Leer íntegra.

3. Los ilusos, de Jonás Trueba.


Todo al principio de Los ilusos resulta ambiguo y esta primera sensación es la que dota de un halo, en cierto modo, mágico a una película que (ad)miras subyugado por un estilo adusto y seco, más propio del documental que de una ficción, y que se irá tornando, a medida que van sucediendo los minutos, en un fascinante viaje a la periferia misma del cine, con un Madrid cinematográfico profundamente evocador desde una reconocible, pero no por ello menos bohemia, realidad. Así, lo que en un principio podía resultar atrayente pero distante y desconocido, termina por ser un balsámico choque contra otra forma de mirar, de querer, de idolatrar la ciudad como individuos. Otra manera de apasionarse y vivir por y para el cine. Leer íntegra.

2. Caníbal, de Manuel Martín Cuenca.


La fascinación que consigue la puesta en escena de la película, desbordada toda ella por una pulcritud gélida y distante, a través del sabio e inteligente uso de la elipsis, va generando en el ánimo del espectador una paulatina sensación de miedo. Un miedo que no nace de efectos visuales o de sonido, ni tan siquiera de un guión cuyo propósito principal es el de acompañar al monstruo en su impertérrita soledad. El miedo que desprende Caníbal surge de la magnífica capacidad de su autor para, con pocos, contadísimos, elementos (encuadres de una belleza casi armónica y de voyeurística intención, la caravaggista fotografía de Pau Esteve Birba, donde los clarocuros destilan un ingrávido naturalismo, sonido ambiente de imperturbable cotideaneidad, el paisaje, abrupto e inhóspito, como elemento opresor -la secuencia en la playa, la parte final en la montaña-), construir una inquietante atmósfera de terror no ya solo psicológico sino, sobre todo, sensorial. Leer íntegra.

1. La herida, de Fernando Franco.


Hacía tiempo que un filme no llegaba a remover tanto la reflexión y la autoconsciencia en el respetable. La herida lo logra gracias a ese audaz manejo del tempo cinematográfico, que parece acompasarse con la propia respiración del personaje. Eso y el inteligente uso del sonido (fuera y dentro de campo), que logran hacer hincapié, aún más si cabe, en la enfermiza soledad en la que vive Ana y donde no es difícil sentirse identificado por momentos, lo que termina proporcionándonos una insostenible sensación de pánico. Por ello, es de toda justicia señalar a esta película no ya solo como el mejor debut cinematográfico de lo que llevamos de año, incluso de los últimos años, sino como uno de los filmes más redondos y compactos de nuestra cinematografía. Un estoico y contundente ejercicio de estilo, capaz de noquear desde una impertérrita frialdad narrativa. Leer íntegra.

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