martes, 31 de diciembre de 2013

Nuestros 10(+1) mejores actores del 2013.


En el año en el que nos dejaron actores tan grandes e inolvidables como Alfredo Landa, Fernando Guillén o José Sancho, hemos asistido a la confirmación de talentos tan notables que pugnan por convertirse en parte importante de nuestro particular Olimpo de dioses de la pantalla. Y es que, en materia interpretativa, el Cine Español de 2013 nos ha dado importantes razones como para seguir defendiendo la excelente categoría artística de nuestros intérpretes. Nos han hecho llorar, reír, bailar, estremecernos de amor y hasta de miedo, representando desde la gran pantalla a tipos a los que nos pegaríamos como una lapa y viajaríamos tras ellos hasta el fin del mundo o todo lo contrario. 2013 ha sido el año en el que hemos tenido hasta en la sopa la irresistible sonrisa de Quim Gutiérrez, el rey de la cartelera con cuatro películas estrenadas, y en el que hemos vislumbrado la madurez interpretativa de Mario Casas, al que también vimos en tres películas. Pero, sobre ellos, los que más nos han gustado en ActoresSinVergúenza, aquellos que se han colado (o cimentado) en un rincón especial de nuestra cinefilia este 2013 son estos:

10. Carlos Areces, por Los amantes pasajeros.


Le vimos travestido en Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, formando un tronchante tándem con Santiago Segura, pero ni eso pudo hacernos olvidar la genialidad que Pedro Almódovar extrajo de Carlos Areces en Los amantes pasajeros, donde el actor podría ser fácilmente catalogado como "la auténtica reina del baile". El camaleonismo de Carlos 'pestañones' Areces arranca y alcanza grados de estupefacción en el respetable en Los amantes pasajeros, que si suma carcajada tras carcajada es simple y llanamente por el trabajo de Areces, soltando las inenarrables frases escritas por el manchego con esa insulsez tan característica suya y que aporta el nivel justo de mala uva a un personaje estereotipado, sí, pero ciertamente irresistible. Cada leve gesto, cada mirada, cada aparición suya son una invitación descarada a la risotada. Si hay un motivo por el que recomendar el visionado de Los amantes pasajeros, ése es el trabajo de Carlos Areces.

9. Miquel Fernández, por La gran familia española.


Aunque con larga y fecunda trayectoria teatral, en materia cinematográfica se puede hablar de Miquel Fernández como la más sugestiva y esperanzadora revelación acaecida para la gran pantalla este 2013, refrendada además por una manifiesta versatilidad que ha demostrado, con creces, formando parte del trío protagonista del desapercibido thriller Alpha, de Joan Cutrina, y, sobre todo, liderando sin querer el elenco de La gran familia española, de Daniel Sánchez Arévalo, donde fácilmente se alza como lo mejor de la película gracias a un matizado, preciso y pormenorizado retrato de su personaje, de sus neuras y sus traumas, acertando hasta el más mínimo gesto en su exposición de las mismas. Parece claro que con Fernández ha nacido un actor de auténtico carácter para el cine español, de esos que, como los más grandes, son capaces de saltar de un registro a otro sin mostrar por el camino signos de desgaste. Esperemos no equivocarnos, pero podría ser que en un futuro no lejano hablemos de él en los mismos términos en los que a día de hoy hablamos de Luis Tosar o Eduard Fernández.

8. Fernando Valverde, por 15 años y un día.


Después de ocho largos años sin aparecer en una gran pantalla, Gracia Querejeta nos devolvió a este grande y encima en un papel bastante jugoso en 15 años y un día. Y, tal y como preveíamos, el intérprete no defraudó las expectativas, marcándose para la ocasión un trabajo que roza la perfección en cada uno de sus planos: estoico, admirable, cargado de humanidad y rebosando empatía en cada frase, logrando que la calidez de la que está exenta la cinta, se la otorgue de sobra la presencia de este veterano. Puede hablarse, por tanto, de uno los más extraordinarios y mejor aprovechados come-back que se recuerdan en nuestro cine, digno de la gran categoría interpretativa de Tito Valverde.

7. Francesco Carril, por Los ilusos.


Lejos de toda duda, Carril supone una de las grandes virtudes de esa gran sorpresa cinematográfica que fue Los ilusos, de Jonás Trueba, donde el novel intérprete carga con un protagonista indefinido, descolocado y desubicado (en tiempo y forma) dentro de la narración, probablemente igual que el propio intérprete, y que va ganando enteros (él y su personaje) a medida que van surgiendo conversaciones, miradas y encuentros con otros (intérpretes y personajes), hasta terminar encontrando su sitio; todo ello a través de un tremendo ejercicio de investigación y creación interpretativa completamente alejado de normas y cánones, lleno de espontaneidad, inseguridades y frescura que, por sí solo, justifica su presencia entre los mejores trabajos masculinos vistos en el cine español de 2013.

6. Sergi López, por Ismael.


Ha sido el último en llegar a la cartelera pero poco le ha bastado a este veterano para colarse entre los mejores del año. Y es que, tal y como nos tiene acostumbrados, Sergi López lleva a cabo en Ismael, de Marcelo Piñeyro un excelente y deslumbrante trabajo, en auténtico estado de gracia, imponiéndose pronto, como quien no quiere la cosa, en lo mejor de la película, gracias a una irresistible exhibición de desparpajo como ese músico fracasado que aprovecha cada mínima ocasión para "lanzar fichas" a la, aún de muy buen ver, madre de su amigo. De sus intervenciones nacen los grandes y reconfortantes momentos cómicos de la película, así como también la mayor carga de humanidad y sensitiva verosimilitud que destila la puesta en escena de Ismael. Un trabajo tan holgadamente naturalizado y detallado no podía faltar en nuestra lista.

5. Ramón Madaula, por La por (El miedo).


Quizás sea este uno de los trabajos más logrados y redondos vistos en una película española este año, pero su extensión total en el filme, desgraciadamente corta, nos obliga a mencionarlo en la parte intermedia de la tabla. No obstante, quede constancia de nuestra más rendida admiración hacia la labor de este veterano intérprete, espeluznantemente intachable, pues apenas necesita levantar la voz para transmitir y justificar toda la aprensión que destila la película. Rotundo y circunspecto, el trabajo de Madaula inserta incluso amargos apuntes que nos hablan, de manera insospechada, de ese otro 'miedo', el que padece el maltratador a quedarse irremediablemente solo.

4. Antonio Dechent, por A puerta fría.


Eficaz y siempre eficiente secundario (le pudimos ver en La última isla, de Dácil Pérez de Guzmán), Xavi Puebla nos ofreció, por fin, a este sevillano como máximo protagonista de una película. Justo ganador del premio al mejor actor en el Festival de Málaga 2012 y uno de los grandes olvidados en las nominaciones de los Premios Goya del año pasado, el trabajo de Dechent roza lo sublime transmitiendo verdad desde la nada, poniéndose la naturalidad por bandera y traspasando la pantalla para ahogarnos con la angustia y la desesperación que inundan su mirada. Contagiado por ese espíritu áspero e insensible que recorre toda la película, Dechent nos lanza sin medias tintas toda la bajeza moral de su personaje, invitándonos a recorrer junto a él los rincones más incómodos de esa bajada a los infiernos, de ese desapacible viaje al lugar donde el deber hace tambalear los cimientos de la dignidad.

3. Javier Cámara, por Vivir es fácil con los ojos cerrados.


Si hay un actor que este año merezca un premia, sea el que sea, ése es Javier Cámara. No sólo nos volvió a deleitar con su cara más 'loca' en Los amantes pasajeros, si no que, además, se atrevió a marcarse un rotundo y emocionalmente sublime duelo interpretativo frente a Candela Peña en Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet. Por si esto no fuera poco, en el último trimestre del año David Trueba nos lo volvió a servir como inolvidable protagonista de Vivir es fácil con los ojos cerrados, en un trabajo de enorme aprehensión, que invita a descartar a cualquier otro actor para tal empeño, incapaces todos de abordarlo de forma tan sobresaliente como él lo hace. Cámara parece haber nacido para interpretar a este personaje, pues resulta un intérprete especialmente dotado para reflejar sin coartadas ante las cámaras todo el patetismo de sus criaturas, sin caer nunca en convencionalismos pueriles o en falsas y amaneradas caricaturas, estériles siempre de emoción. El actor está literalmente espléndido a lo largo de todo el filme, sin alardes desorbitados, desde una agradecida y primorosa contención, plasmando con una naturalidad cercana a la espontaneidad todos los claroscuros de un personaje eminentemente ingenuo y dándole, de paso, un giro imprevisto y muy agradecido a su registro tragicómico.

2. Àlex Brendemühl, por Wakolda (El médico alemán).


Àlex Brendemühl podría haber alcanzado este año un nuevo estatus dentro del panorama interpretativo nacional y tal cosa se la debe el actor al trabajo que lleva a cabo en Wakolda (El médico alemán), de Lucía Puenzo. Habiendo estrenado este mismo año Insensibles, de Juan Carlos Medina, donde su aplicado y funcional empeño casi nos obligaba a hablar de desaprovechamiento, llegó a tiempo esta co-producción con Argentina para resarcirle, donde se marca una prodigiosa interpretación en la piel de ese diabólico personaje, lamentablemente célebre, que fue el médico y antropólogo nazi Josef Mengele. Un trabajo metódico hasta el paroxismo, que incluso moldea su efectivo acento alemán con insertos del particular acento del sur de la Patagonia (lugar donde se localiza la trama), y que Brendemühl ejecuta con una fría contención, pero sin renunciar a una imprevista humanización de un personaje con el que el espectador llegará hasta a simpatizar, dada la considerable cercanía y llaneza con la que su actor nos lo muestra en pantalla. Doble mérito, por tanto, el de ser rotundamente fiel a la imagen establecida de un personaje a través de su legado histórico y el de traspasar el umbral de representación del mito para dotar al personaje de un alma ciertamente tangible y corpórea, que desalienta al espectador dada su palpable carga de verosimilitud interna.

1. Eduard Fernández, por Todas las mujeres (ex-aequo).


Conduce con mano diestra, segura y fascinante la desequilibrada película de Mariano Barroso, Todas las mujeres, logrando una actuación en absoluto estado de gracia. El intérprete se permite el lujazo de pasearse sin tapujos por todos los vericuetos de su personaje, ahondando incluso en los más desagradables, y hacerlo además desde una sublime precisión, matizando y depurando hasta el extremo cada uno de los rasgos (físicos, psíquicos y emocionales) de su personaje, logrando que tan impresentable protagonista no solo nos resulte simpático sino que, para más inri, nos induzca a no poca compasión. Eso sí, en su pletórica exhibición interpretativa colabora el sugestivo juego dialéctico y la química mutante que logra establecer con todas sus oponentes femeninas, que le sirven en bandeja la posibilidad de marcarse unos irreprochables duelos interpretativos de primerísimo nivel. Sin lugar a dudas, Eduard Fernández, cuando parecía que ya no podía sorprendernos más, demuestra en Todas las mujeres estar, como su personaje, por encima del bien y del mal.

1. Antonio de la Torre, por Caníbal (ex-aequo).


Le vimos tirando de carisma en Los amantes pasajeros, luego efectuando un modélico empeño cómico en La gran familia española y, para rematar el año, se dejó ver en Gente en sitios, esa obra maestra indescriptible de Juan Cavestany. Pero si alguien dudaba que este 2013 ha sido el año de Antonio de la Torre, no tiene más que recuperar del injusto olvido esa admirable pieza que fue Caníbal, de Manuel Martín Cuenca, donde el actor andaluz se mostraba radicalmente demoledor en su esterilizada y minuciosa exposición del carácter retraído y autosuficiente de su personaje. A través de una conveniente contención y una solidez apabullante, De la Torre va dando forma a la que se debe erigir desde ya en su mejor actuación para el cine, sustentada toda ella en el magnífico partido que de su expresiva y contundente mirada líquida extrae el director para que los pensamientos, las dudas y hasta los miedos del personaje traspasen la pantalla y, llegado el caso, congelen el ánimo del respetable. Todo ello, además, protegido por una descollante naturalidad, sin subrayados ni estridencias del todo innecesarios, lo que ayuda a implantar la conseguida condición de absoluto personaje anónimo, de ser otro tipo más del montón, que sobrevuela al protagonista, añadiendo con esto un componente aún más sobrecogedor a la historia. Literalmente devorado por la personalidad de su personaje, De la Torre termina confeccionando una actuación de implacable y árido efectismo en el respetable que, en el ensimismamiento que la recorre encierra el germen del terror que no tardará en ponerse de manifiesto.

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