viernes, 25 de octubre de 2013

Manolo Escobar, un ídolo de masas para el cine español.


Ayer nos sorprendía la noticia del fallecimiento de Manolo Escobar (1932-2013), enfermo de cáncer desde hace tiempo, sufrió una recaída hace seis días que le llevó a volver a estar ingresado en el hospital la víspera de su cumpleaños, el 19 de octubre. Célebre cantante de copla, auténtico fenómeno de masas en las décadas de los sesenta y setenta, con más de 70 discos a su espalda (31 de ellos "disco de oro"), llegó a ser, sin duda alguna, una de las figuras de la canción más relevantes y significativas del país, algo que la industria del cine, eminentemente populista en el momento, no dejó pasar en alto. Las películas que invariablemente protagonizó se construyeron para ratificar y prorrogar la imagen del ídolo popularizada por su faceta musical, fueron todos vehículos construidos a la medida de las posibilidades interpretativas de la estrella y, por si fuera poco, ensalzadores de los valores y la moral más conservadores y carpetovetónicos que convivían con los sutiles signos de aperturismo en el régimen franquista.

Nacido en el seno de una familia de agricultores en El Ejido (Almería), Manolo Escobar era el quinto de diez hermanos y a los trece años de edad ya emigraba a Barcelona junto a dos de ellos en busca de alguna posibilidad laboral. Fue aprendiz en una empresa metalúrgica y en un taller de carpintería, obrero de la construcción y empleado en una fábrica de productos químicos. Tras cumplir el servicio militar, se emplea en el servicio de Correos, al mismo tiempo que trata de aprobar el bachillerato. Tras ganar un concurso de aficionados convocado por Radio Barcelona en 1957, Manolo Escobar logra grabar su primer EP. En pocos años, asciende su cotización hasta el punto de desarrollar giras no sólo por España, sino también por Alemania y el sur de Francia. Tal fue la euforia suscitada por el cantante en sus actuaciones musicales que los productores de cine vieron en él a la nueva gallina de los huevos de oro y como todo artista de la canción que se preciara, Manolo Escobar no iba a ser una excepción en lo que a trayectoria cinematográfica se refería.

Mi canción es para ti (1965).
Su debut en la gran pantalla no se hizo esperar demasiado y ya en 1963 se estrenaba en Los guerrilleros, película de Pedro Luis Ramírez desbordada de todo el tipismo y el folclore "a la andaluza", según el cine español del momento. En ella, un grácil y campechano Escobar daba vida a un apuesto mayoral, al servicio de una condesa sevillana, paladín de la resistencia antifrancesa en plena ocupación napoleónica. La condesa no fue otra que Rocío Jurado y daba igual si había que interrumpir la guerra contra los invasores galos para que Escobar se arrancara a cantar el "Porompompero". A pesar del costoso esfuerzo de producción y de ambientación, parece ser que el emparejamiento artístico de sendas estrellas del cante no dio el resultado esperado, por ello, se decidió cambiar la fórmula en los siguientes vehículos para Escobar y hacer de los argumentos de sus películas reflejo de la propia personalidad del cantante. Así nació Mi canción es para ti (1965), en la que daba vida a un muchacho de provincias, precisamente llamado Manolo, que quiere ser cantante, y junto a su amigo, el camarero "Tumbaíto", espera triunfar en el mundo del espectáculo. Los dos amigos deciden irse a Madrid a probar fortuna para luego regresar a su tierra, donde Amparo, novia de Manolo, ha jurado esperarle. Manolo tiene una voz espléndida y una afición enorme por el cante, pero todos los intentos que hace para ser escuchado y lograr debutar en público le fallan. Entonces ambos tienen que aceptar trabajar como criados en la pensión donde viven, hasta que "Tumbaíto" logra colocarse de camarero en un hotel donde consigue que Manolo cante sustituyendo a un famoso artista, Curro Lucena, con el que tiene un parecido asombroso...

El padre Manolo (1966).
El rotundo éxito de taquilla de Mi canción es para ti (más de cuatro millones de espectadores), animó al responsable de ésta, Ramón Torrado, a patentar la fórmula, dirigiendo al ídolo en sus dos siguientes películas. La primera en llegar fue Un beso en el puerto (1966), donde Manolo volvía a ser un humilde empleado en una gasolinera que es despedido de su trabajo por su desmedida afición al cante. Para la ocasión, cambiaron a la pareja cómica de la anterior, el estupendo Ángel de Andrés, por la belleza rubia de Ingrid Pitt, que por algo vivíamos en el tiempo del boom turístico. El éxito en taquilla volvió a repetirse, lo que terminó de confirmar la magnífica aceptación del público a los productos con la estrella, siendo la continuación del fenómeno El padre Manolo (1966), donde esta vez Torrado vistió al cantante con la sotana apropiada para dar vida al cura que presta su nombre a la película, un cura bastante folclórico ya que siente especial devoción por los trucos de magia y la canción española, que durante un viaje es testigo de un accidente en el que muere un hombre. Pero él sospecha que este accidente ha sido en realidad un asesinato, y empieza a investigar por su cuenta. Esta vez la respuesta del público no llegó a las cifras de las anteriores, pero algo más de tres millones de personas pasaron por taquilla para recibir la consabida moraleja final que cerraba siempre los títulos de Manolo Escobar.

Con Concha Velasco en Pero... ¡en qué país vivimos! (1967).

Cerrada la etapa con Torrado, se inició la verdadera época de esplendor de Manolo Escobar ante las cámaras, aquélla en la que se le unió artísticamente con la espléndida Concha Velasco, germen de una de las parejas artísticas más rentables del cine nacional de los sesenta. Su primer encuentro fue Pero... ¡en qué país vivimos! (1967), de José Luis Sáenz de Heredia, sobre un concurso musical de televisión al que acuden dos aspirantes de estilos muy diferentes: él representa la música tradicional y popular española; ella, en cambio, los ritmos modernos. Sólo uno de los dos podrá ganar el concurso. La química con la Velasco fue algo especial, lo que hacía ganar puntos al Manolo Escobar actor. Por ello, resulta comprensible el éxito de la propuesta, lo que propicio la unión del tándem (cantante-actriz-director) en sucesivos proyectos: Relaciones casi públicas (1968), en la que ella daba vida a Marta, una reportera de televisión que conoce en un pueblecito toledano a Pepe, un cantante de Jaén lleno de talento pero sin influencias para poder triunfar. Marta decide convertirse en su representante con dos condiciones: el diez por ciento de los beneficios y que la relación sea estrictamente comercial. Claro que, al final, triunfará el amor y la canción nacional.

Juicio de faldas (1969).

Juicio de faldas (1969) nos lo presentaba como un bonachón camionero acusado por una chica de pueblo no muy agraciada de dejarla embarazada, por lo que Escobar recurría a los servicios de la abogada a la que daba vida Conchita, en una comedia beneficiada por la descacharrante comicidad de Gracita Morales, pero donde el retrógrado y machista mensaje moral resultaba harto más acuciado que en las anteriores. El siempre oportunista Mariano Ozores no quiso desperdiciar la oportunidad de marcarse un hito comercial y empleó a la pareja cómica en En un lugar de la manga (1970), donde una trama de especulación inmobiliaria sirve de pretexto para construir una exaltación delirante del machismo, de la edificación urbanística, del costumbrismo rancio y de todo lo español, aumentando, eso sí, las dosis de morbosidad, que los tiempos estaban cambiando. Fue el principio del fin, pues el público ya no respondió a la llamada como se esperaba. No obstante, Sáenz de Heredia siguió intentándolo, reuniendo a la pareja Escobar-Velasco por última vez en Me debes un muerto (1971), impresentable sátira a la española de Strangers on a Train (Extraños en un tren) (1951), de Alfred Hitchcock, donde el humor rozaba ya lo grotesco y ni el voluntarismo de la Velasco, ni las canciones de Escobar lograban aupar la función, algo que evidenció el escaso millón y medio de espectadores que acudieron a verla.

Con Paca Gabaldón en Me has hecho perder el juicio (1973)
Agotada la fórmula, Concha Velasco pegó la espantada y a Manolo Escobar hubo que buscarle nuevas y atractivas compañías femeninas que sustentaran lo escasamente originales de los argumentos que se escribían para su exclusivo lucimiento. La primera solución fue llevar a cabo una coproducción con México, país donde el cantante también disfrutaba de un sonoro triunfo popular, que, debido al gusto azteca, nos sirvió al cantante como un apuesto galán dividido entre dos mujeres, inmerso en una trama de lo más folletinesca con hija fallecida en accidente de equitación, amante inesperada y esposa arrepentida. Entre dos amores (1972) fue llevada a cabo por Luis Lucia y contó con la presencia de la guapa actriz iraní-mexicana Irán Eory. El número de espectadores que acudió a las salas fue mayor que en la anterior, pero tampoco se alcanzaron los dos millones. Por lo que, se pensó en virar la fórmula del cine protagonizado por Manolo Escobar, añadiéndole ingredientes procedentes de la comedia pseudoerótica que había popularizado Alfredo Landa. Nació así Me has hecho perder el juicio (1973), de Juan de Orduña, donde unas descaradas Paca Gabaldón y Ágata Lys desarmaban (solo en parte) la casta y recta moral de su personaje.

Cuando los niños vienen de Marsella (1974).
En vista de la pérdida de orientación padecida, Sáenz de Heredia acudió en su rescate y le volvió a dirigir en Cuando los niños vienen de Marsella (1974), donde el siempre simpático y sonriente Manolo Escobar intentaba hacernos creer que era un estafador tratando de timar, nada menos, que a la Seguridad Social francesa. La pérdida estrepitosa de espectadores fue el signo de que esta película suponía el ocaso del ídolo nacional en la pantalla. Así que, para poner en marcha Eva, ¿qué hace ese hombre en tu cama? (1975), de Tulio Demicheli, se volvió a recurrir a la coproducción con México. No obstante, ésta contenía ya un imposible trabajo del ídolo como un compositor-cantante obsesionado por la chica de un calendario. La taquilla siguió apuntando a la baja, sobre todo en su siguiente película, que superó por poco el millón de espectadores, ahora en coproducción con Panamá: Préstamela esta noche (1977), de nuevo a las órdenes de Demicheli, y en la que tuvo que compartir la cabecera del cartel con una estrella local, Perla Faith.

Cegados por la rutina, a nadie se le ocurrió asumir que la popularidad cinematográfica de Manolo Escobar se encontraba ya en franco declive. Franco había muerto y los tiempos, ahora sí, habían cambiado. Por ello, el realizador de TVE Valerio Lazarov se atrevió a abordar la dirección de largometrajes con un vehículo para Escobar, llamado La mujer es un buen negocio (1977), de nuevo financiada junto a México, que impuso a la estrella femenina de la función: Iris Chacón. Un bodrio, a todas luces, donde los niveles de escabrosidad y morbo ya superaban con creces a los de los anteriores filmes de la estrella dada la permisividad impuesta con el fin de la dictadura, por algo la película obtuvo la calificación para mayores de 18 años. Mariano Ozores acudió en su ayuda y trató de dignificar la imagen del otrora estrella, dirigiéndole en Donde hay patrón... (1978), ternurista y simplón intento de resucitar el reinado cinematográfico de Manolo Escobar que terminó pasando prácticamente inadvertida por las salas cinematográficas.

Con Antonio Garisa en ¿Dónde estará mi niño? (1981).

Aunque no tanto como Alejandra, mon amour (Operación comando) (1979), del argentino Julio Saraceni, con Manolo Escobar implicado en una burda e irrisoria trama policíaca con robo de una famosa esmeralda incluido. Sólo quinientos mil espectadores pasaron por taquilla, un sonoro y estrepitoso fracaso comercial que mantuvo a la decadente estrella apartado de los platós cinematográficos durante dos años. Cuando volvió lo hizo jugando la baza del despiste desde el mismo título del filme: ¿Donde estará mi niño? (1981). El niño, que no el carro. Para la ocasión dirigió Luis María Delgado y esta vez a Manolo lo que se le perdía era el hijo fruto de una aventurilla del pasado. Lo que cambian las cosas, con lo decente que venía siendo Manolo. No obstante, todo acabará como Dios manda en este folletinesco bodrio al que el público volvió a dar la espalda ya de manera sistemática.

Con Manolo Gómez Bur en Todo es posible en Granada (1982).

Con los 50 años cumplidos, Manolo Escobar se despidió del cine protagonizando el remake del homónimo clásico del cine español Todo es posible en Granada (1982). Para la ocasión, se incorporaron elementos musicales y se amoldó la propuesta a las posibilidades de un ya caduco Manolo Escobar. No obstante, la dirección corrió a cargo de un director más experto en otras lides, un Rafael Romero Marchent que poco pudo hacer para salvar del desastre económico un producto que nacía en su elaboración absolutamente desfasado respecto a los nuevos gustos del público. Triste despedida cinematográfica para una figura que durante algo más de una década había logrado reportar pingües beneficios a una industria que, eso sí, estiró hasta el hartazgo la consabida fórmula del éxito. Queda, por lo menos, el desparpajo y la campechanía de un Manolo Escobar que, si bien no poseía un talento interpretativo propiamente dicho, sí logró movilizar a las masas a la usanza de las grandes estrellas de Hollywood, algo difícil de ver en los tiempos que corren.


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