martes, 1 de octubre de 2013

Brujas como Carmen Maura y Terele Pávez, aunque estiradas, siguen siendo grandiosas.


Con semejante inicio, terriblemente arrollador, frenético y desquiciado, a nadie que se atreva a acercarse a visionar Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, debería extrañarle el que, a los pocos minutos de metraje, ya se encuentre del todo enganchado a la desbordante huida que protagonizan esos ladrones de poca monta en un taxi secuestrado arma en mano, tras un violento y fugaz golpe en una tienda de compraventa de oro en plena Puerta del Sol de Madrid. La película comienza a lo grande, de forma atronadora sonora y visualmente, en una suerte de espectáculo descacharrante donde el sentido del humor le echa un formidable pulso al vertiginoso ritmo narrativo empleado por el director, para presentarnos unos personajes y unas situaciones que, aún estando perfilados en base a cuatro o cinco trazos gruesos, no pierden ni por un momento su frescura y su ingenio. Tal es el poder hipnótico que genera en nosotros una puesta en escena verdaderamente vibrante y la escritura de unos diálogos y de unos gags impunemente hilarantes y brillantes, por lo que debemos dar gracias a esta nueva colaboración entre el director y el que fue, durante mucho tiempo, su coguionista habitual: Jorge Guerricaechevarría.


De este modo, Las brujas de Zugarramurdi funciona a la perfección a lo largo de su primera parte, cuando en montaje paralelo se nos cuenta el viaje a tres bandas desde Madrid hacia el norte primero de los ladrones protagonistas, luego de la esposa colérica de uno de ellos y, por último, de los inspectores de policía encargados del caso. Es aquí donde se encuentran los mayores aciertos de la cinta, por el carácter alocado de la acción, lo surrealista de algunos momentos y la espléndida química que se establece entre un correcto Hugo Silva, un caricaturesco Mario Casas y un espléndido Jaime Ordóñez, la gran sorpresa interpretativa de la película. Por desgracia, la chispa desaparece al llegar al Zugarramurdi del título y no es porque la historia pierda en verosimilitud pues esta es una constante en todo el discurrir del filme, cuyo argumento juega peligrosamente sobre una delgada línea roja, lo que otorga a Las brujas de Zugarramurdi un componente aún más disparatado si cabe convirtiéndola así en un gozoso divertimento.


El problema principal, quizás el único pero achacable a esta película y que, por desgracia, da al traste con su intención primera y última (entretener) es que en su segunda parte, el disparate se estira en demasía y el efectismo de algunas secuencias se pierde sin remedio al alargarse las situaciones, las persecuciones, las luchas; movidos por un sentido del énfasis que roza la escatología de manual y la reiteración intrascendente, lo que deriva en la pérdida de alcance de cierta parte central y que repercute en que el desenlace de la cinta termine resultando en cierto modo exasperante, carente de un verdadero clímax que funcione como tal, pues el que se supone que debería serlo nos pilla ya un tanto extenuados en nuestra butaca. Eso y la inclusión de una subtrama de amor metida con calzador y que no sólo tira por tierra los componentes fantástico-humorísticos de todo el conjunto hasta ese momento sino que, para más inri, pone en evidencia la escasa credibilidad que en tales lides es capaz de conseguir la actriz Carolina Bang, lo que termina pasando factura a su trabajo global y eso que había logrado convencernos en la piel de esa especie de dominatrix letal al principio de su intervención.


Al final, casi nos importan más las paródicas intervenciones de unos travestidos Santiago Segura y Carlos Areces o la ingratamente corta participación de María Barranco, que la resolución de tremenda odisea pesadillesca, por mucho que su director se empeñe en reservarnos para ese esperado aquelarre una desorbitada y espectacular traca final llena de efectos digitales y suntuosos movimientos de cámara en grúas. Llegados a este punto, los chistes ya carecen de gracia, Mario Casas ha perdido el personaje entre tanta persecución y la trama se resuelve de forma harto previsible. Menos mal que al terminar Las brujas de Zugarramurdi a uno le da por recordar que acaba de asistir al trabajo de tres portentos interpretativos de primera magnitud: el de Enrique Villén, en una caracterización delirante, hiperbólica y libre de tabúes y prejuicios; el de Carmen Maura, gloriosa en su papel, ocultando la maldad de su personaje a través de un extraordinario divismo; y el de Terele Pávez, feliz recuperación para el Cine Español de una intérprete única, que se come enteritos a cada uno de sus compañeros de reparto derrochando un poderío estremecedor. Sólo la presencia de estos tres auténticos monstruos logra mantener en alto, a un nivel bastante digno, toda la parte final de Las brujas de Zugarramurdi y, aún diría más, sólo por ellos se puede hablar de la última cinta de Álex de la Iglesia como un espectáculo total, al margen del pirotécnico envoltorio que la acompaña.



Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Película.
- Mejor Director: Álex de la Iglesia.
- Mejor Guión Original: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría.
- Mejor Actriz: Carmen Maura.
- Mejor Actor Secundario: Enrique Villén.
- Mejor Actriz Secundaria: Terele Pávez.
- Mejor Actor Revelación: Jaime Ordóñez.
- Mejor Fotografía: Kiko de la Rica.
- Mejor Música Original: Joan Valent.
- Mejor Dirección Artística: José Luis Arrizabalaga.
- Mejor Diseño de Vestuario: Paco Delgado.
- Mejor Maquillaje y Peluquería: Lola Gómez y Paco Rodríguez.
- Mejor Montaje: Pablo Blanco.
- Mejor Sonido: Manuel Carrión y Steve Miller.
- Mejores Efectos Especiales: Miguel González Familiar y Juan Ramón Molina.

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