jueves, 4 de abril de 2013

Mariví Bilbao (1930-2013), actriz en corto.

A mediodía de ayer nos dejaba para siempre, por causas naturales y rodeada de su familia, la veterana actriz Mariví Bilbao a los 83 años. Desde actoresSinVergüenza nos sumamos al sentido pésame que toda la profesión siente por su marcha recordando la trayectoria de una intérprete verdaderamente carismática, de las que ya no abundan en un panorama artístico repleto de caras y figuras tan parecidas unas a otras. Una actriz con una larga carrera a sus espaldas, que el cine siempre tachó de secundona y a la que la pequeña pantalla terminaría convirtiendo en estrella a nivel nacional justo a tiempo para que su marcha ya no pase desapercibida.


Nacida en Bilbao, un 22 de enero de 1930, María Victoria Bilbao-Goyoaga Álvarez se inició muy pronto como actriz de teatro en un marco de aficionados hasta llegar a participar en la fundación del grupo teatral Akelarre. En lo estrictamente cinematográfico, la actriz debutó en la gran pantalla tras intervenir aisladamente en una serie de cortometrajes durante los sesenta y setenta, cuando los cineastas Juanma Ortuoste y Javier Rebollo, con los que había trabajado en un corto (Agur Txomin), la volvieron a reclamar para dar vida a una de las siete protagonistas de la comedia coral Siete calles (1981). Se inicia así una primera etapa cinematográfica ciertamente errática, en la que Bilbao acometería principalmente pequeños papelitos en producciones mayoritariamente vascas o ambientadas en Euskadi. Así, aparecería en el sobrio y desapercibido drama histórico que Pedro Olea ambientó en la Navarra del siglo XVI y llevó por título, precisamente, Akelarre (1984); o en la cinta autonómica del guipuzcuano Ernesto Tellería, Eskorpion (1989), que apenas conoció distribución fuera de las fronteras vascas. Algo similiar a lo ocurrido con El mar es azul (1989), cinta dirigida por Ortuoste y producida por Rebollo, con protagonismo estelar del francés Feodor Atkine y el español Juan Diego, acerca de un violinista vasco de regreso en su Bilbao natal tras exiliarse en Checoslovaquia, que a día de hoy resulta una pieza curiosa por la condición de 'película maldita' que la sobrevuela desde su estreno. Tampoco hubo suerte con su siguiente aparición cinematográfica a las órdenes de su paisano Ernesto del Río en la romántica y desapercibida No me compliques la vida (1991).

Sálvate si puedes (1995).

Refugiada, de nuevo, durante los siguientes años en el atractivo mundo del cortometraje, volvió al formato largo ante la llamada del productor Joaquín Trincado, responsable de los dos primeros largometrajes de Enrique Urbizu, Tu novia está loca (1988) y Todo por la pasta (1991), decidido a emprender una trayectoria también como realizador, avalado por el concurso del plantel de estrellas prototípico en la comedia española del momento (Imanol Arias, María Barranco, Antonio Resines) y entre los que Mariví Bilbao disponía de alguna que otra posibilidad de lucimiento, a pesar de que el resultado final de Sálvate si puedes (1995) fuese a todas luces desangelado y desastroso. Pero de nada tendría que preocuparse, pues por suerte apareció en su vida laboral el joven Daniel Calparsoro, que la fichó para su ópera prima Salto al vacío (1995) y le regaló a la Bilbao el aborrecible papel de la madre de la protagonista, una intervención secundaria que figura como la mejor actuación registrada de la actriz para la gran pantalla, en la que ya daba forma con absoluta perfección al registro de vieja cascarrabias que luego tanta fama le daría.

Salto al vacío (1995).

Calparsoro la tomó pronto en una de sus habituales, y con él, regresó paulatinamente a los cines tanto en Pasajes (1996) y A ciegas (1997), también en pequeñas intervenciones. Entre una y otra colaboración con el cineasta barcelonés, la actriz se asomó a la producción de primera fila del cine nacional al participar en Malena es un  nombre de tango (1996), de Gerardo Herrero, y se reencontró con Rebollo en la comedia desfasada Calor y celos (1996). Hizo lo propio con Ortuoste en el poco interesante drama carcelario Entre todas las mujeres (1998), antes de formar parte del divertido y experimentado elenco femenino de la comedia Pecata minuta (1999), dirigida con ritmo por el habitual actor Ramón Barea. El relativo éxito de esta comedia coincidió en el tiempo con la buena acogida recibida por la sentimental Las huellas borradas (1999), de Enrique Gabriel, donde volvía a destacar a pesar de compartir planos con Asunción Balaguer y Federico Luppi

Las huellas borradas (1999).

Siguió participando en producciones netamente autonómicas como Ione, sube al cielo (1999), de Joseba Salegi. Y prueba de la veneración de la que disfrutaba en Euskadi fue el que la llamara el mismísimo Álex de la Iglesia para formar parte del abultado y brillante reparto de La comunidad (2000). Por esa época se convirtió en la musa de una nueva generación de cineastas, que la reclamaron para protagonizar algunos de los cortometrajes más premiados del cine español: Jardines deshabitados (2000), de Pablo Malo, La primera vez (2001), de Borja Cobeaga -mención especial a la mejor actriz en el Festival de Málaga-, y, sobre todo, Éramos pocos (2005), de nuevo con Cobeaga, candidato nada menos que al Oscar en el año 2007.


Entre medias, siguió apareciendo de forma fugaz en toda suerte de títulos de alcance nacional: Marujas asesinas (2001), de Javier Rebollo, Torremolinos 73 (2003), de Pablo Berger, Carmen (2003), de Vicente Aranda,  El séptimo día (2004), de Carlos Saura, o El calentito (2005), de Chus Gutiérrez. Para entonces ya se había convertido en un rostro sumamente popular gracias a la televisión, donde apenas había trabajado para algún que otro episodio de alguna que otra serie nacional hasta que en el 2003 Antena 3 estrenó por todo lo alto la comedia coral, producida por José Luis Moreno, Aquí no hay quien viva (2003-2006) y que le reportó una descomunal fama en todo el país, aquella que ni el teatro ni el cine le habían logrado dar. Formando una divertidísima pareja cómica junto a la inigualable Gemma Cuervo (e incluso a veces trío con la enorme Emma Penella), Mariví Bilbao se convirtió en uno de los grandes aciertos de una sitcom que explotó hasta la saciedad la extraordinaria vena macarra de una deslenguada y sin escrúpulos anciana actriz. Algo de lo que también se encargaría la continuación de este éxito, finiquitado con el cambio de emisora y que llevó por título La que se avecina (2007-2012), ahora en Tele 5. Elevada a los altares de la popularidad en un abrir y cerrar de ojos, premiada por la Unión de Actores en 2005 y por la Academia de la TV en 2006, pero también sumamente encasillada desde entonces, la Bilbao ha pisado bastante poco los platós cinematográficos. Algo en cierta medida sorprendente, pues la notoriedad obtenida a raíz de su trabajo televisivo bien podría haberle brindado mejores y suculentos empeños cinematográficos. Sin embargo, se conformó con protagonizar el prestigioso cortometraje Alumbramiento (2007), de Eduardo Chapero Jackson, y desempeñar roles secundarios en el segundo largometraje de Borja Cobeaga, la divertida No controles (2010), y en la ópera prima de Paco Arango, la sentimentaloide Maktub (2011).


Por cansancio, se negó a intervenir en la ya próxima Las brujas de Zugarramurdi (2013), que hubiera significado su retorno al universo de Álex de la Iglesia, y abandonó de manera inesperada el rodaje de la serie La que se avecina. Precisamente, este mes de abril tiene prevista su llegada a los cines el que se ha convertido ya en el testamento interpretativo de Mariví Bilbao, la coral La venta del paraíso (2012), de Emilio Ruiz Barrachina, que indudablemente ya no visionaremos con los mismos ojos y es que ya no pensaremos en que asistimos a un nuevo y frustrante desaprovechamiento de esta vieja carismática, sino que recordaremos que esa figura huesuda y casi raquítica, donde sobresalían unas manos que siempre portaban un cigarro, y ese rostro temperamental, con aquellos ojos tan llenos de picardía y buenrrollismo, hubo un tiempo que apoyó con su presencia segura y callada a las estrellas de turno en los largometrajes para, cuando nadie lo esperaba, terminar brillando con entrañable cariño en nuestro cinéfilo recuerdo, siempre "en corto". 

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