miércoles, 15 de enero de 2014

Geraldine Chaplin, emblema de hiperactividad laboral, está de estreno.


A punto de cumplir los 70 años de edad, Geraldine Chaplin continúa trabajando a pleno rendimiento para la gran pantalla. Musa y emblema del llamado Nuevo Cine Español surgido en los años sesenta, la legendaria intérprete regresa esta semana a los cines con el estreno tardío de Memoria de mis putas tristes (2011), de Henning Carlsen, drama basado en la homónima novela de Gabriel García Márquez del que lo mejor que se puede decir de él es, precisamente, el contar en su reparto con la inconfundible presencia de esta actriz, de genuina genética, capaz de abordar desde su fachada de fragilidad cualquier tipo de personaje. A lo largo de sus casi cincuenta años de trayectoria, la 'Gerarda' (como se la llamaba en tiempos por estos lares) ha compaginado trabajos meramente alimenticios con proyectos a las órdenes de algunos de los mejores realizadores del séptimo arte, configurando una filmografía exultante y de difícil catalogación, como corresponde a un actriz de fuerte e intrépida personalidad.

Con Omar Sharif, en Doctor Zhivago (1965).

Aunque apareció fugazmente en la obra maestra dirigida por su padre, Candilejas (1952), cuando aún era una niña, la hija mayor de Charles Chaplin y Oona O'Neill, nieta por tanto del prestigioso dramaturno Eugene O'Neill, se decantó primeramente por el ballet, donde llegó a emprender una carrera artística en el Reino Unido, que interrumpió definitivamente por el cine, medio en el que debutaría oficialmente en la cinta de gángsters Par un beau matin d'été (Secuestro bajo el sol) (1965), de Jacques Deray, dando la réplica nada menos que a la estrella europea del momento, Jean-Paul Belmondo. Sin embargo, su revelación internacional se produciría con su siguiente proyecto, nada menos que dando vida a la Tonya de Doctor Zhivago (1965), de David Lean, histórica y monumental obra maestra por la que fue nominada al Globo de Oro en calidad de estrella femenina revelación. Lanzada al estrellato hollywoodiense de la noche a la mañana, la Chaplin prefirió dar cobertura a una trayectoria de prestigio antes de amoldarse a los clichés impuestos por la industria estadounidense y recaló en Italia, donde protagonizaría el drama bélico Andremo in città (Iremos a la ciudad) (1966), de Nelo Risi; intervino en la comedia romántica que supondría la última obra de su padre, A Countess from Honk Kong (La condesa de Hong Kong) (1967), que protagonizaron Marlon Brando y Sophia Loren; y formó parte de la lustrosa cinta de época, también de ambiente moscovita, J'ai tué Raspoutine (Tormenta en San Petersburgo) (1967), de Robert Hossein, antes de dar vida a la hija de otro grande, James Mason, al frente del elenco de Stranger in the House (Generación en conflicto) (1967), de Pierre Rouve, thriller judicial rodado en Gran Bretaña.

Con José Luis López Vázquez, en Peppermint Frappé (1967).

Protagonista de una fulgurante carrera ascendente, donde gozaba de categoría casi estelar en la vieja Europa, la actriz no dudó a la hora de trasladarse a vivir a la autárquica y enclaustrada España de los sesenta, seducida por el talento de un joven cineasta llamado Carlos Saura, con el que emprendería una relación sentimental convirtiéndose pronto en su musa cinematográfica por excelencia. Así, durante el resto de la década de los sesenta y los setenta, Geraldine Chaplin desplegó su fisionomía larguirucha y su rostro anguloso en las dos orillas del Atlántico, evidenciando una primera preferencia por sus trabajos a las órdenes del director aragonés, con quien debutaría en Peppermint Frappé (1967), una historia de obsesión y represión sexual con la actriz en doble papel: recatada y poco agraciada mujer española, por un lado, y fascinante y tentadora extranjera, por el otro. La Chaplin servía así, por primera vez, a los intereses creativos de un Saura empeñado en hurgar en la llaga de nuestra cerrada idiosincrasia, imponiéndose ella en reflejo de ese elemento perturbador y extranjero, capaz de hacer tambalear los cimientos de nuestra encorsetada y dogmática sociedad. Sucedería así también en sus siguientes filmes con Saura, Stress-es tres-tres (1968) y La madriguera (1969), donde además la actriz colaboró en la elaboración del guión y ganó por su trabajo un Fotogramas de Plata a la mejor actriz del año.

Con Fernando Fernán Gómez, en Ana y los lobos (1972).

Centrada en su trayectoria peninsular, Geraldine Chaplin no abandonó su labor internacional y protagonizó para Estados Unidos, junto a Charlton Heston, la exótica aventura de The Hawaiians (Los indomables) (1970), de Tom Gries, antes de efectuar un cameo en la siguiente alegoría de su pareja, El jardín de las delicias (1970) y efectuar su debut en la cinematografía gala secundando al cómico Louis de Funès en un vehículo a su medida, Sur un arbre perché (Caídos sobre un árbol) (1971), de Serge Korber. Viajó entonces a Berlin, donde concursó en Sección Oficial el cuento macabro La casa sin fronteras (1972), de Pedro Olea, uno de los escasos protagonismos de los que disfrutaría la actriz en nuestro cine lejos de la segura protección de Saura, con quien retornaría ese mismo año para poner en pie la más obvia de las metáforas castrenses en Ana y los lobos (1972), en un papel de institutriz extranjera inmersa en una fauna represiva e intransigente en lo moral, que ganó dos premios interpretativos otorgados por el Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), aunque ninguno sería para Chaplin, quien se resarciría con el correspondiente a la mejor actriz en el Festival de Sitges de ese año, por Z.P.G. (Zero Population Growth) (Edicto Siglo XXI: Prohibido tener hijos) (1972), de Michael Campus, fábula futurista de sobria e incómoda denuncia que se hace obligado rescatar del olvido cuanto antes.

Nashville (1975).

Convertida en una especie de musa para la intelectualidad europea, Geraldine Chaplin también cedió al cine de consumo, como fue su protagonismo en la cinta de espías Innocent Bystanders (De Oriente a Occidente para matar) (1972), de Peter Collinson; su participación en el western Verflucht, dies Amerika (La banda de Jaider) (1973), bodrio surgido en plena euforia de las coproducciones europeas (en este caso, España con Alemania), continuación de otro film sobre Jaider también dirigido por Volker Vogeler; o su inclusión en el lujoso reparto de la entretenida, con sabor a clásico de aventuras, The Three Musketeers (Los tres mosqueteros -Los diamantes de la reina-) (1973), versión de la primera novela de Alejandro Dumas llevada a cabo por el británico Richard Lester, al igual que su continuación, The Four Musketeers (Los cuatro mosqueteros) (1974). Regresó a España para protagonizar un sugestivo drama sobre trasplantes de órganos, ¿...Y el prójimo? (1974), primer largometraje del actor Ángel del Pozo, antes de ingresar en el abultado reparto de Nashville (1975), maravilla dirigida por Robert Altman, sátira social maquillada de fresco musical a través del country de una ciudad, por la que Chaplin volvió a aspirar a un Globo de Oro, en calidad de mejor actriz de reparto.

Cría cuervos (1976).

A las órdenes de Altman volvería a repetir en el western crepuscular Buffalo Bill and the Indians, or Sitting Bull's History Lesson (Buffalo Bill y los indios) (1976), junto a Paul Newman y Burt Lancaster; y con Saura regresaría para otro doble papel en Cría cuervos (1976), el filme que consolidó al director fuera de nuestras fronteras, ganador del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes, del César francés a la mejor película extranjera y del relativo a la mejor actriz para Chaplin por la Asociación de Críticos de Nueva York (ACE), entre otros galardones. Premio al que la intérprete habría de sumar también una nominación a los BAFTA británicos, como mejor actriz de reparto, por su intervención en Welcome to L.A. (Bienvenido a Los Ángeles) (1976), de Alan Rudolph, habitual ayudante de dirección, por lo tanto discípulo, de Robert Altman. Interpretó acto seguido a una mujer resuelta a vengar la muerte de su hermano a manos de una banda de espadachinas, capitaneada por la veterana actriz de la Nouvelle Vague Bernadette Lafont, en la extraña producción francesa Noroît (Viento del Noroeste) (1976), del prestigioso Jacques Rivette. Y regresó a los brazos de Saura para ofrecer una de sus mejores interpretaciones, de una gelidez abrumadora, en Elisa, vida mía (1977), complejo muestrario de los elementos tradicionales en el cine del autor (la infancia, la familia, las relaciones presente-pasado).

Recuerda mi nombre (1978).

Efectuó entonces otro de sus contados trabajos para el cine español lejos de la batuta de Saura, en el apreciable drama romántico, de vocación fantástica, In memoriam (1977), de Enrique Brasó, y encadenó suculentos proyectos al otro lado del charco, empezando por la interesante Roseland (1977), de James Ivory, o nuevas prestaciones para Alan Rudolph, en el thriller Remember My Name (Recuerda mi nombre) (1978), del que fue protagonista obteniendo el premio a la mejor actriz en el Festival de París; o Robert Altman, en un papel destacado en la divertida y ácida comedia coral A Wedding (Un día de boda) (1978). Protagonizó entonces el desconocido drama francés Une page d'amour (1978), de Maurice Rabinowicz, antes de desembarcar por última vez en el cine de Carlos Saura, primero con el intenso y comprometido drama sobre la tortura que es Los ojos vendados (1978), y luego con la continuación alegórica de la crucial Ana y los lobos, que fue Mamá cumple 100 años (1979), ahora en clave tragicómica y esperpéntica, recompensada con una nominación al Oscar a la mejor película extranjera.

Con Dominique Sanda, en Le voyage en douce (1980).

Finiquitada su relación personal con el director español, también finalizó la laboral y Geraldine Chaplin no volvería a tener vehículos cinematográficos tan a la medida de su talento como los que había disfrutado hasta entonces. Vagabundeó por el cine de numerosas cinematografías internacionales en los ochenta, reduciendo considerablemente su actividad laboral, que recaló primeramente en Francia, donde protagonizaría los dramas intelectuales L'adoption (1979), de Marc Grunebaum, y Mais où et donc Ornicar (1979), de Bertrand von Effenterre; y luego de nuevo en México, donde protagonizó el drama La viuda de Montiel (1979), de Miguel Littin, por la que aspiró al Premio Ariel a la mejor actriz. Con el cambio de década, la trayectoria de Chaplin parecía bien encarrilada y su prestigio en Europa no pareció amilanarse tras su separación con Saura: estuvo espléndida en el drama de tintes lésbicos Le voyage en douce (1980), de Michel Deville; se prestó a participar del reparto de campanillas y viejas glorias del Hollywood clásico como Angela Lansbury, Rock Hudson, Tony Curtis o Elizabeth Taylor, en una nueva y rudimentaria adaptación de Agatha Christie, The Mirror Crack'd (El espejo roto) (1980), de Guy Hamilton; y estuvo en el drama coral francés sobre la II Guerra Mundial, Les uns et les autres (Los unos y los otros) (1981), dirigido por Claude Lelouch, convertida luego en serie de televisión.

Con Keith Carradine, en Los modernos (1988).

En la pequeña pantalla permaneció un tiempo, mientras efectuaba puntuales e insuficientes cometidos para el cine en los años sucesivos, eso sí, para destacados y reputados realizadores europeos, como fue un papel secundario en el drama histórico La vie est un roman (1983), de Alain Resnais, u otro en calidad de protagonista en el drama de ambientación teatral L'amour par terre (El amor por tierra) (1984), de Jacques Rivette. Tras un breve paréntesis cinematográfico, regresó con un papel secundario en el drama de frívola personalidad White Mischief (Pasiones en Kenia) (1987), de Michael Radford, que evidenciaba la escalonada pérdida de categoría estelar con la era recibida la actriz y que también ejemplificó su vuelta a las órdenes de Alan Rudolph, dentro del reparto coral de The Moderns (Los modernos) (1988). Anticuada e innecesaria resultó la reincidencia en las aventuras de los personajes de Dumas que fue The Return of the Musketeers (El regreso de los mosqueteros) (1989), de nuevo con Lester en la dirección y sus caducos intérpretes recuperando sus briosos personajes originales.

Con Robert Downey Jr. (dcha), en Chaplin (1992).

Nuevos cometidos secundarios la saludaron con el cambio de década, como en la comedia Je veux rentrer à la maison (Quiero volver a casa) (1989), de nuevo a las órdenes de Resnais, en el drama The Children (1990), de Tony Palmer, la alemana Buster's Bedroom (1991), de Rebeca Horn, o la edulcorada comedia franco-suiza Zwischensaison (Fuera de temporada) (1992), de Daniel Schmid, que antecedieron a la puesta en marcha del famoso biopic al modo hollywoodiense sobre su padre. En Chaplin (1992), de Richard Attenborough, dio vida nada más y nada menos que a su propia abuela, la madre del genio británico, logrando una tercera nominación al Globo de Oro, de nuevo como secundaria. Su actuación la redescubrió para la industria americana, donde comenzó a efectuar pequeñas intervenciones en cintas de considerable prestigio, como fue The Age of Innocence (La edad de la inocencia) (1993), la depurada maravilla de Martin Scorsese, o de vocación puramente comercial, como la comedia Home for the Holidays (A casa por vacaciones) (1995), de Jodie Foster. De nuevo en Gran Bretaña, intervino en la pomposa adaptación que Franco Zeffirelli llevó a cabo del texto de Jane Eyre (1996), en el thriller Crimetime (La hora del crimen) (1996), de George Sluizer, y obtuvo su primer protagonista en años con el biopic, de estética más cercana al telefilme, Mother Teresa: In the Name of God's Poor (Madre Teresa: en el nombre de los pobres) (1997), donde el director Kevin Connor se servía de la fragilidad y la ternura inherentes a la presencia de la actriz para humanizar a la mítica religiosa.

Entre Michelle Pfeiffer y Winona Ryder, en La edad de la inocencia (1993).

Tras un nuevo secundario en Estados Unidos, en Cousin Bette (La prima Bette) (1998), de Des McAnuff, adaptando la novela de Honoré de Balzac, el cine español recuperó a la Gerarda después de veinte años, olvido que podría tener su razón de ser en el hecho de que Chaplin había representado durante el final de la dictadura a aquel tipo de cine a contracorriente y subversivo, incómodo y simbólico que con la llegada de la democracia había dejado de tener sentido y cabida en nuestra cinematografía. Su regreso a nuestro país se lo debemos a Finisterre, donde termina el mundo (1998), de Xavier Villaverde, donde incorporaba a la madre hippie de los personajes protagonistas. Sin embargo, Geraldine Chaplin andaba un tanto desubicada con el cambio de siglo, trabajó en Canadá en un desconocido biopic sobre George Adamson, conservacionista de la vida salvaje, amigo de los leones, al que daría vida Richard Harris en To Walk with Lions (1999), de Carl Schutlz; en Suiza obtuvo un papel destacado en Beresina oder Die letzten Tage der Schweiz (Beresina) (1999), de nuevo a las órdenes de Daniel Schmid; y en México volvió a coincidir con una Ana Torrent ya adulta, veinticinco años después de Cría cuervos, en la película Las caras de la luna (2001), de Guita Schyfter.

Entre Javier Cámara y Leonor Watling, en Hable con ella (2002).

En medio de tan itinerante trayectoria, fue una alegría comprobar que la actriz terminaba asentándose definitivamente en el cine español, a donde regresó para aportar todo su saber hacer en un rol secundario, de nuevo en el papel de madre, en la fallida ópera prima del hijo de Carlos Saura, Carlos Saura Medrano, ¿Tú qué harías por amor? (2001). No obstante, inmediatamente la fichó Pedro Almodóvar, para el que retomó su inicial vocación artística al encarnar a la vivaz e inolvidable profesora de danza de Hable con ella (2002), por la que ganó un nuevo Premio ACE a la mejor secundaria, y nos ofreció un impresionante recital interpretativo en otro de sus acostumbrados papeles secundarios en En la ciudad sin límites (2002), de Antonio Hernández, en una contundente y extraordinaria interpretación de aborrecible matriarca por la que fue nominada en la categoría secundaria a los Premios de la Unión de Actores, además de recibir por parte de la Academia de Cine Española un merecido Goya a la mejor actriz secundaria, que debe verse también como un sentido agradecimiento por su imprescindible aportación a la mejora artística de nuestra cinematografía.

Con Álex Casanovas, en En la ciudad sin límites (2002).

Tras tan triunfal año laboral, Chaplin se recluyó por un breve espacio de tiempo en la televisión, regresando más tarde para formar parte del reparto de estrellas que se dieron cita en la histórica necedad que supuso The Bridge of San Luis Rey (El puente de San Luis Rey) (2004), de Mary McGuckian, tras la que se rebajó a incorporar a la mítica Señorita Rottenmeier en la versión cinematográfica que Paul Marcus llevó a cabo de Heidi (2005). Ese mismo año, Hernández la volvió a reclamar para dar vida a un pequeño personaje en el poco conseguido thriller psicológico Oculto (2005) y sirvió de gancho de prestigio a la polémica adaptación que de Melissa P. (2005) realizó Luca Guadagnino. Por desgracia, Geraldine Chaplin evidenciaba una molesta falta de exigencia a lo hora de elegir los proyectos en los que participar, lo que conllevaba que su filmografía se colmase de títulos y personajes muy por debajo de su talento y estuviese a punto de echar por la borda el recuerdo de la otrora sublime, embelesante y turbadora actriz que sedujo a la intelectualidad europea en los sesenta y setenta del pasado siglo. Tampoco la comedia de época Miguel & William (2007), de Inés París, ni mucho menos Teresa: el cuerpo de Cristo (2007), de Ray Loriga, por no hablar de la idiotez infantil que fue Los Totenwackers (2007), de Ibón Cormenzana, resultaron títulos dignos de contar con una intérprete de semejante genética.

El orfanato (2007).

Por suerte, llegó El orfanato (2007), de Juan Antonio Bayona, cine-fórmula con casas encantadas en la que Chaplin disponía de un breve papel como una sensitiva y emocionante medium que sólo su talento elevó como una de las grandes virtudes del filme, logrando el Premio de la Unión de Actores a la mejor secundaria, así como un nuevo Premio ACE de Nueva York y su segunda nominación al Goya a la mejor actriz secundaria. Debido al éxito internacional de El orfanato, la carrera de Geraldine Chaplin ha vuelto a gozar de proyección internacional, volviendo a ser reclamada desde diversas cinematografías, aunque ella ha seguido mostrando su prioridad por la española. Estuvo en la romántica italiana Parlami d'amore (Háblame de amor), de Silvio Muccino, en la francesa Parc (2008), de Arnaud des Pallières, donde coincidió con el español Sergi López, de nuevo en Canadá, con Inconceivable (2008), de nuevo con McGuckian y en donde también aparecía otro español, Jordi Mollà; mientras en nuestro país encadenaba rodaje tras rodaje, acumulando título tras título, casi siempre en pequeñas y alimenticias intervenciones, que dan fe de un frenético ritmo de trabajo en los últimos años: el thriller de extrarradio Ramírez (2008), de Albert Arizza, la desastrosa Diario de una ninfómana (2008), de Christian Molina, el risible cuento de terror que terminó siendo Imago mortis (2009), de Stefano Bessoni, donde también trabajara su hija pequeña, Oona Chaplin, o el imprescindible y certero drama familiar que fue La isla interior (2009), con Chaplin como madre de, nada menos, que Alberto San Juan, Candela Peña y Cristina Marcos.

El hombre lobo (2010).

Viajo entonces a Hollywood para intervenir en la superproducción The Wolf Man (El hombre lobo) (2010), de Joe Johnston, puntual y divertido regreso a la industria que la lanzó al estrellato con su segunda película, una industría que el talento de su padre había forjado y a la que Chaplin ya evita pertenecer, volviendo al instante a España para efectuar un sensible y tierno personaje en la estupenda comedia negra La mosquitera (2010), de Agustí Vila. También rodó en Italia L'imbroglio nel lenzuolo (La trampa de la luz) (2010), de Alfonso Arau, sobre los inicios del cinematógrafo, y en Francia Le moine (El monje) (2011), de Dominik Moll, sobre la novela gótica del siglo XVIII de Matthew Gregory Lewis. Estuvo, como no podía ser de otro modo, en la coproducción entre Estados Unidos, España y Argentina There Be Dragons (Encontrarás dragones) (2011), de Roland Joffé, ambientada en nuestra Guerra Civil y sobre la personalidad del fundador del Opus Dei.

Encontrarás dragones (2011).

De nuevo con su hija volvió a coincidir en la insatisfactoria comedia ¿Para qué sirve un oso? (2011), de Tom Fernández, con la que ganó una Biznaga de Plata a la mejor secundaria en el Festival de Málaga, antes de estrenar las francesas Americano (2011), de Mathieu Demy, y Et si on vivait tous ensemble? (¿Y si vivimos todos juntos?) (2011), edulcorada comedia sobre la vejez dirigida por Stéphane Robelin. En el 2012 la pudimos ver fugazmente como una de las supervivientes al tsunami protagonista de Lo imposible, su reencuentro con Juan Antonio Bayona, además de escuchar su voz en uno de los personajes de la cinta de animación O Apóstolo (2012), de Fernando Cortizo. Este 2013 la hemos podido ver, también brevemente, en el thriller para adolescentes Tres60, de Alejandro Ezcurdia, y este mismo viernes llega a las salas Memoria de mis putas tristes, coproducción entre España, México y Dinamarca, rodada en 2011 y vista en el Festival de Málaga de 2012 donde fue recibida con una tibia acogida. No es de extrañar, porque sólo la actuación que lleva a cabo Geraldine Chaplin del personaje de Rosa Cabarcas, aún postrada en una silla de ruedas, supone lo único verdaderamente memorable de un filme en exceso soporífero.

Memoria de mis putas tristes (2011).

Es el pistoletazo de salida para un año en el que la Gerarda va a estar más presente que nunca en nuestras pantallas: tiene cinco proyectos recién salidos del horno y esperando a encontrar su sitio en el calendario de estrenos. Reincidirá en el género fantástico con la visionaria Panzer Chocolate, de Robert Figueras, y la gótica Wax, de Víctor Matellano; se estrenará en el particular universo de Isabel Coixet, para quien ha rodado Another Me y que ya tuvo su premiere mundial en el pasado Festival de Cine de Roma; participará en la alemana Ich und Kaminski, de Wolfgang Becker, y en la argentina Amapola, de Eugenio Zanetti, mientras aún rueda Spiritismes, thriller de Guy Maddin en el que coincide con la también legendaria Charlotte Rampling. En otras palabras, nos queda Gerarda para rato.

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