martes, 14 de mayo de 2013

El regreso de Julieta Serrano, ¿musa del cine indie?


Este viernes llega a las salas La última isla, de Dácil Pérez de Guzmán, directora andaluza que recupera para la gran pantalla la vidriosa e inolvidable mirada de una de las actrices fundamentales de nuestro cine de las últimas décadas: Julieta Serrano. No es, ni de lejos, la protagonista de esta cinta de marcado tono familiar, pero supone reencontrar a la intérprete en uno de sus habituales roles secundarios, ésta vez especialmente lucido, lo que nos sirve de excusa para echar la vista atrás y repasar la filmografía de una actriz altamente exigente y desgraciadamente muy selectiva, amante de los proyectos menos convencionales que, a lo largo de su trayectoria, se ha ganado a pulso el que la consideremos la musa del cine independiente de nuestro país. Título probablemente no buscado de manera premeditada pero que, obviamente, da una idea aproximada del papel que ha jugado Julieta Serrano dentro de una cinematografía de la que ella parece haber querido siempre estar un poco al margen.

La última isla (2012).

Sus abuelos, los actores Vicente Serrano Andrés y Dolores Girau Portell, inculcaron a Julieta su vocación interpretativa desde muy pequeña. Ya a los trece años, la joven comienza a desempeñar papeles en funciones de teatro dentro de compañías amateur. Antes de cumplir los veinte años debutaba profesionalmente en algunos montajes en la capital catalana mientras trabajaba de dibujante en un taller de esmaltes. Es ahí cuando conoce a un joven director de teatro llamado Miguel Narros, que la convence para trasladarse a Madrid a representar “La rosa tatuada” de Tennesse Williams. Instalada ya en la capital, entra a formar parte de la Compañía Teatral de José Tamayo, que dirigía el Teatro Español, con la que se acabaría de formar plenamente como actriz. Inicialmente destinada a papeles de “dama joven”, Julieta Serrano llegó a representar sobre los escenarios algunos de los textos más emblemáticos de la Historia del Teatro, tales como “El caballero de Olmedo”, de Lope de Vega, “La Orestiada”, de Esquilo, “Yerma”, de Federico García Lorca, “Un tranvía llamado deseo”, de Williams, “La loca de Chaillot”, de Jean Giraudux, “El jardín de los cerezos”, de Antón Chejov, o “La casa de Bernarda Alba”, de Lorca. 

Mi querida señorita (1971).

En 1965 debuta ante las cámaras siendo ya considerada en el medio escénico como una de las actrices jóvenes mejor y más dotadas y preparadas del momento, con un papel de reparto en la recomendable cinta de cine negro Secuestro en la ciudad, de Luis María Delgado, a la que seguiría otro en el interesante drama El juego de la oca (1966), de Manuel Summers. A pesar de estos títulos, la actriz aún tardaría unos años en cuajar definitivamente dentro del cuadro interpretativo cinematográfico español y es que continuó haciendo avanzar su trayectoria con unos cuantos secundarios más o menos lucidos en nefastas comedias de la época como Crónica de nueve meses (1967) o 40 grados a la sombra (1967), ambas de Mariano Ozores. Tras estos inciertos pasos, tan poco satisfactorios, Julieta Serrano replegó velas y se refugió en la televisión, donde en el espacio Estudio 1, primero, y Teatro de siempre, después, logró encontrar papeles que demostrasen lo que verdaderamente era capaz de hacer y le ayudaran a crecer y evolucionar como intérprete. Fueron estos trabajos los que llevaron al director Jaime de Armiñán a escogerla para dar vida a la protagonista femenina de su película, candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Mi querida señorita (1971), drama transgresor con el que la Serrano logró además el Premio Sant Jordi a la mejor intérprete del año. El éxito de crítica y la admiración general que recibió la actriz por esta película parecía presagiar el despegue cinematográfico para la Serrano y, sin embargo, la suerte vino de nuevo de la pequeña pantalla, donde estrenó la serie femenina Tres eran tres (1972-1973). 

La prima Angélica (1974).

Con los cuarenta ya cumplidos, la actriz tenía claro que no obtendría ya los protagonistas necesarios como para terminar de erigirse en una verdadera estrella del celuloide, así que optó por seguir potenciando su carrera televisiva, mientras iba aceptando determinantes roles secundarios en películas importantes que le permitieran, además, trabajar con realizadores con ciertas inquietudes artísticas. Este exquisito rigor caracterizaría también su labor teatral, que había continuado de forma ininterrumpida durante todos estos años. En el cine se tradujo en pequeños pero importantes cometidos para algunos de los directores más destacados del panorama cinematográfico del momento: Carlos Saura, con un pequeño papel en la estupenda La prima Angélica (1974) y doblando a la misma Geraldine Chaplin en su encarnación del personaje de Ana adulta en Cría cuervos (1975); Josefina Molina, que le ofreció un papel de colaboración en su drama Vera, un cuento cruel (1974); de nuevo Armiñán, ahora en un secundario en El amor del capitán Brando (1974); o Luis García Berlanga, también en un corto empeño en Tamaño natural (1974). 

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980).

Supo como nadie mantener el prestigio crítico mientras continuaba actuando casi sin interrupciones en los tres frentes profesionales, labrándose no poca admiración por parte de sus compañeros de oficio, que ya la contaban entre las mejores actrices españolas de todos los tiempos. Es una pena que esta consideración tuviera tan poco que ver con sus trabajos para la gran pantalla, donde seguiría durante toda la década de los setenta participando en pequeños roles en cintas, eso sí, de ciertas ambiciones, a pesar del resultado final de las mismas. Destacable fue su secundario en Carne apaleada (1978), buen drama carcelario debido a Javier Aguirre, no así el paso en falso que significó participar en el reparto de la desfasada La familia bien, gracias (1979), de Pedro Masó. Fiel a su espíritu independiente e inconformista, siempre ávido de nuevos retos y experiencias que incorporar a su labor interpretativa, Julieta Serrano se marcó una breve pero tronchante aparición en la ópera prima de un irreverente Pedro Almodóvar, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), así como un trabajo no protagónico para otro outsider, Eloy de la Iglesia, en la fallida y erotizada La mujer del ministro (1981). 

Entre tinieblas (1983).

Sería Almodóvar el que le ofrecería el segundo protagonismo cinematográfico de su carrera al elegirla para dar vida a la Abadesa Julia en esa demencial y brillante película de actrices llamada Entre tinieblas (1983), que la misma Julieta tenía el privilegio de cerrar con un estallido de dolor inconmensurable. El Fotogramas de Plata a la mejor actriz, así como un segundo Premio Sant Jordi recayeron en sus expertas y sabias manos de enorme y descomunal actriz que lograba, por fin, un papel en el cine a la altura de los que la habían hecho grande tanto en el teatro como en la televisión. Sin embargo, este éxito no se tradujo en nuevos protagonismos y Julieta pasó por algunas comedias intrascendentes, de nuevo en papeles secundarios, en los años posteriores, así como también una colaboración en el estrepitoso fracaso de la superproducción fantástica El caballero del dragón (1985), de Fernando Colomo. Tras otra corta aparición en la estupenda Tata mía (1986), de José Luis Borau, Almodóvar volvió a ficharla para otro papel secundario en su descompensada película Matador (1986), donde la actriz demostró lo bien que casaba dentro del universo personal del director manchego, en un registro de mujer madura fría y cruel que bien podría haberla metido en la final por aquel primer Goya de la historia a la mejor actriz secundaria. Ganó, no obstante, el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine Fantástico de Oporto, a pesar de la escasa extensión de su participación en la película.

Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988).

Pero se resarció del olvido, tras acompañar a Alfredo Landa en la comedia El pecador impecable (1987), de Augusto Martínez Torres, llevando al límite ese personaje paranoico y desquiciado en la imprescindible obra de Almodóvar Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), con una más que merecida primera nominación al Goya a la mejor actriz secundaria. La clase y la profesionalidad de una intérprete de su talla se alimentaron entonces del éxito obtenido por la cinta, nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, que obtenía con este registro ligero y descocado el prestigio cinematográfico que se le había venido negando a lo largo de toda su trayectoria. El éxito obtenido quizás fue la causa por la que su ritmo de trabajo para la pantalla grande se vio reforzado con el inicio de los noventa, aunque esto conllevara cierta pérdida de calidad selectiva. Así, tras una nueva colaboración para el manchego en ¡Átame! (1990), la vimos formar parte del reparto coral de la chabacana y oportunista comedia ¿Lo sabe el ministro? (1991), de José María Forn; también realizando una colaboración en el fallido debut de Manuel Gómez Pereira Salsa rosa (1992). Por no hablar de su episódico trabajo en El amante bilingüe (1993), de Vicente Aranda.

La Moños (1997).

Su predisposición a trabajar, principalmente, dentro de la industria cinematográfica autonómica de Cataluña se hizo francamente patente en sus siguientes intervenciones para el cine: el remontaje cinematográfico de una serie televisiva ambientada en la Barcelona del siglo XIX que dio de sí el fresco histórico "a la catalana" La fiebre del oro (1993), de Gonzalo Herralde; la fallida y deslucida comedia que fue Cucarachas (1993), ópera prima de Toni Mora; la adaptación del relato "Cuesta" de Jordi Arbonés, convertido en un tedioso drama llamado Nexo (1995) por Jordi Cadena; el extraño y desapacible thriller Un cos al bosc (Cuerpo en el bosque) (1996), de Joaquím Jordà; la interesante y heterogénea ópera prima de la actriz Mireia Ros, La Moños (1997), que significó otro glorioso y estupendo protagonismo para la Serrano; o el seco y arriesgado drama de pequeñas historias de Ventura Pons Caricias (1998). Esta predilección no le impidió aceptar un papel francamente lucido en la producción de carácter nacional Cuando vuelvas a mi lado (1999), de Gracia Querejeta, melodrama familiar de atmósfera sentimental en el que la presencia de Serrano resultaba altamente fascinante, por lo que no es de extrañar que ganara una segunda y también merecida nominación al Goya en calidad de actriz secundaria.

Cuando vuelvas a mi lado (1999).
Ese mismo año aportó profesionalidad y veteranía al joven reparto protagonista de la interesante ópera prima Marta y alrededores (1999), de Nacho Pérez de la Paz  y Jesús Ruiz. Sin pretenderlo, tal vez, Julieta Serrano se terminó desvinculando del todo de la producción mayoritaria del cine nacional, apostando visiblemente por proyectos cinematográficos innovadores y, de este modo, encadenó debut tras debut con el cambio de siglo: Nosotras (2000), retrato feminista de historias cruzadas de Judith Colell, Sagitario (2001), extraña incursión cinematográfica del intelectual Vicente Molina Foix, Arderás conmigo (2001), desangelado aunque voluntarista thriller claustrofóbico de Miguel Ángel Sánchez. Repitió con la pareja de directores Nacho Pérez de la Paz y Jesús Ruiz para intervenir en el poco logrado vehículo para el lucimiento de Cayetana Guillén Cuervo, La mirada violeta (2004), al mismo tiempo que intensificaba plenamente su trayectoria televisiva, medio para el que ha venido realizando esporádicos pero persistentes cometidos de soporte en los últimos años.

Un poco de chocolate (2008).

Al cine ya no volvió hasta obtener un bonito y hermoso papel en Un poco de chocolate (2008), de nuevo, otra ópera prima, esta vez una magnífica, mágica y atemporal película debida a Aitzol Aramaio. Desde aquí, sólo la hemos visto ya en una pantalla grande al reencontrarse con Ventura Pons en la adaptación de quince historias del novelista Quim Monzó Mil cretinos (2011), una obra irregular, aunque de lo mejorcito que ha entregado el cineasta catalán en los últimos años. Por ello, el ya al caer estreno de La última isla, de nuevo una ópera prima, nos pilla verdaderamente ansiosos por darnos la oportunidad de asistir a un nuevo trabajo cinematográfico de Julieta Serrano que, por muy pequeño que sea, siempre será una lujosa y fascinante experiencia. Esperemos que opinen lo mismo los Académicos este año y se haga justicia goyesca con una de las más turbadoras, versátiles y magníficas actrices de nuestro cine.



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